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“Si
se acepta la totalidad de su complejidad jurídica, estos Derechos de la Naturaleza rompen con las bases mismas
de la modernidad, abriendo la puerta a una subversión epistémica en todos los
ámbitos de la vida humana, incluido el económico. Estamos frente a una suerte
de GIRO COPERNICANO. Así, desde estos derechos
podemos prefigurar cambios estructurales que tarde o temprano nos permitirán
transitar hacia otros horizontes civilizatorios.
En realidad, no habrá una gran transformación si simultáneamente no hay cambios
en la humanidad misma.
“Estas
son algunas de las reflexiones con las
que empezamos este libro que recoge propuestas y
reflexiones de varios grupos humanos y de muchas personas comprometidas en la construcción
de otros mundos posibles, en clave de PLURIVERSO:
un mundo donde quepan otros mundos -según la fórmula zapatista-, sin que
ninguno de ellos sea víctima de marginación y/o
explotación, y donde todos los humanos y no humanos vivamos con dignidad
y en armonía con la naturaleza. En palabras del gran intelectual colombiano Arturo Escobar, precisamos “mundos y saberes
construidos sobre la base de los diferentes compromisos ontológicos, configuraciones epistémicas y prácticas del ser, saber y
hacer”.
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ABRIR
AÚN MÁS LA PUERTA DE LOS DERECHOS DE LA NATURALEZA.
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Por Alberto
Acosta. Enrique Viale. |10/de septiembre del 2024. Ecología Social.
Fuentes Revista Rebelión martes 10 de
septiembre del 2024.
“El
reconocimiento de los valores intrínsecos de la naturaleza impone mandatos
universales, ya que la vida debe ser protegida en todos los rincones del
planeta. Problemas ambientales globales, como el cambio climático o la
acidificación de los océanos, refuerzan todavía más esa ética como un valor
esencial.” (Eduardo Gudynas, intelectual
uruguayo)
Cuando algo nuevo asoma en el horizonte, como son para muchas
personas los derechos de la naturaleza, al desinterés le sigue la burla. Poco
más adelante, en la medida que avanzan esas ideas
innovadoras, mientras se mantiene una ignorancia bastante generalizada,
que normalmente es terreno fértil para alimentar los miedos a lo desconocido,
no faltan amenazas e incluso acciones represivas violentas.
La
posibilidad de que algo distinto al ser humano pueda ser
pensado como sujeto de derechos constituye una “aberración”. Este es un criterio bastante
generalizado en círculos sociales considerados ilustrados. Es más, muchos
juristas reconocidos y personalidades influyentes ven grandes dificultades en
la aplicación de una jurisprudencia que reconozca a la
naturaleza como sujeto de derechos.
Esto no es
nuevo. A lo largo de la historia, toda
ampliación de derechos fue, en un comienzo, impensable. Recordemos que al
iniciar la colonia los pueblos originarios no
solo no tenían derechos,
sino que incluso se afirmaba que carecían de alma.
La emancipación de los esclavizados o la
extensión de los derechos a los afroamericanos, a las mujeres
y a los niños y niñas fueron rechazadas en su tiempo por considerarse un
absurdo.
Bastaría
recordar que, cuando las personas esclavizadas
fueron liberadas, no faltaron quienes reclamaron por las “pérdidas” sufridas
por sus “propietarios”,
cuya “libertad”
para comercializarlas, utilizarlas y explotarlas resultó irremediablemente
restringida. Algo similar pasó cuando se cuestionó el trabajo
infantil –una bienvenida mano de obra barata en el naciente proceso de
industrialización– en Inglaterra a inicios del
siglo XIX. La polémica fue grande.
“La propuesta socava la libertad de contratación y destruye los cimientos del libre mercado”, proclamaban los ilustrados de la época.
Finalmente se
pudo eliminar ese tipo de trabajo casi esclavo,
al menos en términos legales, aunque todavía está presente incluso en muchas cadenas de valor transnacionales.
En
el mundo en el que todavía vivimos parece “normal” que las empresas
disfruten de derechos casi humanos. En países como los Estados
Unidos, modelo de la justicia universal para algunas personas, la ley
extendió el ámbito de los derechos a las corporaciones privadas a fines del siglo XIX. Desde entonces se les reconoce a las empresas derechos equiparables a los de las personas humanas: derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad, etc. Esta realidad –distópica a nuestro
juicio– está vigente de diversas maneras en el resto del planeta. Y a nadie le
llama la atención puesto que se trata de una tradición
de larga data.
En
la actualidad muchas de esas posiciones se mantienen más o menos
estancadas, a tal punto que pretender que incluso científicos
o juristas connotados entiendan y acepten este tema equivale a pedirles
que escapen de su propia sombra. Y de eso exactamente tratan los derechos de la naturaleza: tenemos que huir de las sombras de la Modernidad. Solo con esa firme
convicción podremos superar las taras que arrastramos desde hace cientos de
años. Y eso no es fácil, pues alterar esa verdad casi revelada, que considera al ser humano como una especie superior, y aceptar que
la naturaleza es sujeto de derechos resulta una
tarea mayor.
Estos
nuevos derechos –que en realidad son una suerte de derechos
originarios– no son simplemente otro campo del derecho cuyo
fin es asegurar un ambiente sano para los
humanos; esa es tarea de los Derechos Humanos en
su faceta ambiental. Los Derechos de la Naturaleza son
algo diferente, plantean un giro radical. Aunque de entrada cabe apuntar que no
se oponen a los Derechos Humanos, pues no solo
que complementan, sino que se potencian entre si.
Si se acepta
la totalidad de su complejidad jurídica, estos Derechos de la Naturaleza rompen con las bases mismas
de la modernidad, abriendo la puerta a una subversión epistémica en todos los
ámbitos de la vida humana, incluido el económico. Estamos frente a una suerte
de GIRO COPERNICANO. Así, desde estos derechos
podemos prefigurar cambios estructurales que tarde o temprano nos permitirán
transitar hacia otros horizontes civilizatorios.
En realidad, no habrá una gran transformación si simultáneamente no hay cambios
en la humanidad misma.
Estas son
algunas de las reflexiones con las que empezamos
este libro que recoge propuestas y reflexiones de
varios grupos humanos y de muchas personas comprometidas
en la construcción de otros mundos posibles, en
clave de PLURIVERSO: un mundo donde quepan otros
mundos -según la fórmula zapatista-, sin que ninguno de ellos sea víctima de marginación y/o explotación, y donde todos los humanos
y no humanos vivamos con dignidad y en armonía con la naturaleza. En palabras
del gran intelectual colombiano Arturo Escobar,
precisamos
“mundos
y saberes construidos sobre la base de los diferentes compromisos ontológicos,
configuraciones epistémicas y prácticas del ser, saber y hacer”.
NOTA: Una lectura ampliada sobre este apasionante tema se
encuentra en nuestro libro: La Naturaleza sí tiene derechos – Aunque
algunos no lo crean, publicado por la Editorial Siglo XXI, en la serie
que coordina Maristella Svampa: OTROS MUNDOS
POSIBLES.
Alberto Acosta y Enrique Viale: Economista ecuatoriano y abogado
ambientalista argentino, coautores del libro La Naturaleza sí tiene
derechos – Aunque algunos no lo crean. Jueces del Tribunal Internacional de
los derechos de la naturaleza. Miembros del Pacto Ecosocial, Intercultural del
Sur.
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