lunes, 12 de marzo de 2012

El papel del Estado en la crisis contemporánea del capitalismo. “Clases y lucha de clases: El gran capital y los Indignados.

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Hace 3 décadas – 1980 – cuando emerge el neoliberalismo con la fuerza y fortaleza de las grandes revoluciones acontecimientos presentes en el escenario del “viejo” capitalismo industrial: la revolución tecnológica, la comunicación electrónica y la revolución en el transporte, la Sra Thahcher anunció al mundo la crisis “final” del Estado, después reafirmado por el Presidente de los Estados Unidos el Sr. Reagan: El Estado no es la solución, el Estado es porte de la crisis. Han pasado más de 30 años, tiempo neoliberal que ataca ferozmente contra el Estado, sin embargo, se produce el septiembre negro del 2008, que explotó la burbuja hipotecaria, reaparecen en el escenario mundial unos personajes enemigos, pero enemigos jurados del Estado, gritando que era hora que el Estado interviniera para “´parar” y dar una solución a la crisis antes que esta explote a nivel global. Ahora el Estado no era parte de la crisis, sino era parte de la solución. El Estado en los 30 años, siempre “estuvo allí”, - pero no en el lugar correcto – se movilizó entre el fin de la Bipolaridad y la Guerra Fría, el surgimiento de la Unipolaridad y la caída del Muro de Berlín – el Estado Corporativo Global – la crisis económico financiera mundial del 2008, el “retorno del Estado”, el “Cambio de Época” histórica la triple Crisis mundial, económico-financiera; cambio climático global – crisis del agua, crisis energética, alimentaria – y crisis de la Confianza social e institucional – la estallido social-político mundial de la Unipolaridad y el surgimiento del Multilateralismo, las economías BRIChS y el Poder Mundial de los Estados Regionales, descentralizados.


Quienes defendimos por décadas la vuelta del Estado, una mayor presencia en lo económico-financiero-comercial, que era tiempo que el Estado regulara la economía, que el Estado “gobierne” la globalización, nos acusaron e insultaron con el poder “inmaculado” de los medios de comunicación – la verdadera dictadura en el centro de la democracia – con todos los epítetos, calificativos existentes y al final simplemente nos descalificaron. Ahora ha pedido de sus más encarnizados enemigos, que – clamaron, gritaron, solicitaron, imploraron y también impusieron - la política global por la cual el Estado asumía la “solución” de la crisis estructural mundial, creada, originada por los propios enemigos del Estado. Sin embargo, lo incalificable, al final, es que el Estado se ubica al lado de sus eternos enemigos, - pero coyunturales, porque creyeron absolutamente en el “dios” mercado -, en el centro de las clases y lucha de clases en el escenario de la nueva sociedad civil, real, popular, democrática, es el propio Estado burgués – que reaparece, que retorna con todos sus males y defectos, tragedias y miserias, envanecido con los amores de sus críticos – El Estado, ahora que sirve absolutamente a los intereses de clase del gran capital global; pero, sobre todo, en tiempos de crisis, anomia social y violencia política, - nos damos tiempo - para avisar a los creadores de la Democracia, que los bancos son más peligrosos que los ejércitos, si se les deja controlar el poder y su “política” actual la “bancocracia”.



La Cumbre Iberoamericana. Paraguay 2011. La crisis económica impulsará el retorno, el regreso de la centralidad del Estado, como agente de desarrollo, consideran las naciones.

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Pero increíblemente desde ese septiembre negro hasta ahora cuantos miles de millones – billones- de dólares o de euros ha entregado el Estado – no su dinero, sino dinero de todos los ciudadanos, contribuyentes – el Estado corrompido, inmoral, ineficiente, armazón elefantiásico, burocrático – ahora “muy suelto de huesos” salía en defensa de sus verdugos, en defensa y protección del gran capital, se ubica al lado de los ricos, banqueros, piratas y gánsteres a darle un respiro al desastre de su salvajismo financiero-especulativo, primero y después a entregarle el dinero de los ciudadanos, para calmar la sed inmunda y brutal de la codicia, mafias criminales de los banqueros, financistas, prestamistas, de bancos, aseguradoras, bolsas, corporaciones- Ahora sí el Estado era importante, ahora sí sus verdugos de ayer, eran y son hoy sus idolatrados defensores, porque el salvataje, ajustes, reajustes y otras medidas son ya imposibles que calmen su sed de codicia que en definitiva los está conduciendo a un despeñadero y la destrucción de su propio sistema, y encima hoy están desmantelando social y políticamente la democracia, porque tampoco sirve para sus nefastos y salvajes intereses. El G-20, el Fondo Monetario Internacional, FMI, en general han sido actores secundarios. Es el Estado, el actor principal, central, el que debió asumir la “salvación” – para nosotros coyuntural - porque de esta crisis estructural – hoy policrisis – nadie los salva, quizás ellos mismos, pero serían capaces de renunciar a su sed de codicia, piratería y gansterismo.


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El Estado como motor del antídoto neokeynesiano contra la crisis.

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El papel del Estado en la crisis contemporánea del capitalismo.


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“Clases y lucha de clases: El gran capital y los Indignados. Sus militantes, Intelectuales, Sociólogos, Politólogos


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Adrián Sotelo Valencia.


Rebelión. Lunes 12 de marzo del 2012.



Indignados unos, decepcionados otros, se sorprenden de que el Estado contemporáneo despliegue su fuerza y poderío contra las clases explotadas y oprimidas de las sociedades en la defensa incondicional de los intereses generales del capital. Intelectuales, politólogos, sociólogos, militantes de partido y expertos en estos asuntos, ponen el grito en el cielo al constatar esta realidad, que expresa la profunda contradicción, y lucha, entre las clases sociales donde, hasta ahora, el gran ganador de la contienda desigual ha sido el gran capital que despliega sus políticas de ajuste estructural y de austeridad social en la defensa de sus tasas de lucro, de sus empresas y del sistema que reproduce sus intereses como clase dominante en lo económico, lo político y lo social.


Es esta una política global, una política de clase, que no conoce límites más que los que delimita los intereses del capital y de las clases dominantes que recurren a todo tipo de recursos, incluyendo la violencia, para conseguir sus objetivos. Hoy en día, esto se ve claramente en los países de la Unión Europea (UE), en especial, en los del Sur, en donde se han impuesto severas medidas de austeridad contra la población trabajadora y la ciudadanía en general en una verdadera orgía de incremento de los impuestos, como el impuesto al valor agregado, reducción de los sueldos y salarios, despidos masivos de personal, reducción del monto de las pensiones y aumento del tiempo para la jubilación; aumento del tiempo de trabajo, reducción de las prestaciones sociales, ataques a la educación y a la salud; disminución de los créditos para la adquisición de vivienda, liquidación y/o privatización de empresas públicas en ramos vitales como telefonía, electricidad, correos, etcétera.


Los clásicos del marxismo establecieron una concepción general, abstracta, del Estado capitalista como un instrumento de dominación y de sojuzgamiento de las clases explotadas y oprimidas de la sociedad por las fracciones minoritarias de las clases dominantes que —mediante distintos aparatos ideológicos, instrumentos e instituciones como son las cárceles, los destacamentos militares y paramilitares, las leyes y los ordenamientos judiciales, la escuela y los medios de comunicación de masas —, lo mantienen en su poder y le imprimen su lógica hasta el grado de sobre determinar la vida cotidiana de las personas.


Frente a aquéllas concepciones ideológicas, conservadoras y liberales del Estado, hay que subrayar que el sistema capitalista, en tanto modo de producción, de dominación y formación social, ideológica y jurídico-política, no podría existir sin la existencia y la permanente intervención del Estado. Este tiene como función esencial mantener el orden y extirpar a todos aquéllos individuos, fuerzas, poderes y contrapoderes que auspicien su caída o lo pongan en peligro.


Si bien el Estado, en determinadas coyunturas histórico-políticas, asume —y puede asumir una cierta autonomía relativa frente a las clases sociales o, aparentemente, por encima de ellas (a lo que aluden las nociones de cesarismo y bonapartismo)—, sin embargo, históricamente su papel es mantener funcionando, aunque contradictoriamente y con dificultades, al sistema del capital mediante la reproducción de sus componentes básicos como son la propiedad privada de los medios de producción y de consumo, la garantía de mantener el régimen de explotación del trabajo por el capital, la preservación de las economías de mercado y del trabajo asalariado; en una palabra, para decirlo sintéticamente con István Mészáros, con el fin de garantizar las mediaciones de segundo orden del modo de control metabólico social del capital , que corresponden a la reproductibilidad esencial del capitalismo para la producción de valor, de plusvalía y de ganancias. El autor concluye que, a través de estas mediaciones de segundo orden, todas las funciones primarias (como por ejemplo la naturaleza, la población, la familia y la comunidad, la cultura, el arte y el ocio) del metabolismo social en general, se ven alteradas con el fin de ajustarlas y someterlas a las necesidades de auto-expansión del sistema, que es un sistema fetichista y alienante que debe subordinar absolutamente todo al imperativo de la acumulación y reproducción del capital. De aquí que el sistema político y económico de éste último es absolutamente intolerante con todas aquéllas formas de producción, de organización de la vida social y comunitaria, auto-gestivas, que no se dobleguen a las "reglas del juego" que dictan el mercado y el Estado, que es también un Estado capitalista. Ciertamente, pueden "coexistir en determinados tiempos y espacios con él; pero tarde o temprano, éste reacciona y termina por subsumirlas realmente bajo sus condiciones mercantilistas y depredadoras. Pero cuando éstas no se logran imponer por métodos "persuasivos", de consenso, entonces utiliza la violencia física, psíquica y la represión hasta que las logran controlar y desvanecer.


Dentro de la dominación general que garantiza el Estado, cabe destacar el papel de la ideología y de los medios de comunicación como verdaderos artífices y trasmisores de la ideología de las clases dominantes, nacionales e internacionales. El objetivo de la primera es domesticar y/o neutralizar la conciencia de clase de las masas para amoldarla e identificarla con los valores centrales y principios de la sociedad burguesa, de tal manera que las personas pierdan la iniciativa de transformación del orden, porque piensan que éste es, en sí mismo, "suficiente" para "resolver" y "satisfacer" sus problemas y necesidades.


En tanto que los medios de comunicación e información de masas —controlados y manipulados electrónicamente— tienen como fin construir y presentar mediáticamente al mundo capitalista como el único posible, sin el que no son, siquiera, concebibles otras formas de vida, de trabajo y de existencia humana. Se trata de convencer a la gente de que los principios de la competencia entre los seres humanos, la "destrucción creativa" de empresas, hombres y naturaleza, el individualismo, el egoísmo, el racismo y el instinto de supervivencia, constituyen los ejes motores de toda acción humana que son perfectamente compatibles con el orden establecido por el sistema capitalista. ¡Que todo es cuestión de tiempo y de paciencia!


Es este el contexto general que justifica que la crisis del capital —producto de fuertes contradicciones y desequilibrios macroeconómicos y sociopolíticos— es una condición necesaria, aunque "dolorosa", para preservar el desarrollo del capitalismo. En este sentido, los ideólogos del sistema, sean miembros del Estado o de la burguesía, de sus aparatos de dominación o de los partidos políticos, siempre hablan de esta crisis y la caracterizan como un "mal necesario" de la humanidad; pero que, sin embargo, es controlable y factible de ser superada. De esta manera se empañan los proyectos y las iniciativas de las clases subalternas, populares y obreras, para luchar por una alternativa frente a una crisis que es sistémica e inexorable. Aquí el Estado burgués desempeña, junto con los organismos proto-capitalistas e imperialistas, como el FMI y el BM, un papel esencial durante las crisis que son cada vez más recurrentes, profundas, prolongadas y, como hoy se estila decir, sistémicas: porque operan como un mecanismo consubstancial de su funcionamiento.


La crisis actual del capital, como hemos sostenido en otras ocasiones, se deriva de las dificultades para producir plusvalor en la escala suficiente que requiere el sistema para reproducirse en escala ampliada. Al no conseguirlo, masas crecientes de recursos financieros y humanos se concentran en las arcas de los bancos, de las bolsas de valores, en las inmobiliarias y compañías de seguros, etc. para conseguir su "valorización" ficticia ampliando, de este modo, la concentración y centralización del capital en unas cuantas manos (el 1% de la humanidad) que se enriquecen día a día a costa de castigar severamente las condiciones generales de vida, ambientales y de trabajo de la población.


Entre otros autores que se han ocupado del tema, David Harvey menciona que el capital ficticio tiene un valor en dinero nominal y respalda su existencia en documentos —como pueden ser los bonos del tesoro— pero que, en un momento dado en el tiempo, carece de respaldo en términos de la actividad productiva real o de activos físicos colaterales. Sin embargo, para un capitalista especulador su riqueza es tan tangible y material como la que produce millones de trabajadores, los cuales, por supuesto, no la poseen ni la hacen en su beneficio, sino para los intereses de los no trabajadores.


En la coyuntura actual de la crisis internacional del capital, el papel del Estado ha sido, ¡y es!, la de dejar intocada esta situación —incluso: salvaguardarla— para coadyuvar a fortalecer al capital ficticio con una serie de medidas y políticas de cuño neoliberal que protegen los intereses de las clases parasitarias del mundo y castigan los ciclos productivos y los procesos de trabajo encaminados a la producción de valor y de plusvalor.


Se preguntará, entonces, a quien conviene un esquema de esta naturaleza, y la respuesta es que para el capital en general no es importante donde se invierta, sino estratégicamente en donde puede hacerlo para obtener beneficios ilimitados, no importando si esto lo hace en la industria de armamentos, en la destrucción de la naturaleza o en la producción de transgénicos o, finalmente, en la bolsa de valores o en la venta de cosméticos.


El sistema capitalista neoliberal actual es enteramente favorable para alcanzar estos objetivos en la economía mundial, porque es justamente el capital ficticio, es decir, el capital financiero especulativo, el que mantiene el predominio —frente a otras fracciones del capital. Y si bien no crea riqueza, ni empleos productivos, ni remuneraciones para los trabajadores, y es enteramente responsable de las bajas tasas de crecimiento del capitalismo en su actual fase neoliberal, sin embargo, sí produce ganancias para sus ricos poseedores y para ello cuenta con el apoyo incondicional del Estado.


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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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