&&&&&
“La
irrupción de China en el mercado mundial ha proporcionado así una solución temporal a los
males estructurales que aquejan al capitalismo. Sin embargo, la intensificación
de la competencia económica en un contexto de bajo crecimiento económico ha
transformado rápidamente el mercado mundial en el “espacio de todas las
contradicciones”, como decía Marx. A la inversa,
al convertirse en el taller del mundo, la economía china ha trasladado a su propio territorio las
contradicciones de la economía mundial que surgen cuando el capitalismo alcanza
sus límites. La industria china lleva años acumulando
capital en exceso. La crisis se desencadenó primero en la construcción
inmobiliaria, pero según los análisis de los economistas, esta sobreacumulación
afecta ahora a decenas de sectores tradicionales relacionados con la
construcción (acero, cemento, etc.), e incluso a sectores industriales
emergentes. Es el caso de los paneles solares, donde China
ha conquistado un virtual monopolio mundial, y, más fundamental aún, del sector
de las baterías para vehículos eléctricos. Así que no es de extrañar que este
sector sea uno de los que experimentan mayores tensiones comerciales entre China, Estados Unidos y la Unión Europea (es decir,
principalmente la industria alemana).
“La
interdependencia económica tiene, pues, efectos contradictorios. “El crecimiento económico de China no debe ser incompatible con el liderazgo
económico estadounidense”, declaró la Secretaria de Estado del Tesoro, y
propuso deslocalizar las actividades de los grandes grupos
estadounidenses presentes en China hacia “países
amigos” (nearshoring). Escuchemos la respuesta del Director General de RTX
(antes Raytheon), diseñador del sistema de defensa antimisiles estadounidense e
israelí y segundo grupo militar mundial: “Es imposible salir de China porque tenemos cientos de subcontratistas
esenciales para nuestra producción”. Esto dice mucho del grado de
interdependencia creado por las cadenas de producción mundiales de los grandes
grupos, incluidos los del ámbito militar.
“Otro
ejemplo de interdependencia: el Gobierno chino
participa ahora en la elaboración de normas reguladoras para los mercados
financieros, introducidas a raíz de la crisis de 2008 y destinadas a prevenir
la aparición de nuevas crisis financieras. El Secretario de Finanzas
Internacionales de EE UU acogió con gran
satisfacción la excelente relación entre el Tesoro estadounidense y “nuestros
homólogos chinos del Banco Central de la República
Popular China como copresidentes del grupo de trabajo del G20 sobre el
desarrollo de las finanzas sostenibles”. Este llamamiento de Estados Unidos a China significa que, para las clases dominantes
estadounidenses, preservar la estabilidad y, por tanto, la prosperidad del
capital financiero no debe verse comprometido por las rivalidades comerciales. Se trata, sin embargo, de un equilibrio delicado.
/////
ESTADO DEL MUNDO: CRISIS
ECONÓMICA Y RIVALIDADES GEOPOLÍTICAS.
*****
Por Claude Serfati | 12/09/2024 | Economía
Fuentes. Revista rebelión jueves 12 de septiembre del 2024.
Este texto
corresponde a la intervención del autor en la Universidad de verano del NPA en el
debate: «1954-2024: 70 años después, ¿qué equilibrios de poder mundiales?
Resistencia popular y solidaridad internacional frente al imperialismo, el
colonialismo y la guerra». Agradecemos al autor la autorización para
reproducirlo.
Mi interpretación de la situación actual se basa en
la hipótesis de que el mundo está
cambiando bajo la doble presión de la dinámica
económica y las rivalidades
geopolíticas, cuyas interacciones varían según las circunstancias históricas.
Aunar estas
dos dimensiones y tenerlas
presentes en el análisis resulta difícil por dos razones. Por un lado, la hiperespecialización
disciplinar de la investigación
académica conduce a la compartimentación del pensamiento y al
desconocimiento de otros trabajos sobre temas similares. En segundo lugar, existe lo que podría denominarse una cierta tendencia marxista
que ha privilegiado las dimensiones
económicas alegando que constituyen la infraestructura de toda sociedad. Sin embargo, Marx estaba
tan interesado en la superestructura y
en el rol de los seres humanos en el curso de la historia como en la infraestructura. El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte es
un buen ejemplo de su interés por estas cuestiones. Y les recuerdo que El Capital no es una obra
económica, sino una crítica de la economía
política.
Sin embargo, existe un marco analítico que nos
permite analizar estas interacciones entre dinámicas
económicas y rivalidades geopolíticas y militares: es el que propusieron hace más de un siglo los análisis marxistas del imperialismo.
Para comprender la situación actual, y en
particular la multipolaridad capitalista
jerárquica, disponemos al menos de dos
puntos de apoyo teóricos.
En primer
lugar, la definición dada por Lenin en El imperialismo,
fase suprema del capitalismo:
“Si fuera
necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería
decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo”.
Esta definición abarcaría todo lo esencial, ya que, por una parte, el capital financiero es el resultado de la fusión del capital de algunos grandes bancos monopolistas con el capital de grupos monopolistas industriales y, por otra parte, el reparto del mundo es el paso de la política colonial, que se extiende sin trabas a regiones aún no apropiadas por ninguna potencia capitalista, a la política colonial de posesión monopolizada de los territorios de un planeta totalmente compartido.
El capital
monopolista financiero y el
reparto del mundo están estrechamente ligados, y ésta es la singularidad del imperialismo. Es
cierto que, a menudo, los análisis
marxistas han tenido dificultades para vincular ambas cosas. Sin embargo,
el capitalismo camina sobre dos pies: es un régimen de acumulación con un componente predominantemente financiera,
como ya detectó François Chesnais en
los años noventa, pero, sobre todo, es un régimen de dominación social, cuya defensa –y a veces su
supervivencia– está garantizada por las fuerzas
del orden en el plano interno y el
Ejército en el exterior. Estos son los mensajes de La mondialisation armée, libro que publiqué unos meses antes
del 11 de septiembre de 2001, y
también de Un monde en guerres, publicado
en marzo de este año.
Otra
herramienta analítica para
analizar el imperialismo contemporáneo
es la hipótesis del desarrollo desigual
y combinado de Trotsky. Para mí,
esta hipótesis forma parte integral del análisis del imperialismo, aunque para muchos marxólogos su
nombre sea a menudo ignorado como teórico del imperialismo junto a Bujarin,
Hilferding, Luxemburg y algunos otros.
Trotsky basó su análisis en la existencia de un espacio
mundial que constriñe a las naciones y les impide pasar por las mismas etapas
de desarrollo que los países avanzados.
Esto era lo contrario del enfoque etapista de
Stalin. Este concepto de etapas sucesivas también se encuentra en las
recomendaciones del Banco Mundial,
que considera que los países del Sur
deben seguir las etapas de desarrollo seguidas por los países del Centro. Para el Banco
Mundial, deben aplicarse las normas de buen gobierno y el programa
económico de los países desarrollados.
En
la Historia de la Revolución Rusa Trotsky
nos recuerda que
Azotados por
el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados
a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual se deriva
otra que, a falta de un nombre más adecuado, calificaremos la ley
del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas
etapas del camino y a la combinación de distintas fases, a la amalgama de
formas arcaicas y modernas.
Y continúa diciendo de la Rusia zarista que
“no repite
la evolución de los países avanzados, sino que se incorpora a estos, adaptando a
su atraso propias las conquistas más modernas”. En mi opinión, esta característica de la Rusia zarista de hace un siglo es
plenamente aplicable a la China contemporánea, aunque en un contexto diferente.
La hipótesis
del desarrollo desigual y combinado es una hipótesis que examina los cambios y las
mutaciones, es decir, examina la
transformación del capitalismo. Nos invita a no adoptar una visión estática
de los criterios utilizados por Lenin
para definir el imperialismo
–ninguno de los cuales está obsoleto–,
sino a tener en cuenta el rostro
cambiante del imperialismo. Hoy en día, el imperialismo sigue siendo una estructura
de dominación mundial y sigue
definiendo el comportamiento específico y diferenciado de algunas grandes
potencias.
Es un hecho innegable que desde la Segunda
Guerra Mundial se han producido muchos
cambios en la fisonomía del
imperialismo, en particular la construcción de la hegemonía estadounidense. Estos
cambios llevaron a algunos marxistas
a anunciar la obsolescencia del imperialismo,
basándose en particular en el fin de las guerras
intercapitalistas. En las últimas décadas, los procesos de globalización también han dado
lugar a afirmaciones de que el imperialismo
ha sido superado por la aparición de una clase capitalista transnacional, o incluso de un Estado transnacional.
La coyuntura histórica actual contradice estos análisis y subraya el hecho de que, en el marco del imperialismo contemporáneo, las relaciones sociales capitalistas siguen estando políticamente construidas y territorialmente circunscritas.
La
concordancia de temporalidades: el momento 2008
Cabe
destacar tres puntos:
a) Desde
finales de la década de 2000, el mundo
se caracteriza por una convergencia de crisis. Utilizo el término crisis a
falta de otro mejor, porque cada una de ellas tiene su propia temporalidad,
determinada por su especificidad
económica, geopolítica, social y medioambiental. Sin embargo, el hecho de
que confluyeran a finales de la década de 2000
confirma que el capitalismo se
enfrenta a un trastorno existencial,
a una crisis multidimensional.
Entre ellas
– la crisis
financiera de 2008, que se convirtió en una “larga depresión” (Michael Roberts) .
– la
emergencia de China como rival sistémico de Estados Unidos (en el lenguaje de los documentos estratégicos
estadounidenses). Esta es otra forma de
ver el declive de la hegemonía estadounidense;
– la espiral
de destrucción medioambiental producida
por el modo de producción y consumo
capitalista;
– la
resistencia social que se ha
extendido por todo el planeta desde
la revolución tunecina de 2011,
clamando por “Trabajo, pan, libertad y dignidad”.
Los
esfuerzos de las clases dominantes para
superar estas crisis sólo pueden acelerar la marcha hacia la catástrofe y la barbarie.
b) Una
característica importante de este
momento de 2008 es que restablece
una estrecha proximidad entre la competencia económica y las rivalidades político-militares. Como he
mencionado anteriormente, esta proximidad ya era una característica de la situación anterior a 1914.
c) El
momento de 2008 abre un
espacio de rivalidad mundial más
amplio que la confrontación Este-Oeste
de la época de la Guerra Fría, y no el de un mundo Occidental enfrentado al Sur Global. Mi marco de análisis
es el de una multipolaridad capitalista
jerárquica y, por tanto, de rivalidades
interimperialistas. Estas rivalidades
parecen nuevas tras el periodo transitorio
de abrumadora dominación estadounidense
que siguió a la Segunda Guerra Mundial, pero
fueron una característica importante de
la era anterior a 1914.
Sin embargo, en el espacio de un siglo, el mundo se ha vuelto mucho más denso.
Como consecuencia, las rivalidades
son más abiertas, con un mayor número de países que aspiran a desempeñar un papel en una economía global marcada
por la formación de bloques regionales.
Las rivalidades también adoptan formas más diversas que antes de 1914. Establecen un continuo entre la competencia económica y la confrontación
militar, incluyendo lo que algunos expertos denominan guerras híbridas (ciberguerra,
desinformación y vigilancia, etc.).
Sin embargo, quiero señalar que aunque la jerarquía y el
estatus de los imperialismos eran
más limitados, estos temas ya se discutían antes
de 1914. Es interesante recordar la caracterización que hizo Trotsky de la Rusia zarista en su Historia de la Revolución Rusa.
Escribió:
La
beligerancia de Rusia venía a ocupar un lugar intermedio entre la de Francia y
la de China. Rusia pagaba en esta moneda el derecho a estar aliada con los
países progresivos, importar sus capitales y abonar intereses por los mismos;
es decir, pagaba, en el fondo, el derecho a ser una colonia privilegiada de sus
aliados, al propio tiempo que, a ejercer su presión sobre Turquía, Persia,
Galitzia, países más débiles y atrasados que ella, y a saquearlos. En el fondo,
el imperialismo de la burguesía rusa, con su doble faz, no era más que un
agente mediador de otras potencias mundiales más poderosas.
Evidentemente, este estatus ambiguo de Rusia no impidió a los marxistas
situar a Rusia del lado de los
países imperialistas. Esta flexibilidad de análisis y la toma en consideración
de factores multidimensionales
-económicos, políticos y militares- permiten dar cuenta de la diversidad y la jerarquía que
caracterizan la multipolaridad
capitalista. Por ejemplo, siguiendo los trabajos del sociólogo brasileño Ruy Mauro Marini, algunos marxistas utilizan hoy el término subimperialismo para designar una lista más o menos
larga de países (Sudáfrica, Brasil,
India, Irán, Israel, Pakistán, Turquía, etc.) que se encuentran en una posición intermedia.
Desde cierto
punto de vista, la multipolaridad capitalista es la norma histórica. Es jerárquica, y los imperialismos dominantes, en declive o
emergentes, se disputan una porción del pastel mundial (la masa de valor creada
por el trabajo), que no sólo ya no crece lo suficiente, sino que exige una gigantesca degradación del medio ambiente para poder producirse. La aspiración de los países emergentes a alcanzar el estatus de potencia regional o mundial está
ampliando el ámbito de las rivalidades
económicas y militares. Estos países
emergentes no son antiimperialistas; al contrario, intentan hacerse
un lugar dentro del imperialismo
contemporáneo. Los gobiernos de
estos países desarrollan a menudo una retórica antioccidental que se equipara
falsamente con el antiimperialismo.
Es evidente
que el movimiento social debe
aprovechar las rivalidades y contradicciones
interimperialistas. Sin embargo, en nombre de la multipolaridad antioccidental, esto nunca debe llevar a
apoyar a los gobiernos de países como Rusia,
Irán o India, y dar así la impresión de que podrían abrir perspectivas emancipadoras para los pueblos víctimas de la explotación capitalista, cundo reprimen
duramente a su propio pueblo.
China
y Estados Unidos: un choque de imperialismos
En mi
opinión, son estas transformaciones del espacio mundial las que justifican el
término choque de imperialismos entre China y Estados Unidos.
Debemos
examinar brevemente cómo ha
evolucionado su relación, porque confirma que la interdependencia entre países rivales ha aumentado
considerablemente. Antes de 1914, la
interdependencia servía para justificar las tesis liberales que veían en el comercio internacional un factor de paz. La interdependencia también fue utilizada por Kautsky para anunciar la aparición de un ultraimperialismo que pondría fin
a las guerras.
Está claro
que es importante no cometer
los mismos errores de apreciación y no limitarse a observar la creciente interdependencia de las naciones, sino considerar el entorno económico y geopolítico en la que se desarrolla.
En las
décadas de 1990 y 2000 (hasta
2008), la interdependencia entre Estados
Unidos y China era un juego en el que todos ganaban para
las clases capitalistas. China
proporcionaba nuevos territorios al
capital occidental, que entonces sufría una sobreacumulación como consecuencia de la crisis de los años
setenta y ochenta. Esta crisis de
sobreacumulación, que reflejaba una caída
de la rentabilidad del capital, no había sido superada en los países centrales. En cambio, había sacudido a los países emergentes, víctimas repetidas
de crisis financieras: México en
1983, Asia, Rusia y Brasil en
1997-1998 y Argentina en 2000.
Sin embargo –confirmando la hipótesis del desarrollo
desigual y combinado – China no sólo ha seguido siendo un territorio de
acogida para la acumulación de capital
occidental y asiático, sino que
se ha convertido en una potencia
económica y militar que desafía el dominio estadounidense.
La irrupción
de China en el mercado mundial ha proporcionado así una solución temporal a los males estructurales que aquejan al capitalismo. Sin embargo, la
intensificación de la competencia económica en un contexto de bajo crecimiento económico ha transformado
rápidamente el mercado mundial en el “espacio
de todas las contradicciones”, como decía Marx. A la inversa, al convertirse
en el taller del mundo,
la economía china ha trasladado a su
propio territorio las contradicciones
de la economía mundial que surgen cuando el capitalismo alcanza sus límites. La industria china lleva años acumulando capital en exceso. La crisis
se desencadenó primero en la construcción inmobiliaria, pero según
los análisis de los economistas,
esta sobreacumulación afecta ahora a
decenas de sectores tradicionales
relacionados con la construcción (acero,
cemento, etc.), e incluso a sectores
industriales emergentes. Es el caso de los paneles solares, donde China
ha conquistado un virtual monopolio
mundial, y, más fundamental aún, del sector de las baterías para vehículos
eléctricos. Así que no es de extrañar que este sector sea uno de los que
experimentan mayores tensiones comerciales entre China, Estados Unidos y la Unión Europea (es decir, principalmente
la industria alemana).
La
interdependencia económica tiene,
pues, efectos contradictorios. “El crecimiento económico de China no debe
ser incompatible con el liderazgo económico estadounidense”, declaró la
Secretaria de Estado del Tesoro, y
propuso deslocalizar las
actividades de los grandes grupos estadounidenses presentes en China hacia “países amigos” (nearshoring). Escuchemos la respuesta del Director General de RTX (antes
Raytheon), diseñador del sistema de defensa antimisiles estadounidense e
israelí y segundo grupo militar mundial:
“Es
imposible salir de China porque tenemos cientos de subcontratistas esenciales
para nuestra producción”. Esto dice
mucho del grado de interdependencia
creado por las cadenas de producción mundiales de los grandes grupos, incluidos los del ámbito militar.
Otro ejemplo
de interdependencia: el Gobierno chino participa ahora en la
elaboración de normas reguladoras
para los mercados financieros,
introducidas a raíz de la crisis de 2008
y destinadas a prevenir la aparición de nuevas crisis financieras. El Secretario de Finanzas Internacionales de EE UU acogió con gran satisfacción
la excelente relación entre el Tesoro
estadounidense y
“nuestros homólogos chinos del Banco Central de la República Popular China como copresidentes del grupo de trabajo del G20 sobre el desarrollo de las finanzas sostenibles”. Este llamamiento de Estados Unidos a China significa que, para las clases dominantes estadounidenses, preservar la estabilidad y, por tanto, la prosperidad del capital financiero no debe verse comprometido por las rivalidades comerciales. Se trata, sin embargo, de un equilibrio delicado.
China,
un imperialismo emergente
China es, de
hecho, un imperialismo emergente, porque, al igual que los países capitalistas
anteriores a 1914, combina un fuerte desarrollo económico con capacidades
militares de primer orden.
Por
supuesto, sería absurdo comparar el papel del Ejército en la expansión económica mundial de China
con el de Estados Unidos, y sólo
pueden hacerlo quienes aplican el concepto de imperialismo únicamente al modelo estadounidense. Por el
contrario, al emerger como país imperialista
rival de Estados Unidos, China
se ve obligada, casi automáticamente, a desarrollar una política exterior expansiva, como confirma su inserción diplomática
en la guerra que libra Israel. China
ya tiene una fuerte presencia en Oriente
Próximo, donde está desarrollando relaciones tanto con Irán como con las monarquías
petroleras (e Israel), aliadas de Estados
Unidos.
La
iniciativa de la Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés) que impulsa China es una construcción tentacular de infraestructuras físicas y digitales. Recuerda a la expansión de
los ferrocarriles antes de 1914 –infraestructura esencial de la
época– en los países dominados, cuyo papel tanto económico (rentabilizar el exceso de capital en los países
europeos) como geopolítico (¡el
papel del tren Berlín-Bagdad en la
alianza entre Alemania y el Imperio
Otomano!) fue largamente analizado por Lenin,
Rosa Luxemburg y otros.
Israel,
el pirómano defensor del bloque transatlántico
La guerra de
Israel se ajusta plenamente al marco
analítico del imperialismo: es un proyecto neocolonial. Veamos las cifras: 40.000 muertos en Gaza equivalen, en
proporción a la población palestina,
a más de la mitad de los muertos que
causó en Francia la guerra de 1914-1918.
Sin embargo, hay una diferencia esencial: la mayoría de las víctimas eran soldados, mientras que en
Gaza el 60-70% de las personas
muertas son mujeres y niños.
“Nuestros
enemigos comunes en todo el mundo nos observan y saben que una victoria israelí
es una victoria del mundo libre liderado por Estados Unidos”, declaró el ministro de Defensa de Israel al día siguiente del 7 de octubre de 2024.
Confirmaba
así que su país es un pilar importante del bloque
transatlántico. Sin embargo, el modo en que el gobierno de Netanyahu se comporta frente a la administración Biden confirma también que la multipolaridad capitalista
contemporánea está más diversificada
que antes de 1914.
Desde el
punto de vista del
análisis de la estructura imperialista
actual y de su jerarquía, es innegable que el gobierno israelí se vería obligado a detener la guerra en cuanto Estados Unidos pusiera fin a su
entrega de armas. En este sentido, la imagen de Israel como vasallo de
Estados Unidos sigue siendo sin duda acertada. Sin embargo, el deterioro de
la posición de Estados Unidos en el
orden mundial, el auge del militarismo
israelí, en gran medida vinculado a las fracciones dominantes del establishment estadounidense y a su complejo militar-industrial, y,
por último, el caos global que
sustenta las relaciones internacionales
contemporáneas, permite al vasallo
jugar su propio juego sin que éste se corresponda con los imperativos
inmediatos de las clases dominantes
estadounidenses.
La política de tierra
quemada aplicada
por los gobiernos israelíes ya no es sólo una imagen, como demuestra el deseo de Israel de arrasar Gaza (es decir, de arrasar el territorio) y de pulverizar físicamente al pueblo palestino. Se basa en procesos asesinos –genocidas– que ni Estados Unidos
ni la Unión Europea, que es al menos tan culpable de apoyar la guerra de Israel como Estados Unidos,
quieren detener, incluso cuando Israel
prepara la siguiente fase de su ataque contra
Irán. Para los dirigentes de Estados
Unidos y de la UE, el apoyo
incondicional a Israel es el precio
que hay que pagar por defender los intereses
materiales y los valores del mundo occidental.
Sin embargo, todos los dirigentes occidentales saben que esta guerra está llevando a la región –y posiblemente a otras regiones– al borde del colapso. También saben que está acelerando la desintegración del orden internacional basado en normas, por utilizar el eslogan que ha servido de sustento político e ideológico a la dominación del bloque transatlántico desde la Segunda Guerra Mundial. Este es el dilema al que se enfrenta Occidente. Tienen que apoyar la conducta del gobierno israelí en un momento en que la política de Netanyahu está precipitando el fin de este orden internacional liberal y anuncia nuevas áreas de conflicto entre el bloque transatlántico y muchos países.
La Isla Nueva Caledonia, la última colonia del imperialismo francés.
*****
El
horizonte Indopacífico de Francia
Anunciado en
2013 bajo la presidencia de François Hollande, el horizonte
Indopacífico ha ocupado un lugar ascendente en la estrategia militar-diplomática de Francia desde la elección de Emmanuel Macron en 2017. Sin duda, el
interés de Macron por esta región se
vio sin duda estimulado por el hecho de que, nada más ser elegido, había sido
informado por el Estado Mayor del
desastre que se avecinaba en las guerras
libradas por el Ejército francés
en el Sahel. La estrategia indopacífica
planteada por Macron es, por tanto,
el resultado de la necesidad de ofrecer
a los militares un nuevo horizonte, aunque el África subsahariana siga siendo indispensable en términos económicos y geopolíticos a pesar de la
debacle en el Sahel.
Por tanto, la determinación de Macron para mantener Nueva
Caledonia dentro del Estado francés
se debe, principalmente, a este revés en el Sahel, pero también hay otras razones. La posesión de estos
territorios otorga a Francia una zona económica exclusiva (ZEE) veinte
veces mayor que la de Francia
continental. Esta ZEE ofrece la perspectiva de apropiarse de recursos submarinos. Sobre todo,
permite al Ejército francés navegar
en la zona con submarinos con sistema de misiles
nucleares. Junto con la Fuerza Aérea
francesa, estos buques son el otro componente de la disuasión nuclear. Esta
presencia de fuerzas nucleares en el
Pacífico protege el estatus de Francia
como miembro permanente del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, a pesar del considerable declive de su
posición económica en el mundo. Otra razón de la política de Macron es la importancia de los
recursos de níquel del archipiélago.
La
determinación de Macron de privar
al pueblo canaco de sus derechos legítimos y mantener el estatus neocolonial de Nueva Caledonia es, por tanto, comprensible
si tenemos en cuenta todas las ventajas que ofrece a la economía y la diplomacia francesas. Sin embargo, hay que medir sus
efectos negativos, incluso más allá
de la represión sufrida por el pueblo canaco, con más de una decena de personas muertas. De hecho,
las decisiones de Macron han provocado una explosión
social en Nueva Caledonia de una magnitud desconocida desde los años ochenta, lo que da fe de la
magnitud de la resistencia popular.
Además, la sangrienta represión de estas manifestaciones está dañando la imagen
de la llamada patria de los derechos
humanos entre las poblaciones de la región del Pacífico, y
complica la actividad diplomática de
Francia.
Al igual que las intervenciones en el Sahel en 2000 y 2010, el despliegue de 3.000 soldados se apoya en el aparato militar. Macron busca reforzar su poder
vacilante y atraer, a través de este proyecto neocolonial, al electorado reaccionario metropolitano de derecha y
extrema derecha. Desde cierto punto de vista, la determinación de Macron recuerda a lo que ocurrió en
Argelia a finales de los años cincuenta. La posición de la facción fascista en el Ejército, apoyada por la mayoría de la
población europea, era mantener Argelia
dentro de Francia. En su opinión,
era la única manera de mantener la grandeza de
Francia. Por el contrario, De Gaulle,
también militar, abogaba por poner fin a la guerra contra el pueblo argelino y concederle la independencia para mantener lo que él
llamaba “la posición de Francia en el mundo”. En su opinión, la salida
de Argelia permitiría, por fin, a Francia volcarse en el mundo, gracias a
las armas nucleares, a la construcción de una Europa en la que Francia podría
proyectar su poder y a una reactivación
industrial basada en grandes programas tecnológicos
con fines militares y estratégicos.
Por supuesto, fue esta visión gaullista
de una Francia imperialista la que prevaleció sobre la retirada a Argelia. El hecho de que Macron envíe tres mil soldados para proteger a 73.000 europeos en Nueva Caledonia (de los 270.000 habitantes de la isla,
según cifras del INSEE) muestra hasta qué punto ha girado la rueda de la
historia para el lugar de Francia en
el mundo. Las políticas de Macron solo
pueden alentar los impulsos nacionalistas y chovinistas en la Francia
continental, que son un caldo de cultivo para el racismo.
Para
concluir, como sugerí a lo largo de la exposición, las transformaciones del capitalismo no pueden leerse únicamente a partir de sus determinantes estructurales. La
observación de Marx
en El 18 Brumario de Louis-Napoléon Bonaparte de
que “los hombres hacen su propia
historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo condiciones elegidas por ellos”,
subraya la importancia de lo que en la literatura
marxista se denominan factores
subjetivos. Estos incluyen el comportamiento y las acciones de las clases dominantes y los gobiernos, así
como la resistencia y las ofensivas de cientos
de millones de individuos que son
víctimas de las decisiones tomadas por los de arriba. “La Historia no
hace nada […] no libra batallas. Por el contrario, es el hombre, el
hombre real y vivo, quien hace todo esto, posee todo esto y libra todas estas
batallas” (Marx y Engels, La Sagrada Familia).
******
No hay comentarios:
Publicar un comentario