“Pese a la magnitud de esta crisis que adquiere ribetes de ser la mayor en 100 años, nadie puede pensar que el capitalismo se batirá en retirada. El capitalismo 3.0. Si Keynes inventó el capitalismo 2.0 y demostró la eficacia que había en un desarrollo de economía mixta, ahora es posible que nazca el capitalismo 3.0 con una mayor participación de los gobiernos y una globalización que defienda los intereses de los países y sus trabajadores, porque al fin de cuentas, hay que reconocer que la globalización desregulada y desordenada le está pasando una cuenta pesada a todo el planeta. Si bien una cosa es que se demuestre el engaño de mucha teoría económica que quiso ser absolutista y fanática del libre mercado y el laissez-faire; otra es que se considere a toda la teoría económica como falaz. Pensar, como sostuvieron algunos a partir de 1947, que la clave estaba en el crecimiento constante de la cantidad de dinero, es decir, que había que mantener imperturbable la impresión de billetes con el rostro de George Washington para estabilizar la economía, es de un reduccionismo caprichoso y extremo. Tal como decir que la tarea del capitan del Titanic era mantener el barco a flote, aunque se estuviera yendo a pique.
Lo interesante del caso es que hace exactamente 80 años pasamos por lo mismo. Hasta ese momento, la teoría económica enfatizaba los principios del libre mercado y el laissez-faire. Según estas ideas, los mercados son perfectos y los gobiernos no. Había que dejar libre al mercado y corriendo en su paraíso desregulado para que la economía funcionara y se vieran los frutos del crecimiento, el empleo y la distribución del ingreso. Como ya sabemos, en 1929 se produjo lo que no podía ocurrir según esa teoría. Y la economía se fue a pique por cuatro largos años. Hasta ser salvada por las ideas de Keynes. Keynes escribió de esta posibilidad en 1919, en su obra Las consecuencias económicas de la paz. Pero la euforia de esos años locos no tomaron en cuenta estas nuevas ideas que comenzaron a aplicarse quince años más tarde. Su propuesta del intervencionismo de Estado para controlar las perturbaciones que podían ocasionar grave daño al empleo y a la economía, permitieron rescatar al capitalismo en los años 40 y dar al mundo cuatro décadas de impulso y desarrollo. Como ha dicho Paul Krugman: “Keynes vino a salvar al capitalismo, no a hundirlo”.
Curiosamente, fue la yihad nacida en 1947 la que hizo más por hundir al capitalismo al pensar que la economía es autorregulable y que los mecanismos estabilizadores están en las herramientas tecnocráticas de la política monetaria: el manejo de la cantidad de dinero y la tasa de interés. Esto es lo que los banqueros centrales vienen haciendo desde agosto de 2007 (18 meses), sin que la economía haya logrado una mínima recuperación. La enseñanza que deja todo ésto es que los mercados no pueden funcionar por sí solos; que hay que aplicar leyes y mecanismos reguladores para frenar los abusos y las torpezas llamadas eufemísticamente fallas de mercado. El capitalismo 3.0 deberá pasar la prueba y ofrecer rendimientos aceptables y sustentables en el tiempo, ampliar su rango de perspectiva e incluir la ética entre sus principios” Texto de febrero del 2009 cuando aun había esperanzas de planificar políticas centrales, políticas de Estado, para encontrar o construir el camino de alternativas y sacar del fondo del abismo al capitalismo, pero como ven todo se vino al despeñadero político y hoy agoniza en cuidados intensivos.
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Capitalismo 3.0: El fin de la globalización democrática.
“¿Globalización democrático hubo en algún momento del tiempo histórico y político de los últimos 30 años de capitalismo salvaje?.
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Democracia política vs. turbocapitalismo es una dicotomía que genera debate desde el comienzo de la revolución de la información, que facilitó las condiciones para la expansión geométrica del dinero. ¿Hay opciones para salir de la crisis?
Por Gustavo Fiuma.
Gaceta Mercantil.com Viernes 13 de abril del 2012.
“Crisis, ¿qué crisis?” era el irónico título de un álbum de la banda británica de rock progresivo “Supertramp” allá por mediados de los ’70 (en la tapa del viejo “longplay” había un hombre sentado tomando sol en su reposera en medio de un caos de contaminación, fábricas, etc.).
Hoy pareciera que algunos funcionarios y dirigentes, sobre todo de la Unión Europea, intentan convencer a los inversores y a sus ciudadanos que lo peor ya pasó, mientras siguen lanzando ajuste tras ajuste.
Con lo visto hasta ahora en las últimas cuatro décadas y sobre todo en los últimos años, a los analistas internacionales les quedan pocas dudas de que la democracia actual se vio superada por la dinámica de las finanzas internacionales.
Si hay un “leitmotiv” que ha enlazado las últimas grandes crisis del capitalismo (la crisis de la deuda en Latinoamérica de los ‘80, la crisis financiera asiática de 1997 y, especialmente, la crisis económica actual) es la antítesis entre un mercado global y una legislación que termina ahí donde empieza la frontera del estado vecino. Los ciudadanos son fieles testigos, impotentes, de como la capacidad de decisión de los gobiernos cede progresivamente ante los imperativos de los bancos de inversión, las multinacionales y las instituciones financieras internacionales.
Cada vez son más las voces, sin embargo, que claman a favor de un giro de 180 grados en la integración económica global, y no se trata sólo de movimientos sociales, sino de expertos y economistas que hasta hace unos años apostaban firmemente por los beneficios de la globalización sin trabas.
Todo parece indicar que el gran reto del siglo XXI será reconciliar la profunda integración de las economías mundiales y la recuperación de la legitimidad ciudadana para avalar democráticamente el proceso de globalización económica. Pero, en el actual contexto ¿qué opciones son viables? ¿Es posible un gobierno global, con instituciones de control vinculantes, que regule las transacciones financieras y la circulación de capitales? ¿O la única manera de recuperar el control democrático de la economía es volver a la preponderancia de los estados-nación?
De estas y otras cuestiones se ocupa el economista y profesor de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik, en su último trabajo "La Paradoja de la globalización", cuya tesis principal plantea que la globalización máxima y la democracia son irreconciliables.
Rodrik hace un interesante repaso de la historia económica, desde el mercantilismo del siglo XVII hasta la caída del legendario banco de inversión norteamericano Lehman Brothers, para sostener su tesis. Desde esta perspectiva histórica se constata que la globalización económica no ha sido un proceso único, lineal e irreversible que se inició con el comercio trasatlántico, como se ha tendido a pensar. A lo largo de los últimos 200 años se han producido diferentes olas globalizadoras, que se han sostenido sobre cimientos bien diferenciados y que han fracasado debido a debilidades también genuinas.
Para entender los puntos fuertes y débiles de los procesos de globalización, incluyendo el actual, es imprescindible tener en cuenta una herramienta teórica fundamental en economía internacional, surgida en los años 80’ a partir de los trabajos previos de los economistas Robert Mundell, de la Universidad de Columbia, y Marcus Fleming, director del Departamento de Investigación del FMI. Se trata de la “Trinidad” imposible, o un trilema de la economía internacional.
Para ilustrar estos conceptos, resulta útil ver cómo ha evolucionado el trilema a lo largo de la historia económica reciente. Tras la etapa de intenso proteccionismo y recesión que significó el período de entre guerras (1918-1939), y pasado el conflicto de la Segunda Guerra Mundial, el Mundo vivió una era de crecimiento sostenido sin precedentes entre 1945 y 1971.
Esta etapa se dio bajo el manto de los acuerdos de Bretton Woods de 1944, donde los líderes de los países desarrollados pactaron el funcionamiento de la economía mundial y crearon una serie de instituciones de alcance internacional con el objetivo de velar por ella: el GATT (padre de la actual Organización Mundial del Comercio, OMC), el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Para los expertos, durante esta etapa la economía global funcionó mientras se mantuvo el siguiente equilibrio:
1. Control de capitales. Los Estados ejercían control y grababan las transacciones financieras. Esta fue una condición básica para elaborar el nuevo escenario económico en tanto que los líderes de Bretton Woods relacionaron la libre circulación de capitales con la volatilidad excesiva de las monedas nacionales, lo cual repercutió sobre la estabilidad del crecimiento económico y fue una de las causas de la crisis financiera de 1929 y la posterior recesión.
2. Tipo de cambio fijo. Las monedas nacionales mantenían una paridad fija con el dólar, que era la moneda de referencia. A su vez, el dólar mantenía una paridad fija con el oro: concretamente, 1 onza de oro equivalía a 35 dólares.
3. Política económica independiente. Inspirados por los cimientos del keynesianismo, la doctrina económica que dominó entre los años 30 y los 70, la prioridad de los estados y de las instituciones internacionales creadas en Bretton Woods fue la de asegurar el crecimiento económico y el pleno empleo de los países, para generar un “estado de bienestar” que alejara a las masas de las tendencias totalitarias que hicieron estragos en los años ‘30. Esto es lo que llamaron el “contrato social” o “pacto intergeneracional de la post-guerra”.
De esta manera, la política doméstica pasó a ocupar el primer lugar en las prioridades de la economía internacional. Por este motivo es imprescindible el control de capitales, ya que para que los Estados tengan control completo sobre sus economías es una condición “sine qua non” que los flujos de capital estén regulados.
Tanto los historiadores como los economistas destacaron que el objetivo estratégico de Bretton Woods era, a grandes rasgos, no cometer los mismos errores que durante el periodo de entre guerras, el cual había sido el escenario que propició el ascenso de los totalitarismos. Sostiene que este objetivo se cumplió.
Un trabajo de los economistas Carmen Reinhart, de la Universidad de Maryland, y Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, titulado “This time es different”, muestra la relación entre el nivel de movilidad de capitales y el porcentaje de crisis financieras.
Entre el período anterior y posterior a 1945 hubo una diferencia significativa. Durante la etapa de Bretton Woods la movilidad de capital restringida, sumada también a la ausencia de choques externos (precios del petróleo estables, inflación controlada y tipo de cambio fijo) resultó en el período con menos crisis financieras de la historia reciente.
Pero si el pacto de Bretton Woods funcionó relativamente bien, ¿por qué acabó rompiéndose? El crecimiento económico sostenido en prácticamente todos los países impulsó un incremento del comercio mundial y de las transacciones entre diferentes monedas.
Indirectamente, este mayor intercambio de bienes acabó apoyándose en un creciente sector financiero y de servicios, que se estableció en las ciudades de Nueva York y Londres (la movilidad de capitales asciende progresivamente a partir del 1945).
Por otra parte, a principios de los años ‘70 los Estados Unidos se mostraron incapaces de seguir manteniendo la paridad fija entre el dólar y el oro por varias razones: el incremento del déficit fiscal y comercial debido al gasto ocasionado por la prolongada Guerra de Vietnam, y la caída progresiva de las reservas de oro, en gran parte por la compra masiva de oro por parte de especuladores financieros a partir de 1968.
El problema de los tipos de cambios fijos es la credibilidad: cuando un banco central o un gobierno mantiene un tipo de cambio fijo debe ser capaz de vender esa confianza a los inversores y a los otros gobiernos. Una economía deficitaria, en recesión y con desempleo creciente, como la estadounidense a fines de los años ‘70, era muy poco creíble que pudiera mantener una paridad con el oro exactamente igual que diez años antes, cuando el país crecía y tenía superávit. Por las fuerzas naturales de la economía el dólar debía devaluarse, es decir, adaptar su valor a las nuevas condiciones macroeconómicas. Y así lo hizo el presidente Richard Nixon el 15 de agosto de 1971, rompiendo así uno de los tres pilares macroeconómicos de Bretton Woods.
Desde entonces, el escenario macroeconómico ha cambiado. A partir de los años ‘70, y especialmente entre la década de los ‘80 y los ‘90, las economías occidentales se han abierto completamente a los flujos de capital y han dejado flotar su tipo de cambio libremente. La consecuencia ha sido lo que Rodrik llama la “hiperglobalización”, la integración máxima de las economías mundiales.
La muerte de Bretton Woods significó también la muerte del keynesianismo como doctrina dominante y el triunfo de las teorías monetaristas de la Escuela de Chicago, liderada por George Stigler y Milton Friedman.
La consecuencia, a nivel de la economía internacional, fue el cambio en las agendas de los estados: priorizar el pleno empleo y el crecimiento económico ya no era el objetivo, sino que, por encima de todo, se buscó la integración económica. Así pues, los mercados y no los estados han sido los responsables de la distribución eficiente de recursos desde los años ‘80. Los países que han seguido este juego, la mayoría de los occidentales, se han tenido que poner una "camisa de fuerza dorada" (“golden straight Jackets”, en palabras de Rodrik) para adaptar el nuevo orden económico a todos los niveles, incluyendo el estado de bienestar, las políticas de empleo, el mercado laboral, etc.
La conclusión sería que se ha renunciado a la política doméstica a cambio de la integración económica. Rodrik actualiza el trilema de la economía internacional y lo convierte en el trilema de la economía política.
Ante esta situación, el economista de Harvard afirma que se puede escoger entre tres modelos:
1. Modelo de hiper-globalización, como el que han seguido las economías occidentales a partir de los años ‘80. Se renuncia a la democracia.
2. Modelo de Bretton Woods, el cual no ha muerto del todo. China, por ejemplo, país que ha llegado a crecer a tasas del 13% en los últimos años, ha aplicado y aplica un estricto control de capitales y mantiene su moneda fija en relación con el dólar. Se renuncia a la hiper-globalización.
3. Modelo de gobierno global. Sin duda la opción más utópica, ya que significaría que todos los Estados del mundo renunciaran a su soberanía. Quizá la Unión Europea sería, salvando las distancias, lo que más se parece, hoy por hoy, a esta opción. Se renuncia a la autodeterminación nacional (modelo de nación-estado tradicional).
Lo que está claro es que no hay un solo modelo de globalización y que el actual dista mucho de ser el más adecuado. Ya avanzaremos sobre la propuesta de Rodrik y otras opiniones.
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