miércoles, 28 de marzo de 2012

La globalización y América Latina. Crecimiento macro-económico, ha consolidado la profunda e histórica desigualdad económico-social.

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La “otra” cara de la globalización. La globalización neoliberal “ingreso” a América latina, hace más de dos décadas en la mayoría de países, pero en otros hace más de tres, pero el “ingreso” en general se produjo en tiempos de crisis, - ante el fracaso de los populismos, asistencialismo, estatismo, paternalismo, políticas de subsidios generalizados, etc ) violencia y represión: gobiernos dictatoriales,( Perú, Ecuador Bolivia,) fascistas ( Chile, Brasil, Argentina, Uruguay) y en los inicios de los 90’ con las políticas del Consenso de Washington. Cuáles son los resultados de un continente cuya economía verifica el más alto crecimiento macro-económico, conflictos sociales, derechos sociales desconocidos, democracia seriamente fracturada e instituciones sin legitimidad: América Latina es la región más desigual del mundo en términos económicos, lo que tiende a producir y reproducir situaciones adversas para la mayoría de sus poblaciones y para el conjunto de sociedades latino-americanas a pesar del singular crecimiento que la región ha experimentado durante la última década. En efecto, “la región latinoamericana es 19% veces más desigual que la África Subsahariana, 37 veces más desigual que el este asiático y 65% que los países desarrollados”.



A consecuencia de la crisis financiera, primero y después de la crisis estructural multidimensional, desde el 2008, que estamos haciendo en América Latina. La crisis financiera exige la construcción de un nuevo modelo social que suponga una salida capaz de superar un sistema económico que agrava las desigualdades más profundas, extensas e históricas y genera violencia. Si queremos sacar algún provecho de la actual crisis financiera debemos pensar en cómo cambiar el rumbo de la historia y no sólo como salvar empresas, bancos y países insolventes. Debemos ir a la raíz de los problemas y avanzar lo más rápidamente posible en la construcción de una sociedad basada en la satisfacción de las necesidades sociales, de respeto a los derechos de la naturaleza y de participación popular en un contexto de libertades políticas. El desafío consiste en construir un nuevo modelo económico y social que ponga las finanzas al servicio de un nuevo sistema democrático, fundado en la satisfacción de todos los Derechos Humanos.



La actual crisis exige nuevos paradigmas. Si el periodo medieval tuvo como paradigma la fe y el periodo moderno la razón, el “post-moderno” – La crisis de final de la modernidad – la fase de transición polarizada entre la crisis final del capitalismo industrial – las revoluciones: tecnológica, comunicación electrónica y el transporte – y la construcción del nuevo modelo del capitalismo en la era de la transnacionalización de los monopolios imperialistas, el capitalismo financiero-especulativo, no puede – aunque en realidad si lo es – el mercado, pero no se puede cometer el error de convertirlo o erigirlo en un paradigma.



Estamos todos en medio de la Poli-crisis global, que aclarando de manera tajante no es solamente una crisis financiera – como al principio nos vendieron la “noticia”, la explosión de la burbuja hipotecaria, seguido de los bancos, bolsa y Wall Street – Ahora todos sabemos que es una Triple Crisis Global: alimentaria, energética, migratoria, hídrica, salud, social, cultural, política, ambiental, demográfica, humanitaria, etc. Que pone en jaque la forma de producir, comerciar y consumir. El modo del ser humano. Una crisis de valores. La coyuntura mundial producto de la profundización, extensión y sin solución de la crisis estructural multidimensional, la multipolarización social y política así como la turbulencia cultural ambiental, estamos caminando por la vía correcta, por la alternativa más viable, el escenario múltiple y complejo del “Cambio de Época” histórica y la construcción de la nueva civilización humana.


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La globalización y América Latina.


Crecimiento macro-económico y ha consolidado la profunda e histórica desigualdad económico-social.


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Eduardo Mayobre.


Analítica.com. Domingo, 25 de marzo de 2012


Independientemente de que la globalización es un hecho irreversible y es necesario actuar de acuerdo con ella, se ha olvidado que para hacerlo resulta necesario cumplir con ciertos requisitos



Hace 15 días visitaron Venezuela 3 de los políticos más admirables, exitosos y sensatos de Iberoamérica: Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso y Felipe González. Expusieron su visión general de los problemas que afectan a los países de este continente y tuvieron el buen gusto de evitar referirse a las controversias políticas del día en Venezuela. En sus intervenciones destacaron la importancia de la globalización como hecho determinante para definir el enfoque que debería tener la acción pública entre nosotros, en contraste con la visión ideologizada de otras épocas, en las cuales se adoptaban posturas radicales.


Se pudiera decir que sus argumentos fueron impecables y lograron desmontar, sin decirlo abiertamente, las posturas extremistas de los protagonistas locales que se debaten en controversias superadas de otros tiempos, las de la Guerra Fría. Elevaron el diálogo a una altura que ya nos es extraña y produce nostalgia, condimentando sus exposiciones con la experiencia de cada uno de ellos como jefes de gobierno. Pero tal entusiasmo por la globalización entraña un peligro del que no nos hemos dado cuenta.


Independientemente de que la globalización es un hecho irreversible y es necesario actuar de acuerdo con ella, se ha olvidado que para hacerlo resulta necesario cumplir con ciertos requisitos. La inserción en la globalidad supone que quien se inserte tenga algunos rasgos de identidad, pues de lo contrario será absorbido y diluido por ella. Esto a su vez exige que los participantes en la globalización mantengan un mínimo de cohesión social que les permita ser interlocutores válidos.


Lamentablemente, en América Latina no se ha logrado suficientemente tal cohesión social.


Muchos de nuestros países han entrado en la globalización con posiciones encontradas y conflictos sociales. Los tres ex gobernantes que nos visitaron han contribuido de manera notable a superar tal situación. Quizás por ello no aprecian suficientemente que aún queda mucho camino por andar.


Varios países de América Latina, entre ellos Venezuela, no han logrado consolidarse como unidades nacionales firmes capaces de participar con una identidad propia en el concierto internacional. Sus rencillas internas y su falta de brújula los han llevado a peregrinar entre proyectos nacionales frustrados, que a veces han encarnado autócratas, en la mayoría de los casos militares, y en otras oportunidades aristocracias excluyentes, o una combinación de ambos. Lo que se puede observar en el curso tambaleante de los procesos de integración regional.


A falta de una cohesión nacional firme, incursionar en la globalización puede ser peligroso. Porque la gravitación de los grandes intereses globales puede destruir las bases con que se cuenta para construirla. Por ello resulta necesario que los venezolanos, y valga lo mismo para otros países de la región, nos afirmemos como tales.


Lo que requiere que dejemos de lado disputas subalternas y construyamos posiciones nacionales comunes capaces de ser contrastadas, presentadas y negociadas con los otros protagonistas de la globalización. Porque ésta última no es un proceso abstracto sin actores, sino tiene intereses muy concretos que se hacen valer y predominan si no hay interlocutores válidos.


Para aterrizar, mientras sigamos discutiendo solamente si el sucesor es Nicolás Maduro o Diosdado Cabello, o si ese no es el problema porque Henrique Capriles ya ganó, no seremos una nación sino un saco de gatos, Y en esas circunstancias toda aproximación a la globalización quedaría destinada al fracaso. Con el agravante de que una relación equivocada o débil ante ella nos condenaría al atraso, la entrega o a la disolución del proyecto nacional con el cual estamos en deuda.


El problema no es sólo de nosotros. Desde la independencia, a la mayoría de los países de América Latina les ha sido difícil definir un proyecto de nación. Ahora, cuando la globalización los obliga a hacerlo para no verse sometidos al triste destino de ser solamente unas factorías "off-shore", resulta necesario apelar a las reservas de entendimiento nacional para ser capaces de responder simultáneamente a los retos de la globalización y de la propia identidad.


Por ello no conviene adaptarse simplemente a los desafíos de la globalización, sino es preciso construir un ambiente pacífico y un consenso mínimo nacional en torno a cómo debemos relacionarnos con los otros. Definir si acaso estamos condenados al conflicto interno o si tenemos la capacidad de determinar quiénes somos y presentarnos ante el mundo con una señal de identidad. Única manera de sacarle partido a los posibles beneficios de la globalización.


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