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UN EJEMPLO DE LA VIDA. LA SOCIOLOGÍA DE LA VIDA
COTIDIANA. SU BASE FUNDAMENTAL DE
FORJA RESISTENCIA Y CONSTRUCCIÓN. LA CULTURA FAMILIAR.
PIENSA EN LA VIDA, EN TU FAMILIA, COMO LA ORGANIZASTE, después que los Hijos ya
mayores, formaron su propia familia. Soy un Académico. Dr. en Sociología, Decano Nacional, miembro titular de Instituciones
Internacionales, hoy estoy entrando a la cuarta Edad del ser humano, sigo
realizando trabajos de Investigación, porque continúo publicando mis Libros-
Pero en este devenir de la Vida, tienes a tu Señora muy enferma, tu pensión NO
es tan grande, que solo te alcanza para tener una persona que trabaje en la Cocina
- solo medio día - Pero quedan grandes tareas y responsabilidades del Hogar.
Esas responsabilidades deber asumirla - sí o sí - ahí surge una de las especialidades de la Sociología. La Sociología de la Vida Cotidiana. Pero ella puedes practicarla, desarrollarla si tienes CULTURA FAMILIAR - si aprendiste de niño, adolescente incluso en la juventud y hoy con toda tranquilidad mi RESPONSABILIDAD es hacer todos los días el DESAYUNO -Conozco la cocina, aprendí en mi vida familiar como se hace un JUGO, una Tasa de LECHE con café, Comprar el pan. Y además cuando hay emergencia, me gusta, me agrada lavar ropa pequeña mía y de mi señora. Ojo que toda una vida lavé siempre mis medias, es un paseo y un gusto en mi vida y me da gran alegría y satisfacción.
Resumo, donde está el "éxito" familiar y profesional hoy. SABER ORGANIZAR TU VIDA. Como ordenas el Horario. Por
lo general debo asumir hasta 3 Asambleas Virtuales por semana. Soy un lector de
muchos años del diario El País, y al leer el artículo, me generó este optimismo
de dar unas cuantas IDEAS. También de Página/12
de Argentina y La Jornada de México. Ahí
me tienen desarrollando y enriqueciendo a diario la Sociología de la Vida
Cotidiana. También “recorrer en la vida unos kilómetros” más y encuentras tu satisfacción Académica con la
Información de “Prensa “Latina y las Plataformas de “Jaque al Neoliberalismo” y
la “Revista Rebelión” extraordinaria y de calidad académica. Gracias por esas
valiosas fuentes de información.
Comentario.
Hoy
domingo, dentro de mi responsabilidad Familiar, de ser un "gigante hacedor
de Jugos" preparé un Jugo de Fresa con Leche, dos panes al horno con queso
de Chuquibamba .- que siempre nos venden los días sábados - y por su puesto
infaltable para nosotros su Mate de Muña. Suficiente y a hora a la lectura del
Diario El Pueblo - infaltable los domingos . la República, Rápido lo más
importante para tener tiempo y continuar con la Revista de Hildebrandt que ayer
llegó muy interesante. Gracias, seguimos recreando la Sociología de la Vida
Cotidiana. Saludos.
OTRO
SÍ. UN DÍA DESPUES. LUNES.
Rendirme,
jamás, debo seguir Adelante, seguir rompiendo muros coloniales, machistas de dominación
y negación absoluta de los Derechos de la Mujer, o el derecho de compartir
responsabilidades conjuntas en el hogar. LA CULTURA
FAMILIAR es la base central para poder asumir sin miedo y menos vergüenza
una tarea, un trabajo familiar. Varias responsabilidades cuando son necesarias
en el Vida. Así la Vida se hace más tranquila, feliz y hay tiempo para seguir
trabajando en tus grandes responsabilidades Académicas. Sigo, caminando en mi
vida, por diferentes y distintos caminos, pero siempre a paso Seguro, porque sé
como decían mis Padres, que llegarás muy lejos.
Gracias por los saludos de muchos Colegas, Amigos y paisanos, pero
también gracias por algunos insultos y desprecios del veneno de gente NO identificada de las Redes Sociales.
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nuevas tradiciones. DEL AMO DE CASA AL ‘TRAD-HUSBAND’:
así son los
hombres que dejan el trabajo y asumen las tareas del hogar.
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Es muy raro,
casi revolucionario, que en una pareja sea el hombre el que se queda en casa.
Ningún caso es igual, pero una nueva generación de varones se está apropiando
de una etiqueta reaccionaria.
Por Miguel
Echarri. Periodista.
Fuente. El
País. Madrid jueves 30 de agosto del 2024.
“Nunca
te vi como un proveedor, siempre pensé que eras, en primer lugar, mi compañero
y el padre de mis hijas”, le dice Gabriela Toscano a Juan Diego Botto en una de
las escenas más intensas y significativas de Las viudas de los
jueves (2009). Para Olga M., funcionaria de 39 años, y Daniel P., amo
de casa de 43, la frase de la película de Marcelo Piñeyro resume perfectamente
la situación en que se encontraron ellos en primavera de 2021, cuando las cada
vez más frecuentes crisis de ansiedad que sufría Daniel le obligaron a
renunciar a su trabajo como instalador de fibra óptica.
Tras
un periodo de reposo
que le permitió recuperar el equilibrio emocional, Daniel confesó en una sesión de terapia de pareja que le
mortificaba la perspectiva de salir a buscar un nuevo empleo. No se sentía
preparado: “Fui muy sincero, porque la
terapeuta insistió en que lo fuese”, explica a ICON el propio Daniel,
“pero también me sentí egoísta y desconsiderado, como si al admitir algo así estuviese traicionando a nuestro proyecto familiar”. Olga, tras considerarlo con calma, le propuso un nuevo acuerdo de convivencia: “¿Qué tal si te tomas tu tiempo y te encargas, de momento, de la casa y de los niños?”. Sus hijos tenían cuatro y seis años. Eso hicieron.
Con el tiempo, el arreglo que se perfilaba como provisional se ha ido
transformando en un pacto estable que ambos consideran conveniente y justo. Daniel ya no busca trabajo. Se siente
cómodo con sus rutinas domésticas y de crianza, que suponen, tal y como asume Olga,
“una jornada laboral sin sueldo, pero tan
intensa, tan práctica y tan digna como la que hago yo de lunes a viernes en la
oficina”. “En cierto sentido”, reconoce Daniel,
“esto es un lujo que podemos
permitirnos, porque Olga es funcionaria de nivel A y tiene un buen
sueldo. Además, el piso en que vivimos es propiedad de mis padres, así que no
nos resulta imprescindible que entre una segunda nómina”. Olga añade que las tareas que realiza Daniel a diario no son remuneradas, pero sí “muy
valiosas”, y él las encara “con
mucho amor y sentido de la responsabilidad”.
Daniel no es lo que se llamaba hasta ahora un trad husband. Y lo sabe (“amo de casa sería la expresión adecuada”, apostilla). En cierto
sentido es todo lo contrario a un trad husband, esa etiqueta,
no inédita, pero tampoco muy difundida en redes, que agruparía a los
complementos necesarios de las trad wives. Es decir, en opinión del
humorista estadounidense Joey Thompson,
hombres tradicionales que asumen con orgullo su rol de proveedores exclusivos y
no tienen por qué saber cómo funcionan trastos infernales como la aspiradora o
el lavavajillas ni cómo se llama la profesora de sus hijos.
Porque, según una encuesta del INE realizada en 2021, el cuidado de menores de edad
recae mayoritariamente en las mujeres (40,2%, frente al 4,8% de hombres). Las tareas
domésticas también recaen sobre todo en ellas. Así, el 45,9% de las mujeres se encarga de la mayor parte de las tareas domésticas, frente al 14,9% de los hombres. Por su parte, el 15,7% de los varones no participa habitualmente en estas
tareas, frente al 6% de las mujeres
No te rindas, te insulten, te marginen, sigue adelante, con tu trabajo del hogar estas rompiendo "muros de dominación colonial".
Masculinidad
tóxica
Hace unas semanas, Daniel leyó en su feed de
Facebook un artículo sobre trad wives, esposas y novias que
eligen quedarse en casa cumpliendo con el papel tradicional de amas de casa. Le
resultó curioso, “sin más”, y lo
compartió añadiendo un comentario, en clave de humor, en el que se describía a
sí mismo como un trad husband, adicto a las sesiones de
plancha y cada vez más aficionado a la repostería casera.
El comentario tuvo una repercusión muy negativa:
“En muy pocas horas, el hilo se llenó de
comentarios de personas a las que apenas conozco y no saben nada de mis
circunstancias personales, pero no dudaban en calificarme de jeta, aprovechado,
mantenido, castrado o vergüenza del género masculino”.
Pero lo más doloroso fue
la intervención de un amigo cercano que le reprochaba que hiciese referencia a
su situación en una red social: “Hay que
tener más vista, bro, las vergüenzas no se airean en público”.
Daniel respondió que no cree tener ningún motivo para avergonzarse.
Pero la espiral de toxicidad siguió su
curso:
“Fue un baño de realidad, un linchamiento
digital instantáneo que en absoluto esperaba. Ahora me doy cuenta de que
incluso algunas personas de nuestro entorno que dicen respetar el acuerdo al
que hemos llegado Olga y yo, nuestra manera particular de organizarnos y
convivir, en el fondo no lo comprende ni lo respetan. Lo consideran una
anomalía”.
Los datos disponibles
parecen reforzar la percepción de Olga y
Daniel. Según un estudio hecho público por Ipsos en marzo de este año, el 19%
de los españoles y el 14% de las
españolas se muestran de acuerdo con la afirmación de que los hombres que cuidan
a sus hijos son menos “masculinos”.
La cifra a nivel mundial resulta bastante más alta (24% de los hombres y 19% de
las mujeres), pero no deja de resultar significativo, en opinión de Daniel y de su pareja, que uno de cada
cinco españoles suscriba sin matices una afirmación “tan cuestionable y prejuiciosa”.
La apropiación de
una etiqueta resbaladiza
Gracias a Daniel y a otros hombres en una situación similar a
la suya, empieza a abrirse paso, de manera muy tímida, una reapropiación
subversiva y paródica de la etiqueta. Los
otros trad husbands, los infrecuentes y más bien poco
tradicionales, son hombres a los que la propia voluntad o las circunstancias
han llevado a asumir roles que no encajan en corsés de género demasiado
estrechos. Padres viudos, separados o solteros que se ponen todos los sombreros
necesarios con o sin ayuda, pero también casos atípicos como Borja S., cordobés de 31 años residente
en una localidad cercana a San Francisco, en Estados Unidos.
Borja se mudó a las inmediaciones de Silicon Valley hace ahora cinco años para convivir con su marido, empleado de élite en una gran empresa tecnológica. Una vez allí, constató que, con su estatus de cónyuge de un trabajador extranjero contratado en origen, no iba a resultarle fácil conseguir un visado que le permitiese buscar empleo. Así que optó, según nos cuenta, por realizar un turno matinal de voluntariado en una biblioteca y quedarse el resto de la jornada en casa, “convirtiéndola en un verdadero hogar para mi marido trabajador expatriado y estresado”.
Borja se describe, de
manera jocosa, como un trad husband “de quita y pon”. Cuando
vuelvan a Madrid, ciudad en la que su pareja y él convivían antes de embarcarse
en la excursión transatlántica, tiene intención de recuperar su carrera
profesional, pero de momento disfruta de la “insólita” experiencia de vivir
“semirecluido en una inmensa casa unifamiliar
de los suburbios, con una cocina del tamaño del piso de mis padres, como una de
aquellas esposas adictas a los tranquilizantes que vemos en las pelis yanquis
de los años cincuenta″.
Borja procesa su peculiar
situación con mucho sentido del humor y de la aventura. Echando mano de su formación
universitaria como antropólogo, nos confiesa que se siente
“un observador infiltrado en una tribu humana,
la estadounidense, que creemos conocer muy bien gracias a la televisión, el
cine o la música, pero que en realidad resulta muy peculiar, muy distinta de la
nuestra”.
Vivir en el norte de
California le ha permitido constatar que las trad wives no
solo son una pintoresca moda que ha tomado por asalto las redes sociales en los
últimos meses. Más allá de influencers tronadas y hashtags de
cuestionable sustancia, él ha entrado en contacto con mujeres de su entorno
inmediato que
“han renunciado a sus carreras profesionales
porque tienen un marido rico o porque, sencillamente, nunca han sentido la
necesidad de ser ellas las que se internen en el bosque para cazar un mamut y
han encontrado hombres que están dispuestos a hacerlo por ellas”.
Él distingue dos modalidades de trad wife: la reticente
“que vive su situación con una cierta
vergüenza, porque en el fondo cree que no debería haber renunciado a su
independencia económica y al control de su propia vida”, y la “alevosa, más que
satisfecha con su situación”. Las dos, en su opinión, merecen “todo el respeto,
aunque se trate de un respeto crítico”. Añade que él mismo se considera un “trad
gay husband entre reticente y resignado, pero, qué quieres que te
diga, hay días en que creo que podría acostumbrarme a esta vida. Si en algún
momento me aburro, siempre puedo escribir un libro. O plantar un árbol”.
Bajar de la rueda
Reticente es sin duda
Óscar M., otro que encuentra simpática la etiqueta trad husband y
se la aplica a sí mismo desde la ironía corrosiva. Como el resto de personas
que han ofrecido su testimonio en este artículo, Óscar prefiere conservar el anonimato
porque, según reconoce,
“ser un hombre que trabaja en casa es algo que
conlleva un cierto estigma, y a mis padres, por ejemplo, les resultaría
incómodo que yo apareciese en un medio de comunicación hablando de ello a cara
descubierta”.
En su caso, la renuncia a
salir a cazar el mamut se produjo de manera gradual:
“Yo me dedicaba a dar clases y talleres
itinerantes de traducción y escritura creativa, y mi trabajo implicaba
desplazarme muy a menudo por unos ingresos irregulares y, en general, muy
modestos. Nuestro hijo de cinco años se estaba criando con canguros o abusando
de la buena voluntad de nuestros padres y teníamos contratada a una persona
para que se encargarse de la limpieza o de hacer la compra”.
En una conversación
informal, su novia, Ingrid, le sugirió que renunciase a los trabajos que
exigiesen desplazamientos y se centrase más bien en sus traducciones y en la intendencia
doméstica:
“Le tomé la palabra, porque las del hogar son
tareas que siempre me han gustado. Además, pensé que darle algo más de
prioridad a mi faceta como traductor me haría mucho más feliz que los talleres
y los viajes”.
Dos años después de
iniciado el experimento, Óscar constata que ha hecho “muchas más coladas que
traducciones”, pero valora que el arreglo está dando un resultado “razonable”.
Lo suficiente para que tanto Ingrid como él se sientan satisfechos.
“En especial”, añade, “valoro la relación tan
intensa que he desarrollado con nuestro hijo. Crees que conoces bien a tus
hijos y que te estás implicando de la mejor manera en su vida y su crianza,
pero lo cierto es que pasas mucho tiempo lejos de ellos y te pierdes momentos
excepcionales, como la caída de su primer diente. Supongo que a muchos padres
les ocurre, y lo ven como una realidad a la que hay que resignarse. Nosotros
hemos encontrado la manera de que yo esté ahí para él con una frecuencia que
antes me resultaba imposible”.
Óscar añade, también con
reticencia, que entiende “hasta cierto punto” a las trad wives, las
de las redes y las del mundo real:
“Es descorazonador, desde el punto de vista
del feminismo y el progreso de las relaciones sociales, que se reivindique a
estas alturas un modelo de feminidad tan obsoleto. Pero puedo entender que
alguien quiera bajarse de la rueda del mercado laboral y refugiarse en un
espacio seguro, como el del hogar, y hacer su propia aportación a la familia
desde ahí”.
Su propia experiencia le
ha hecho plantearse
“preguntas muy incómodas sobre los roles de
género, sobre los prejuicios asociados a ellos y, más allá de todo eso, sobre
cómo estamos organizando nuestras sociedades”.
Óscar supone que, en cuanto su hijo crezca,
él “intentará saltar de nuevo al ruedo”, si
puede y si le dejan: “Lo que espero no volver a hacer nunca es dar una
prioridad absoluta a mi trabajo sobre mis responsabilidades afectivas y
domésticas. Confío, al menos, en haber aprendido esa lección”.
Y luego está el elefante
en la habitación: Daniel y Olga, la primera pareja que aparece en este
artículo, admite que su plan de contingencia tiene un inconveniente obvio: Daniel
ha desertado del mercado laboral a una edad muy temprana, con apenas 15 años
cotizados, y no tiene intención de reincorporarse a medio plazo:
“Eso me condena, muy probablemente, a cobrar
una pensión irrisoria cuando me jubile”, concluye él mismo. Olga zanja el
asunto con pragmatismo: “Se trata de un problema que afrontan muchas familias,
en España hay un alto porcentaje de hogares en los que solo entra un sueldo. Ya
cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. Lo que de verdad importa es cómo
nos organizamos aquí y ahora”.
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