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El difícil camino de las reformas. Las movilizaciones sociales de las últimas décadas, el surgimiento de nuevos partidos y movimientos de izquierda y la demanda de una nueva Constitución tienen como factor común una politización de la desigualdad, que se traduce en reclamos de protección social frente al aumento del endeudamiento privado para satisfacer necesidades básicas como educación y salud, en un contexto de bajas pensiones y una percepción de sistemáticos «abusos» del mercado. En su primera cuenta pública ante el Congreso Nacional, el presidente anunció más de treinta iniciativas de ley concentradas en las áreas de salud, educación, pensiones, vivienda y trabajo. Sin embargo, esta agenda se ha visto debilitada por la mantención, tras el plebiscito de septiembre, de la Constitución de 1980 y sus trabas institucionales a las políticas redistributivas. Adicionalmente, la reacción conservadora que suscitó el resultado del plebiscito ha hecho retroceder la disposición de la derecha a buscar acuerdos. Esto se ve, por ejemplo, en la discusión sobre la reforma de pensiones, en la que el rechazo a establecer un pilar contributivo en una pequeña fracción de los fondos de capitalización individual ha cobrado más fuerza.
Junto con el retroceso en la disposición
a negociar por parte de los partidos, las administradoras
de fondos de pensiones (AFP) han desplegado una ofensiva comunicacional contra
la reforma previsional basada
las ideas de «libertad de elección»,
propiedad individual de los fondos y heredabilidad. En la misma línea, quienes defienden el actual sistema
lograron un significativo apoyo a la iniciativa
popular de norma constitucional «Con mi plata no», que
reunió unas
60.000 firmas. La propuesta, que buscaba impedir cambios al
sistema de
pensiones, fue rechazada por
la Convención Constitucional. El
proyecto de reforma previsional presentado en noviembre por el gobierno no elimina el
sistema de capitalización individual, lo que generó decepción en el movimiento social No+AFP, que logró organizar importantes movilizaciones en
los últimos años. En cambio, busca introducir una cotización adicional con cargo a empleadores
que combinaría una parte de ahorro
individual y otra de solidaridad.
No es claro aún si el proyecto de nueva
constitución tendrá un efecto específico en esta y otras materias de la agenda social.
El nuevo proceso constituyente está centrado en los partidos y el Congreso, donde la derecha ya no solo tiene las ventajas que le da la Constitución actual, sino también mayoría parlamentaria y el refuerzo que le dio el 62% que rechazó la propuesta constitucional. Si quiere lograr avances en su agenda política, la izquierda necesita hoy los votos del centro y la derecha. Esto tal vez explique la demora en lograr el Acuerdo por Chile: un quiebre de la negociación constitucional habría afectado también las negociaciones en el Congreso en otras materias que son clave para el gobierno de Boric. Aunque la ciudadanía parece hoy más preocupada por la seguridad económica y del orden público que por las reformas políticas, el acuerdo para un nuevo proceso constituyente abre expectativas de mayor estabilidad y de avanzar hacia la democratización pendiente del sistema político. La decisión está hoy en el Congreso y los partidos, instituciones que concitan con un bajísimo respaldo popular. Está por verse si el nuevo proceso constituyente contemplará alguna forma de participación ciudadana que ayude a fortalecer su legitimidad.
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NUEVA
CONSTITUCIÓN CHILENA: SEGUNDO INTENTO.
*****
Por Claudia Heiss | 29/12/2022 | Chile
Fuente.
Rebelión jueves 29 de diciembre del 2022.
El gobierno y la oposición de
derecha parlamentaria llegaron
a un acuerdo para reactivar la redacción de una nueva
Constitución tras la derrota del Apruebo en el plebiscito. Esta vía, que
incluye un papel más importante para los «expertos», buscar
despejar el camino para dejar atrás la Constitución de
1980, pero también le da aire a Boric para poder
dedicarse a su agenda gubernamental.
Tras casi cien días de negociaciones,
los partidos políticos chilenos firmaron el 12 de diciembre un acuerdo
para iniciar un nuevo proceso constituyente, luego de que la propuesta de nueva
Constitución fuera rechazada en el plebiscito del 4 de septiembre. Este «acuerdo 2.0», bautizado como «Acuerdo por
Chile», busca hacer realidad, por un
lado, la promesa del bando del rechazo al texto de avanzar a una opción más
moderada que la propuesta aprobada por la Convención
Constitucional, y rechazada en las
urnas el 4 de septiembre pasado, para dejar atrás la Constitución de 1980 y sus enclaves autoritarios. Y por el otro,
responde al anhelo del gobierno de despejar el camino de la agenda constitucional y así poder
centrarse en las reformas clave del
gobierno en el Congreso: tributaria, pensiones, salud y seguridad pública.
El acuerdo ha dividido a la derecha, entre cuyas filas se encuentra en 21,7% que en octubre de 2020 votó por mantener la Constitución de 1980. El Partido Republicano y parte del Partido de la Gente rechazaron el acuerdo, argumentando que repite los errores del proceso anterior. En la izquierda, en tanto, el respaldo fue amplio, a diferencia de lo que ocurrió en el proceso anterior, cuando el Partido Comunista se negó a firmar el «Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución». Aun así, sectores de izquierda han expresado suspicacias de que un nuevo proceso, ahora más controlado por la derecha, termine por «blanquear» con reformas mínimas el modelo social y político instaurado por la dictadura.
Al cumplir ocho meses de gobierno, el 11
de noviembre pasado, el presidente Gabriel Boric
declaró haberse dado cuenta de que «otra cosa es con guitarra». El presidente de 36
años sugirió así que es más fácil criticar desde la oposición que gobernar. Boric había adelantado esta idea dos meses
antes en su discurso ante la Asamblea
General de la Organización de las Naciones Unidas, golpeado por la dura derrota que significó el rechazo de la propuesta de nueva Constitución:
«Hemos entendido, y esto
como joven que hace pocos años estaba en la calle, en las protestas, que
representar el malestar es mucho más sencillo que producir las soluciones para
él; que quienes nos dedicamos a la exigente tarea de la política muchas veces
confundimos con facilidad los éxitos que podemos tener como voceros de la
molestia ciudadana con nuestra real capacidad de ser constructores de mejores
futuros. Y el resultado del plebiscito en nuestro país nos ha enseñado a ser
más humildes (la democracia debe ser humilde) y a asumir que la construcción
del Chile que soñamos no está en las recetas de ningún sector en particular,
sino en la síntesis que podamos hacer combinando lo mejor que cada uno puede
aportar».
Hoy el gobierno enfrenta serias
dificultades para construir ese futuro mejor que imaginó.
Aunque el acuerdo
constitucional es visto como un
avance, sus márgenes restringen el marco de reformas posibles, tanto por los
principios constitucionales establecidos como por el mecanismo acordado. Adicionalmente, el oficialismo no tiene
las mayorías parlamentarias necesarias para llevar adelante por sí solo las propuestas de reforma previsional y
tributaria.
La nueva generación de
izquierda que vio en el estallido social de 2019 la oportunidad
para superar las limitaciones en justicia
social e inclusión política que sus antecesores
no habían podido o querido cambiar enfrenta un escenario adverso, donde la
crisis económica y la seguridad pública han relegado a segundo plano el cambio
político en la lista de prioridades de
la ciudadanía.
Proceso constituyente
2.0
El rechazo de la propuesta de nueva Constitución en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 fue una advertencia para el gobierno de Gabriel Boric. Las condiciones que motivaron el estallido social de 2019 y su canalización política a través de un proceso constituyente democrático se relacionan con demandas por mayor protección social e inclusión encarnadas en el programa de gobierno de la coalición Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista). El mantenimiento de los «candados» institucionales de la Constitución de 1980 y el inicio de nuevas negociaciones desde cero para poder modificarla imponen trabas concretas al desarrollo de políticas para avanzar en justicia social y reducción de la desigualdad. Por otro lado, el plebiscito constitucional midió no solo el apoyo a la propuesta de nueva Constitución, sino también al gobierno, cuya popularidad venía a la baja.
Varios factores incidieron en el rechazo
al texto de nueva Constitución: el voto de castigo a la Convención
Constitucional, percibida como una nueva elite; el tono en ocasiones destemplado del debate; el desprestigio del órgano constituyente
alimentado por su fragmentación y
por varios escándalos; la subrepresentación
de la derecha en el cónclave, que no reflejaba su presencia en la sociedad; el temor
al cambio y a un eventual
debilitamiento del derecho de propiedad o de las tradiciones en el nuevo
escenario institucional, discurso amplificado por una campaña comunicacional que incluyó no pocas fakes news. También fue decisivo el voto obligatorio acordado solo para esa elección, y que sumó por primera vez a 4,7 millones de personas quienes, en su gran mayoría, se inclinaron por rechazar el texto.
El hecho es que, mientras en el
plebiscito de octubre de 2020 78% aprobó el
proceso constituyente, esta vez 62% rechazó la
propuesta, en un universo
electoral que aumentó de 51% a 86% de un padrón
de 15 millones de
personas producto de la obligatoriedad
del voto. La campaña del Rechazo,
sin embargo, no se basó en mantener la
Constitución de 1980, sino en un nuevo proceso constituyente para elaborar
una Constitución «mejor», con el lema «una que nos
una», lo que contribuyó a la caída
aún mayor del porcentaje del Apruebo.
A la luz de este resultado, que fortaleció a la derecha, y de su actual control del Congreso, la negociación para
la nueva
Constitución se dio en condiciones desfavorables para los sectores
más reformistas.
Tras el triunfo del Rechazo, el debate
sobre un nuevo proceso constituyente quedó circunscrito a los partidos
políticos y el Congreso, donde tiene una leve mayoría la derecha. El principal desacuerdo en las negociaciones fue el tipo de órgano que
deberá redactar la nueva Carta Magna. Mientras la izquierda se empeñaba en que fuera uno íntegramente electo por la ciudadanía, la derecha buscaba controlar su composición a
través de los partidos y la designación de «expertos» por
el Congreso. El acuerdo de diciembre finalmente propuso un órgano de 24
expertos designados en proporción a la representación de los distintos
partidos en el Congreso, y un Consejo
Constitucional de 50 personas electas según la norma electoral del
Senado. Se señaló que habría paridad
de género y escaños reservados supernumerarios en proporción a la votación indígena, elementos que deberá regular una
reforma constitucional en diciembre.
Negociaciones previas ya habían acordado doce puntos que quedarían excluidos de la discusión, conocidos como «principios» o «bordes» constitucionales, y el árbitro encargado de velar por su cumplimiento: una comisión ad-hoc designada por representantes de las fuerzas políticas en el Congreso. A diferencia del fallido proceso constituyente de 2020-2021, iniciado por una reforma constitucional que requería dos tercios de los votos en el Congreso, esta vez las reformas requieren cuatro séptimos de los votos. En agosto de 2022, un mes antes del plebiscito para aprobar o rechazar la propuesta de nueva constitución, el Congreso aprobó una reforma que redujo las mayorías necesarias para cambiar la Constitución de dos tercios a cuatro séptimos a fin de dar una señal de mayor flexibilidad e incentivar el voto de rechazo con miras a iniciar un nuevo proceso. La composición actual del Congreso, sin embargo, hace por ahora poco relevante esta norma dados los buenos resultados electorales de la derecha en la elección parlamentaria de 2021.
Dos coaliciones en el
gobierno
En el proceso de construir mayorías en
un contexto adverso, Boric ha dado señales consistentes de pragmatismo y se ha esforzado por construir alianzas más allá de su
coalición, Apruebo Dignidad. Después de la primera
vuelta electoral en la elección presidencial de 2021, en la que el candidato de extrema derecha José Antonio Kast lo aventajó por dos puntos, Boric ajustó su programa de gobierno para incorporar una agenda contra la delincuencia y moderó sus críticas a los gobiernos de centroizquierda de la ex-Concertación.
Consiguió así el respaldo explícito de los ex
presidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet y obtuvo 56% de los votos.
El giro hacia la centroizquierda
tradicional le ha valido la condena de algunos ex-partidarios y
de representantes de movimientos
sociales. Esto ya le había ocurrido
cuando el 15 de noviembre de 2019 decidió,
sin la aprobación de su partido, respaldar
el acuerdo político por la nueva Constitución.
También ha tenido desavenencias en materia internacional con sus aliados del Partido Comunista cuando estos han apoyado a regímenes autoritarios de izquierda.
La compleja relación con la
centroizquierda tradicional tensiona al gobierno, que forjó su identidad política
en el Frente Amplio como una opción distinta de la ex-Concertación y en la crítica a los 30 años de transición
posdictadura. La frase «no son 30 pesos, son 30 años» asoció el estallido social por el alza del boleto del
metro con tres décadas, 24 de
ellas encabezadas por gobiernos de
centroizquierda, en que no hubo reformas
profundas al modelo económico y social heredado de la dictadura.
La generación que ingresó a la vida pública a través del movimiento estudiantil y que formó los partidos del Frente Amplio forjó su identidad en las críticas a la ex-Concertación y sus partidos. No habiendo compartido los años en el poder, ha visto a la centroizquierda tradicional como un sector que se acomodó en el gobierno y perpetuó el modelo neoliberal heredado de la dictadura. La centroizquierda tradicional resiente esas acusaciones y considera que los recién llegados disfrazan de una injusta superioridad moral lo que no es más que inexperiencia política.
Ocasionales roces entre figuras de ambos
grupos no impidieron que el presidente Boric incorporase en su gobierno a la centroizquierda tradicional (con la excepción de la Democracia Cristiana), coalición
rebautizada como Socialismo Democrático, un sector cuya candidata presidencial, Paula Narváez, fue derrotada en la primera vuelta electoral por el actual mandatario. El Ministerio de Hacienda y otras
importantes reparticiones estatales recayeron desde el comienzo del gobierno, en marzo de 2022, en ese sector. La figura más relevante de la alianza con la
centroizquierda tradicional ha sido el Ministro de Hacienda Mario Marcel, cuya designación ayudó a reducir temores de empresarios e
inversionistas.
Otros ex-concertacionistas ocuparon
espacios relevantes en los ministerios de Vivienda e
Interior. A partir de la derrota en el plebiscito de septiembre, sin embargo,
esta «segunda coalición» pasó a
tener mayor protagonismo con la llegada
de las ministras Carolina Tohá a Interior y Ana Lya
Uriarte a la Secretaría General de la Presidencia, carteras claves del comité político. El
reemplazo de la ex-jefa de la campaña
presidencial de Boric, la independiente Izkia Siches, por la militante del Partido por la Democracia
(PPD) Carolina Tohá, hija de un
ex-ministro del Interior de Salvador Allende asesinado
por la dictadura militar y una destacada
figura de la ex Concertación, marcó simbólicamente este «segundo tiempo» posplebiscito.
La alianza de las dos coaliciones se
consolidó en una reunión a comienzos de noviembre
donde se establecieron mecanismos para el diálogo
político y una agenda de prioridades
comunes: seguridad,
economía, salud, educación y vivienda. Un
nuevo hito simbólico del acercamiento a la centroizquierda
tradicional fue la inauguración en La Moneda de un busto del primer presidente
de la transición, el demócrata cristiano
Patricio Aylwin. Las palabras de Boric en esa oportunidad fueron interpretadas como una autocrítica
frente a la anterior dureza para juzgar la política «en la medida de lo posible» que encarnó Aylwin:
«
Lo posible es por lo que hay
que dejar todo nuestro esfuerzo, nuestro empeño, es lo que se define
colectivamente. No es el desgano, como algunos malamente lo pudimos haber
interpretado anteriormente», dijo el presidente. «Requiere de gobernantes
dispuestos a la escucha, al diálogo y al entendimiento que trascienda al
oficialismo y abarque a todos los sectores políticos y sociales». En su
discurso, llamó a «salir de las propias trincheras» al oficialismo, a la
oposición, a la ciudadanía y a los sectores empresariales para empujar las
reformas, tributaria, de pensiones, de salud y de seguridad pública.
Consciente de las dificultades que
enfrenta para llevar a cabo su programa, el presidente ha
buscado acuerdos con el centro e incluso con sectores de la derecha, llegando a desestimar antiguas críticas a la
centroizquierda. En el homenaje al ex-presidente Aylwin, quien
en su momento apoyó el golpe de Estado
de 1973, Boric señaló que
«nuestro mandato no es solo
empujar las reformas, sino también lograr que se aprueben y, para ello, hay que
construir puentes y eso requiere dialogar y tener la valentía de dialogar con
quienes piensan distinto a uno, tejer acuerdos, restablecer las confianzas».
Las tensiones entre el ala de izquierda
de la ex-Concertación y Apruebo Dignidad se expresa esporádicamente en rencillas en gran medida simbólicas y comunicacionales.
En materia de política
pública, el efecto de la unión
de las dos coaliciones es relativamente menor, dado el escaso margen de maniobra que tiene el gobierno en
el Congreso.
Una de las decisiones donde se pudo vislumbrar
esa diferencia fue la discusión sobre la ratificación del Acuerdo de Asociación
Transpacífico (conocido como TPP11). Apruebo Dignidad ha sostenido una
visión más crítica que sus nuevos socios respecto a la pérdida de soberanía que implican los
tratados comerciales por los tribunales
internacionales de resolución de
controversias. El gobierno buscó un «camino
del medio» pidiendo a cada país firmar «side
letters» o acuerdos específicos menos restrictivos. Sin embargo, terminó
por priorizar la ratificación aún
sin mayores avances en ese punto. Especialistas
coinciden en que el amplio abanico de tratados comerciales ya ratificados por Chile significa
que la relevancia del TPP11 no es
determinante ni para el desarrollo
comercial de Chile, que ya tiene muchos tratados, ni en restringir su capacidad democrática respecto de controversias comerciales, porque ya se
han comprometido muchas restricciones.
Sin embargo, el tema marcó una diferencia real entre partidarios y detractores del acuerdo que hoy comparten
el gobierno.
También se han visto diferencias en
relación con el conflicto en la zona sur, donde reivindicaciones territoriales
y culturales del pueblo Mapuche se mezclan con la pobreza, el robo
sistemático de madera y el crimen organizado. Los sectores de Apruebo Dignidad han sido más reacios que el Socialismo Democrático a mantener el
estado de excepción constitucional de
emergencia para controlar la violencia.
El difícil camino de
las reformas
Las movilizaciones sociales de las
últimas décadas, el surgimiento de nuevos partidos y
movimientos de izquierda y la
demanda de una nueva
Constitución tienen como factor común
una politización
de la desigualdad, que se traduce
en reclamos de protección social
frente al aumento del endeudamiento
privado para satisfacer necesidades
básicas como educación y salud, en un contexto
de bajas pensiones y una percepción de sistemáticos «abusos» del mercado.
En su primera cuenta pública ante el
Congreso Nacional, el presidente anunció más de treinta iniciativas de ley concentradas
en
las áreas de
salud, educación, pensiones, vivienda y trabajo. Sin embargo, esta agenda se ha visto debilitada por
la mantención, tras el plebiscito de
septiembre, de la Constitución de 1980 y sus trabas institucionales a las políticas redistributivas. Adicionalmente, la
reacción conservadora que suscitó el
resultado del plebiscito
ha hecho retroceder la disposición de la
derecha a buscar acuerdos. Esto
se ve, por ejemplo, en la discusión
sobre la reforma de pensiones, en la que el rechazo a establecer un pilar contributivo en una pequeña fracción de los fondos de
capitalización individual ha cobrado más fuerza.
Junto con el retroceso en la disposición
a negociar por parte de los partidos, las administradoras
de fondos de pensiones (AFP) han desplegado una ofensiva comunicacional contra
la reforma previsional basada
las ideas de «libertad de elección»,
propiedad individual de los fondos y heredabilidad. En la misma línea, quienes defienden el actual sistema
lograron un significativo apoyo a la iniciativa
popular de norma constitucional «Con mi plata no», que
reunió unas
60.000 firmas. La propuesta, que buscaba impedir cambios al
sistema de
pensiones, fue rechazada por
la Convención Constitucional. El
proyecto de reforma previsional presentado en noviembre por el gobierno no elimina el
sistema de capitalización individual, lo que generó decepción en el movimiento social No+AFP, que logró organizar importantes movilizaciones en
los últimos años. En cambio, busca introducir una cotización adicional con cargo a empleadores
que combinaría una parte de ahorro
individual y otra de solidaridad.
No es claro aún si el proyecto de nueva
constitución tendrá un efecto específico en esta y otras materias de la agenda social.
El nuevo proceso constituyente está centrado
en los partidos y el Congreso, donde la derecha ya
no solo tiene las ventajas que le da la Constitución actual, sino
también mayoría parlamentaria y el refuerzo que le dio el 62% que rechazó la propuesta constitucional. Si quiere lograr avances en su agenda política,
la izquierda necesita hoy los votos del centro y la derecha.
Esto tal vez explique la demora en lograr
el Acuerdo por Chile: un quiebre de la negociación
constitucional habría afectado también las negociaciones en el Congreso en
otras materias que son clave para el gobierno de Boric.
Aunque la ciudadanía parece hoy más
preocupada por la seguridad económica y del orden público que por las reformas
políticas, el acuerdo para un nuevo proceso constituyente abre expectativas
de mayor estabilidad y de avanzar hacia la democratización pendiente del sistema político. La decisión está hoy en el Congreso y los
partidos, instituciones que concitan con un bajísimo respaldo popular. Está por verse si el nuevo proceso constituyente
contemplará alguna forma de participación ciudadana que
ayude a fortalecer su legitimidad.
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