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“Detrás
de los Estados, son las Corporaciones que ocupan un lugar central. Operan y
determinan el cómo y el cuándo de la transición energética. Aparecen entonces
las mineras, con un armazón estratégico y una amalgama muy clara en diferentes
lugares del mundo. Recordemos que en el caso de Argentina se multiplican corporaciones
de países como Canadá, Estados Unidos, Francia,
Corea, China y Australia, entre otras. Junto
con las mineras, otro rol importantísimo lo ocupan las empresas automotrices.
Así, aparecen empresas como Volkswagen o Toyota que son fundamentales para entender cómo construye la
transición energética. Finalmente, es fundamental reconocer el papel de los
grupos financieros, cuyo rol es clave en esta tríada. Al respecto, ilustra la
carta en la que Larry Fink, CEO de BlackRock, le anuncia a sus accionistas que entrarán al negocio de
las energías verdes. Y junto con BlackRock, aparece el Grupo Vanguard, el
Deutsche Bank y el banco HSBC, entre otros.
Los
Estados mencionados, junto con la triada
mineras-automotrices-financieras, son los grandes impulsores de los extractivismos
que sufrimos en los territorios. Por ejemplo, en el caso particular de
Argentina, la minería de cobre, la minería de litio
y el hidrógeno verde forman parte de grandes proyectos que se tiñen de ese
color. En la actualidad
de Argentina, este mapa no puede escindirse
de la aprobación del Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) o
con los grandes anuncios de BHP y Lunding Mining con Josemaría. Las
transiciones no serán para los pueblos y las comunidades
si son las Corporaciones, algunos Estados y las Entidades Financieras quienes
la determinen.
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MÁS EXTRACTIVISMO EN AMÉRICA
LATINA Y EL NORTE MARCANDO LA AGENDA DEL SUR.
Transición Energética.
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Por | 05/09/2024 | Ecología social
Fuentes. Revista Rebelión jueves 5 de septiembre del 2024.
«No
hay transición antiextractivista si se sigue avalando el saqueo de América
Latina y África», afirma el autor. A contramano de
algunos sectores académicos y políticos que impulsan esa supuesta bandera
verde, señala que la propuesta deja afuera el necesario protagonismo de las
comunidades locales y, en definitiva, es un paso más del poder corporativo y
gubernamental sobre territorios y cuerpos.
La
transición energética,
tal como se la presenta hoy en día, dista ampliamente de lo que se entiende y
se busca cuando las comunidades y las personas hablamos de justicia social y
ambiental en nuestros territorios, tanto en América Latina como en África.
En este artículo en particular, me centraré en cinco aspectos que considero
relevantes a la hora de pensar en soluciones a la crisis climática. Anticipo en este sentido que ninguna
transición será justa si profundiza los extractivismos y, mucho menos, si
propone nuevas formas de sacrificar cuerpos y territorios.
1.- Reduccionismo. El modo de configurar la crisis climática y la manera en la cual
se presenta su supuesta solución nace de una primera reducción. Desde
diferentes sectores se impulsa la idea de una crisis climática que se limita a la emisión de gases de efecto invernadero
(GEI). Por supuesto que reconozco el rol fundamental que estos gases tienen
en la problemática, y que su incremento en la atmósfera tiene graves
consecuencias, como el aumento en la temperatura media, la acidificación de los
mares o los cambios en los regímenes de precipitaciones, entre otros. No
obstante, el reduccionismo implica que se restrinjan los problemas ambientales
únicamente a ese factor. Así, escenarios de desertificación, contaminación, incendios, aumento de enfermedades o
expulsión de comunidades locales, por mencionar algunos de los más
expandidos, suelen ser dejados de lado o soslayados.
En
paralelo, se desarrollan y promueven
actividades asociadas a una menor emisión de GEI, pero que producen daños irreparables. Por ejemplo, se
promociona la energía nuclear, se vuelven viables las centrales hidroeléctricas o se propone la expansión de plantaciones
forestales. En cualquiera de los tres casos, son omitidos los daños a nivel local y regional que
genera la minería de uranio, las
presas con sus embalses e inundaciones, o bien los monocultivos de especies que
desplazan el monte o el bosque. De este modo, se ocultan las graves
consecuencias que sufren las comunidades, tanto hoy como a futuro, a través de
la transformación de los territorios,
la contaminación, la dificultad para
acceder al agua o la pérdida de la producción local. No es
posible promover una transición justa que aumente la destrucción ambiental.
2- Tecnocracia. El segundo aspecto tiene que ver con el carácter técnico que se le da a esta transición. Es decir, se conforma la supuesta solución desde y para profesionales, excluyendo toda otra voz. Nuevamente, con esto no niego la importancia de los aspectos técnicos, pero la transición energética tiene ante todo un carácter político, que debe incluir a la multiplicidad de actores sociales y no puede ser definida y delimitada únicamente por técnicos. El objetivo democrático, político y justo, es trabajar junto con las comunidades locales y regionales en la toma de decisiones. Sin embargo, desde los sectores hegemónicos se obstaculiza cualquier discusión profunda, diversa y disonante en torno a estos temas. Quién puede entonces discutir la transición energética: ¿El experto? ¿El técnico? ¿El ingeniero? ¿La empresa? ¿El funcionario de turno? En definitiva, y en estas limitadas democracias, las decisiones se toman en algún lugar del mundo y jamás se vinculan con las comunidades locales y regionales, sus características, particularidades y necesidades reales. No hay transición democrática cuando las decisiones excluyen a las comunidades que viven en los territorios.
3- Electromovilidad. El tercer aspecto
tiene que ver con qué solución es la que presenta la ya restringida transición
energética. En términos generales, el acento está puesto principalmente en la electromovilidad. Lo que se pretende es
cambiar vehículos que usan gasolina por otros que utilizan electricidad con baterías de litio, cobre y otros minerales. Esta sustitución uno a uno
impide —una vez más— discutir y problematizar acerca de las cuestiones de
fondo. Por ejemplo, el hecho de que la propuesta está dirigida directamente a
los sectores de alto consumo, buscando garantizar la transición de Estados Unidos, China, Europa y un puñado
de países más. O que no se fomentan estrategias colectivas, antes que
consumos privados. De este modo, se amplifican aún más los niveles de desigualdad social tanto entre países como al seno de
las mismas sociedades. Esta supuesta solución nada dice acerca de
la concentración de riqueza, del consumo desmesurado o de que un puñado de
empresas utilizan más electricidad que provincias enteras. Por ejemplo, gobiernos y empresas impulsan el proyecto minero Josemaría, que consumirá más electricidad que la provincia de San Juan en nombre de la transición
energética, para la extracción de cobre. O que la empresa Aluar utilice la electricidad que consumen un millón y
medio de personas aproximadamente, todo en nombre del aluminio. ¿Qué se pretende entonces con esta
estrategia frente a la crisis climática? ¿Qué significa una transición energética que prioriza garantizar las
tasas de ganancia de ciertos sectores? No hay transición con equidad
social si para resolver la crisis climática se amplifica la desigualdad
social y se destruyen los tejidos comunitarios.
4- Las corporaciones como centro. ¿Quiénes están detrás del armado de esta forma de configurar la transición energética? En primer lugar, Estados Unidos y China. A su vez, la Unión Europea y en particular Alemania, cuyo rol protagónico quedó en evidencia con la rebelión Serbia frente a la minería de litio. Ahora bien, los Estados de África, de varias regiones de Asia y de América Latina cumplen también roles claves. Por ejemplo, en el caso de nuestra región, Argentina y Chile también aparecen en este mapa, ya que permiten el saqueo territorial para obtener litio y cobre, entre otros minerales.
Detrás
de los Estados, son las Corporaciones que ocupan un lugar central. Operan y determinan el cómo y el cuándo de la transición energética. Aparecen entonces las mineras,
con un armazón estratégico y una amalgama muy clara en diferentes lugares del
mundo. Recordemos que en el caso de Argentina
se multiplican corporaciones de países como Canadá, Estados Unidos, Francia, Corea, China y Australia, entre
otras. Junto con las mineras, otro rol importantísimo lo ocupan las empresas
automotrices. Así, aparecen empresas como Volkswagen
o Toyota que son fundamentales para entender cómo construye la transición
energética. Finalmente, es fundamental reconocer el papel de los grupos
financieros, cuyo rol es clave en esta tríada. Al respecto, ilustra la carta en
la que Larry Fink, CEO de BlackRock, le
anuncia a sus accionistas que entrarán al negocio de las energías verdes. Y junto con BlackRock,
aparece el Grupo Vanguard, el Deutsche
Bank y el banco HSBC, entre otros.
Los Estados
mencionados, junto con la triada mineras-automotrices-financieras, son los
grandes impulsores de los extractivismos que sufrimos en los territorios. Por
ejemplo, en el caso particular de Argentina, la minería de cobre, la minería de
litio y el hidrógeno verde forman parte de
grandes proyectos que se tiñen de ese color.
En la actualidad de Argentina, este mapa no puede escindirse de la aprobación del Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) o con los grandes anuncios de BHP y Lunding Mining con Josemaría. Las transiciones no serán para los pueblos y las comunidades si son las Corporaciones, algunos Estados y las Entidades Financieras quienes la determinen.
5-
Multiplicación de extractivismos. El
extractivismo
de las Corporaciones que se enriquecen con la extracción de los hidrocarburos
ha sido y es un desastre para los territorios. A las formas de extracción
convencionales de petróleo y gas, se le han sumado en las últimas décadas el
desarrollo del fracking y de la explotación
offshore, estrategias no convencionales que expanden las maneras de
depredación. Sin embargo, y sin perjuicio de la necesidad imperiosa de terminar
con la producción y consumo de
combustibles fósiles, la transición energética no puede avalar en pos de la descarbonización
otras formas igualmente nocivas en términos sociales y ambientales. Cualquier lista en torno a estos temas lo muestra
claramente. El litio que amenaza secar
la Puna, la minería de cobre en San Juan y Catamarca, el níquel, que multiplica
el saqueo en Guatemala, Brasil o
Indonesia; África y el cobalto, la ya mencionada Aluar con la presa Futaleufú
a su servicio (símbolos de las últimas dictaduras en Argentina). La lista es interminable. No hay transición antiextractivista si se
sigue avalando el saqueo de América Latina y África.
En
ocasiones nos suelen presentar la extraña dicotomía entre la negación total de
una crisis climática
(tal como realizan Javier Milei, Jair
Bolsonaro o Donald Trump), o la aceptación de una transición organizada desde y para las Corporaciones en nombre de una descarbonización global. Aquí he evitado ambas opciones. Y somos numerosas
voluntades las que elegimos salir de esta supuesta dicotomía y transitar un
camino distinto. El andar histórico de
América Latina y África así lo reclama. La única transición hacia un bienestar social y ambiental es aquella
que rechaza cualquier opción en la que los territorios y comunidades sean zonas
y cuerpos de sacrificio.
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