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“PERÚ es un país
de violadores,
ministros apañadores
y congresistas
igualmente miserables. Si desde el Ejecutivo no llegó la
orden de sacar inmediatamente al ministro Morgan Quero, el Congreso tuvo tiempo de sobra
para censurarlo. Pero no
lo hizo. Una vez más, se indignaron de cara a la
platea, pero no gastaron sus votos siquiera para interpelarlo. Aquí no pasó nada. Aquí nunca
pasa nada. La impunidad
es la eterna espada de los poderosos, el arma con la que nos descuartizan el corazón
y la esperanza.
“En
una misma semana se protege a un dizque arrepentido ministro, a pesar de su
bajeza, y del señor que manda a “controlar huevones”, simplemente no se habla.
Otro ministro. Otro
impresentable con
fajín capaz de amenazar a los mismos periodistas a
los que luego se refiere cambiándoles el nombre
en son de mofa. El del tufillo despectivo que
tiene la desfachatez de pedir a sus críticos guardar las formas para evitar el sarcasmo de “cierta prensa”. El otrora fujitroll, el exdefensor
de policías acusados de corrupción y hasta de homicidio. El que niega un audio advirtiendo que no usa malas palabras. El que no recuerda cuando llamaba
“imbéciles” a sus enemigos
en redes sociales.
“Juan José Santiváñez
ahora intenta hacer ruido con su campaña ‘Amanecer
Seguro’ y sale con el gabinete en pleno a recorrer calles en busca de delincuentes. Cree que
así la gente olvidará el audio donde –claramente–
es él quien le pide favores a un amigo para
deshacerse de la prensa incómoda. Al mejor
estilo de los noventa. El ministro del Interior, quien debería
andar tras los pasos de avezados
hampones y no conformarse –como dice la presidenta– en respirarles en la nuca,
ha sido protagonista de los últimos titulares. Esto luego de que Marco
Sifuentes, periodista y director de la plataforma periodística La Encerrona, revelara en su programa un audio donde, sin duda, es Santivañez
quien pide por favor que “controlen al huevón”. No
es casualidad que al que habría pretendido silenciar sea el mimo que sacó a la
luz el escándalo de los relojes Rolex. En política, señores, las casualidades
no existen, y el abuso
del poder para callar voces incómodas tampoco es coincidencia.
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LA SUERTE DE LOS CANALLAS,
por Juliana Oxenford.
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"No son prácticas culturales, son violaciones sexuales. Nada, absolutamente nada, debe ni puede justificar el abuso para limpiar a repugnantes pedófilos depredadores”.
Por Juliana Oxenford. Periodista.
Fuente. La República domingo 23 de junio del 2024.
Las imagino tendidas en un pedazo
de colchón tratando de contener el dolor con la misma
fuerza con la que luchan por no moverse
para que el viejo catre del internado deje de
sonar. Mordiéndose los labios. Cerrando los ojos. Evitando ser descubiertas. Escondiéndose de sus verdugos. Allí, donde
la miseria y el hacinamiento
se confunden en un lugar oscuro y decadente, el miedo es el pan de cada día. Donde el hambre
las convierte en presas del inminente destino. Solas,
abandonadas y pobres. Ignoradas durante años, humilladas
y, ahora también, insultadas. Son las niñas de la provincia de Condorcanqui,
las niñas del Perú.
No son prácticas culturales, son violaciones sexuales. Nada, absolutamente nada, debe ni puede justificar el abuso para limpiar a repugnantes pedófilos depredadores. Si esto no lo sabe un ministro de Estado, entonces hemos perdido también la capacidad de seguir gritando para pedir justicia por todas las que no fueron escuchadas.
No solo minimizó el dolor de por lo
menos 524 menores
que fueron abusadas
por sus maestros.
Durante casi una semana, intentó inútilmente defenderse diciendo que la prensa
–la maldita prensa que tanto molesta al
Gobierno– había tergiversado sus palabras. No, señor Morgan Quero,
nadie manipuló ni cambió
su mensaje. Lo que usted manifestó, y quedará registrado para siempre,
convirtiéndolo en uno de los ministros más canallas de
la historia, lo oímos todos. Escuche bien, señor
Quero porque de
eso, no se regresa.
Las disculpas tardías, la voz
quebrada frente a una dirigente amazónica y ese
talante de hombre
arrepentido después de haber intentado hacernos creer que no dijo lo que dijo, solo sirven
para contentar a su desesperada jefa. Esa presidenta que ahora usa portátiles a cambio de los aplausos que el 95% de peruanos
jamás le regalarían. Esa primera mujer que
llegó, de casualidad,
pero llegó, a Palacio de Gobierno y que prefiere
irse rápido a China que condenar y renunciar a los ministros que despreciaron
públicamente a niñas
violentadas.
Después de seis días de inútil defensa, el ministro de Educación se vio obligado
a pedir perdón. Las disculpas extemporáneas son
como la mismísima justicia, cuando tardan, no
llegan.
La
indignación continúa y Morgan Quero también. En el gobierno, lejos de
expectorarlo, sus amigotes
lo defienden desde sus propias carteras. Hasta la ministra de la Mujer, que hace rato no se
representa ni a sí misma, se presentó como su principal escudera en un canal de
televisión. Si ella (la encargada de proteger a quienes seguimos siendo las más
vulnerables) se atreve –también– a justificar a
su colega, ¿Qué se puede esperar del resto del gabinete
y de la mismísima presidenta
Lastimosamente, nada, o sí.
De pronto lo dicho por otra mujer, la titular de
la cartera de Comercio Exterior y Turismo, quien
evidenció tamaño desinterés por los hechos al punto que, cuando se le consultó
por la atrocidad declarada por Quero, confundió a las niñas awajún con
las aguarunas. No estar informada es un claro
ejemplo de indolencia.
Perú es un país
de violadores,
ministros apañadores
y congresistas
igualmente miserables. Si desde el Ejecutivo no llegó la
orden de sacar inmediatamente al ministro Morgan Quero, el Congreso tuvo tiempo de sobra
para censurarlo. Pero no
lo hizo. Una vez más, se indignaron de cara a la
platea, pero no gastaron sus votos siquiera para interpelarlo. Aquí no pasó nada. Aquí nunca
pasa nada. La impunidad
es la eterna espada de los poderosos, el arma con la que nos descuartizan el corazón
y la esperanza.
En una misma semana se protege a un dizque arrepentido ministro, a pesar de su bajeza, y del señor que manda a “controlar huevones”, simplemente no se habla.
El
otrora fujitroll, el exdefensor de policías
acusados de corrupción
y hasta de homicidio.
El que niega un audio advirtiendo que no usa malas
palabras. El que no recuerda cuando llamaba “imbéciles”
a sus enemigos en redes sociales.
Juan José
Santiváñez ahora intenta hacer ruido con su campaña ‘Amanecer Seguro’ y sale con el gabinete en pleno a
recorrer calles en busca de delincuentes.
Cree que así la gente olvidará el audio donde
–claramente– es él quien le pide favores a un
amigo para deshacerse de la prensa incómoda. Al
mejor estilo de los noventa.
El ministro del Interior, quien
debería andar tras los pasos de avezados hampones y no conformarse –como dice la presidenta– en respirarles en la nuca,
ha sido protagonista de los últimos titulares. Esto luego de que Marco
Sifuentes, periodista y director de la plataforma periodística La Encerrona, revelara en su programa un audio donde, sin duda, es Santivañez
quien pide por favor que “controlen al huevón”. No
es casualidad que al que habría pretendido silenciar sea el mimo que sacó a la
luz el escándalo de los relojes Rolex. En política, señores, las casualidades
no existen, y el abuso
del poder para callar voces incómodas tampoco es coincidencia.
Por
menos, en otro gobierno y en una sola semana, hubieran volado varias cabezas. Sin embargo, en la “no
gestión” de la presidenta Dina Ercilia, ya nada es lo suficientemente escandaloso como
para hacer cambios
en el gabinete. Mientras el Parlamento
siga jugando en pared con el Ejecutivo, pase lo
que pase, la suerte del resto de ciudadanos ya
está echada.
Era obvio que de esto Dina Ercilia Boluarte Zegarra tampoco opinaría, pero, esta vez, tampoco escuchamos al premier y menos a ese busto parlante de corazón aprista al que hace poco presentaron como flamante vocero presidencial. Palacio de Gobierno en cura de silencio, el Ejecutivo queriendo manejar periodistas, un Congreso mudo, y a una humilde mujer que se atreve a reclamarle a la presidenta en plena campaña populista, en busca de una pizca de aprobación, la policía la retira de escena y la traslada a una comisaría. Castigada por decir lo que otros callan por miedo. Tratada como criminal por ejercer su derecho a la protesta.
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