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“En Petro, el ideal bolivariano y alfarista encuentra un eco contemporáneo:
reconocer que los
Estados latinoamericanos, fragmentados por estructuras económicas desiguales,
requieren una integración audaz para sostener su soberanía. Sin
embargo, en el presente, este proyecto solo sería viable si Venezuela,
Colombia, Panamá y Ecuador cuentan con gobiernos de orientación
latinoamericanista y progresista. Como en el pasado, los sectores
conservadores, neoliberales o libertarios se han subordinado a
intereses transnacionales y han demostrado escasa o nula
correspondencia con la identidad latinoamericana.
“La propuesta de Petro no debe leerse como nostalgia,
sino como una actualización necesaria de un proyecto con fundamento
histórico. Así como Alfaro veía que las disputas limítrofes
podían resolverse dentro de una federación fraterna, los desafíos
energéticos, ambientales y económicos actuales requieren cooperación
supranacional. La Gran Colombia del siglo XXI sería una confederación
moderna, capaz de proyectar un bloque regional autónomo, sin referencia
a los gobiernos actuales, sino a una integración ideal y ejemplar.
De este modo, Petro aparece como heredero del bolivarianismo:
un soñador práctico que reconoce que la historia de la unidad
latinoamericana no está concluida. Su propuesta recuerda
que la integración sigue siendo un proyecto audaz, pero posible,
en espera de gobiernos que compartan ese ideal común y lo
lleven a la realidad.
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Fuentes: Rebelión - Imagen: La Gran Colombia (1819) abarcaba los territorios de las actuales repúblicas de Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá, y otros territorios en América Central, Brasil (el territorio del noroeste) y el Perú (el territorio norteño).
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LA GRAN COLOMBIA: SUEÑO POR REVIVIR.
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Por Juan J. Paz-y-Miño
Cepeda | 26/11/2025 | América
Latina y Caribe
Fuente. Revista Rebelión miércoles 26
de noviembre del 2025.
Las independencias en América Latina, que generalizaron una conciencia
común por la libertad y movilizaron esfuerzos compartidos, marcaron
el inicio de una identidad latinoamericana que
se impuso por encima de las diferencias surgidas entre los nuevos
Estados, incluso a pesar de conflictos y guerras. El latinoamericanismo,
como vínculo histórico y cultural, sigue siendo un rasgo que
hermana a nuestros pueblos y que fundamenta la resistencia a toda forma
de imperialismo, aunque ciertos grupos dominantes hayan carecido
de esta identidad.
En ese trasfondo, la propuesta reciente del presidente colombiano
Gustavo Petro de reconstruir la Gran Colombia ha reabierto un debate que, si
bien parece anclado en el siglo XIX, conserva plena vigencia. Al
insistir en “la idea de Bolívar de una Gran Colombia, con parlamento
común y presidencia colegiada”, como lo hace la Unión Europea, Petro
retoma un proyecto originario de la independencia y se coloca en la tradición
progresista que tuvo en Eloy Alfaro (1842-1912) a uno de sus defensores
más firmes. De este modo, la actual iniciativa se muestra como parte
de una genealogía histórica que aspiró a la unidad latinoamericana
capaz de enfrentar amenazas externas y sobrepasar los
límites de los Estados nacionales.
Petro ha propuesto que los pueblos de los territorios
que integraron la Gran Colombia avancen hacia “una confederación
de naciones soberanas” mediante poder constituyente y acuerdos
entre gobiernos. Su planteamiento, hecho en un contexto de
tensiones internacionales y de rechazo a la intimidación militar
estadounidense en el Caribe, parte de la convicción de que los
problemas globales requieren respuestas regionales propias. La idea
de activar comités constituyentes desde la sociedad civil recuerda
las prácticas insurgentes y populares de integración que
marcaron el liberalismo latinoamericano a fines del siglo XIX.
Esa tradición tuvo en Eloy Alfaro uno de sus exponentes más
constantes. Como he desarrollado en un estudio previo (https://t.ly/HAzjR), Alfaro se formó desde joven
en un ambiente liberal, masónico y profundamente latinoamericanista,
alimentado por lecturas que exaltaban
“los derechos del
hombre, las doctrinas liberales y la cruzada masónica empeñada en transformar
románticamente el mundo en estación de paz y de fraternidad”.
Sus tempranas acciones contra el
régimen de García Moreno
y su prolongado exilio en Panamá consolidaron su visión de la
causa liberal como empresa continental. Por ello, el historiador
Alfredo Pareja lo describió como “cada vez más, un ciudadano de
América”.
Alfaro concibió la lucha revolucionaria como una red
transnacional. Mantuvo vínculos con patriotas cubanos, liberales
colombianos, dirigentes centroamericanos y presidentes como Joaquín
Crespo (Venezuela) y José Santos Zelaya (Nicaragua).
En su Proclama de 1883
llamó a “coronar la magna obra del libertador Bolívar y del inmaculado Sucre”, ubicando la reconstitución de Colombia
como aspiración esencial. Desde entonces, su compromiso con la unidad
grancolombiana adquirió un carácter estratégico y profundamente
personal.
El ideal tomó forma en gestiones
diplomáticas inéditas.
En 1887, desde Lima, Alfaro envió a su hermano Marcos como
Agente Diplomático para la reconstrucción de la Gran Colombia, con
plenos poderes para pactar una alianza federal entre Venezuela y
Ecuador. Estos actos, que otorgaban funciones gubernamentales
a un movimiento revolucionario, muestran hasta qué punto concebía
la integración como tarea urgente y viable. Liberales de la región
compartían esta visión, viendo en la unión un mecanismo de defensa
frente a los imperialismos y las tensiones internas.
Durante su gobierno, Alfaro no abandonó el proyecto.
Entre 1898 y 1900 insistió ante el Congreso en crear una
Confederación entre Venezuela, Colombia y Ecuador para resolver
disputas limítrofes y fortalecer una política internacional común.
Aunque la “Guerra de los Mil Días” (1899-1902) frustró estas
aspiraciones, continuó promoviendo congresos y pactos como el de Amapala,
firmado con Crespo, Zelaya y Uribe, mediante el cual los liberales
se comprometían a la ayuda mutua. Su prestigio motivó a que la Junta
Patriótica Colombiana lo “proclamara en 1901 “Supremo
Director de la Gran Confederación de la Antigua Colombia”. Paralelamente,
apoyó la independencia de Cuba, trató con sus líderes, gestionó
ayuda militar y convocó a un Congreso continental en 1896 para discutir
este tema y, sobre todo, sujetar la Doctrina Monroe a un verdadero
derecho público americano, que fue boicoteado por Estados Unidos.
La derrota del liberalismo ecuatoriano y la muerte violenta de Alfaro en 1912 cerraron temporalmente las posibilidades de una unión grancolombiana. Pero el ideal latinoamericano persistió. José Martí, por ejemplo, concibió a “Nuestra América” como un cuerpo común que debía afirmarse ante los imperialismos y defendió una identidad compartida que trascendía las fronteras republicanas. Manuel Ugarte recorrió el continente llamando a la unidad política latinoamericana; Haya de la Torre ideó el indoamericanismo como proyecto de integración; y José Carlos Mariátegui sostuvo que América Latina debía construir una unidad basada en la justicia social. Estas corrientes muestran que el sueño grancolombiano se entrelazó con un amplio horizonte latinoamericanista en los siglos XIX y XX.
En Petro, el ideal bolivariano y
alfarista encuentra
un eco contemporáneo: reconocer que los Estados latinoamericanos,
fragmentados por estructuras económicas desiguales, requieren una
integración audaz para sostener su soberanía. Sin embargo, en el presente,
este proyecto solo sería viable si Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador
cuentan con gobiernos de orientación latinoamericanista y
progresista. Como en el pasado, los sectores conservadores,
neoliberales o libertarios se han subordinado a intereses
transnacionales y han demostrado escasa o nula correspondencia
con la identidad latinoamericana.
La propuesta de Petro no debe leerse como nostalgia,
sino como una actualización necesaria de un proyecto con fundamento
histórico. Así como Alfaro veía que las disputas limítrofes
podían resolverse dentro de una federación fraterna, los desafíos
energéticos, ambientales y económicos actuales requieren cooperación
supranacional. La Gran Colombia del siglo XXI sería una confederación
moderna, capaz de proyectar un bloque regional autónomo, sin referencia
a los gobiernos actuales, sino a una integración ideal y ejemplar.
De este modo, Petro aparece como heredero del bolivarianismo:
un soñador práctico que reconoce que la historia de la unidad
latinoamericana no está concluida. Su propuesta recuerda
que la integración sigue siendo un proyecto audaz, pero posible,
en espera de gobiernos que compartan ese ideal común y lo
lleven a la realidad.
Historia y Presente – blog
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