“Las ideas de superioridad de la raza blanca para explicar y
justificar el imperialismo moderno fueron moneda común durante
el siglo XIX en ambos lados del Atlántico, generaciones antes
que apareciera la excusa del comunismo. Las ideas de superioridad de la raza blanca para
explicar y justificar el imperialismo moderno fueron moneda común durante el
siglo XIX en ambos lados del Atlántico, generaciones antes
que apareciera la excusa del comunismo. En
Estados Unidos, las justificaciones científicas eran necesarias para
mantener a su numerosa población negra (primero como esclavos y
luego como ciudadanos segregados) en el lugar que supuestamente les
correspondía según las reglas del orden, la civilización y el progreso”.
“Ya
avanzado el siglo XX, los memorandos y los informes de diferentes
políticos, senadores y embajadores continuaron con esa tradición. El
jefe para América Latina y eventual embajador, Francis White, durante
décadas escribió reportes y dio conferencias a futuros diplomáticos explicando
que “con algunas excepciones, los gobiernos de América latina, sobre todo aquellos en los trópicos, poseen
muy poca sangre blanca pura y mucha deshonestidad”. Para White,
Ecuador era un país retrógrado porque tenía “apenas cinco por ciento de sangre blanca; el
resto son indios o mestizos”. Su consejo a los futuros cónsules
y embajadores que lo escuchaban en una conferencia en 1922 fue: si les
toca un país de indios, sepan que “la estabilidad política está en proporción directa
a la cantidad de blancos puros que ese país posea” Según
Grant, y según muchos otros, la raza blanca ha sobrevivido en Canadá, en
Argentina y en Australia gracias a que ha exterminado
a las razas nativas. Si la raza superior
no extermina a la inferior, la inferior vencerá”.
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Fuentes: Rebelión - Foto:
Grupo asociado al Ku Klux Klan en Alemania.
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LAS RAÍCES ESTADOUNIDENSES DEL NAZISMO.
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Jorge Majfud. | 8/06/2020 | Opinión.
Rebelión
lunes 8 de junio del 2020.
Las
ideas de superioridad de la raza blanca para
explicar y justificar el imperialismo moderno fueron moneda común durante el
siglo XIX en ambos lados del Atlántico, generaciones antes que
apareciera la excusa del comunismo. En Estados Unidos las justificaciones
científicas eran necesarias para mantener oprimida a su numerosa población negra.
“Si eres rubio, perteneces a la mejor gente de
este mundo. Pero todo se terminará contigo. Tus antepasados han cometido el
pecado de mezclarse con las razas inferiores del sur. Como
resultado, las mejores cualidades de los rubios, pertenecientes a la raza
creadora de la mejor cultura, se ha ido corrompiendo, sobre todo aquí, en
Estados Unidos”.
Así
comienza el New York Times su artículo destacado del 22 de
octubre de 1916 basado en el nuevo libro de Madison Grant The
Passing of the Great Race (El
final de la Gran Raza) quien, “en palabras mucho más científicas”, alerta
del fin de la raza rubia a manos de los blancos de pelo
castaño y, peor, de los de pelo castaño de piel oscura. Según el
autor, el problema de los nórdicos era que no disfrutaban del frío y preferían
el calor y la calidez soleada del sur, pero sólo podían subsistir en estas
regiones tropicales como dueños de las tierras sin tener que trabajarlas. Los
habitantes de India hablan la lengua aria pero
su sangre ha perdido la calidad del conquistador. El autor, en una de
sus conclusiones más moderadas, descubre que la solución está en las prácticas
del pasado.
“Ninguna
conquista puede ser completa si no se extermina a las razas
inferiores y los vencedores llevan a sus
mujeres con ellos… Por estas razones, los países
al sur del cinturón negro de Estados Unidos, y hasta los estados al sur
de Mississippi deben ser abandonados, es decir, libres, dejados a la suerte de los negros”.
Las ideas de superioridad de la raza blanca para
explicar y justificar el imperialismo moderno fueron moneda común durante el
siglo XIX en ambos lados del Atlántico, generaciones antes
que apareciera la excusa del comunismo. En
Estados Unidos, las justificaciones científicas eran necesarias para
mantener a su numerosa población negra (primero como esclavos y
luego como ciudadanos segregados) en el lugar que supuestamente les
correspondía según las reglas del orden, la civilización y el progreso.
Ya
avanzado el siglo XX, los memorandos y los informes de diferentes
políticos, senadores y embajadores continuaron con esa tradición. El
jefe para América Latina y eventual embajador, Francis White, durante
décadas escribió reportes y dio conferencias a futuros diplomáticos explicando
que
“con
algunas excepciones, los gobiernos de América latina, sobre todo aquellos en
los trópicos, poseen muy poca sangre blanca pura y mucha deshonestidad”.
Para White, Ecuador era un país retrógrado porque tenía “apenas
cinco por ciento de sangre blanca; el resto son indios o mestizos”.
Su consejo a los futuros cónsules y embajadores que lo escuchaban en una conferencia
en 1922 fue: si les toca un país de indios, sepan que “la
estabilidad política está en proporción directa a la cantidad de blancos puros
que ese país posea”.
Según
Grant, y según muchos otros, la raza blanca ha sobrevivido en Canadá, en
Argentina y en Australia gracias a que ha exterminado a las razas nativas. Si la raza
superior no extermina a la inferior, la inferior vencerá.
“Por
mucho tiempo, América se ha beneficiado de la inmigración de la raza nórdica, pero lamentablemente,
en los últimos tiempos también ha recibido gente de las razas débiles y
corruptas del sur de Europa. Estos nuevos
inmigrantes ahora hablan el idioma de la raza nórdica, usan
la misma ropa, han robado sus nombres y hasta comienzan a aprovecharse de
nuestras mujeres, aunque apenas entienden nuestra religión y nuestras ideas.
The Passing of the Great Race no
se convirtió en un best seller inmediato,
pero sí en uno de los clásicos del racismo científico del siglo XX que
encontrará eco fácil en las élites económicas y en sus aspirantes pobres de
raza blanca. Entre sus ávidos lectores se contarán Theodore
Roosevelt y Henry Ford, futuro admirador y colaborador de Adolf Hitler, a quien se lo recomendará. The
Boston Transcript publicará que todas las personas
pensantes (es decir, blancas) deberían leerlo. El libro produjo un fuerte
impacto en la clase dirigente y ayudó a definir las categorías que los
elegidos usaron luego para redactar las leyes de inmigración en Estados Unidos en
1924: arriba se ubica la raza nórdica, más abajo los judíos, españoles,
italianos e irlandeses y, aún más abajo, todo el resto de apariencia
oscura.
Según
el autor, “la
capacidad intelectual de las razas varía como varían los aspectos físicos de
cada una… A los estadounidenses los ha llevado cincuenta años para comprender
que hablar inglés, usar buena ropa, asistir a la escuela y a la iglesia no
transforma a un negro en un blanco”.
El
autor no aclara si los racistas procedentes de las razas superiores no son las
inevitables excepciones a la regla, ya que es bien sabido que
entre los blancos también existen los integrantes con aguda discapacidad
mental que, por obvias razones, no se consideran como tal y son los
primeros en adoptar esta teoría de la superioridad por asociación que no
requiere méritos individuales.
Unos
años después, en 1924, del otro lado del Atlántico, un soldado
en su celda llamado Adolf Hitler leerá con pasión el libro de Madison Grant y
comenzará a escribir Mi lucha. Hitler reconocerá The
Passing of the Great Race como su biblia. Cuando Hitler
se convierta en el líder de la Alemania nazi, su ministro de propaganda,
Joseph Goebbels, leerá con la misma
pasión el libro Propaganda, del estadounidense
judío, doble sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays. Berneys
no inventará las fake news pero las elevará a la categoría de
ciencia. Diferente a su tío Freud, probará que estaba en lo cierto
cuando, en 1954, por pedido de la CIA, logre hacer creer al mundo que el
nuevo presidente de Guatemala no era un demócrata sino un
comunista. Como consecuencia de esta manipulación mediática, cientos de
miles de muertos alfombrarán los suelos de Guatemala en las siguientes
décadas.
El
soldado Adolf Hitler no tenía ideas radicales.
Tampoco era un pensador radical, sino todo lo contrario: sus ideas
y su pensamiento eran de uso común en su época, sobre todo del otro lado
del Atlántico. En Estados Unidos, la idea de una gloriosa raza teutónica y aria amenazada de extinción por las
razas inferiores eran moneda en curso durante el siglo XIX, desde los
encapuchados del Ku Klux Klan hasta para presidentes como Theodore Roosevelt, pasando por marines y
voluntarios que cazaban negros por deporte, violaban a sus
mujeres y se divertían justificando las violaciones como forma de
mejorar la raza de las islas tropicales. Es muy probable que el nazismo hunda
algunas de sus raíces en el sur de Estados Unidos, mucho antes de perder
la memoria durante la Segunda guerra mundial.
Diez
años más tarde el zoólogo de la Universidad de Berkeley Samuel Holmes propondrá la esterilización
forzada de los mexicanos en Estados Unidos (de
la misma forma que se había esterilizado a diez mil «idiotas» sólo en
California) para resolver el serio problema racial
que significaba disminuir la calidad de la raza estadounidense. “Los
hijos de los trabajadores de hoy serán ciudadanos mañana”,
afirmaba Holmes. En artículos sucesivos, repetirá la advertencia hecha
por Theodore Roosevelt sobre el “suicidio
racial” que encontrará eco no sólo en los miembros del Ku
Klux Klan sino en una vasta masa de ciudadanos anglosajones, la que
derivará, durante la Gran Depresión, en la persecución de mexicanos y en la deportación de medio millón de ciudadanos
estadounidenses con aspecto de mestizos.
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