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“Peligro
para la comida. Los quirópteros de EEUU que protagonizan el trabajo presentado este septiembre en Science llevan muriendo en
masa desde 2006 por la infección de
un hongo invasor. El Pseudogymnoascus destructans llegó
a las cavernas norteamericanas probablemente introducido desde Europa. Las especies invasoras son una de
las principales causas de pérdida de
biodiversidad en el mundo. Esta pérdida significa en realidad la desaparición
de ejemplares y especies concretos. Y entre los grupos más golpeados por esta extinción masiva se cuenta el de los insectos. El desplome constatado de las poblaciones de abejas o
mariposas ha sido calificado como una “amenaza
de colapso de la naturaleza”. La agricultura intensiva –por la aplicación
masiva de pesticidas–, la
destrucción de los ecosistemas donde
viven y el cambio climático han diezmado las especies, sobre todo las más comunes.
”En
España solo hay unos 66 tipos de insectos en el Catálogo de
Especies en Protección Especial, más
otros 36 calificados vulnerables o en peligro de extinción. Muy pocos tienen un nombre popular como la mariposa
azufrada ibérica, o la niña de Sierra Nevada. La Estrategia Nacional de Conservación
de Polinizadores explica que resulta difícil conocer el grado de alteración y prever sus consecuencias
funcionales. Sin embargo, el documento gubernamental
admite: “Al verse amenazado el sistema
global de producción primaria, la gravedad del problema va más allá de la pérdida irreversible de
especies”.
Quedarse sin insectos ya causa un daño directo y cada vez más mensurable
a los humanos: entre dos y tres tercios de las explotaciones agrícolas globales producen menos por falta de polinizadores. No se trata de una realidad
ajena a España ya que los cultivos
que necesariamente precisan insectos
para que las flores se conviertan en frutos son un fuerte de la agricultura
española. Solo en cuanto a producción de alimentos, los polinizadores aportan un valor de 2.400 millones de euros al año a la agricultura española.
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LA DESTRUCCIÓN DE LA
NATURALEZA ESTALLA EN LA CARA A LOS HUMANOS DE FORMAS INESPERADAS.
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Por Raúl Rejón | 13/09/2024 | Ecología social
Fuente. Revista Rebelión. Sábado 14 de septiembre del 2024.
Una
investigación sobre cómo la muerte masiva de murciélagos
se conecta con un aumento
de la mortalidad infantil en
Estados Unidos
supone el último ejemplo de las consecuencias de las extinciones masivas sobre
la vida de los humanos
La
desaparición
casi radical de murciélagos obligó a
los agricultores de Nueva Inglaterra (EEUU) a utilizar un 30% más de insecticidas para contener las plagas
en sus cultivos. Al mismo
tiempo, la mortalidad
infantil por enfermedades y dificultades al nacer en las mismas zonas creció un
8%,
según ha constatado un reciente investigación publicada en Science. Los autores conectan el
aumento de muertes al mayor uso de
productos químicos probadamente
peligrosos para fetos y niños.
Es
el último ejemplo,
de muchos, en los que la destrucción
de la naturaleza se revuelve contra
los seres humanos. Quizá una de las más sorprendentes –“se me desencajó la mandíbula” analiza uno de los expertos
consultados por Science–,
pero no la única.
Aunque los científicos de la ONU avisan de que hasta un millón de especies silvestres “afrontan la extinción”, la alerta pasa bajo el radar. Algunos científicos no dudan en llamarlo la sexta extinción masiva. Pero ese perfil bajo desaparece de golpe cuando un virus que había permanecido contenido en un animal salta a los humanos porque la deforestación intensiva ha puesto en contacto a ambas especies o cuando unos pescadores sacan vacías sus redes porque los peces ya no están.
Árboles
camino de la extinción y enfermedades humanas
Más de la mitad
de las aproximadamente 15.000 especies de árboles de la Amazonía están
amenazadas por
la deforestación de la selva. En peligro de extinguirse a mitad de siglo si no se corrige el
ritmo de destrucción. Las últimas evaluaciones
globales sobre pérdida de bosques
dicen que, tras algún avance, “nos estamos quedando atrás”.
Con
la desaparición
de millones de árboles en la Amazonía, África tropical o Indonesia caen los hábitats donde
múltiples animales retienen innumerables
patógenos dispuestos a infectar a humanos. Los científicos
calculan que más de 1,5 millones de virus están contenidos por los animales silvestres. “Suponen el 99,9%
de las potenciales zoonosis” (las enfermedades
con origen en animales), calculó el primer intento de mapear estos patógenos. Una especie de ‘caja de Pandora’, que cada vez se abre más veces
a medida que vastas extensiones de
bosque son destruidas.
Porque,
sin esos hábitats,
se multiplica el contacto entre seres humanos
y especies silvestres (con sus virus
incorporados). El salto de enfermedades hacia las personas se ha
hecho cada vez más frecuente: el 75%
de las nuevas enfermedades surgidas
en humanos en los últimos 40 años tiene origen en animales. La Covid-19 ha
sido el último caso extremo. Pero también lo fueron el SARS en 2002, la gripe A en 2009
o el MERS en 2012.
Peligro
para la comida
Los
quirópteros de EEUU
que protagonizan el trabajo
presentado este septiembre en Science llevan
muriendo en masa desde 2006 por la
infección de un hongo invasor. El Pseudogymnoascus destructans llegó
a las cavernas norteamericanas probablemente introducido desde Europa. Las especies invasoras son una de
las principales causas de pérdida de
biodiversidad en el mundo. Esta pérdida significa en realidad la desaparición
de ejemplares y especies concretos.
Y
entre los grupos más golpeados
por esta extinción masiva se cuenta el de los insectos. El desplome constatado de las poblaciones de abejas o
mariposas ha sido calificado como una “amenaza
de colapso de la naturaleza”. La agricultura intensiva –por la aplicación
masiva de pesticidas–, la
destrucción de los ecosistemas donde
viven y el cambio climático han diezmado las especies, sobre todo las más comunes.
En
España solo hay unos 66 tipos de insectos en el Catálogo de
Especies en Protección Especial, más
otros 36 calificados vulnerables o en peligro de extinción. Muy pocos tienen un nombre popular como la mariposa
azufrada ibérica, o la niña de Sierra Nevada. La Estrategia Nacional de Conservación
de Polinizadores explica que resulta difícil conocer el grado de alteración y prever sus consecuencias
funcionales. Sin embargo, el documento gubernamental
admite:
“Al verse amenazado el sistema global de producción primaria, la gravedad del problema va más allá de la pérdida irreversible de especies”.
Quedarse
sin insectos
ya causa un daño directo y cada vez
más mensurable a los humanos: entre dos y tres tercios de las explotaciones agrícolas globales producen menos por falta de polinizadores. No se trata de una realidad
ajena a España ya que los cultivos
que necesariamente precisan insectos
para que las flores se conviertan en frutos son un fuerte de la agricultura
española. Solo en cuanto a producción de alimentos, los polinizadores aportan un valor de 2.400 millones de euros al año a la agricultura española.
España
–el segundo consumidor de insecticidas de la UE solo por detrás de Alemania–
es una potencia exportadora de frutas y verduras (plantas que requieren
polinización). Representa el 28%
de la producción europea de frutos
de hueso; es, entre otras cosas, la segunda
productora de almendras del mundo
o el principal exportador mundial de
cítricos frescos, según los
registros del Ministerio de Agricultura y Pesca.
Un
ejemplo de esta relación
puede rastrearse en el boom de los aguacates en España. Este cultivo ha presentado problemas de polinización (la principal merma de producción). Un árbol de aguacate puede presentar millones de flores, pero solo dar fruto en un 0,15% porque no llega polen a los estigmas. Un equipo del
CSIC concluyó al estudiar el fenómeno que
“un
aumento de polinizadores potenciará que llegue a la flor una buena cantidad de
granos de polen y fomentará la obtención de fruto”. Y esto redundará,
describieron, en que “se reduciría la cantidad de litros de agua
que consume el árbol por kilo de fruta producida”. Desde este punto de vista,
los insectos pueden ahorrar agua a un país con
crisis de agua recurrentes.
Destruir
la posidonia del mar es un suicidio
En España hay
unos 1.100 km2 de praderas marinas de posidonia. Destruir estas plantas del fondo –que solo crecen en
el Mediterráneo– es una suerte de suicidio porque no solo protegen la costa ante embates marinos o retienen una cantidad
exorbitante de carbono acumulado
durante siglos (que pasaría a
potenciar el efecto invernadero en
la atmósfera), sino que tiene un papel relevante para la pesca y el turismo.
Las
praderas de posidonia
han ido desapareciendo durante el último medio siglo a razón de entre un 13% y un 38% en las colonias del Mediterráneo
occidental y un 50% en el resto
de la cuenca marina.
Posidonia
oceánica “representa un recurso que
genera beneficios económicos cuantificables”, dice el documento final del proyecto Life Conservación en el Mediterráneo Andaluz. Más de 200 millones de euros al año entre servicios ecosistémicos, pesca y, sobre todo, el turismo (solo en este sector se calcularon unos 124 millones de euros).
Una
valoración similar
para las colonias de posidonia en
las Islas Baleares (donde está el 50% de estas praderas en España) sumó otros 600 millones sin contar la producción pesquera.
“Son
elementos esenciales para la conservación del medio marino mediterráneo
español”, explica el Ministerio de Transición Ecológica que,
al mismo tiempo, reconoce que han sufrido
“una importante regresión en las aguas del litoral español y, en el caso de
algunas poblaciones, se encuentran seriamente amenazadas”.
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