Mediante esta combinación de reconstrucción económica, subordinación política y protección militar, Estados Unidos consolidó el sistema de alianzas subalternas, que posteriormente utilizó para contrarrestar el resurgimiento de sus rivales. Cuando en los años 60 Alemania y Japón recuperaron competitividad, el gendarme norteamericano hizo valer su primacía. Recurrió a drásticas medidas comerciales, tecnológicas y monetarias, para preservar sus ventajas y reformuló los términos de la convivencia con sus subordinados. Pero estas tensiones no recrearon en ningún momento, el viejo escenario de rivalidades destructivas. Alemania y Japón aprovecharon la exención de gastos armamentistas para recuperar terreno en la producción y el comercio, pero no proyectaron estos avances al terreno militar. Tampoco contemplaron la preparación de una revancha. Aceptaron el rol protector ofrecido por Estados Unidos, avalando el “imperialismo por invitación” que les ofreció la primera potencia. Todos los conflictos que suscitó la unipolaridad estadounidense se procesaron sin alterar este dato geopolítico.
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El imperialismo contemporáneo.
(“Capitalismo tardío”, “Capitalismo de Estado”, o “Capitalismo monopolista de Estado”.
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Claudio Katz.
Rebelión Viernes 27 de mayo del 2011.
Al concluir la segunda guerra mundial el escenario del imperialismo quedó totalmente transformado. El sostenido crecimiento y la mejora del nivel de vida inauguraron un período de significativa prosperidad en los países centrales. La reducción del desempleo creó situaciones próximas al pleno empleo, que facilitaron el aumento del consumo y la generalización de un sistema protección social.
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Los principales teóricos marxistas bautizaron la nueva etapa de posguerra con distintas denominaciones (“capitalismo tardío”, “capitalismo de estado”, “capitalismo monopolista de estado”). Muchos estudios destacaron la sustitución de las formas de acumulación extensiva por mecanismos intensivos y el reemplazo del trabajo taylorista por esquemas fordistas. Otras investigaciones señalaron el nuevo gigantismo de las empresas y la inédita intervención estatal en la economía. Estos cambios modificaron el perfil del imperialismo, recreando un marco de estabilidad, en torno a nuevos equilibrios geopolíticos.
El contexto político-militar.
La principal singularidad de período fue la ausencia de guerras inter-imperiales. A diferencia de la etapa clásica, los conflictos armados no desembocaron en conflagraciones generalizadas. Persistieron los enfrentamientos, pero ya no hubo confrontaciones directas por el reparto del mundo. Las rivalidades sólo generaron escaramuzas geopolíticas, que no se proyectaron a la esfera miliar.
La vieja identificación del imperialismo con el choque entre potencias capitalistas quedó desactualizada y este cambio transformó el paisaje europeo. En lugar de rivalizar por las posesiones coloniales, las competidores del Viejo Continente iniciaron un proceso de unificación regional.
El predominio estadounidense determinó el viraje de la etapa. Ningún conflicto anterior se había zanjado con semejante preeminencia. La abrumadora superioridad norteamericana quedó consagrada con la formación de una alianza atlántica (OTAN), bajo el mando del Pentágono. Estados Unidos ejerció una dominación explícita y reafirmó su autoridad con la disuasión nuclear. Impuso la localización de las Naciones Unidas en Nueva York y estableció en el Consejo de Seguridad un sistema de consultas para supervisar todos los acontecimientos mundiales.
Este reinado se asentaba también en la aplastante superioridad económica. Estados Unidos manejaba el 50% de la producción industrial, acumulaba monumentales acreencias y adaptaba el sistema monetario mundial a sus necesidades, mediante la hegemonía del dólar (acuerdos de Bretton Woods).
Pero lo más novedoso fue la estrategia que eligieron las elites norteamericanas para consolidar su supremacía. En lugar de demoler a los rivales derrotados, auspiciaron la reconstrucción económica y el sometimiento político-militar de sus adversarios. El auxilio multimillonario concedido a Europa y Japón fue la contracara de la actitud asumida por Gran Bretaña y Francia (frente a Alemania) al concluir la primera guerra mundial. En lugar del tratado de Versalles se introdujo un Plan Marshall.
Mediante esta combinación de reconstrucción económica, subordinación política y protección militar, Estados Unidos consolidó el sistema de alianzas subalternas, que posteriormente utilizó para contrarrestar el resurgimiento de sus rivales. Cuando en los años 60 Alemania y Japón recuperaron competitividad, el gendarme norteamericano hizo valer su primacía. Recurrió a drásticas medidas comerciales, tecnológicas y monetarias, para preservar sus ventajas y reformuló los términos de la convivencia con sus subordinados. Pero estas tensiones no recrearon en ningún momento, el viejo escenario de rivalidades destructivas.
Alemania y Japón aprovecharon la exención de gastos armamentistas para recuperar terreno en la producción y el comercio, pero no proyectaron estos avances al terreno militar. Tampoco contemplaron la preparación de una revancha. Aceptaron el rol protector ofrecido por Estados Unidos, avalando el “imperialismo por invitación” que les ofreció la primera potencia. Todos los conflictos que suscitó la unipolaridad estadounidense se procesaron sin alterar este dato geopolítico.
Ha sido muy frecuente relativizar la novedad de este cuadro, afirmando que el antagonismo entre superpotencias persistió durante posguerra, a través de un conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Se considera que esa confrontación fue análoga a todas las batallas precedentes por la hegemonía imperial.
Pero estas pugnas entre Occidente y el denominado “bloque socialista” incluyeron una diferencia esencial con todos los choques inter-imperiales precedentes: el carácter no capitalista del sistema vigente en la ex URSS. Existen numerosas caracterizaciones sobre este régimen social, pero nadie ha podido demostrar que estuvo gobernado por una clase dominante, propietaria de los medios de producción y guiada por la meta de acumular capital.
La burocracia que manejaba ese sistema, buscaba ampliar su influencia global y mantuvo fuertes disputas con Estados Unidos por el control de territorios estratégicos. En esas tensiones sostuvo parcialmente a los movimientos de liberación nacional, que resistían el poder estadounidense. Pero en la mayoría de los casos estas acciones eran repuestas defensivas, tendientes a preservar una coexistencia pacífica con el coloso norteamericano.
El carácter no capitalista de la URSS invalida su presentación como otro actor imperial de batallas por el reparto del mundo. La capa dirigente de ese país tenía ambiciones expansionistas y reforzaba su presencia global, chocando con Estados Unidos en el manejo de las áreas de influencia. También intercalaba esas pugnas con la revisión periódica de los acuerdos de equilibrio territorial establecidos al concluir la guerra (tratado de Yalta). Pero esas pretensiones de mayor poder regional no convertían al régimen de la Unión Soviética en una variante “social-imperialista” de la expansión colonial. El uso contemporáneo del término imperialismo sólo tiene sentido para aquellas potencias que actúan bajo el mandato del capital. No se aplica a situaciones ajenas a ese principio.
Transformaciones económicas.
Los cambios económicos de posguerra tuvieron el mismo alcance que las modificaciones geopolíticas, a partir del significativo avance registrado en la asociación internacional de los capitales. Se consumó un entrelazamiento financiero, comercial e industrial sin precedentes. Esta amalgama alteró radicalmente la concurrencia inter-imperial que prevaleció durante la época de Lenin. El creciente gigantismo de las empresas que subrayaba el líder bolchevique volvió a cobrar importancia con la expansión de los oligopolios, en desmedro de las pequeñas compañías. La necesidad de ampliar mercados, reducir costos y aumentar la productividad acentuó la preeminencia de las corporaciones frente a las empresas de pequeño porte.
Pero a diferencia del período precedente, las alianzas entre grandes firmas no quedaron restringidas a compañías del mismo origen nacional. Irrumpió un nuevo tipo de empresa multinacional, que asoció a los capitalistas norteamericanos, japoneses y europeos, alterado la vieja divisoria entre bloques de competidores nacionales.
En este marco, el proteccionismo perdió peso frente a las presiones librecambistas desplegadas por las empresas mundializadas. Estas compañías requirieron mayor movilidad del capital y creciente flexibilidad comercial, para actuar en todos los rincones del planeta. El cerrojo arancelario era congruente con los bloques belicistas del imperialismo clásico, pero obstruía los negocios internacionalizados de posguerra.
Este viraje de las tarifas hacia la liberalización repitió un giro ya consumado en otras oportunidades. El capitalismo nunca se atuvo a una modalidad comercial invariable. El pasaje del libre-cambio a la protección -que los teóricos clásicos observaban como un giro definitivo del sistema- constituyó en realidad, sólo un eslabón de incontables virajes.
Tampoco la primacía financiera mantuvo la irreversible hegemonía que imaginaban los analistas de la etapa precedente. Al compás del fuerte crecimiento de posguerra, los industriales recuperaron terreno y retomaron su protagonismo en la generación de plusvalía. Este resurgimiento fue en gran medida determinado por la internacionalización de las firmas norteamericanas, que implantaron filiales en Europa y Oriente
Durante este período la exportación de capital recobró un papel significativo, pero tuvo un alcance más limitado en las inversiones metropolitanas en la periferia. Las principales corrientes de colocación de fondos foráneos se consumaron entre las propias economías desarrolladas. Los capitales norteamericanos afluyeron con mayor intensidad al viejo continente que a los países dependientes y la misma dirección tuvieron las inversiones externas posteriores de Europa y Japón. Esta tendencia apuntó a reforzar una gestión internacionalizada de los negocios, en torno a las empresas multinacionales.
Pero este proceso incluyó también un aumento de las ventas mundiales y una creciente confiscación de los recursos de la periferia. El comercio entre las economías desarrolladas se intensificó, junto a la depredación de las riquezas del Tercer Mundo.
Los tres mecanismos de apropiación externa del imperialismo volvieron a coexistir, sin nítidas primacías de uno sobre otro. La remisión de utilidades por inversiones externas operó junto al comercio inequitativo y el sometimiento de las economías subdesarrolladas. La magnitud de todos estos cambios tornó impostergable la revisión de la teoría del imperialismo.
Primeras actualizaciones .
El texto de Lenin mantuvo su influencia durante la posguerra, a través de numerosas reediciones y traducciones. Este apetito de lectura sintonizaba con la expectativa de extensión del socialismo por todo el mundo . El reconocimiento logrado por el libro convalidaba sus aciertos políticos en el debate sobre la guerra y premiaba la crítica a las ingenuidades pacifistas.
La tesis leninista brindaba, además, argumentos contra las nuevas teorías socialdemócratas, que identificaban la alianza transatlántica y la descolonización con “el fin del imperialismo”. Estas concepciones omitían la persistencia de la violencia imperial, especialmente en el Tercer Mundo.
Pero las lecturas más atentas del texto comenzaron a percibir su falta de actualidad. El ensayo de Lenin describía un contexto ya inexistente de guerra inter-imperialistas. También la primacía de las rivalidades económicas había quedado neutralizada por la interpenetración mundial de los grandes capitales. La preeminencia norteamericana contradecía, además, el escenario clásico.
Estos contrastes no disminuyeron el lugar dominante del texto bolchevique, en todos los estudios sobre el imperialismo. El grueso de la producción teórica marxista intentaba actualizar con las nuevas cifras, las tendencias expuestas por Lenin. Se buscaba especialmente corroborar la continuidad del monopolio y del proteccionismo y demostrar la centralidad de las exportaciones de capital y la persistente hegemonía financiera.
Estos trabajos estaban afectados por una actitud ritualista, que eludía el análisis de las tendencias contrapuestas a la caracterización clásica. Los manuales de economía política editados en la URSS y otras elaboraciones dogmáticas expresaban esa postura acrítica.
Estos enfoques transformaban el escenario inter-imperial de principio del siglo XX en un dato inmutable de la historia. Le asignaban vigencia perdurable al diagnóstico de una coyuntura. Al congelar la etapa estudiada por Lenin como el único período valedero s acralizaban el texto, olvidando la función política que tuvo cuando fue elaborado. Esta actitud cerraba todos los caminos para una actualización fructífera de la teoría del imperialismo.
Otras visiones intentaron -con muchas vacilaciones- la revisión del problema. Buscaban demostrar, por un lado, la vigencia de los rasgos clásicos, pero reconocían por otra parte las insuficiencias de la concepción tradicional. Mientras subrayaban la continuidad del monopolio y la supremacía del capital financiero, señalaban la ausencia de conflictos bélicos inter-imperialistas y la gravitación de Estados Unidos. Cuestionaban las lecturas talmúdicas de Lenin, pero preservando su visión del tema .
La reconsideración del problema exigía ir más allá del simple cómputo de los elementos vigentes y obsoletos de la teoría clásica. Había que jerarquizar el significado de las tendencias persistentes y de los procesos ya agotados. Los enfoques acríticos diluían dos datos claves de la nueva época: la ausencia de guerras inter-imperiales y la mayor asociación económica entre capitales de distinto origen.
El diagnóstico de Lenin había quedado anacrónico por estar referido a una etapa ya concluida del desarrollo capitalista. Las tendencias de 1880-1914 no tenían vigencia en 1945-75 y por esta razón, las principales reflexiones de posguerra giraban en torno a otros problemas.
La dificultad de muchos marxistas para aceptar este cambio obedeció a una incomprensión del planteo de Lenin. Desconocían que el enfoque estaba más centrado en la crítica política al pacifismo social-patriota, que en la evaluación económica del capitalismo. La gran contribución aportada en el primer terreno, no implicaba validez de las caracterizaciones expuestas en el segundo terreno. Esta confusión obstruyó el análisis y generó muchas simplificaciones en la interpretación del imperialismo, que no distinguían la existencia de dos niveles autónomos de la reflexión sobre tema.
Los mejores estudios sobre el imperialismo de los años 70 incorporaron de hecho estas distinciones. Revisaron la teoría clásica, destacando la existencia de múltiples interpretaciones marxistas (Brown) y resaltaron el significado polisémico de la noción de imperialismo (Owen). También pusieron de relieve la ambigüedad de un concepto que incluye al mismo tiempo definiciones de la etapa, caracterizaciones de tensiones entre países centrales y evaluaciones de las relaciones entre el centro y la periferia (Sutcliffe).
Con estas miradas comenzó un rescate del significado contemporáneo del imperialismo. Se retomó el método de Lenin para interpretar una nueva realidad, observando cómo el desarrollo desigual de capitalismo genera desequilibrios, en la reproducción jerarquizada y polarizada de este sistema. Tres modelos
La primera variante -postulada por Sweezy, Magdoff o Jalee- remarcó el papel dominante de Estados Unidos, como coloso económico y gendarme mundial. Remarcó el peso de sus corporaciones industriales y su gravitación militar, mediante estudios que subrayaron también la importancia de las resistencias antiimperialistas del Tercer Mundo. Esta tesis recogió elementos de muchas teorías sobre el hegemonismo estadounidense de la época, que reflejaban el apabullante liderazgo logrado por la primera potencia.
Pero las caracterizaciones superimperialistas no evaluaron el alcance de esa primacía del gigante del Norte y no llegaron a esclarecer el nuevo el tipo de relaciones establecidas entre el poder norteamericano y las restantes potencias.
La segunda corriente puso el acento en los procesos de asociación ultra-imperial, mediante importantes trabajos de Hymer, Murray y Nicolaus. Indagaron la formación de una nueva clase capitalista en torno a las empresas multinacionales, a partir de estudios del mercado del eurodólar y de distintos análisis sobre la influencia decreciente de los estados nacionales. También investigaron la forma en que este proceso erosionaba las rivalidades entre potencias y deterioraba las condiciones de trabajo.
Este enfoque inauguró el estudio contemporáneo de la asociación internacional de capitales y comenzó a registrar sus consecuencias sobre los estados nacionales. Pero no logró evaluar el impacto de estos cambios sobre la dinámica del imperialismo.
La segunda vertiente fue a su vez enriquecida por los trabajos de Poulantzas, que estudiaron cómo la internacionalización de la economía incentivaba la formación de fracciones capitalistas mundializadas, al interior de los estados nacionales. Palloix aportó, además, importantes investigaciones sobre la forma en que la internacionalización de la economía globaliza la reproducción del capital, en ciclos mercantiles, monetarios y productivos.
Todos estos enfoques que ponían de relieve la preeminencia de cursos ultra-imperiales, suscitaron la reacción de los defensores a ultranza de la tesis clásica. Estas críticas destacaron el reducido alcance de la actividad multinacional y el continuado protagonismo de los estados nacionales. Pero los objetores nunca lograron explicar por qué razón habían perdido fuerza las tendencias bélicas y económicas del período precedente.
Finalmente la tercera corriente encabezada por Mandel destacó la continuidad parcial de las rivalidades inter-imperiales. Cuestionó por un lado, la tesis superimperial señalando que la hegemonía norteamericana no evolucionaba hacia supremacías económicas de largo plazo. Destacó que esa hegemonía no transformaba la subordinación de las potencias asociadas en formas de sujeción colonial.
Por otra parte, objetó la perspectiva ultra-imperialista, señalando el carácter improbable de una fusión entre corporaciones de distinto origen nacional y remarcó el continuado aumento de la competencia económica, en un marco de distensión militar. De esta tendencia dedujo un pronóstico de acrecentamiento de la concurrencia intercontinental, en un cuadro alejado de la confrontación bélica.
Este modelo de tensiones inter-imperiales atenuadas fue compartido por otros teóricos como Rowthorn, que cuestionaron la exageración del poder norteamericano, evaluando que el continuado antagonismo económico entre las grandes potencias, no tendría proyecciones militares.
Este tercer enfoque sugirió acertadamente la preeminencia de un avance del regionalismo, que permanecería distanciado de los viejos bloques belicistas del pasado. Pero no arribó a conclusiones nítidas y tampoco elaboró conceptos representativos de la nueva situación. Vaciló en la evaluación del rol estadounidense y no logró dirimir el predominio de tendencias a la asociación o a la competencia.
Todas las caracterizaciones en juego suscitaron fuertes polémicas, acompañadas de los adjetivos y etiquetas en boga durante esa época. Los cuestionamientos a los “errores kautskianos” convivieron con los elogios a los “aciertos leninistas”. Pero esta contraposición impedía comprender lo que se intentaba indagar. La nueva integración internacional de capitales no recreaba el modelo concebido por el dirigente socialdemócrata y la competencia en curso no resucitaba el esquema postulado por el líder bolchevique.
Las investigaciones de los años 70 crearon los fundamentos para superar la obsolescencia del enfoque clásico, pero no condujeron a conclusiones satisfactorias. Su principal mérito fue incentivar el estudio de la nueva realidad con modelos de supremacía, integración y rivalidad imperial. Aunque dieron lugar a una síntesis adecuada, abrieron una discusión que puso de relieve los problemas a resolver.
La tesis superimperialista omitía la inexistencia de relaciones de subordinación entre las economías desarrolladas, equiparables a las vigentes en la periferia. El enfoque transnacionalista desconocía la continuidad de las rivalidades entre las corporaciones, ahora mediadas por otra conformación de clases y los estados. La visión de concurrencia inter-imperialista minusvaloraba la ausencia de confrontaciones bélicas y el avance registrado en la integración de los capitales.
La complejidad del tema impulsó a buscar fórmulas combinatorias de las concepciones en disputa, que se mantuvieron posteriormente. Se resaltó especialmente cómo la existencia de tendencias a la asociación, genera tensiones que obligan a reforzar liderazgos, para contener la concurrencia inter-imperialista. Esta rivalidad socava la gravitación de la superpotencia impidiendo la estabilización del sistema.
Esta misma idea de mayor entrecruzamiento de capitales sin desemboques definidos ha sido señalada también, para destacar la existencia de múltiples desequilibrios. Estas tensiones son generadas por una trama distante del imperialismo clásico y carente de sustituto definido. En este contexto la irrupción del neoliberalismo abrió nuevas pistas de indagación . La nueva etapa
Este ataque patronal deterioró las condiciones de trabajo en los países avanzados y empobreció a la periferia, en un contexto de repliegue de los sindicatos y reflujo de las ideas anticapitalistas. Las grandes corporaciones aprovecharon las fuertes diferencias internacionales de salarios, para acrecentar sus lucros e introdujeron nuevas formas de control patronal del proceso de trabajo. Esta agresión se basó en amenazas de traslado de las firmas hacia otros países.
Este cambio en las relaciones sociales de fuerza a favor del capital desembocó, a su vez, en incrementos sustanciales de la tasa explotación, que ampliaron las desigualdades, recompusieron el nivel de los beneficios y revitalizaron la acumulación.
Al incentivar la competencia global con aumentos de la productividad desgajados de las compensaciones salariales, el nuevo modelo se distanció del fordismo. La sistemática transferencia de actividades fabriles hacia el continente asiático potenció la concurrencia por incrementar la producción, con menores costos y generar mayores ganancias.
Esta mutación se ha sostenido en una revolución informática que generaliza el uso de las computadoras, en los procesos de fabricación y en la gestión financiera o comercial de las empresas. Esta innovación radical incrementó el nivel de productividad, abarató el transporte y masificó las comunicaciones.
Las transformaciones de las últimas décadas ampliaron también el consumo, no solo de las elites y los sectores gerenciales. Un importante sector de las clases medias ha sido incorporada un nuevo patrón de adquisiciones basado en el endeudamiento creciente. Esta modalidad reforzó la gravitación de los bancos, que han cumplido un papel clave en la consolidación del neoliberalismo. Restablecieron los mecanismos de disciplina y auto-ajuste en las empresas y recompusieron el circuito de la acumulación.
El modelo actual introdujo un corte con la etapa precedente y cerró el período de convulsiones, que acompañó al agotamiento del boom de posguerra. La nueva etapa revirtió la retracción de los mercados y el deterioro de la tasa de ganancia, que predominó durante las crisis de 1974-75 y 1981-82. Sobre estos pilares se consumó la expansión de la inversión hacia las regiones favorecidas por el nuevo esquema.
Este diagnóstico es frecuentemente objetado por las caracterizaciones que destacan la vulnerabilidad financiera del modelo neoliberal, su reducido aporte al crecimiento o su dependencia de los vaivenes del mercado.
Pero ninguno de estos rasgos desmiente la existencia de un nuevo período. Indican la presencia de áreas de gran inestabilidad, sin refutar la vigencia de una etapa diferenciada. Quiénes consideran que el modelo actual es más inestable que su antecesor, no cuestionan la preeminencia que ha logrado. Cualquiera sean las controversias sobre el grado de coherencia que rodea al neoliberalismo, es evidente que este esquema introdujo un cambio radical en la dinámica del capitalismo.
El período actual no presenta un nítido escenario global de prosperidad o estancamiento. Aquí se evidencia una diferencia importante con los modelos precedentes del siglo XX. Mientras que las transformaciones cualitativas son incuestionables, las tendencias del nivel de actividad mantienen un alto grado de ambigüedad. Hay nuevas formas de consumo segmentado, normas de producción globalizada, tipos de comercio liberalizado, finanzas des-reguladas y otra modalidad de competencia entre las empresas transnacionales. Pero estas transformaciones no definen un perfil de intensidad o quietismo productivo.
El período actual es muy singular, puesto que no repite la tónica depresiva de 1914-1945, ni la pujanza de 1945-75. La economía mundial se ha distanciado del comportamiento homogéneo que mantuvo en los períodos precedentes. Coexisten situaciones variadas de estancamiento en Europa, ascenso y recaída de Japón, vaivenes de Estados Unidos, despliegues asiáticos y mutaciones en la semi-periferria y regresiones de la periferia.
Desequilibrios inéditos.
El nuevo contexto no se clarifica dirimiendo la presencia o ausencia de una onda larga Kondratieff. Algunos autores postulan la presencia de este ciclo, resaltando la vigencia de tasas de crecimiento elevadas en numerosas actividades y zonas geográficas. Otros objetan la existencia de este curso, subrayando el reducido promedio global de ascenso del PBI.
La discusión es más conceptual que empírica, ya que no existe un dato universalmente indicativo de la tónica que asume un período. Un promedio de crecimiento elevado no tiene la misma validez para fines del siglo XIX, que para la mitad de la centuria siguiente o el debut del siglo en curso. Lo mismo rige para las distintas zonas. El incremento del 5% anual del PBI que se considera elevado para Estados Unidos es muy bajo para China.
En realidad, la existencia de una nueva etapa del capitalismo no requiere un correlato definido en la fase del ciclo económico. La vigencia del periodo neoliberal es parcialmente independiente de ese ritmo de la producción. La era de posguerra ha sido totalmente sustituida, sin dar lugar a otra onda de pujanza económica general.
Lo importante es reconocer que el patrón de acumulación precedente (de consumo masivo y uniformidad de producto) ha quedado reemplazado por un nuevo esquema (de consumo más flexible y producción más variada). Desde la irrupción del neoliberalismo en 1978-80, este modelo se asienta en el incremento del desempleo, la feminización del trabajo, la polarización de las calificaciones, la segmentación del mercado laboral y el uso de las nuevas tecnologías.
Algunos enfoques reconocen la magnitud de transformaciones en curso en ciertos campos, como la disminución del campesinado o la penetración del capital en numerosos ámbitos de la vida social. Pero cuestionan la existencia de rupturas significativas en el campo económico, tecnológico o cultural.
Pero la universalización geográfica y sectorial del capitalismo que ha llevado a cabo el neoliberalismo, no se restringe a una u otra esfera. Ha impactado sobre el conjunto del sistema, produciendo un giro comparable al observado a fin del siglo XIX y a mediados del siglo XX.
Este viraje se verifica también en los desequilibrios específicos que actualmente presenta el sistema. Las crisis del neoliberalismo difieren significativamente de las convulsiones que afloraron en los años 60 o 70. Son contradicciones resultantes de nuevos problemas y no arrastres del pasado. Las tensiones que generaba el modelo keynesiano fueron clausuradas por el ascenso neoliberal, que inauguró otro tipo de desajustes.
La hipertrofia financiera actual obedece a mecanismos de titularización, derivados y apalancamientos, gestados al cabo de dos décadas de internacionalización de las finanzas, desregulación bancaria y gestión bursátil de las grandes firmas. La sobreproducción de mercancías presenta un inédito alcance global, resultante de la competencia por abaratar costos, localizando plantas en países con bajos salarios y alta explotación de la fuerza de trabajo. Las desproporcionalidades mundiales -que han creado los desbalances comerciales y el endeudamiento- se desenvuelven por carriles impensables hace cuatro décadas.
El neoliberalismo cambió el escenario económico. Redujo los ingresos salariales, pero expandió el consumismo, la riqueza patrimonial y el endeudamiento familiar. Recompuso la tasa de ganancia acentuando la explotación y desvalorizando parcialmente los capitales obsoletos. Pero afectó potencialmente el nivel de rentabilidad, con aumentos de la productividad basados en tecnologías capital-intensivas que expanden el desempleo .
El nuevo modelo genera el tipo de crisis que salieron a flote durante la burbuja japonesa (1993), la caída del Sudeste Asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000) y el descalabro de Argentina (2001). La eclosión financiera del 2008-09 constituye la manifestación más aguda de estos estallidos y abrió una posibilidad de ocaso del neoliberalismo, que hasta ahora no se ha verificado.
El desprestigio ideológico de este esquema no ha impedido su persistencia. Pero el modelo restableció formas descontroladas de funcionamiento capitalista erosionó los diques que morigeraban los desequilibrios del sistema. El capitalismo se ha tornado más ingobernable y opera con niveles de inestabilidad muy superiores al pasado. El imperialismo neoliberal
Se puede establecer cierto paralelo entre esta expansión y la sucesión de conquistas de la periferia que acompañaron al surgimiento del imperialismo clásico. Al principio del siglo XX y al concluir esa centuria, el modo de producción vigente incorporó vastas regiones no capitalistas, a su campo de acción.
Pero la ampliación de esa época absorbía zonas muy atrasadas y de gran subdesarrollo. En cambio en las últimas décadas el ensanchamiento se consumó en regiones que habían comenzado procesos de erradicación del capitalismo.
En múltiples terrenos hay más semejanzas con la posguerra, que con la era precedente. A diferencia de lo ocurrido durante el período clásico, el imperialismo contemporáneo refuerza la asociación económica entre empresas de distinto origen nacional. La mundialización neoliberal imprimió un nuevo impulso a este proceso.
La nueva etapa ha potenciado también la gestión internacionalizada de los negocios que realizan las grandes compañías, fragmentando los procesos de fabricación y lucrando con las diferencias nacionales de productividades y salarios.
Este curso multiplicó la movilidad de los capitales y las mercancías, restringiendo al mismo tiempo el tránsito de las personas. Los capitalistas favorecen el traslado de trabajadores para potenciar la competencia laboral, pero bloquean las corrientes emigratorias que desestabilizan su control de la vida política y social.
Las distintas tendencias en juego tienden a reforzar la asociación internacional de capitales. Esta evolución consolida el principal rasgo económico que diferenció al imperialismo de posguerra de su precedente clásico. La mayor integración diluye las posibilidades de choque entre bloques proteccionistas y acentúa el distanciamiento del periodo actual con la época de Lenin. Algunos autores han introducido el término de “imperialismo neoliberal” para describir el nuevo contexto. Esta noción podría ser utilizada para ilustrar qué tipo de articulación dominante genera a escala mundial, una nueva etapa del capitalismo.
También el rasgo geopolítico que más distinguió al imperialismo de posguerra de su antecesor clásico se ha reforzado en las últimas dos décadas. La ausencia de conflictos bélicos directos entre las principales potencias ha persistido sin modificaciones bajo el neoliberalismo. El acompañamiento de Europa y Japón a las principales agresiones del Pentágono se ha mantenido como un dato clave del escenario internacional.
En las últimas tres décadas no se ha vislumbrado ningún retorno a las tensiones bélicas de principios del siglo XX. Los presagios de esta regresión que se formularon con el resurgimiento de Japón, el fin de la guerra fría o la unificación de Alemania fueron desmentidos por el curso de los acontecimientos. No existe ningún atisbo de reaparición de los bloques militares antagónicos dentro de la tríada.
Las disputas por los mercados y los abastecimientos de la periferia persisten. Pero ninguna potencia está dispuesta a poner en riesgo la continuidad del capitalismo, con agresiones que fracturen el bloque de las economías desarrolladas.
Los conflictos posibles se delinean contra las nuevas sub-potencias, que comienzan a emerger entre varios países con grandes recursos militares, demográficos y naturales o con cierta experiencia de dominación militar a escala regional (China, Rusia, India, Brasil, Sudáfrica). Estas naciones cuentan con prósperas clases capitalistas locales, que buscan ampliar su lugar en el escenario mundial y ya no aceptan el trato periférico del pasado.
El nuevo polo de acumulación asiática y la ausencia de subordinación militar a Estados Unidos por parte de Rusia y China (en contraposición a las restantes clases dominantes del planeta), constituyen dos novedades importantes, en comparación al imperialismo de posguerra. Pero todavía es prematuro evaluar cuál será el efecto de estas modificaciones, en el marco de las tensiones económico-sociales que generan la desigualdad, la exclusión y la marginalidad del capitalismo neoliberal.
Estas tensiones se manifiestan en todos los campos, pero son particularmente visibles en el plano financiero . En los ciclos de prosperidad, el crédito se expande aceleradamente a escala global, a través de los mecanismos creados por la liberalización bancaria. Pero en los períodos críticos, cualquier caída de Wall Street se transmite velozmente a todas las colocaciones especulativas del planeta. La mundialización financiera reduce drásticamente la capacidad que detentaban los estados, para afrontar de manera autónoma esos vendavales. Los dispositivos de contención que se utilizaban con instrumentos cambiarios o monetarios o bancarios han quedado seriamente afectados.
La misma interacción se verifica en el plano comercial. El grado de apertura de todas las economías se amplió significativamente, a través de un ritmo ascendente de las transacciones, que supera el nivel de actividad productiva. Con argumentos de especialización complementaria se generalizaron convenios de libre comercio, que en las fases de prosperidad benefician a las grandes empresas y en los periodos recesivos acrecientan las dificultades de colocación de las mercancías excedentes.
Por otra parte, el avance de la internacionalización productiva reestructura la división del trabajo y acrecienta la presencia de las empresas transnacionales en el comercio mundial. Pero esta ampliación potencia también la velocidad de transmisión de los desequilibrios mundiales, especialmente en los cuellos de botella de la inversión y en los trastornos para asegurar la provisión de insumos estratégicos. El imperialismo del siglo XXI está afectado por todos los desequilibrios de la etapa neoliberal.
Este período consolida la modificación radical del escenario clásico que se produjo en la posguerra, con la desaparición de las confrontaciones bélicas entre potencias. El análisis del imperialismo contemporáneo requiere superar la simple repetición de la teoría tradicional y la asignación de vigencia infinita a una etapa específica de principio del siglo XX. Una interpretación actual debe registrar el impacto de la mundialización neoliberal, que ha expandido el radio de acción imperial a todo el planeta, reforzando el rol militar dominante de Estados Unidos. La comprensión de este liderazgo requiere un análisis más detallado.
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