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"Es
aquí donde resulta oportuno y al mismo tiempo complejo,
preguntarse sobre las responsabilidades políticas
y geopolíticas de este desastre. PRIMERO: en términos geopolíticos,
no cabe duda de que lo sucedido en Rio Grande do Sul está
ligado a la crisis climática, y debería colocar
en el ojo de la tormenta la cuestión de la deuda
climática o ecológica, que los países del Norte
global tienen para con el Sur global. Verdad
de perogrullo, no sólo los países del Norte y sus empresas petroleras –Estados Unidos, Europa-, potencias emergentes como China, hoy principal emisora de Co2 en el mundo y Rusia,
potencia primario-exportadora (pónganla en la categoría geopolítica que mejor le corresponda), son los grandes contaminadores de nuestra atmósfera. No solo han generado las condiciones de la crisis climática actual, tal cual la conocemos hoy,
sino que se han venido des responsabilizando de modo sistemático en el plano internacional de la deuda
ecológica que vienen arrastrando para con los países más pobres y periféricos, que además de no ser los
responsables de la contaminación, son los que más padecen hoy los múltiples
impactos del cambio climático, bajo la forma de
los eventos extremos. Por caso, la región
latinoamericana, es responsable solo del 8%
de las emisiones de CO2 a nivel mundial y África apenas roza el 3%.Para completar las vueltas del modelo imperial de la deuda ecológica, resulta
ser que son los países centrales los que luego deciden los “préstamos” y “ayudas” y sus modalidades de
implementación, a través de organismos internacionales, a los países del sur, afectados por colapsos
localizados, para intentar reconstruir sus sociedades y economías
siempre “vulnerables”, engrosando así la odiosa deuda externa. Así, al calor de la crisis climática, el círculo perverso entre deuda ecológica y deuda
externa entra en una suerte de reproducción ampliada.
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Fuentes: El diario [Imagen: Porto Alegre y 497 municipios fueron afectados por las lluvias.]
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COLAPSOS
LOCALIZADOS, DEUDA ECOLÓGICA Y POLÍTICAS PÚBLICAS.
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Por Maristella Svampa | 07/06/2024 | Ecología social
Fuentes Revista Rebelión. Viernes 7 de junio del 2024.
Las inundaciones en Rio Grande do Sul,
una de las áreas más ricas y poderosas de Brasil,
dejaron un saldo de 163 muertos, más de 80 personas sin localizar y 640.000 personas que se han visto obligadas a dejar
sus casas. ¿Servirá esta dolorosa tragedia como
plataforma latinoamericana para invocar y reclamar más que nunca la enorme deuda climática que los países del Norte tienen para con los del Sur?
La era de los colapsos localizados ha comenzado, escribimos hace muy poco tiempo en este diario. No es ninguna buena noticia, aun si creo ineludible el punto de partida para poder pensar y abrir a otros horizontes de futuro. Por eso hoy quisiera volver sobre el colapso ecológico y sus rostros actuales; porque el colapso está entre nosotros, sin que eso signifique que el planeta se acabará de un día para el otro o en el corto plazo, en una suerte de black out o apagón energético generalizado. Sin dudas, la crisis energética afectará severamente a nuestros países y nuestras vidas, pero ésta es de mediano plazo, si bien algunos países -Cuba, Ecuador, Venezuela y numerosos estados de África, entre otros-, por diversas razones, ya están siendo afectados por cortes generales de energía, con las consecuencias que todo ello conlleva.
Hecha esta
primera aclaración, en el “mientras tanto”, somos
cada vez más conscientes de lo que significa la aceleración de la crisis climática en los territorios.
Ahora, hoy, en el corto plazo, como seres humanos que
atravesamos estos nuevos tiempos del Antropoceno/Capitaloceno
Postpandémico, vemos con claridad que sufriremos cada vez más los embates
letales de los colapsos localizados, producidos
por eventos extremos catastróficos (e incluso
por cadenas de eventos extremos que se refuerzan entre sí) tales como las fuertes lluvias, inundaciones,
sequias, incendios, tornados, fuertes vientos, olas de calor y/o de frío,
entre otros.
Y lo que
sucede ahora en Rio Grande do Sul es una
ilustración tremenda y devastadora de un colapso localizado, sin duda; lo cual
debe ayudarnos a pensar y preguntarnos a conciencia
acerca de cuáles pueden ser nuestras respuestas como sociedad ante los desastres climáticos. En esta línea, me gustaría
avanzar algunas ideas, que nos ayuden a comprender el desafío que afrontamos y
nos sitúen en un plano no solo local, sino también multiescalar,
porque después de todo, la crisis climática es global,
pero tiene decididos impactos locales.
La visualización trágica y letal que proporciona Rio Grande do Sul sobre los colapsos localizados nos
muestra cómo estos pueden amplificarse y adoptar la gran escala. Para el caso
de Brasil, no se trata solo de una gran ciudad colapsada (Porto Alegre), sino
de unos 497 municipios afectados. Al día de
hoy se contabilizan más de 163 fallecidos;
más de 80 personas sin localizar; más de 640.000
personas que se han visto obligadas a dejar sus casas, incluidas 65.000 que están refugiadas
en escuelas y gimnasios. La destrucción no solo continúa -porque la lluvia ha
vuelto- sino que es inconmensurable, incontable
y para millones de personas que lo han perdido todo o casi todo, ya nada
volverá a ser como antes. Son, de ahora en más, vidas
dañadas.
En
términos alimentarios, las pérdidas son enormes y pueden afectar la soberanía alimentaria del gran país vecino.
“Rio Grande do Sul aporta 12,6% del PIB agrícola de la nación, de
acuerdo con Bradesco. Casi 70% del arroz y 13% de los productos lácteos de
Brasil provienen de ese estado, según un informe de la corporación
estadounidense S&P Global divulgado el 13 de
mayo” dice un artículo reciente de AP. En términos económicos, grandes y pequeños productores
rurales, numerosas empresas -desde automotrices, con sus maquinarias, hasta la
industria cárnica- se han visto afectadas. La reconstrucción
será lenta y requerirá toda la colaboración entre gobiernos regionales y
el gobierno nacional, a cargo del presidente Lula da Silva.
En
términos geopolíticos, no cabe duda de que lo sucedido en Rio Grande do Sul está ligado a la crisis climática, y debería colocar en el ojo de la
tormenta la cuestión de la deuda climática o ecológica
Es
aquí donde resulta oportuno y al mismo tiempo complejo,
preguntarse sobre las responsabilidades políticas
y geopolíticas de este desastre. PRIMERO: en términos geopolíticos,
no cabe duda de que lo sucedido en Rio Grande do Sul está
ligado a la crisis climática, y debería colocar
en el ojo de la tormenta la cuestión de la deuda
climática o ecológica, que los países del Norte
global tienen para con el Sur global. Verdad
de perogrullo, no sólo los países del Norte y sus empresas petroleras –Estados Unidos, Europa-, potencias emergentes como China, hoy principal emisora de Co2 en el mundo y Rusia,
potencia primario-exportadora (pónganla en la categoría geopolítica que mejor le corresponda), son los grandes contaminadores de nuestra atmósfera. No solo han generado las condiciones de la crisis climática actual, tal cual la conocemos hoy,
sino que se han venido des responsabilizando de modo sistemático en el plano internacional de la deuda
ecológica que vienen arrastrando para con los países más pobres y periféricos, que además de no ser los
responsables de la contaminación, son los que más padecen hoy los múltiples
impactos del cambio climático, bajo la forma de
los eventos extremos. Por caso, la región
latinoamericana, es responsable solo del 8%
de las emisiones de CO2 a nivel mundial y África apenas roza el 3%.
Para
completar las vueltas del modelo
imperial de la deuda ecológica, resulta
ser que son los países centrales los que luego deciden los “préstamos” y “ayudas” y sus modalidades de
implementación, a través de organismos internacionales, a los países del sur, afectados por colapsos
localizados, para intentar reconstruir sus sociedades y economías
siempre “vulnerables”, engrosando así la odiosa deuda externa. Así, al calor de la crisis climática, el círculo perverso entre deuda ecológica y deuda externa entra en una suerte de
reproducción ampliada.
PRIMERA
CONCLUSIÓN, entonces: en la era de los colapsos
ambientales localizados, la deuda ecológica y
la deuda externa requieren de modo urgente ser
revisitadas con nuevas propuestas internacionalistas desde el Sur global. Es necesario cortar este nudo gordiano
antes de que sea demasiado tarde. Ni siquiera estamos hablando todavía de la transición socio ecológica, sino de la adaptación a la
crisis climática. Y no hay posibilidad alguna de
pensar en respuestas efectivas y a gran escala a la crisis
climática desde la periferia global, si
no es incorporando la deuda climática y externa en el centro de nuestras
agendas públicas.
La
deforestación de la Amazonia combinada con el cambio
climático global tiene consecuencias muy
devastadoras
SEGUNDO. Cabe preguntarse también,
¿son acaso nuestros países completamente inocentes frente a la gravedad de los
colapsos localizados, asociados a la desesperante crisis climática? Arrastramos
una larga historia de extractivismo, producto de
nuestra inserción en el sistema de división internacional del trabajo. Mucho
hemos escrito sobre esto. Como sostienen F. Cantamutto y M. Schoor, esto ha dado
origen a un “mandato exportador” que fuerza a
nuestras economías a convertirse en exportadora de commodities
o productos primarios. No obstante, como decían
los buenos dependentistas en los años 70, la dependencia tiene un “afuera” (dominación
externa) pero también un “adentro” (elites cómplices y un sistema de relaciones de
poder -políticas y económicas- acorde a ello).
La
deforestación de la Amazonia combinada con el cambio
climático global tiene consecuencias muy devastadoras.
Asimismo, a nivel regional, los cambios en el
uso del suelo y la expansión de la frontera del agronegocio
es uno de los grandes responsables del desastre.
Entre 1985 y 2022, Rio Grande do Sul, uno de los
centros de la actividad sojera del país, perdió 3,6 millones de
hectáreas de vegetación nativa, un 22%, según una red liderada por Eduardo Vélez, de MapBiomas, un
consorcio climático de oenegés y universidades brasileñas. Esto se ha extremado en el
contexto del gobierno
bolsonarista y sus continuidades. Por ejemplo, Rio
Grande do Sul es una región gobernada por
sectores extremos -no todos ellos bolsonaristas-, que niegan el cambio climático. Sabemos que desde 2019 hubo un desmantelamiento agresivo de políticas ambientales por parte del gobernador Eduardo
Leite, del centro derechista PSDB, para favorecer a los señores del agronegocios, entre
otros grandes empresarios terratenientes. Sabemos que esta no
fue la primera inundación tampoco, sino la
cuarta en menos de un año, tras las inundaciones de julio, septiembre y
noviembre de 2023, que produjeron la muerte de
75 personas. Finalmente, el actual gobernador fue advertido: el diputado local Adão Pretto Filho, del Partido de los Trabajadores (PT), sostuvo
que
“En su opinión, las severas inundaciones que afectan a Rio Grande do Sul podrían haberse evitado o haber tenido un impacto menor, si el Gobierno local no hubiese ignorado un informe elaborado por la Comisión de Representación Externa de la Asamblea Legislativa de Rio Grande do Sul. Finalizado en agosto de 2023, este documento presentaba distintas propuestas para combatir los efectos del cambio climático en varios municipios del estado”.
SEGUNDA
CONCLUSIÓN, entonces: a la hora actual, quien mira hacia el
costado y crea que la crisis climática está
disociada del extractivismo, sobre todo, de la
expansión de la frontera petrolera (y ahora del fracking), así como de los desmontes de millones de hectáreas y los cambios en los usos del
suelo en favor del agronegocio, no solo obra de mala fe o ejerce un cinismo de
patas cortas, sino que contribuye a impulsar el ecocidio
en ciernes. Más simple: vistos los estragos múltiples y de largo aliento
que producen los colapsos localizados, la
asociación entre crisis climática y
extractivismos cobra ahora rasgos criminales.
Ojalá lo
sucedido en Rio Grande do Sul no se lo trague el
ojo miope de la desmemoria y del tiempo acelerado
Y, sin
embargo, vemos que el extractivismo encuentra un
impulso cada vez mayor. En Argentina, de ser aprobado el RIGI (Régimen de Incentivo a Grandes Inversiones),
incluido en la Ley Bases, que tiene entre sus
manos el Senado de la Nación, promoverá un extractivismo recargado en todas sus formas, a través
de la transnacionalización y el otorgamiento de privilegios a mineras y petroleras que, entre otras cosas, tendrán
más derecho al agua que cualquier ciudadano común. Con la aprobación del RIGI, nuestra pregunta ya no será con qué herramientas
públicas afrontar la crisis climática –porque no
las habrá, no estarán disponibles- sino más bien cuál será el próximo colapso
localizado en el país de “la libertad individual” y
del sálvese-quien-pueda.
Una
reflexión final. Todo indica que los colapsos
localizados irán multiplicándose, afectando ciudades y regiones enteras,
tal como sucedió y continúa sucediendo ahora en Rio
Grande do Sul, una de las áreas más ricas y poderosas de Brasil. No obstante, en tiempos
de memoria corta, el olvido todo se lo traga de modo acelerado. En
septiembre de 2023 hubo un colapso localizado en Libia. Las fuertes lluvias
de la tormenta mediterránea Daniel causaron
inundaciones letales en el este de ese país y dos represas se desbordaron. Una pared de agua de varios metros de alto arrasó con
la ciudad de Derna, en la costa, causando la
muerte de más de 11.000 personas. La consternación internacional fue mayor. Durante días,
el mar estuvo devolviendo lodo y cadáveres. Hoy nadie recuerda lo ocurrido en Libia, ya no aparece en los portales de noticias. Sin
embargo, cuando los reflectores se apagan, y los medios de comunicación dejan
de mirar, a oscuras el daño persiste,
amplificado por la normalización de la catástrofe.
Ojalá
lo sucedido en Rio Grande do Sul no
se lo trague el ojo miope de la desmemoria y del tiempo acelerado. Y que esta
dolorosa tragedia sea la plataforma latinoamericana para
invocar y reclamar más que nunca la enorme deuda climática que los países del Norte tienen para con los del Sur, así como para
cuestionar el criminal negacionismo
climático que hoy se difunde en nuestros países, de la mano de sectores
de derecha y ultraderecha. Urge tomar conciencia
de que vivimos en un planeta dañado y que por ello nuestra meta debe ser
proteger del daño mayor, con toda la energía individual
y solidaridad colectiva, todo aquello que
existe: vidas humanas y no
humanas, territorios, ecosistemas y bienes. Nuestro imperativo de época
es repensar los modelos de desarrollo e instrumentar políticas públicas con un Estado presente (un Estado ecosocial), para hacerlos sostenibles para la vida
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