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“Revolución de las
expectativas. En
tanto peruanos, la historia de amor con
Bukele es simple de entender. Después de todo, el Perú estuvo enamorado de su chino salvador por razones semejantes. Pero
hay algo específico que emparenta a nuestro expresidente con Bukele. Cuando Fujimori llegó al poder, la creencia mayoritaria
era que Sendero Luminoso era
imbatible: o bien ganaría o bien el
conflicto se prolongaría de manera indefinida,
sin derrotado ni vencedor. Y, entonces, claro, si Fujimori consiguió lo que se afirmaba era imposible, resulta normal que la gente se entregara. Algo parecido sucede con Bukele. Los científicos sociales hemos repetido y repetimos (con razón) que la criminalidad y la
violencia son un problema muy complejo y muy
difícil de solucionar y que no es razonable esperar resultados inmediatos con políticas puramente represivas. Pero ahí está Bukele desafiando ese conocimiento. Es más: desafiando
la experiencia. El
salvadoreño no es el inventor de la “mano dura”. Sabemos bien que estas iniciativas no
suelen dar resultado. El caso paradigmático es
la guerra contra el narco que lanzó en México Felipe Calderón. El país devino una gran fosa común. Y en El Salvador tres presidentes previos
intentaron políticas similares sin resultados.
“Adonde
quiero llegar es que la ciudadanía
latinoamericana ha sido testigo de un caso tremendo de eficacia antidemocrática. Algo que la experiencia y el conocimiento sugerían era casi
imposible. Entonces, se han revolucionado las expectativas en la región: sí era
posible. “Yo también quiero”. Lo cual es un
legado terrible para la democracia y los derechos humanos. América
Latina produce el 39%
de los asesinatos en el mundo, aunque ahí
solo viva el 9% de la población
global. La demanda por seguridad no va a amainar. El reclamo no
es de derecha ni de izquierda. La prueba es que en los
últimos dos años surgen bukelianos por izquierda
(Xiomara Castro en Honduras), por la derecha (Daniel Noboa en Ecuador)
y hasta centristas como el gobernador de Rosario en
Argentina.
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BUKELE,
EL BUKELISMO Y LOS BUKELIANOS,
por Alberto Vergara.
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Nayib Bukele y sus políticas de seguridad en El Salvador se
han convertido en un fenómeno político
internacional. En este artículo, el autor propone diez
ideas sobre la cuestión.
Por Alberto Vergara. Politólogo.
Fuente. Diario la República domingo 5 de mayo del 2024.
De Lula a Bukele
Hace quince años, los ídolos políticos latinoamericanos eran Lula da Silva, Hugo Chávez y Pepe Mujica. Además de
carismáticos, navegaron sus presidencias a bordo de un boom
económico que los hizo figuras mundiales.
Hoy la estrella es Nayib Bukele. Sin plata,
pero con cárceles.
Adonde se llegue en América Latina existe una
legión ávida de su propio Bukele.
Sospecho que desde Fidel Castro no había un fervor latinoamericano semejante. En la encuesta Latinobarómetro del 2023 realizada en toda la región, Bukele resultó el presidente mejor valorado
por mucho: consiguió una calificación promedio de 6,7
sobre 10 (el segundo, Joe Biden, tenía 4,9%).
Sus redes tienen más seguidores
que la población de El
Salvador. Políticos de todas partes peregrinan a El Salvador en busca de una fotito con el azote de las maras. Y
este año Bukele fue
uno de los oradores principales en la convención conservadora más importante de los Estados Unidos.
Lo
nuevo
Bukele encarna varias novedades.
No las ha inventado ni es el único que carga con ellas, pero las hace
particularmente visibles. De un lado, un tipo de líder muy crítico de la democracia heredada y de los pactos que la fundaron en los años noventa. A su manera, encontramos estridencias semejantes en Jair Bolsonaro, Javier Milei o
Rodrigo Chaves en Costa Rica. A
diferencia de hace 15 años, ahora está permitido
mostrar abiertamente deslealtad
al sistema democrático. Por otro lado, es
probable que esto esté vinculado con algunos cambios
generacionales. Una encuesta del 2023 en toda la región
encontró que la disminución en el respaldo a la democracia en los menores
de 25 años es 12 puntos más alta que en los mayores de 55. Y las redes. En un estudio realizado con mi colega
Manuel Meléndez encontramos que el mejor
predictor de un Bukele
lover es la utilización de redes sociales, incluso más que la inseguridad del país.
Lo
de siempre
Se calcula que 212 municipios salvadoreños (de un total de 262)
tenían presencia de maras el 2015. Ese mismo
año, la tasa de homicidios superaba los 100 asesinatos por cada 100.000 habitantes: el país más violento del mundo. 70% de los negocios pagaban extorsión. Unas 70.000 personas pertenecían a las pandillas, en un país de 6
millones. En cuanto a la vida cotidiana,
así la describía un especialista en 2019:
“Negarse a pagar la extorsión es muerte, negarse a
colaborar es muerte,
rechazar ser miembro de la pandilla es muerte, rechazar los pedidos sexuales es muerte, platicar con un
policía es muerte”
(Joaquín Villalobos).
Las políticas de Bukele acabaron con eso. Con los métodos menos
democráticos, construyó la capacidad estatal más básica: que la violencia no esté en manos privadas. El año 2023, El Salvador tuvo
la tasa más baja de homicidios de América Latina. La ciudadanía redescubre sus ciudades y respira fuera de la pesadilla pandillera. No sé si existe un pueblo tan
pero tan liberal que enjuiciaría a Bukele por sus métodos en lugar de celebrarlo
por sus logros. No es la primera ni la última
vez que una sociedad abraza el trueque fáustico de seguridad
por libertad.
¿Y cómo lo hizo?
Suele creerse que Bukele habría acabado con la democracia salvadoreña gracias a la popularidad amasada tras
arruinar a las pandillas.
En realidad, es al revés.
Como ha explicado Manuel Meléndez, investigador
en la Universidad de Harvard, Bukele ya había sometido
a la democracia
cuando estableció el régimen de excepción. De hecho, su contenido es tan drástico que una democracia funcional lo
hubiera rechazado.
Se realizaron más de 70.000 arrestos sin garantías judiciales ni derecho a la defensa, la edad para las detenciones se redujo a 12 años, se creó un sistema kafkiano de acusaciones anónimas, las FFAA tuvieron manos libres para actuar. Como consecuencia, ahora el 2% de la población está en prisión, la mitad recluidos durante el régimen de excepción. Nadie sabe con exactitud cuántos han sido apresados, desaparecidos o torturados, ni el número de inocentes encarcelados. Las violaciones de derechos humanos se amontonan sin respuestas.
Todo
eso pudo ocurrir porque Bukele ya había maniatado la democracia. En marzo del 2021, Bukele había
utilizado su mayoría parlamentaria para, entre
otras cosas, destituir al fiscal de la nación, guillotinar
a la corte constitucional y, obviamente,
reconstruirlas con acólitos.
El régimen de excepción
se ha renovado más
de veinte veces mientras las instituciones y
recursos caen sin transparencia en manos del clan Bukele. En febrero de
este año se reeligió como presidente contra la prohibición constitucional. Las autoridades electorales fueron amenazadas. Redibujó las
circunscripciones electorales a su favor. Mucha
de la prensa independiente ha partido al exilio; los líderes sociales
amedrentados o detenidos; los partidos políticos acosados.
¡Y era una elección que Bukele
tenía en el bolsillo! Un
día, el popular y joven presidente dejará de ser joven y popular, pero
está cantado que será difícil de que deje de ser
presidente.
A la caída de las maras debería haber seguido el esfuerzo por establecer un Estado de derecho. Pero no lo hubo. En algún tiempo, la
población reconocerá que transitó de la inseguridad criminal a la
arbitrariedad del Estado
ilimitado. Más que un sistema de políticas públicas, lo de Bukele resulta un esquema
de acumulación de poder.
En cualquier caso, El Salvador ha quedado “sin maras y sin democracia”,
para usar la formulación precisa del valiente medio El
Faro.
Revolución de las expectativas
En tanto peruanos, la historia de amor con Bukele es simple de entender. Después de todo, el Perú estuvo enamorado de su chino salvador por razones semejantes. Pero hay algo específico que emparenta a nuestro expresidente con Bukele. Cuando Fujimori llegó al poder, la creencia mayoritaria era que Sendero Luminoso era imbatible: o bien ganaría o bien el conflicto se prolongaría de manera indefinida, sin derrotado ni vencedor. Y, entonces, claro, si Fujimori consiguió lo que se afirmaba era imposible, resulta normal que la gente se entregara. Algo parecido sucede con Bukele. Los científicos sociales hemos repetido y repetimos (con razón) que la criminalidad y la violencia son un problema muy complejo y muy difícil de solucionar y que no es razonable esperar resultados inmediatos con políticas puramente represivas. Pero ahí está Bukele desafiando ese conocimiento. Es más: desafiando la experiencia. El salvadoreño no es el inventor de la “mano dura”. Sabemos bien que estas iniciativas no suelen dar resultado. El caso paradigmático es la guerra contra el narco que lanzó en México Felipe Calderón. El país devino una gran fosa común. Y en El Salvador tres presidentes previos intentaron políticas similares sin resultados.
Adonde quiero llegar es que la ciudadanía latinoamericana ha sido testigo de un caso
tremendo de eficacia
antidemocrática. Algo que la experiencia
y el conocimiento sugerían era casi imposible. Entonces, se han revolucionado
las expectativas en la región: sí era posible. “Yo
también quiero”. Lo cual es un legado terrible para la democracia y los derechos
humanos.
América Latina produce el 39% de los asesinatos en
el mundo, aunque ahí solo viva el 9% de la población global.
La demanda por seguridad
no va a amainar. El reclamo no es de derecha ni
de izquierda. La prueba es que en los últimos dos años surgen
bukelianos por izquierda (Xiomara Castro en Honduras), por la derecha (Daniel Noboa en Ecuador)
y hasta centristas como el gobernador de Rosario
en Argentina.
Yo soy tu Bukele (electoral)
Con excepción de Brasil, en todas las elecciones latinoamericanas del 2022 a hoy algún candidato utilizó a Bukele en la campaña.
Pero a casi nadie le sirvió. El presidente salvadoreño es tan admirado que cuando alguien
asegura ser el Bukele
nacional, probablemente, es percibido como a una imitación barata. Si un jugador del
descentralizado peruano asegura ser Messi, recibirá
tomatazos.
Yo soy tu Bukele
(presidencial)
Electoralmente, el bukelismo no ha dado resultados. ¿Y en el Gobierno? Los casos por seguir son Honduras y Ecuador. En ambos se ha decretado estados de excepción, suspendido garantías constitucionales, brindado un papel
protagónico a las Fuerzas Armadas e iluminado la
teatralidad de los tatuajes.
Habrá que ver cómo prosigue aquello. En Ecuador, luego de un par de meses con una
reducción importante de homicidios,
durante la Semana Santa
las bandas criminales
cometieron 137 asesinatos. Reportes aseguran que
la extorsión no ha
retrocedido. Y no falta quien sostiene que el bukelismo de Daniel Noboa no
está destinado a derrotar al crimen sino a reelegirse en febrero del 2025.
Mujeres
Ya dije más arriba que en
nuestro análisis estadístico el mejor predictor de apoyo a Bukele es el uso de redes sociales. Ahora
bien, lo que mejor predice no
apoyar a Bukele es ser mujer. Y es un fenómeno regional. Elección tras
elección, las mujeres prefieren a candidatos más democráticos.
Descriminalización democrática
No creo que haya imperativo más grande en la región que
producir algún tipo de modelo democrático de
combate a la inseguridad ciudadana. De otra
manera, el magnetismo autoritario
del bukelismo seguirá operando. El miedo cotidiano de la ciudadanía
suspende las consideraciones más básicas para la convivencia. Sin alternativas, la gente
seguirá reclamando su
Bukele. Lo cual es perturbador porque muchas veces se le reclama en países que… ¡no tienen maras! Algo parecido a pacientes sin cáncer exigiendo quimioterapia.
De Hobbes a Foucault Ahora los salvadoreños descubren el miedo a hablar. Lo recogen reportes, lo afirman entrevistados
y lo encuentra una encuesta de este año en la
que 67% asegura que se cuida de hablar de política en público. En otra, 34% afirma conocer a algún preso sin relación
con las maras. A la
pesadilla hobbesiana
sigue la distopía foucaultiana: las prácticas, normas y miedos del panóptico se propagan por
la ciudad.
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