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“Con todo lo anteriormente expuesto, la autora extrae tres conclusiones distintas en las que se recogen las ideas e intenciones principales latentes en cada uno de los capítulos. La primera conclusión es que las necesidades humanas deben tener prioridad ante los deseos humanos, debido a que no satisfacer las primeras de forma adecuada puede generar un gran daño en nuestro entorno. La segunda es que la moral no puede desconocer el sufrimiento humano, lo que implica que estamos obligados no únicamente a cumplir con nuestras propias necesidades sino a también tener en cuenta las necesidades de los demás. Sin embargo, cabe mencionar la tensión misma que existe, dentro del libro, entre esta centralidad que la autora le da al sufrimiento humano, llegando a citar a Adorno, y una noción de responsabilidad para con una comunidad moral interespecies que parece ir más allá del daño que se le puede producir al ser humano. La última conclusión guarda relación con la situación actual en torno al empleo de recursos: debido a la combinación de la técnica moderna y el uso desaforado de combustibles fósiles (p. 104) los impactos que se pueden generar a nivel medioambiental son enormes. Esto implica que las consecuencias con relación a las necesidades básicas sean en gran medida más perjudiciales, lo que se traduce en una llamada más urgente para actuar a favor de la sostenibilidad. Una llamada que, como bien concluye la profesora Madorrán, no puede quedarse solo en el plano de una responsabilidad individual, sino que debe ascender a una consideración socioeconómica sobre el capitalismo: en tanto cuestión política, recae también sobre las instituciones políticas y la sociedad civil la tarea de responsabilizarnos para con una comunidad moral ampliada. En este sentido hay que entender las palabras finales del libro: «Podríamos empezar por interiorizar una máxima poliética sencilla para afrontar las difíciles décadas que nos esperan: del planeta según su capacidad, a cada cual según su necesidad»
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NECESIDADES ANTE LA CRISIS
ECOSOCIAL: pensar la vida buena en el Antropoceno.
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Por Varios autores | 20/06/2024 | Ecología social
Fuentes.
Revista Rebelión jueves 20 de junio del 2024.
Fuentes: 15-15-15 [Ilustración © Eva Bravo para la portada del
libro]
Los problemas que
giran en torno a la crisis ecosocial y al cambio climático han ido calando en la conciencia
colectiva de una sociedad que se pregunta si el modelo de vida en
vigor en los países que llamamos desarrollados y su correspondiente impacto en el planeta donde
vivimos es sostenible o si se deben tomar medidas urgentes para evitar el
manifiesto deterioro medioambiental.
La epidemia del coronavirus, y también la guerra de Ucrania y el ataque israelí contra Gaza, han sido una dura llamada de atención que nos ha recordado que somos seres vulnerables: vivimos en cuerpos y entornos que pueden ser dañados, y en ciertas condiciones un problema o desequilibrio que surja en cualquier parte del mundo puede tener consecuencias planetarias. Esa atención a la fragilidad humana, y los problemas de insostenibilidad medioambiental, definen la pregunta con la que arranca el libro de Carmen Madorrán Ayerra (nacida en 1989): «¿Qué necesitamos los humanos para vivir bien?». La autora es doctora en Filosofía y especialista en bioética a través del Máster de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona. Actualmente está coordinando el Grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas (GHECO) en la Universidad Autónoma de Madrid, donde también es docente en el Departamento de Filosofía. Centra sus principales líneas de investigación en la reflexión política y moral contemporánea en el contexto de la crisis ecosocial.
Hay algo que desde el principio queda claro en su libro:
hoy en día ya no es posible plantear la pregunta por la vida buena de manera
abstracta. El desafío que la realidad de
la crisis ecosocial
impone a la ética ya
no es soslayable. Esto quiere decir que ya no podemos aspirar a
una vida buena en tiempos del Antropoceno si no pensamos las necesidades humanas
en relación con los límites planetarios y nuestra inserción en la red de la
vida, desprendiéndonos del velo de la autosuficiencia y
una idea exagerada de autonomía. Por todo ello, la profesora Madorrán parte de un presupuesto que guiará todo
el desarrollo del libro, a saber, que la pregunta por la vida buena ya no puede hacerse de forma
independiente a la comunidad en
que se vive e ignorando las condiciones biofísicas del planeta que
la contiene, de modo que la pregunta por la vida buena ya no será solo una
cuestión ética,
sino también política y ecológica.
En pos de responder a esa pregunta principal por la vida buena, la escritora divide el libro en dos partes generales: la primera tiene como objetivo situar la pregunta en el contexto de la crisis ecosocial, mientras que la segunda pretende utilizar la noción de necesidades humanas como vía para esbozar las condiciones de posibilidad de cualquier vida buena. De este modo, inicia su escrito en la primera parte analizando cuál es el origen de la situación actual, es decir, de dónde venimos. La preocupación por la crisis ecológica no es algo nuevo, sino que desde mediados del siglo XX ha inquietado a científicos, académicos y pensadores. El informe que en 1972 publicó el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) a petición del Club de Roma, de título The Limits to Growth, y que relacionaba cinco variables (el crecimiento de la población, la producción de alimentos, la industrialización, el agotamiento de los recursos naturales y la contaminación), dejó claro que el crecimiento esperado para los países del mundo no era sostenible (pág. 21-22). Si los países industrializados continuaban con sus pautas de desarrollo, era esperable un colapso a lo largo del siglo XXI. Pese al impacto que dicho estudio tuvo sobre la opinión pública y la concienciación inicial que alentó, todo ello quedó olvidado con la implantación de políticas neoliberales a partir de los años 1980. Desde aquel decenio, la huella ecológica de la humanidad ha superado cada año la capacidad de absorción y regeneración del planeta. Dentro del marco de una deuda ecológica que va en aumento (pág. 26), la autora enumera los desafíos que plantea esta crisis (pág. 27) para preguntarse si cabe aspirar a una vida buena en el siglo XXI.
La incesante pregunta por la vida buena, que no puede ser otra cosa que una
pregunta poliética (apelando
aquí a la elaboración de Francisco Fernández Buey:
pág. 35), impregna un segundo capítulo donde Madorrán
pretende exponer los diferentes tipos de aproximaciones que han guiado las
reflexiones sobre esta cuestión (págs. 37-47). En este sentido, la autora justifica su propia aproximación, una «indagación sobre las
condiciones de posibilidad de la vida buena (aproximación
negativa)» a partir de las necesidades (pág. 47), evitando el riesgo de una
noción restringida y homogénea de «vida buena» y
aceptando su no univocidad (pág. 62). A continuación, se concluye la primera
parte del libro desarrollando una cuestión clave y de principio para la tesis general del libro, a saber, la pregunta por la
comunidad moral: «¿quién es el sujeto de
esa vida buena cuyas condiciones de posibilidad nos preocupan?» (pág. 50). Si
la gran dificultad a la hora de reflexionar sobre la comunidad moral, dice Madorrán citando al profesor Riechmann, está en ese transitar de
una moral de proximidad a una moral de larga
distancia (pág. 51), y tal paso implica el darnos cuenta de que nada
humano nos puede ser ajeno, entonces asumir nuestra responsabilidad en nuestras acciones implica buscar una
forma de aproximarnos a la vida buena que
no estrangule las posibilidades de una vida buena también para las siguientes generaciones humanas (ni que se lleve por delante las vidas
de los demás seres vivos; pág. 57). Por lo tanto, el tercer capítulo ofrece un argumento imprescindible sobre
por qué debemos
«acostumbrarnos a atender también las obligaciones morales de vivir en una comunidad moral ampliada: global, intergeneracional e interespecies» (pág. 57).
Carmen Madorrán. Fuente: Plaza & Valdés. Con este
último argumento crucial, que constituye el paso final para
situar debidamente la pregunta por la vida buena en la era del Antropoceno, la autora prepara las bases para,
ahora sí, comenzar su reflexión sobre las necesidades humanas. La segunda parte del libro arranca esbozando un breve recorrido por la reflexión multidisciplinar que se ha realizado acerca de las
necesidades (págs. 62 y ss.), para luego explorar mejor las aproximaciones marxianas al concepto de necesidad (págs.
67 y ss.) y detenerse concretamente en la concepción de necesidades
radicales que,
partiendo de la obra de Marx, realiza Agnes Heller (pág.
71). Tal recurso permitiría entender las necesidades no solo
como carencia sino también como proyecto, «como un motor capaz de dinamizar la acción y la transformación
social» (pág.
73). El quinto capítulo del
libro reúne un conjunto de ideas (cuatro, para ser exactos) bajo las cuales la autora considera que se puede pensar mejor, y evitar
equívocos habituales, sobre las necesidades en busca de esa incesable pregunta por la vida buena.
Así, es preciso entender que las necesidades humanas son fundamentalmente biopsicosociales,
pues el tipo de animales interdependientes que somos hace que tanto para la supervivencia humana como para la posibilidad de aspirar a
una vida buena el sustento haya de ser tanto fisiológico como social (págs. 76
y 84-85). A su vez, conviene distinguir propiamente entre las necesidades, que serían universales, y los satisfactores, que
serían los medios culturalmente determinados de satisfacción de esas necesidades (pág. 79). En este sentido, puede
resultar a veces útil distinguir entre necesidades y deseos (págs.
80-82), interpretando a estos últimos en cercanía a la noción de satisfactores. Lo que diferencia a la necesidad del
deseo, nos dice la autora acostándose a la reflexión de Joaquim Sempere (un filósofo imprescindible en lo
referente a teorizar sobre necesidades en nuestro país),
«es que la primera está ligada a la autoreproducción
(física o moral) del sujeto, mientras que el deseo es más ocasional, no está
ligado a la autoreproducción del
sujeto y tiene un grado superior de libertad» (pág. 81). La última idea que
contiene este capítulo 5 sería la ya mencionada doble polaridad del concepto de necesidad, teniendo una
vertiente negativa (como carencia) y otra positiva
(como potencia o proyecto; págs. 82-85).
El conjunto de reflexiones en torno al concepto de necesidad, que muy agudamente realiza en el libro
la profesora
Madorrán,
son aplicadas en el capítulo final, donde trata de pensar «cuáles son esas condiciones
necesarias para que cualquier persona pueda aspirar a su concreción de la vida
buena» (pág. 88). El
planteamiento de la autora, en deuda con las elaboraciones de Sempere (L’explosió
de les necessitats, 1992, y Mejor con menos, 2009) y de
la Teoría de las necesidades humanas de
Doyal y Gough (1994), considera imprescindible tener en cuenta la importancia
del contexto
social, histórico y ecológico en
el que se da tanto la esfera de las necesidades como la de los satisfactores,
considerando precisamente que no se puede entender una de esas esferas sin la
otra (p. 88). Es así como Carmen Madorrán plantea
y desarrolla su decálogo de diez necesidades básicas,
a saber: (1) alimentos
y agua potable, (2) salud
y seguridad física, (3) afecto
y cuidados, (4) reconocimiento,
(5) autonomía compartida, (6) equidad, (7) educación,
(8) participación, (9) actividades autotélicas y (10) trabajo. Estos son los elementos sin los cuales sería imposible alcanzar cualquier
concepción de la vida buena, y
la autora los expone realizando una aclaración importante: los ecosistemas en
los que vivimos son un elemento transversal e imprescindible para el cumplimiento satisfactorio de todas ellos (p. 90).
Con todo lo anteriormente expuesto, la autora extrae tres conclusiones distintas en las que se recogen las
ideas e intenciones principales latentes en cada uno de los capítulos. La primera conclusión es que las necesidades humanas deben tener prioridad ante los deseos
humanos, debido a que no satisfacer las primeras de forma adecuada puede
generar un gran daño en nuestro entorno. La segunda es
que la moral no
puede desconocer el sufrimiento humano, lo
que implica que estamos obligados no únicamente a cumplir con nuestras propias necesidades sino a también tener en cuenta las
necesidades de los demás. Sin embargo,
cabe mencionar la tensión misma que existe, dentro del libro, entre esta centralidad que la autora le
da al sufrimiento
humano, llegando a citar a Adorno, y una noción de responsabilidad para
con una comunidad moral interespecies que parece ir más allá del daño que se le
puede producir al ser humano. La
última conclusión guarda relación con la situación actual en torno al empleo de recursos:
debido a la combinación de la técnica moderna y el uso desaforado de combustibles fósiles (p. 104) los impactos que se pueden
generar a nivel medioambiental son
enormes. Esto implica que las consecuencias con relación a las necesidades
básicas sean en gran medida más perjudiciales, lo
que se traduce en una llamada más urgente para actuar a favor de la sostenibilidad. Una llamada que, como bien concluye la profesora Madorrán, no puede quedarse solo en el plano de
una responsabilidad individual, sino que debe ascender a una consideración socioeconómica sobre el capitalismo: en tanto cuestión política, recae también sobre las instituciones políticas y la sociedad civil la
tarea de responsabilizarnos para con una comunidad moral ampliada.
En este sentido hay que entender las palabras finales del libro:
«Podríamos empezar
por interiorizar una máxima poliética sencilla para afrontar las difíciles
décadas que nos esperan: del planeta según su capacidad, a cada cual según su necesidad» (p.
109).
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