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“Treinta
y cuatro años después de la década más corrupta y letal de
la que hayamos logrado sobrevivir, es increíble que volvamos al mismo lugar
como si las heridas hubiesen marcado solo la piel y no el alma. Tenemos al peor Congreso de la historia, que agenda sesiones
diarias para la próxima semana porque la legislatura se les acaba pronto. Para
ellos hay todavía pan por rebanar y suficiente Constitución
por violentar.
Fuerza Popular y
sus aliados saben que no hay límite de velocidad y menos de moralidad. Se
sienten omnipotentes, todopoderosos. Lo más triste es que —ahora mismo— sí que
lo son. Ni siquiera les interesa cómo
serán recordados cuando el poder se les agote y la justicia, aunque tarde, por
fin llegue. Quién hubiese imaginado que uno de los más recalcitrantes críticos
del gobierno fujimorista terminaría convirtiéndose en un amnésico parlamentario
defensor no solo de dictaduras, sino también de terroristas. Fernando
Rospigliosi no solo forma parte de la fuerza
naranja que actúa con sangre roja en el ojo.
Además, terminó siendo —junto con su colega José Cueto— uno de los impulsores de esta macabra
ley.
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SORAS
Y PATIVILCA NO SE OLVIDAN. LO QUE ESTÁ HACIENDO ESTE CONGRESO TAMPOCO.
POR
JULIANA OXENFORD
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“Hemos tocado fondo. Lo
estamos aceptando todo desde la pasividad de un pueblo golpeado que no
reacciona. Hay que luchar
por lo que es justo”.
Por Juliana Oxenford. Periodista.
Fuente. Diario la República domingo 9 de junio del
2024.
Un bus. Un trayecto. Siete paradas. Piedras. Armas
de fuego. Terroristas que suben y bajan. Ingresan a una localidad y
matan. Abordan
nuevamente el vehículo del terror y algunos kilómetros más adelante vuelven a
descender, vuelven a masacrar. Más de un centenar de campesinos asesinados a
sangre fría. Ciento
diecisiete vidas apagadas y ningún maldito senderista condenado.
Hasta hoy, casi cuarenta años
después, nadie ha
recibido condena por la que fue la matanza más cruel y sangrienta perpetrada
por Sendero Luminoso. Hasta hoy y ahora, quizás nunca paguen por lo que
hicieron.
Era julio de 1984 cuando
seguidores de Abimael Guzmán interceptaron un autobús de la empresa Cabanino que se dirigía a Soras, Ayacucho. Llegaron entre treinta y cuarenta asesinos
disfrazados de policías y militares liderados por Victor Quispe
Palomino.
Todos listos para ejecutar el plan de
aniquilar a humildes y pequeños agricultores que se oponían a levantarse en
armas y sumarse a las filas del grupo genocida más cruel de la historia del Perú. Por
decirle no a la guerra, estos miserables terroristas atacaron a niños, mujeres
y ancianos a punta de hachas, escopetas y cuchillos. La vida no valía nada.
Cuatro décadas después, la vida sigue sin valer ni un poco para quienes
pretenden cortar la raíz de una
historia donde las
memorias de los muertos aún claman justicia.
De los mismos creadores del
“terruqueo”, esos mismos que creen que defender los derechos humanos te
convierten en subversivo —en criminal— acaban de aprobar una ley para perdonar
a los que dicen odiar. Todo
esto con tal de salvar a un exdictador
que podría volver a ser condenado.
Con
sesenta votos a favor, este Congreso que
solo se representa a sí mismo para defender sus intereses aprobó en primera
votación una ley que establece la prescripción de delitos de lesa
humanidad. Ese grupo de crímenes que no tiene
límite de vigencia, no tiene fecha de caducidad, no vence, pero que, según un
grupo de parlamentarios, ya no deben ser castigados. «Borrón
y cuenta nueva», piensan. «Aquí
no pasó nada», murmuran mientras piensan en los
militares y la dupla de asesinos (Fujimori y su socio Montesinos)
que saldrían “limpios” de los casos que aún tienen
pendientes con la justicia.
Si la idea inicial era librar de una
sentencia al exdictador
Alberto Fujimori
del caso Pativilca, donde integrantes del grupo paramilitar clandestino
de nombre Colina secuestraron, mataron y torturaron a seis “supuestos
terroristas”. Hoy, los autores de esta ley
inhumana e indolente están regalándoles también impunidad a militares, policías
y terroristas homicidas.
Esos mismos que se llenan la boca y se atribuyen un proceso de pacificación en el que ni siquiera participaron se están por convertir en los principales escuderos de Sendero Luminoso y el MRTA.
Aunque lo nieguen o pretendan vendernos una lectura
equivocada de lo que manda la ley, todos —terroristas y no terroristas— terminarán recibiendo
la misma gracia de un Poder Legislativo que ha demostrado hasta el cansancio que es capaz de
todo con tal de resguardar lo único que les preocupa: su impunidad. Eso que está muy
lejos de los intereses y necesidades de un país que ya ha perdido demasiado
para ceder —además— su memoria, su dignidad.
No es casualidad que un día después de esta vergonzosa
aprobación, el ilegalmente indultado Alberto Fujimori haya anunciado a través
de su abogado que si la ley se aprueba en segunda instancia (hecho que
seguramente sucederá), él mismo se encargará de solicitar su aplicación acogiéndose
al beneficio de la extinción de la pena. En pocas palabras, y a pesar de que el
propio Vladimiro
Montesinos aceptó su responsabilidad por los delitos de desaparición
forzada y homicidio en la masacre en Pativilca, como
esta matanza ocurrió antes del año 2002 (cuando aún no entraban en vigencia el Estatuto
de Roma y la Convención sobre Imprescriptibilidad en
el Perú para crímenes de lesa humanidad),
ninguna tortura, secuestro, asesinato o desaparición podrá ser ya investigada
y, por lo tanto, tampoco condenada.
Hemos tocado fondo. Lo estamos
aceptando todo desde la pasividad de un pueblo golpeado que no reacciona.
Estamos permitiendo que se silencien para siempre los ecos de esas voces que ya
no existen. Hemos llegado al punto donde nos hemos dejado convencer de que el Perú no
puede estar peor y —por lo tanto— somos solo testigos indignados incapaces de
luchar por lo que es justo. Para ganar al menos una batalla, hay que
levantarse y pelear. No lo estamos haciendo, aunque lo
peor está aún por llegar.
Treinta
y cuatro años después de la década más corrupta y letal de
la que hayamos logrado sobrevivir, es increíble que volvamos al mismo lugar
como si las heridas hubiesen marcado solo la piel y no el alma. Tenemos al peor Congreso de la historia, que agenda sesiones
diarias para la próxima semana porque la legislatura se les acaba pronto. Para
ellos hay todavía pan por rebanar y suficiente Constitución
por violentar.
Fuerza Popular y
sus aliados saben que no hay límite de velocidad y menos de moralidad. Se
sienten omnipotentes, todopoderosos. Lo más triste es que —ahora mismo— sí que
lo son.
Ni siquiera les interesa cómo
serán recordados cuando el poder se les agote y la justicia, aunque tarde, por
fin llegue. Quién hubiese imaginado que uno de los más recalcitrantes críticos
del gobierno fujimorista terminaría convirtiéndose en un amnésico parlamentario
defensor no solo de dictaduras, sino también de terroristas. Fernando
Rospigliosi no solo forma parte de la fuerza
naranja que actúa con sangre roja en el ojo.
Además, terminó siendo —junto con su colega José Cueto— uno de los impulsores de esta macabra
ley.
Nos
dicen que el Código Penal no
incluye los términos “lesa
humanidad” ni “crímenes
de guerra”. También nos dicen que trabajan por y para el Perú
y que cada uno de sus abusos son parte de su labor parlamentaria. Resulta que
se autodenominan tan respetuosos de las libertades de las personas que hacen caso omiso
a las advertencias de la Coordinadora Nacional de Derechos
Humanos.
Y es que los derechos solo existen
cuando se trata de ellos o de sus eternos dioses. Por ellos y para ellos, no
hay regla de juego que no puedan cambiar. No solo son capaces de lo que hace
rato están haciendo. Están dispuestos a mucho más con tal de ganar esta guerra
donde tienen a un noventa y tres por ciento de ciudadanos que los repudia, pero
que, mientras el contrincante no se manifieste, el trofeo lo siguen levantando
ellos con la misma fuerza con la que se cargan a todo un país.
Y ahora, ¿Quiénes son los verdaderos “terrucos”? ¿Los que defienden la vida, la dignidad, la justicia o los que desde su trinchera de derecha bruta y achorada buscan amnistiar a senderistas y emerretistas?
Soras y Pativilca no se olvidan. Y este Congreso oscuro, maquiavélico y defensor de asesinos tampoco.
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