“Cabe hacer una acotación respecto a la noción de universidad o
educación a distancia: si bien las tecnologías de la información y la
comunicación contribuyen a la masificación del conocimiento y a acercar el
proceso de enseñanza/aprendizaje a amplias capas de la población
que padecen la exclusión social en los sistemas educativos
tradicionales, la educación a distancia es un complemento a la universidad
presencial y no su sustituto. Con la universidad en línea es posible
llegar a poblaciones rezagadas que, en su momento, no disfrutaron del derecho
a la educación, sea por falta de ingresos, tiempo, motivación o
disposición. Mujeres que interrumpieron
su formación escolar ante la maternidad prematura; jóvenes que se vieron obligados a incorporarse al campo
laboral y que cancelaron o postergaron sus expectativas educativas; personas adultas que abandonaron, desde su
juventud, la posibilidad de formarse; y demás aspirantes rechazados en los procesos de admisión
de las universidades públicas, tienen ante sí la oportunidad de retomar sus
estudios con las ventajas que ofrece la educación en
línea en cuanto a tiempos y formas de aprendizaje flexibles y adaptables.
"Más aún, estas tecnologías contribuyen a la difusión masiva del
conocimiento. A través del llamado acceso libre, es
posible poner al alcance de la humanidad invaluables acervos científicos,
humanísticos y artísticos que ofrecen respuestas en torno a los grandes
problemas mundiales. Sin
embargo, con la pandemia del Covid-19 se atiza la obsesión por prefigurar
una ciudad virtual que no solo apela al distanciamiento físico,
sino al distanciamiento en las formas de socialización.
Entronizando con ello la atomización de la sociedad y el individualismo
hedonista.
“El conocimiento es,
por su propia esencia, una construcción social; un proceso colectivo
de creación que amerita de la interacción y cercanía con los otros. No es una labor estereotipada de individuos
aislados en un laboratorio y al margen del mundo externo u
orientada al seguimiento de ciertos protocolos. Existe una estrecha interacción
gnosia/praxis, que adquiere el carácter de totalidad articulada en
cuanto se construyen diálogos multidireccionales
y se conforma la noción de comunidad académica con miras a crear
significaciones que configuran el sentido de la realidad a través de un lenguaje dotado de conceptos y categorías. Ese lenguaje
solo es posible crearlo en interacción con «el
otro» y en el marco de un proceso de sensibilización
y empatía que amerita de la cercanía física y que, además, en el
caso de las universidades, precisa de la fusión
de la docencia y la investigación, en tanto
mancuerna indisoluble que le da forma al conocimiento y a su transmisión”.
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La ignorancia tecnologizada al asedio de la Universidad.
***
LA PANDEMIA Y LA IGNORANCIA TECNOLOGIZADA
AL ASEDIO DE LA UNIVERSIDAD.
*****
Isaac Enríquez Pérez. |25/25/2020 | Conocimiento
Libre.
Fuentes Rebelión jueves 25 de junio del 2020.
Formada en Europa a lo largo del siglo X como una
organización –si bien bajo el control de la iglesia católica– orientada a la sistematización del conocimiento,
y consolidada durante los siglos XVIII y XIX como un bastión de la reflexión
y el pensamiento crítico y anticlerical, la universidad contemporánea –al
menos desde la década de los setenta del siglo XX– está bajo el acecho del burocratismo,
la corrupción, los intereses creados, la instauración de un pensamiento
hegemónico neoconservador y postmoderno, el negacionismo, y de la ultra especialización
de sus disciplinas y saberes compartimentalizados.
A estas amenazas se suman varias crisis; a saber:
a) los recortes presupuestales, que se traducen en
una privatización de facto de la universidad
pública y en una reconversión silenciosa del derecho ciudadano a la educación
en un servicio orientado a los usuarios o consumidores.
b) El fundamentalismo de mercado no
solo se expresa en la disciplina fiscal y en el «austericidio» de la
universidad pública, sino en la sutil irradiación de una racionalidad
tecnocrática que privilegia el individualismo y la gestión empresarial
(la supuesta meritocracia que priva en las evaluaciones y acreditaciones del
trabajo académico).
c) La mercantilización de
la ciencia y de los saberes y su despojo como bienes públicos globales, con
miras a conformar un paradigma tecnocientífico sujeto a la rentabilidad de las
grandes corporaciones.
d) La precarización de
sus relaciones laborales en las universidades; especialmente de aquellos
académicos que laboran por horas y bajo contratos temporales. Y
e) la crisis epistemológica, que se
cierne sobre las formas convencionales de construcción y transmisión del
conocimiento, y que se origina en la fragmentación y dispersión de los
saberes, así como en el fin de las certidumbres y en las cegueras
del conocimiento.
No bastando las grises nubes que posiciona la
tecnificación del conocimiento
y la trivialización de valores como la verdad, en los escenarios abiertos por
la crisis epidemiológica contemporánea, resalta la difusión e imposición de
la formación universitaria telemática como un mecanismo
para evitar contagios tras la irradiación del coronavirus SARS-CoV-2.
Países europeos como Italia y España anuncian la extensión de la actividad
docente en línea para el próximo curso académico. Incluso, universidades
estadounidenses y de otras latitudes anuncian el retorno a las aulas
presenciales hasta el año 2022, aún sin existir riesgos epidemiológicos.
Cabe hacer una acotación respecto a la noción de
universidad o educación a distancia:
si bien las tecnologías de la información y la comunicación contribuyen a la
masificación del conocimiento y a acercar el proceso de enseñanza/aprendizaje
a amplias capas de la población que padecen la exclusión social en los sistemas
educativos tradicionales, la educación a distancia es un complemento a la universidad
presencial y no su sustituto. Con la universidad en línea es posible llegar
a poblaciones rezagadas que, en su momento, no disfrutaron del derecho a la
educación, sea por falta de ingresos, tiempo, motivación o disposición. Mujeres que interrumpieron su formación escolar ante
la maternidad prematura; jóvenes que se
vieron obligados a incorporarse al campo laboral y que cancelaron o
postergaron sus expectativas educativas; personas
adultas que abandonaron, desde su juventud, la posibilidad de formarse; y
demás aspirantes rechazados en los procesos
de admisión de las universidades públicas, tienen ante sí la oportunidad de
retomar sus estudios con las ventajas que ofrece la educación
en línea en cuanto a tiempos y formas de aprendizaje flexibles y
adaptables.
Más aún, estas tecnologías contribuyen a la
difusión masiva del conocimiento.
A través del llamado acceso libre, es posible poner al alcance de la humanidad
invaluables acervos científicos, humanísticos y artísticos que ofrecen
respuestas en torno a los grandes problemas mundiales.
Sin embargo, con la pandemia del Covid-19 se atiza
la obsesión por prefigurar una ciudad virtual que no solo
apela al distanciamiento físico,
sino al distanciamiento en las formas de socialización. Entronizando con
ello la atomización de la sociedad y el individualismo hedonista.
El conocimiento es, por su propia esencia, una construcción social; un proceso colectivo de creación que
amerita de la interacción y cercanía con los otros. No es una labor
estereotipada de individuos aislados en un laboratorio y al margen del
mundo externo u orientada al seguimiento de ciertos protocolos. Existe
una estrecha interacción gnosia/praxis, que adquiere el carácter de
totalidad articulada en cuanto se construyen diálogos
multidireccionales y se conforma la noción de comunidad académica
con miras a crear significaciones que configuran el sentido de la realidad a
través de un lenguaje dotado de conceptos y
categorías. Ese lenguaje solo es posible crearlo en interacción con «el otro» y en el
marco de un proceso de sensibilización y empatía que amerita de la cercanía
física y que, además, en el caso de las universidades,
precisa de la fusión de la docencia y la investigación, en tanto
mancuerna indisoluble que le da forma al conocimiento y a su transmisión.
La interacción física es fundamental en la relación
docente/estudiante y estudiante/estudiante, pues reproduce simbólicas y pautas de convivencia
que, con mucho, trascienden lo estrictamente escolar. Los debates colectivos
en el aula, en los pasillos, en los espacios comunes de las universidades, son cruciales para la construcción
de conocimiento y para la formación de la
ciudadanía.
La instauración masiva de la universidad a
distancia supone aislar al estudiante en una habitación, acompañado de una pantalla que, si bien
crea acción social desanclada de la presencia física en un espacio determinado,
no trasciende a una lógica de comunicación multidireccional y a prácticas
colectivas que permitan la deliberación razonada más allá de lo
efímero y de las ansiedades que genera. En ese sentido, la universidad a distancia forma parte del llamado Screen
New Deal y de la reproducción de relaciones de poder
asimétricas, asociadas con el nuevo patrón de acumulación
bio/tecno/científico.
La universidad, históricamente, fue la trinchera para luchar –a través de las ideas– contra los dogmatismos
teológicos, los totalitarismos, el racismo, la inequidad de género, y el
carácter excluyente del capitalismo. Sin embargo, ante la bioseguridad,
el higienismo y el Estado sanitizante que
le es consustancial, el pensamiento crítico emanado de las universidades
prácticamente está adormecido, domesticado y postrado; vaciado de
contenido ante la andanada del apocalipsis mediático (https://afly.co/7td3),
la desinfodemia y el asalto al conocimiento razonado
(https://afly.co/7tx3)
que sobredimensionan los rasgos e impactos de la pandemia. Esto
significa que, en medio de una nueva crisis civilizatoria, la universidad está ausente de los contrapesos que es
necesario anteponer a los dogmatismos contemporáneos, a la industria
mediática de la mentira y a la construcción de infraestructura para la
biovigilancia a través de la alta tecnología (inteligencia
artificial, la nube virtual, el Internet 5G y la robotización).
El aprendizaje remoto es una de las
tendencias que se aceleró con el advenimiento de la pandemia
del Covid-19. La infraestructura digital para la conectividad es
parte consustancial de ello. Sin embargo, como la tecnología no es
neutral, está anclada a la contradictoria y desigual
estructura de poder y riqueza.
Junto
con las consecuencias sanitarias y económicas, comienzan a hacerse patentes
otros efectos de la pandemia de la COVID-19. Uno de ellos es la vulneración del
derecho a la educación.
***
El problema de la universidad
ante la gran reclusión,
radica en la incapacidad de la primera para organizar, de manera
sistemática, la reflexión en torno a los problemas públicos
contemporáneos. A contracorriente de su milenaria
historia y de su crítica a los
poderes fácticos, la universidad contemporánea sucumbe
ante sí misma y orienta sus energías, confrontaciones e intereses facciosos
a erradicar el pensamiento crítico y la construcción de alternativas
y de vanguardias teóricas, artísticas, humanísticas e
ideológico/políticas. Subyugada por las tecnocracias universitarias
y por los laberintos y látigos del mercado, la universidad rompe con su esencia y funciones
históricas, al tiempo que instaura e institucionaliza la ignorancia tecnologizada en sus entrañas.
Semilleros de teorías críticas y de tradiciones de
pensamiento; templo de
la duda y el cuestionamiento respecto al statu quo;
formadora de élites políticas, artísticas e intelectuales; hábitat
natural del estudiantado como forma de vida;
y escenario de la innovación científica y tecnológica, la universidad es
amenazada por la masiva digitalización del proceso de enseñanza/aprendizaje
A su vez que se enfrenta a los riesgos y ansiedades que gesta y
despliega el ciberleviatán, el panóptico digital y
el régimen bio/tecno/totalitario, que apuestan por anteponer las emociones a la razón
y por controlar los cuerpos, la mente y las conciencia en el contexto de
la era post-factual.
Si bien las tecnologías contribuyen a solucionar problemas públicos,
cabe enfatizar que tampoco son la panacea, ni todas las soluciones atraviesan por el tamiz tecnológico.
Por el contrario, su uso indiscriminado puede abrir otros problemas públicos
que ahonda los abismos sociales y exacerban las desigualdades. La universidad a distancia no
marchará al margen de esas tendencias y de procesos más amplios como la
(re)concentración del conocimiento y del poder derivado de su posesión y uso.
En su obra La metafísica de la juventud, el filósofo alemán Walter
Benjamin habló de la unidad
de la conciencia y la voluntad contestaría que se forman en
la época estudiantil. Alcanza a observar que en las universidades
berlinesas de principios del siglo XX predomina la desvinculación del
aparato profesional respecto a los saberes y que la vida estudiantil es
mermada por la miseria espiritual. Hoy en día no estamos al margen de
estas acechanzas.
Coronavirus, fallos prospectivos y cuando el futuro nos alcanza.
***
El carácter distante y efímero que genera en sus
ambientes la educación a distancia puede
exacerbar estas miserias y acentuar la ignorancia de los estudiantes y la
petrificación de los docentes. Ello
no solo es un riesgo para la formación escolar y el ejercicio profesional,
sino para la misma construcción de la cultura
ciudadana y la resolución de los
problemas públicos. Reivindicar críticamente y al margen de intereses creados la
noción de universidad y sus funciones clásicas,
no solo implica colocar en su justa dimensión la digitalización –en tanto un complemento–, sino erradicar
el mantra del mercado como único camino.
De lo contrario, la humanidad no contará con
los instrumentos mínimos para enfrentar problemas globales como las epidemias
–cada vez más recurrentes y desconocidas–, el colapso
climático que amenaza con la extinción de las poblaciones humanas, y los riesgos propios del cambio de ciclo histórico que se
avecina (https://afly.co/7tg3).
ISAAC ENRÍQUEZ PÉREZ. Académico en la Universidad
Nacional Autónoma de México. Twitter: @isaacepunam
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