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Salvador Allende y el discurso más aplaudido en la historia de la ONU que reveló el futuro de las Naciones Es este tal vez el discurso más aplaudido en la historia de la ONU. Salvador Allende, un adelantado y portador de gran conocimiento, develó hace ya más de 4 décadas el futuro de la humanidad y las naciones.
“Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano
es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural,
religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país
con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio
universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista,
con un Parlamento de actividad ininterrumpida
desde su creación hace 160 años, donde los
tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás
haya dejado de ser aplicada. Un país donde la vida pública está organizada en
instituciones civiles, que cuenta con Fuerzas Armadas de
probada formación profesional y de hondo espíritu democrático. Un país de cerca
de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda,
ambos hijos de modestos trabajadores. En mi Patria,
historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional”.
¡Cuánta verdad, pero también cuánta apreciación errada de la realidad en estas dos frases! Con ellas, el presidente de Chile, Salvador Allende, daba inicio -el lunes 4 de septiembre de 1972- a su histórico discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York, “la tribuna más representativa del mundo, y el foro más importante y de mayor trascendencia en todo lo que atañe a la humanidad”, según sus propias palabras. (Continuará). El discurso completo, en la parte final del presente Documento y Artículo. Pablo Raúl.
Este 21 de septiembre, Gabriel Boric, el joven nuevo presidente chileno,
rendió homenaje al presidente Salvador Allende a
50 años de aquel histórico discurso que
estremeció a una Asamblea General
desbordada por representantes de toda la
humanidad. Y lo hará junto al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en
el Instituto Cervantes de Nueva York,
donde tal vez aún resuene aún el eco de
la ovación más larga que se recuerde en la organización mundial. Aquella que, puesta de pie, se brindó a Salvador Allende y a lo que él encarnaba: la histórica lucha por llegar por primera vez al socialismo por la vía pacífica.
Pero también ese inacabable aplauso de 10 minutos fue para ese pequeño país al
final del planeta, donde un pueblo llamado Chile había
dicho ¡basta! y echado a andar.
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A 50 años del discurso de Salvador Allende en la ONU.
***
UN
DISCURSO DE ALLENDE PARA LAS NUEVAS GENERACIONES.
*****
Por Ariel Dorfmam
Página /12 domingo 4 de diciembre del
2022.
A 50 años del discurso de Salvador Allende en la
ONU.
Hace medio siglo atrás, a fines de 1972, una multitud de chilenos copó
las calles de Santiago –yo era uno de ellos- para apoyar al presidente Salvador Allende, que empezaba un viaje al extranjero
en un momento crucial para nuestra nación. El proceso inédito que habíamos iniciado, de
avanzar hacia el socialismo utilizando
medios democráticos, se encontraba bajo asedio. Dentro del país una
oposición conservadora chilena fuertemente
armada y violenta socavaba al
gobierno de izquierda y afuera acechaban
poderosos adversarios: Nixon y su eminencia negra, Henry Kissinger; corporaciones
multinacionales; instituciones financieras internacionales y, claro, la CIA.
Por ahora,
los esfuerzos por derrocar al presidente
elegido democráticamente no habían
tenido éxito. Una huelga
insurreccional de un mes de duración de camioneros y empresarios
en octubre de 1972 acababa de ser frustrada por una épica movilización de los trabajadores
chilenos. Pero el futuro se veía
sombrío. En muchas paredes a lo
largo de Chile fanáticos
paramilitares de ultraderecha habían garabateado
las palabras, ¡JAKARTA
YA VIENE!, una referencia tenebrosa a la masacre
de cientos de miles de indonesios después del golpe de 1967 contra el gobierno progresista de Sukarno.
Era esta profecía de muerte y fatalidad lo que Allende
quería evitar. Su viaje de 1972 estaba destinado a explicar a la comunidad internacional
lo que estaba en juego en Chile y
obtener la simpatía de las naciones del
mundo. La piedra angular de esa estrategia
fue un discurso fervoroso y sereno
que Allende pronunció hace 50 años este domingo, 4 de diciembre de 1972, ante la
Asamblea General de la ONU.
Allende comienza enfatizando lo que
diferencia el camino chileno al socialismo de las revoluciones anteriores: es posible alcanzar la democracia económica a través del ejercicio
pleno de la libertad política. Las grandes
transformaciones se están llevando a cabo
pacíficamente, fortaleciendo las libertades civiles y respetando el pluralismo cultural e ideológico. Pero la
recuperación del control sobre las riquezas del país ha suscitado una agresión implacable de corporaciones
transnacionales como la ITT y la
Kennecott Copper, que sabotean
soterradamente la economía, con el fin de fomentar una guerra civil. Allende utiliza esta situación de vulnerabilidad para ilustrar la tragedia del subdesarrollo
en África, Asia y América Latina:
"Somos países potencialmente ricos; vivimos en la pobreza. Deambulamos de un lugar a otro pidiendo créditos… y, sin embargo, somos --paradoja propia del sistema económico capitalista-- grandes exportadores de capitales.”
El discurso de Allende es todavía hoy una
clase magistral
sobre las
"enormes injusticias cometidas... bajo el
disfraz de la cooperación y ayuda", un brillante análisis de los estragos creados por
la explotación del mundo en desarrollo.
Llama a la solidaridad con Chile
en su intento de resolver “los grandes
déficits de vivienda, trabajo, alimentación y salud", pero va más allá, al subrayar cómo todas las
soluciones a una serie de peligros
globales (guerras, racismo, armas nucleares, "las
inconmensurables carencias de todo orden de más de dos tercios de la
humanidad"), dependen de la cooperación de la comunidad de naciones.
Las palabras de Allende resuenan
desgarradoramente hoy. El mundo, por supuesto, ha cambiado,
pero muchos de los desafíos siguen
siendo los mismos (acelerados por el apocalipsis
climático que Allende, tal como otros líderes mundiales, no anticipó en 1972). Más desgarrador aún
es que nuestro presidente iba a morir diez meses después en Santiago,
defendiendo la democracia
y la constitución, la primera
de tantas muertes durante los
diecisiete años de dictadura del general
Augusto Pinochet. Es un consuelo que
su mensaje de esperanza y dignidad siga motivando a las generaciones que le
siguieron.
De hecho, dos miembros prominentes de esas generaciones se reunieron recientemente en Nueva York, junto con la hija de Allende, Isabel, para conmemorar el discurso en la ONU. Uno de ellos, el presidente chileno Gabriel Boric, de treinta y seis años, nació más de catorce años después de que se pronunciara ese discurso y el otro, el primer ministro Pedro Sánchez, de cincuenta años, de España, aún no había celebrado su primer cumpleaños en diciembre de 1972. Ambos líderes socialistas se encuentran actualmente asediados por el virulento resurgimiento de los movimientos de derecha que se hacen eco de las mismas fuerzas que demolieron la democracia en Chile y convirtieron al país en un laboratorio para el neoliberalismo de libre mercado que ahora está en crisis en todo el mundo. Para Boric y Sánchez el discurso de Allende los acicateaba a persistir en la búsqueda de justicia y soberanía para sus propios pueblos, y una reafirmación de su convicción de que no puede haber solución a los problemas actuales de la humanidad sin un orden global diferente e igualitario.
Ariel Dorfman expone ante la mirada del presidente de Chile, Gabriel Boric, y del primer ministro de España, Pedro Sánchez. También participan la canciller
chilena, Antonia Urrejola, y la hija de Allende, la senadora Isabel
Allende.
***
Tuve el privilegio de haber sido invitado a ese encuentro en Manhattan para presentar a los oradores y comentar sus palabras. Como alguien que,
en 1972, se había despedido de Allende en las calles de nuestra capital con tantos conciudadanos, fue
profundamente conmovedor, cincuenta años
después, escuchar como el coraje de Allende, su visión
amplia de la historia, su ética de liberación y compasión, su creencia en el
socialismo democrático, inspiraban a estos dos jóvenes Jefes de Estado.
Aunque nunca habían conocido a Allende, y
yo había respirado el mismo aire suyo y trabajado con él durante sus últimos meses
en el cargo, las tres generaciones se sentían unidas por ese discurso al que ovacionaron de pie durante diez minutos los delegados del mundo entero. Todavía
podemos escuchar –y falta que nos hace, a tantos hombres y mujeres esperanzados de nuestra era– las palabras
con que Allende termina su intervención:
"Es nuestra confianza en nosotros lo que
aumenta nuestra fe en los grandes valores de la Humanidad, en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer, no podrán
ser destruidos".
* Ariel Dorfman es el autor de “La muerte y la
doncella”. Publicará el año que viene un libro de poemas, “Palabras desde el
otro lado de la muerte”, y una nueva novela, “Allende y el Museo del Suicidio,”
que indaga sobre la muerte de Salvador Allende.
*****
SU HISTÓRICO DISCURSO terminó: “Como pronosticara hace casi cincuenta años Salvador Allende, estamos de nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, el hombre y la mujer libre, para construir una sociedad mejor”.
Salvador Allende y el discurso más aplaudido en la historia de la ONU que reveló el futuro de las Naciones Es este tal vez el discurso más aplaudido en la historia de la ONU. Salvador Allende, un adelantado y portador de gran conocimiento, develó hace ya más de 4 décadas el futuro de la humanidad y las naciones.
“Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano
es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural,
religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país
con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio
universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista,
con un Parlamento de actividad ininterrumpida
desde su creación hace 160 años, donde los
tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás
haya dejado de ser aplicada. Un país donde la vida pública está organizada en
instituciones civiles, que cuenta con Fuerzas Armadas de
probada formación profesional y de hondo espíritu democrático. Un país de cerca
de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda,
ambos hijos de modestos trabajadores. En mi Patria,
historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional”.
¡Cuánta verdad, pero también cuánta apreciación errada
de la realidad en estas dos frases! Con ellas, el presidente de Chile, Salvador Allende, daba inicio -el lunes 4 de
septiembre de 1972- a su histórico discurso ante la Asamblea General de
Naciones Unidas, en Nueva York, “la tribuna más
representativa del mundo, y el foro más importante y de mayor trascendencia en
todo lo que atañe a la humanidad”, según sus propias palabras.
La profundidad de ese discurso de hace 50 años, sin embargo, tocó puntos de
trascendencia universal que siguen estando vigentes para Chile como para cada
uno de los actuales 193 países miembros del organismo multilateral: la lucha por la liberación social, el esfuerzo por el
bienestar y el progreso intelectual, la defensa de la personalidad y dignidad
nacionales. Sólo que, en ese tiempo y lugar, esto no era de todos los días.
Sólo dos Estados en América Latina lo estaban
intentando: Cuba y Chile, y en muchos sectores
retardatarios surgía la falsa creencia de que el segundo se convertiría en un
régimen similar al que imperaba en el primero. Percepción que no tomaba en
cuenta ni las raíces de procesos históricos diferentes, ni el contexto de sus
situaciones concretas de aquel momento y contingencia. Sensación insuflada
artificiosamente por campañas del terror que llevaban a niveles de histeria a
los grupos más desinformados, o más proclives ideológicamente al capitalismo y
al liderazgo de Washington en el hemisferio, los
que no sabían -o no querían- ver ni analizar que, detrás de aquella brutal
deformación de la realidad, de aquel embate permanente, lo que había eran los
grandes intereses de las pequeñas minorías criollas e internacionales.
Fue lo que Allende
concurrió a denunciar en aquel foro mundial. Y tal vez casi a advertir,
desenmascarando a los mercaderes del templo: “Modelo que va a producir mayor escasez de
viviendas, que condenará a un número cada vez más grande de ciudadanos a la
cesantía, al analfabetismo, a la ignorancia y a la miseria fisiológica. La
misma perspectiva, en síntesis, que nos ha mantenido en una relación de
colonización o dependencia. Que nos ha explotado en
tiempos de guerra fría, pero también en tiempos de conflagración bélica
y también en tiempos de paz. A nosotros, los países
subdesarrollados, se nos quiere condenar a ser realidades de segunda
clase, siempre subordinadas. Este es el modelo que la
clase trabajadora chilena, al imponerse como protagonista de su propio
devenir, ha resuelto rechazar, buscando en cambio un desarrollo acelerado,
autónomo y propio, transformando revolucionariamente las estructuras
tradicionales”.
Y no ocultó la
verdad de lo que estaba sucediendo y que arrastraba el odio de los que,
hasta entonces, detentaban el poder. Lo dijo claramente: “Los trabajadores están desplazando a
los sectores privilegiados del poder político y económico, tanto
en los centros de labor, como en las comunas y en el Estado. Éste es el
contenido revolucionario del proceso que está viviendo mi país, de superación
del sistema capitalista y de apertura hacia el
socialismo”. La denuncia de Salvador Allende continuó clara ante el mundo: “… no se trata de una agresión abierta que haya
sido declarada sin embozo ante la faz del mundo. Por el
contrario, es un ataque siempre oblicuo, subterráneo, pero no por eso
menos lesivo para Chile (…) Nos encontramos frente a fuerzas que operan en la penumbra,
sin bandera, con armas poderosas, apostadas en los más variados lugares de
influencia (…) Somos víctimas de acciones casi
imperceptibles, disfrazadas generalmente con frases y declaraciones que
ensalzan el respeto a la soberanía y a la dignidad de nuestro país. Pero
nosotros conocemos en carne propia la enorme distancia que hay entre dichas
declaraciones y las acciones específicas que debemos enfrentar”,
aseveró.
Denunció asimismo la “intriga política y cerco económico”, “la banca imperialista”, “el
chantaje made in USA”, “la vieja agresión del imperialismo”, “el complot de las
compañías multinacionales”,
para concluir puntualizando: “Señores delegados: Yo acuso ante la conciencia
del mundo a la ITT de pretender provocar en mi
Patria una guerra civil. Esto es lo que nosotros calificamos de acción
imperialista”, afirmó. Para
continuar señalando el fenómeno de las corporaciones trasnacionales, cuyo
peligro consiste -advirtió- en que se convierten en Estados dentro del Estado.
Y tras analizar crítica y detalladamente los
complejos problemas que aquejaban al mundo de entonces (algunos de los cuales
subsisten hasta hoy), el presidente Salvador Allende concluyó
diciendo ante los representantes del planeta: “Cientos de miles y
miles de chilenos me despidieron con fervor al salir de mi Patria y me entregaron el mensaje que he traído a
esta Asamblea mundial. Estoy seguro que ustedes, representantes de las naciones
de la tierra, sabrán comprender mis palabras. Es nuestra confianza en nosotros
lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la Humanidad, en la
certeza de que esos valores tendrán que prevalecer, no podrán ser destruidos.”
Apenas un año y una semana más tarde, su
lucidez y su voz se apagarían en medio de las llamas del palacio de La Moneda. O
tal vez eso creyeron, porque… habría de pasar medio siglo para que el
presidente más joven en la historia de Chile inaugurara este septiembre su
participación ante la Asamblea General de Naciones Unidas con la misma frase: “Vengo de Chile…”, en un nuevo gesto al Presidente mártir, a quien ya,
desde los balcones del mismo viejo palacio de La Moneda,
recordara el día de marzo en que asumió el mandato supremo que el pueblo le
entregara: “Como pronosticara hace casi
cincuenta años Salvador Allende, estamos de
nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por
donde pase el hombre libre, el hombre y la mujer libre, para construir una
sociedad mejor”.
Pero también ese inacabable aplauso de 10 minutos fue para ese pequeño país al
final del planeta, donde un pueblo llamado Chile había dicho ¡basta! y echado a
andar.
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