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“El
turismo es otro de los peligros que amenazan el equilibrio antártico. Marcelo González, jefe científico del Instituto Nacional Antártico
de Chile (INACH), insiste, por su parte, en que
aunque las perspectivas no son optimistas, la Antártida
se revela, igualmente, como un laboratorio para
ofrecer esperanza a la humanidad desde la botánica, la fauna, los
minerales y, sobre todo, la bacteriología. En un entorno tan adverso para los
humanos, científicos americanos, europeos, africanos y oceánicos trabajan en la
investigación de nuevos fármacos y, sobre todo,
en el descubrimiento de nuevos microorganismos muy
resistentes que puedan ayudar, como lo hizo la penicilina
hace siglos, a combatir bacterias que con el
cambio climático se han vuelto más aceradas. “Las
posibilidades de avance que nos ofrece la biología
antártica son amplísimas”, afirma el científico
chileno, sobre los intereses de las grandes farmacéuticas. Igualmente, la botánica ofrece un prolífico campo de interés
científico. La mayor parte de las 100 estaciones científicas que hay a fecha de hoy en
el continente helado están en el 1% del territorio que
está libre de hielo. Allí el clima es más
benigno, y cuando llega el verano austral, el deshielo ofrece un paisaje inhóspito de tierra yerma y rocas erosionadas por el tiempo
entre los que asoman buqués verdes compuestos por
hongos, líquenes y otras plantas primarias que permiten estudiar la adaptación de las especies a entornos agresivos.
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VIAJE
A LA ANTÁRTIDA AMENAZADA.
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Por Javier Martín | 08/05/2024 | Ecología social
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Fuentes: Alternativas económicas.
Fuente.
Revista Rebelión miércoles 8 de mayo del 2024.
Los daños de la crisis
climática son ya evidentes en el llamado Continente
Blanco. La desaparición de los glaciares, la propagación de enfermedades
y la pesca furtiva son solo algunos ejemplos
Más al sur del paralelo 62, en las primeras estribaciones del círculo polar Antártico, el viento ruge sin aliento y el frío acarrea bocanadas
ciclópeas de oxígeno que aligeran y sorprenden a
pulmones acostumbrados a filtrar aire tiznado de
contaminación y
otros detritos. Hace apenas 150 años, alcanzar
estas latitudes era una odisea reservada a exploradores, científicos
osados, aventureros y foqueros y balleneros
resilientes, acostumbrados a desafiar a los hielos
eternos y los oleajes más hostiles.
Fue en 1603 cuando el navegante español
Gabriel de Castilla atisbó por vez primera el archipiélago
más septentrional de la Terra Australis, al
que denominó Islas de la Buena Nueva en
honor al galeón que comandaba. Apenas 200 años después, en 1819, el marino británico William
Smith, tras una agotadora travesía, fue el primero en desembarcar en ellas y bautizarlas con su actual
nombre, Islas Shetland. Hoy, arribar a la más
grande de ellas, la Isla del Rey Jorge, puerta
de entrada al continente helado, supone un vuelo de apenas dos horas y media
desde la ciudad chilena de Punta Arenas, entre formaciones de nubes inesperadas por su
melodía de luces y
bellezas que hablan del mismo ayer, pero advierten de que quizá las generaciones venideras no puedan ya disfrutar de este
mismo mañana.
“Si seguimos ampliando el actual modelo
económico lo que vamos a hacer es que ni siquiera nuestros bisnietos, tal vez ni nuestros hijos ni los hijos de
nuestros hijos, alcancen a ver lo que nosotros
estamos viendo en esta pasada”, advierte Marcelo
Poblete, explorador antártico chileno. Poblete
es uno de los cientos de aventureros
y científicos de muy diversas nacionalidades que
trabajan en una de las cerca de 20 bases dispersas por la Antártida, ahora permanentemente habitada.
Lucha
encarnizada
La primera de ellas —Base Orcadas— fue fundada por Argentina el 22 de febrero de 1904 entre las bahías Scotia y Uruguay, en la Isla Laurie, en un
archipiélago conocido como Orcadas del Sur.
Entonces se desató una lucha encarnizada por controlar y apropiarse de un
enorme desierto convertido en uno de los principales laboratorios
naturales del planeta. Esta disputa se agudizó en la década de 1930, hasta convertir la Antártida en el más desconocido de los escenarios de
la II Guerra Mundial.
Para solucionarlo, en diciembre de 1959 los 12 países que en ese tiempo investigaban
el gélido infinito firmaron en Washington
el Tratado Antártico, que establece que la Antártida se utilizará exclusivamente para fines pacíficos, y se prohíbe
toda actividad militar y los ensayos de toda clase de armas.
En marzo de 2022 se registró la
temperatura más alta desde que se tienen registros
Actualmente lo secundan 56 países,
de los que solo 20
son miembros consultivos. A partir de 2049, cualquiera de estos últimos puede solicitar su revisión, que debe ser aprobada por mayoría simple.
Esta es hoy una de las grandes preocupaciones de los científicos,
por considerar que se trata de uno de los escenarios geopolíticos
en los que se dilucidará el futuro de la humanidad.
“Sin duda que la emergencia climática está afectando y cambiando las condiciones”, explica Poblete, quien recuerda que, en marzo de 2022, la estación de investigación Concordia, situada en el domo C de la meseta antártica —conocida habitualmente como el lugar más frío de la Tierra— detectó una temperatura de 11,5 grados, centígrados, la más alta desde que se tienen registros.
El
mar se calienta
En la base presidente Frei
Montalva, en Isla Rey Jorge, uno de los
militares chilenos que la custodian me explicó que allí se superaron los 15 grados.
“En los últimos 20 años hemos visto cambios en la fauna y la flora. Pero
también modificaciones muy rápidas en el entorno glaciar, con la desaparición de glaciares en el campo de hielo Sur.
Podríamos presumir de que es parte de un calentamiento global, pero también de un ciclo
natural. Es lo que tenemos que ir evaluando”, agrega.
Esa pérdida de hielo tiene efectos negativos, como el incremento del nivel del mar y su calentamiento, la propagación de enfermedades como la gripe aviar, la migración de especies marinas, la llegada de la pesca masiva y furtiva y la
variación en la intensidad y circulación de las corrientes
y los vientos, además de otros fenómenos climáticos
antes inexistentes.
“Si bien a nivel personal la gente, (de Punta Arenas) disfruta de un clima más agradable, en la práctica eso le hace muy mal a los hielos eternos y aumenta y acelera los procesos”, advierte Poblete. “Hace 20 años esta era una Patagonia prístina, super pura, extremadamente pura. Y si bien (es necesario) el desarrollo, creo que hay un límite. Se cortó casi todo el bosque marino del estrecho de Magallanes. De ahí viene el gran cambio, porque el bosque marino de algas es como el bosque en tierra, que es el sostenedor del inicio de la cadena”, explica con relación a problemas climáticos que apenas tienen foco mediático, aunque son esenciales para entender la profundidad y la gravedad de la emergencia climática.
“Había una diversidad enorme. Y esa diversidad cada vez cuesta más encontrarla, y yo creo que está más directamente ligada a la falta de algas en el mar que al mismo calentamiento global”, recalca el Poblete, para quien no hay duda de que en este proceso de degradación el principal factor es la intervención humana. Experto en expediciones antárticas, apunta a industrias como la salmonera como primer responsable de la degradación de los fondos marinos.
Zonas
protegidas
En este contexto, tanto Poblete
como otros científicos consultados durante este viaje al continente helado apuestan por crear zonas protegidas, denominadas green house, que deben mantenerse verdes o blancas, pero en general prístinas, para
favorecer una recuperación o hallar cómo detener el menoscabo
climático.
“Estamos donde se acaba América, y a 200 millas náuticas de
Chile nos encontramos con un mar internacional. En este mar internacional nos encontramos con buques factorías españoles, chinos
y de otros países que eliminan la primera línea de alimento que viene desde la Antártida”, explica antes de advertir que tratados
como el firmado para la protección de los océanos no
están funcionando y que deberían ser mucho más efectivos.
El
turismo
es otro de los peligros que amenazan el equilibrio antártico
Marcelo González, jefe científico del Instituto Nacional Antártico
de Chile (INACH), insiste, por su parte, en que
aunque las perspectivas no son optimistas, la Antártida
se revela, igualmente, como un laboratorio para
ofrecer esperanza a la humanidad desde la botánica, la fauna, los
minerales y, sobre todo, la bacteriología. En un entorno tan adverso para los
humanos, científicos americanos, europeos, africanos y oceánicos trabajan en la
investigación de nuevos fármacos y, sobre todo,
en el descubrimiento de nuevos microorganismos muy
resistentes que puedan ayudar, como lo hizo la penicilina
hace siglos, a combatir bacterias que con el
cambio climático se han vuelto más aceradas.
“Las posibilidades de avance que nos ofrece la biología antártica son amplísimas”, afirma el científico chileno, sobre los intereses de las grandes
farmacéuticas.
Igualmente, la botánica ofrece un prolífico
campo de interés científico.
La mayor parte de las 100 estaciones
científicas que hay a fecha de hoy en el continente helado están en el 1% del territorio que está
libre de hielo. Allí el clima es más benigno, y cuando llega el verano
austral, el deshielo
ofrece un paisaje
inhóspito de tierra
yerma y rocas erosionadas por el tiempo entre los que asoman buqués
verdes compuestos por hongos, líquenes y otras
plantas primarias que permiten estudiar la adaptación de
las especies a entornos agresivos.
Deportistas
extremos
El cabo Hernández, una de las cerca de 1.000 personas que pasan el invierno en barracones estrechos cubiertos de hielo de mayo a septiembre, explica que a la espalda de la base chilena, la bahía de Fildes se congela a principios de abril y vuelve a su hermosa liquidez entrado noviembre. Apoyado sobre los pilares de la iglesia construida a escasos metros en la península del mismo nombre, cuenta que cuando el frío comienza a amainar y la nieve crea riachuelos torrentosos, los rusos de la base cercana salen para jugar al hockey o practicar agujeros para la pesca, y los chinos y peruanos para tomar muestras del hielo salado.
Sabe que el
verano ha llegado
porque en su horizonte, en dirección al cabo de Hornos,
aparecen los primeros cruceros de turismo antártico, otro de los peligros que acechan a
esta tierra inalcanzable hace apenas un siglo y
medio. Aventureros que
reposan en camarotes de lujo y pagan al menos 10.000 euros por navegar
entre fiordos de hielo
asombrosos y atardeceres divinos disfrutando de una bebida en sus copas escarchadas. Y deportistas extremos que persiguen sus límites.
¿Qué pensarían de ello Gabriel de Castilla, William Smith, Charles
Darwin, Roald Amundsen o Gustavo Giró, el argentino que en la década de 1930 empezó la lucha por la Antártida y fue el primer
hombre en recorrer por tierra, en trineo, más de 18.000 kilómetros en los 14 millones de kilómetros cuadrados que tiene el mayor laboratorio para el futuro del mundo?
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