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“Pero al igual que en toda América,
la independencia no fue completa. En México, le correspondió a Benito
Juárez instaurar un cuerpo de leyes e instituciones que condujeran a
construir realmente al Estado Mexicano y lo hizo
en un momento en que el país se debatía en conflictos
internos y externos que debilitaron el poder. Las frágiles instituciones
construidas en el período pos colonial no pudieron evitar que Estados Unidos se robara el 55%
del territorio mexicano. Juárez no solo edificó
el nuevo Estado, sino que lo modernizó y lo hizo más sólido. Pero la modernidad no trajo la ansiada prosperidad
para las mayorías, las luchas internas no
conseguían dar estabilidad al país, la propiedad de la tierra
en manos de unos pocos y el perturbador papel activista de la iglesia católica no ayudaban a crear un clima que
contribuyera al desarrollo. Una aguda lucha se
desató en el país, en ella destacaron los líderes
campesinos Emiliano Zapata y Francisco Villa que
se enfrentaron a los remanentes de la larga dictadura de Porfirio Díaz y
protagonizaron junto a otros la revolución mexicana de 1910
que tuvo una trascendente participación popular. Los
mexicanos no dejaron nunca de luchar hasta que en 1917 se logró la aprobación de una nueva Constitución (vigente aún hoy) que por primera
vez incorporaba una serie de derechos sociales
en favor de los sectores más humildes de la
población, convirtiendo la Carta Magna mexicana
en un ejemplo a seguir para toda América Latina.
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MÉXICO. DESDE LOS MAYAS Y LOS
AZTECAS HASTA CLAUDIA SHEINBAUM Y LA CUARTATRANSFORMACIÓN.
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Por
Sergio Rodríguez Gelfenstein.
Fuente.
Prensa Latina. Firmas Selectas.
Ciudad de
México. Jueves 6 de junio del 2024.
No es casual. Está en los anales. El
pueblo mexicano lo hizo una vez más como en muchas otras ocasiones a lo
largo de la historia. Es verdad que a Hernán Cortés lo
acompañó una Malinche
(el domingo pasado también hubo otra cortejando al pasado) pero la memoria nos
recuerda a Atotoztli, Tomiyahuatl, Eréndira y Tecuichpo, grandes mujeres que forjaron la nación
azteca.
En el siglo XXI hay otra: se llama Claudia
Sheinbaum. Como ella misma dice:
“provengo
de familia judía y estoy orgullosa de mis abuelos y de mis padres”, pero no
olvida que “fui educada como mexicana”. En el
país hermano hay muchas Claudias. Yo conozco a varias de ellas.
No obstante esto, en su conferencia
de prensa matinal del pasado 3 de junio, el presidente Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) señaló con precisión quién había sido el
protagonista de la jornada y quién había jugado el papel principal en el
proceso de evolución de su país iniciado en 2018:
Dijo AMLO:
“…ayudé en la transformación del país, como lo han hecho millones de mexicanos
porque yo no soy el único; a mí me tocó la construcción de un proceso, pero los
actores principales, los protagonistas principales de este cambio fueron millones de mujeres y de hombres que han venido
luchando”.
He ahí la esencia de lo que la oligarquía
no entiende sobre lo que está ocurriendo: el pueblo ha sido el protagonista de los hechos y el intérprete principal
de los acontecimientos que condujeron a los extraordinarios
resultados electorales del pasado domingo.
Y es que como dije al comienzo, desde la resistencia de aztecas y mayas al colonialismo español
signado por el triunfo de la “Noche Triste” y la
organización de la defensa de Tenochtitlán que
estableció niveles inauditos de resistencia solo superados por el salvajismo, el desprecio,
y la barbarie propia de los españoles y su superioridad en materia bélica, los mexicanos no han dejado de luchar. La resistencia fue derrotada, y tuvo un alto costo
humano, pero generó un sentimiento de orgullo por lo propio que aún hoy vive en
el alma de los mexicanos. Se siente desprecio
por la Malinche y
altivez por la historia pasada.
Los imperios aztecas y mayas desaparecieron, a pesar de su gran desarrollo científico y tecnológico muy superior al de los
europeos en materia de astronomía, medicina,
hidráulica, agricultura y arquitectura entre otras. Pero como me decía Moisés Morales el gran sabio y guía de Palenque en Chiapas:
“Que los mayas desaparecieron, ¿y
yo qué soy? ¿y qué son toda esta gente que nos rodea? ¿No son acaso los
descendientes de aquellos que fundaron estas grandes ciudades de economía floreciente?”. Se refería a Palenque, Toniná, Chichen Itzá, Tulum, Tikal y Copal entre
otras portentosas ciudades que ya eran enormes urbes desarrolladas cuando París y Londres eran aun unas aldeas miserables.
“Aquí estamos”, me decía Moisés,
lamentablemente fallecido hace unos años, y aquí está hoy el pueblo mexicano heredero de grandes tradiciones,
haciéndose cargo de su destino. Al igual que otros
territorios de la región y al unísono con Venezuela
y el Río de la Plata, en 1810 estalló la insurrección, los campesinos e indígenas convocados por el cura del
pueblo de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla iniciaron
la lucha por la independencia del yugo español.
Al igual que Venezuela, en 1821, tras la entrada del Ejército Trigarante a la
Ciudad de México, culmina la lucha por la
independencia. Antes, entre 1811 y 1815, José María
Morelos intentó imprimirle un contenido social a la lucha, asumiendo
posiciones más radicales en defensa de los humildes y de la soberanía nacional.
Pero al igual que en toda América,
la independencia no fue completa. En México, le correspondió a Benito
Juárez instaurar un cuerpo de leyes e instituciones que condujeran a
construir realmente al Estado Mexicano y lo hizo
en un momento en que el país se debatía en conflictos
internos y externos que debilitaron el poder. Las frágiles instituciones
construidas en el período pos colonial no pudieron evitar que Estados Unidos se robara el 55%
del territorio mexicano. Juárez no solo edificó
el nuevo Estado, sino que lo modernizó y lo hizo más sólido.
Pero la modernidad no trajo la ansiada prosperidad para las
mayorías, las luchas internas no conseguían dar
estabilidad al país, la propiedad de la tierra
en manos de unos pocos y el perturbador papel activista de la iglesia católica no ayudaban a crear un clima que
contribuyera al desarrollo.
Una aguda lucha se desató en el país, en ella destacaron los líderes campesinos Emiliano Zapata y Francisco Villa que se enfrentaron a los remanentes de
la larga dictadura de Porfirio
Díaz y protagonizaron junto a otros la revolución mexicana de 1910 que tuvo una trascendente participación popular. Los mexicanos no dejaron nunca de luchar hasta que en 1917 se logró la aprobación de una nueva Constitución (vigente aún hoy) que por primera
vez incorporaba una serie de derechos sociales
en favor de los sectores más humildes de la
población, convirtiendo la Carta Magna mexicana
en un ejemplo a seguir para toda América Latina.
Aunque se instauró cierta estabilidad y la lucha por
el poder se manifestaba en los marcos del
sistema, México no lograba despegar en su
desarrollo. En 1934, Lázaro Cárdenas fue elegido
presidente de la República significando un punto
de inflexión en la historia mexicana al tomar decisiones que enfrentaban los
mecanismos tradicionales de la política inaugurada tras la revolución de 1910.
Cárdenas apeló a la necesidad de establecer un sistema político y económico que garantizara la igualdad entre todos los mexicanos, para lo cual era
fundamental sentar un sistema educativo que le
proporcionara acceso a todos. Así mismo, se propuso hacer que los trabajadores y el pueblo jugaran un papel más
participativo en la vida nacional, instaurando alianzas con las organizaciones sindicales. Se crearon cooperativas de trabajadores, asumiendo desde el
gobierno políticas que se proponían mejorar las condiciones
laborales de los obreros, favoreciendo sus luchas en contra de los empresarios nacionales y sobre todo de los
extranjeros.
Un momento clave del gobierno de Cárdenas
fue en 1936 cuando se aprobó la ley de
expropiación de las empresas petroleras extranjeras en cumplimiento del mandato
de la Constitución de 1917 que en su artículo 27 establecía el derecho de propiedad de la nación
sobre sus recursos naturales. Así, en 1938, por
medio de un decreto, esa ley se hizo realidad.
Se inauguró un nuevo período de “estabilidad”
en los marcos de la democracia representativa,
ahora tutelada por el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) que había sido creado en 1929
y que gobernó consecutivamente desde 1930 hasta
el año 2000. El modelo sui generis establecido
por el PRI que se caracterizaba por el control
total de la política en lo interno y la defensa
de la soberanía nacional sin inmiscuirse en los
asuntos de otros países, en lo externo, generó importantes avances sociales en
el país, pero, en sus últimos años, el sistema
devino centralizador, corrupto y neoliberal,
profundizando la dependencia externa de Estados Unidos y
la situación de pobreza de las grandes mayorías.
En estas
condiciones, AMLO accede a la presidencia en 2018 (antes, le habían robado el triunfo en 2006 mediante un gigantesco fraude
electoral) e inicia la Cuarta Transformación que
es mucho más que la realización de una serie de medidas políticas que cualquier
gobierno hace cuando llega a la administración
de un país. Ahora se trataba de dar continuidad a la historia para producir los cambios que el país necesitaba. Lo
explicaba el mismo presidente AMLO en su
alocución durante el 75° periodo de sesiones de
la Asamblea General de la ONU el 22 de septiembre de 2020:
“las tres primeras transformaciones fueron: “… la independencia,
[…] la reforma y […] la
revolución y ahora estamos empeñados, comprometidos en llevar a cabo la Cuarta Transformación de la vida pública del país, sin
violencia y de manera pacífica”.
Hoy,
cuando Claudia Sheinbaum ha sido elegida como
presidenta de México, América Latina celebra con
júbilo tal acontecimiento. Desde las guerras de
independencia los destinos de México han
estado indisolublemente ligados a la de sus hermanos del sur. Colombia (la Grande), fundada por el Libertador Simón Bolívar, fue el primer país que
reconoció la independencia de México, el primero
que envió un diplomático y fue el primer país con el que México firmó un tratado de
Unión, Liga y Confederación.
Los esfuerzos de Bolívar por la unidad
latinoamericana tuvieron en el presidente mexicano Guadalupe Victoria y su canciller Lucas Alamán, sus más firmes aliados. En Tacubaya, México, se intentó dar continuidad a los
esfuerzos no concretados en Panamá en 1826.
No
obstante, los gobiernos
neoliberales (bajo mandato de Washington) que comenzaron a gobernar México en las postrimerías del siglo XX, condujeron a un alejamiento ostensible del
país con América Latina. Fue precisamente el
presidente López Obrador quien retomó los
ideales de integración regional que propugnaron Bolívar
y Victoria.
Ahí está su impronta: recuperación y revitalización de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)
bajo el manto integracionista del Libertador Simón
Bolívar; rechazo absoluto sin cortapisas al ilegal bloqueo
estadounidense contra Cuba: no aceptación y
negativa a inmiscuirse en los asuntos internos de
Venezuela; supremo esfuerzo por salvaguardar la integridad personal del
presidente boliviano Evo Morales tras el golpe
de Estado de 2019, permitiendo dar continuidad
al proceso político de ese país; rompimiento de relaciones con Ecuador ante la
ilegal incursión en la Embajada de México en Quito violatoria
de todos los preceptos del derecho internacional; apoyo irrestricto a todos los
procesos democráticos de la región sin
inmiscuirse en la dinámica política interna; enaltecimiento y respeto
inconmensurable a Salvador Allende como ícono de
la democracia popular y la defensa de la soberanía nacional en nuestra región…y
hay mucho más.
En el tercer debate entre los candidatos presidenciales, realizado
el pasado 19 de mayo, Claudia
Sheinbaum, citando a Mario Benedetti, recordó que “el sur también existe”. En ese sentido, afirmó que
“…vamos a seguir ampliando las relaciones con América Latina y el Caribe, y el
fortalecimiento de la CELAC”. Es lo que
esperamos los países y pueblos del sur porque como le escribió Bolívar al líder mexicano Agustín de Iturbide en carta
fechada el 10 de octubre de 1821:
“En el mal la suerte nos unió; el valor nos ha unido en la desgracia; y la
naturaleza, desde la eternidad, nos dio un mismo ser para
que fuésemos hermanos y no extranjeros…”.
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