&&&&&
"En cualquier
caso, el peor de los escenarios
es que el retorno de Lula da Silva solo valdría para poner la casa en orden.
Colocar a Brasil en la situación en
que estaba hace seis años ya supondría un
reto notable. Sin embargo, la gran ambición es devolver a Brasil la respetabilidad perdida en los organismos internacionales en la defensa de la paz y
justicia social, el multilateralismo, los acuerdos contra el cambio climático,
la defensa de la Amazonia y los pueblos originarios y la intransigente defensa de los procesos democráticos.
Aunque sea cierto que la dimensión de
estos retos no se lo pone fácil a un hombre de 76 años de edad, no había otra alternativa posible para
neutralizar la fuerza de la extrema derecha. De momento, la izquierda brasileña alberga la esperanza
de poder alejar del poder al patético
aprendiz de dictador y Lula da Silva además ambiciona
centrar sus esfuerzos en su obsesión de sacar otra vez a Brasil del mapa del
hambre, gracias a sus credenciales
de negociador y a su experiencia anterior (en los 8 años de su gobierno más de
20 millones brasileños superaron el umbral
de la pobreza, según datos de Naciones Unidas).
Aunque esa vez Lula
da Silva lo tenga más difícil, en estos tiempos confusos de inestabilidad internacional seguramente él tiene la
certeza de que por lo menos en América Latina,
gobernantes como Boric, Arce, López Obrador y Petro le
están esperando para construir un frente común en
defensa de los mismos valores".
/////
LULA
DA SILVA VUELVE PARA RECONSTRUIR BRASIL.
*****
Por Zainer Pimentel | 23/09/2022 | Brasil
Fuente
Rebelión viernes 23 de septiembre del 2022.
En este
artículo el autor analiza el contexto histórico y
político en que se van a celebrar las elecciones
presidenciales en Brasil el próximo 2 de octubre.
La tragedia
política más reciente de Brasil empezó en 2016 tras un golpe parlamentario que interrumpió el
mandato popular de la presidenta Dilma Rousseff y
se completó con el tosco montaje llamado operación Lava
Jato, urdida por el poder judicial y policial para condenar y
detener a Lula da Silva sin pruebas, impidiéndole
así concurrir a las elecciones presidenciales de 2018,
lo que le valió al ultraderechista Jair Bolsonaro para
llegar a la presidencia del país. El guion salió tal y como lo habían
planeado las élites brasileñas, con el beneplácito del hermano del Norte, por
supuesto. Sin embargo, con el profundo
deterioro del país en los últimos cuatro años, las cosas han cambiado.
Además, el 9 de noviembre de 2019 la
Corte Suprema brasileña autorizó la salida de la cárcel del ex presidente Lula
da Silva, después de 580 días de encierro, y reconoció la parcialidad
del juez del caso. Ya son 26 procesos en
que el ex presidente sale victorioso en los tribunales superiores del país.
La estrategia de tierra quemada aplicada por los partidos tradicionales conservadores contra el Partido dos Trabalhadores (PT) provocó el tsunami electoral de 2018. Paradójicamente, estos partidos, que buscaban beneficiarse de la rotura de las reglas del juego democrático, han sido los más perjudicados, al ser inesperadamente desplazados por esa ultraderecha religiosa que jamás antes en democracia había gobernado el país. El actual presidente, Jair Bolsonaro, es tan solo el corolario de un terrible proceso de destrucción del país a todos los niveles: político, institucional, económico y social. Es el fruto de la estrategia política del odio, aplicada por los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales, y patrocinada por importantes empresarios del país (con el apoyo abierto de la patronal de la industria – FIESP) y con la connivencia todos los poderes de la República. De todo esto ha derivado la incapacidad, aún hoy, de la derecha política tradicional, liderada por el partido del ex presidente Cardoso (PSDB), para construir una alternativa viable de gobierno ni siquiera en el poderoso estado de São Paulo, donde gobierna desde hace más de tres décadas, y hoy está en la tercera posición en intención de voto. En el escenario político han quedado sólo la extrema derecha militar-evangélica, por un lado, y el PT y sus aliados (bien a la izquierda o bien al centro) por el otro. Así, tras el golpe de 2016 los políticos ultras se convirtieron en la mayor amenaza para las instituciones democráticas del país, siendo fieles representantes, en la forma y en el fondo, del trumpismo en el país más grande de América del Sur.
La total
ineptitud para la gestión pública del presidente Bolsonaro y su clan familiar ha sido evidente desde su llegada al poder. Hubo momentos en que hasta los partidos
aliados y el mercado financiero han sembrado dudas sobre la viabilidad de su continuidad al frente del
ejecutivo por su evidente falta de preparación
para el cargo. En el último período
el gobierno se sostiene gracias al
silencio connivente del sistema
financiero, al gran acuerdo espurio
con el parlamento (el llamado presupuesto secreto) y a la presencia de militares de alto rango en
los puestos más altos del ejecutivo.
No es este el lugar para enumerar todos los despropósitos de Bolsonaro durante esa legislatura, pero sin duda
el símbolo de su incapacidad es la gestión
desastrosa de la covid-19: a pesar de los frecuentes bandazos, incluidos
cuatro cambios de ministro de sanidad en plena crisis, la pandemia se ha cobrado más de 680 mil vidas en Brasil, solo por detrás de EEUU. Por último, las alarmas se han dispararon recientemente
entre esos mismos medios liberales y
de derecha del país que en 2018 no
tuvieron ningún reparo en apoyar al ex militar, oriundo de las profundidades del crimen organizado de Rio
de Janeiro. La causa son las continuas amenazas
de Bolsonaro al Supremo Tribunal Federal,
el Tribunal Superior Electoral y la urna
electrónica. Esta última, vigente
desde las elecciones de 1996, es un sistema
de recuento del voto elogiado por todos los interlocutores políticos, fuera y dentro del país, salvo el presidente y sus subordinados. Más
de una vez, el presidente, sus
apoyadores y el ejército han amenazado
las instituciones públicas del Estado. Basta
recordar la frase del diputado Eduardo Bolsonaro (hijo
del presidente), cuando dijo que sólo hacía falta un soldado y un cabo para
cerrar el Supremo; cuando el general retirado Villas-Boas, alma mater del ala militar del
gobierno, vertió veladas amenazas al mismo Supremo si se concedía un habeas corpus liberatorio
a Lula da Silva cuando
ese estaba detenido por una operación de
lawfare dirigida por los cachorros del departamento de Estado americano
dentro del poder judicial brasileño.
El último 23 de septiembre el magistrado
del Supremo Alexandre de Morães ordenó el registro en la dirección de ocho importantes empresarios
brasileños que defendía abiertamente el golpe estado
en el caso de que Lula da Silva salga vencedor en las elecciones del
próximo 2 de octubre. Morães cree que estos millonarios están directamente ligados a la financiación de los
actos antidemocráticos alentados por Bolsonaro
que se multiplican por el país. El último 7 de septiembre, la fiesta de la independencia, ha sido usado como pantalla para los que los grupos ultras contesten el proceso electoral. Ese terrible proceso de degradación del país en todos los niveles: político,
institucional, económico y social, aliado a una estrategia de violencia
política (recientemente apoyadores
de Bolsonaro han matado a dos
militantes del PT), ha llevado a la sociedad
civil salir en defensa del proceso electoral. Por eso, a falta de pocos días de las elecciones presidenciales, diversas organizaciones de la sociedad civil han
recogido más de un
millón de firmas a favor de la democracia y en contra la amenaza de golpe aireado por actual jefe del ejecutivo.
Para alejar
definitivamente a los militares y los grupos de extrema derecha del gobierno
del país, el ex presidente Lula da Silva ha
decidido montar una coalición de
partidos con un amplio espectro
político que va desde la izquierda al centro. Con
su estilo pragmático, el ex presidente
es consciente de que no basta ganar;
necesita también estabilidad política para enfrentar la casi segura contestación de los resultados en las
urnas. Por eso, ha querido esta vez traer
a su campo a diferentes grupos políticos, aunque estén en las antípodas de la
ideología del PT. Lo que los une
es la defensa del estado democrático y el respeto a las reglas del juego
marcadas por la constitución federal.
La tarea no es fácil. Aunque las últimas
encuestas le dan una ventaja de más de 10 puntos porcentuales sobre el actual
presidente de la república, Lula da Silva sabe de lo decisivo
que son las fake news en internet,
producidas desde el llamado despacho
del odio, controlado por Carlos
Bolsonaro (otro hijo del presidente). De hecho, la avalancha de noticias falsas en las redes sociales, fueron en 2018 las grandes
responsables por la victoria del actual presidente sobre el
candidato del PT (Fernando Haddad). Para pararlo, la estrategia es movilización popular en defensa de la democracia y justicia
social, cosa que sólo Lula da Silva es
capaz de crear entre los sectores que le apoyan.
Desde hace
más de dos años todos saben que en Brasil no hay otra posibilidad de derrotar
la extrema derecha que no sea con Lula da Silva. Aun así, las élites
se han aventurado con la llamada tercera vía, con
más de 10 nombres de diferentes posibles
candidatos a presidente, quienes
pese al apoyo mediático no han
podido obtener el apoyo popular
suficiente para llegar a las elecciones con opciones de ganar, y la mayoría
han quedado por el camino. Fueron probando desde el ex ministro de Justicia Sergio Moro que lideró el proceso fraudulento de
persecución al ex presidente,
hasta el presentador televisivo Luciano
Huck. Actualmente solo quedan tres
candidatos de la llamada tercera vía: Ciro Gomes
del PDT, con una intención de voto
del 7%; Simone Tebet del PMDB, con
un 3%; y Soraya Thronicke del Unión Brasil, con menos del 1%. Pese a
sus 76 años, las
izquierdas han acudido otra vez a Lula da Silva
casi a la desesperada, porque de lo contrario Bolsonaro ganaría estas elecciones sin rival. De hecho, después de la derrota de Donald Trump la
extrema derecha mundial juega todas
sus cartas en Brasil, porque saben la importancia de mantener ese gobierno como modelo en la esfera internacional. Los medios
de comunicaciones tradicionales, las
elites y el mercado financiero, como siempre desprecian al PT, pero están esperando el
desenlace del día 2 de octubre para
empezar definitivamente tomar posición en el tablero político brasileño.
Todos los
liberales que hoy se lamentan de las amenazas antidemocráticas del actual
presidente, fueron los que promovieron
el caos desde 2016: primero con el
patrocinio al golpe contra Rousseff, luego
con la criminalización
del PT y por fin, las presiones para encarcelar Lula dan
Silva. Ahora ha llegado la hora
de la verdad y saben que seguramente van a perder. Saben que no hay más remedio que aceptar
un casi seguro nuevo mandato de Lula da Silva, con todo lo que eso podrá suponer en términos simbólicos
para Brasil. Con el golpe contra Rousseff y la detención
de Lula da Silva, las elites brasileñas
pavimentaron el terreno para la llegada
la extrema derecha. Para la élite del país, el deterioro de la convivencia civil entre los ciudadanos era una pequeña factura que la sociedad tenía que pagar
con tal de sacar el PT del poder para
siempre. Sin embargo, los hechos han
superado sus planes, por fin se han dado
cuenta que no podrían impedir la vuelta de Lula da
Silva, y no han podido mantenerle encarcelado arbitrariamente por más tiempo.
Lula da Silva es hoy imbatible en la preferencia del electorado, porque en el imaginario popular todavía queda viva la etapa en que en el gobierno del país creó un entramado de servicios públicos que jamás había existido antes en Brasil. Fueron los años en que la política externa era dirigida a fortalecer la soberanía del país y la interna a eliminar las desigualdades. Sin duda, no se puede albergar ingenuidades de que las mismas fuerzas que desde la época de la colonización conspiran contra el pueblo, no intenten otra vez derribar el casi cierto gobierno popular que seguramente se estrenará el primero de enero de 2023. La tradición golpista de la élite brasileña así lo hace esperar. En la historia reciente está aún muy presente el dramático golpe militar contra João Gulart, la destitución arbitraria contra Dilma Rousseff y las diferentes conspiraciones en contra de Lula da Silva. Es cuestión de tiempo que lo vuelvan a probar contra el gobierno de izquierdas que casi seguramente saldrá de las urnas el próximo mes de octubre.
En cualquier
caso, el peor de los escenarios
es que el retorno de Lula da Silva solo valdría para poner la casa en orden.
Colocar a Brasil en la situación en
que estaba hace seis años ya supondría un
reto notable. Sin embargo, la gran ambición es devolver a Brasil la respetabilidad perdida en los organismos internacionales en la defensa de la paz y
justicia social, el multilateralismo, los acuerdos contra el cambio climático,
la defensa de la Amazonia y los pueblos originarios y la intransigente defensa de los procesos democráticos.
Aunque sea cierto que la dimensión de
estos retos no se lo pone fácil a un hombre de 76 años de edad, no había otra alternativa posible para
neutralizar la fuerza de la extrema derecha. De momento, la izquierda brasileña alberga la esperanza
de poder alejar del poder al patético
aprendiz de dictador y Lula da Silva además ambiciona
centrar sus esfuerzos en su obsesión de sacar otra vez a Brasil del mapa del
hambre, gracias a sus credenciales
de negociador y a su experiencia anterior (en los 8 años de su gobierno más de
20 millones brasileños superaron el umbral
de la pobreza, según datos de Naciones Unidas).
Aunque esa vez Lula
da Silva lo tenga más difícil, en estos tiempos confusos de inestabilidad internacional seguramente él tiene la
certeza de que por lo menos en América Latina,
gobernantes como Boric, Arce, López Obrador y Petro le
están esperando para construir un frente común en
defensa de los mismos valores.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario