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“La juventud es ideológica. Una organización política que no
realice trabajo ideológico tendrá mucha dificultad para conectarse con la
juventud. Cuando se tienen 16, 20 o 24 años, las ideas importan
más que cuando se tienen 40 o 50. Con frecuencia, ellas determinan los proyectos
de vida, las elecciones profesionales y personales de esas nuevas generaciones.
Basta recordar la importancia que las ideas tuvieron para nosotros, miembros de
las generaciones más viejas. Empezamos a militar en alguna lucha concreta,
alguna huelga, alguna movilización. Pero no elegimos cualquier organización.
Optamos por aquella que mejor representaba nuestro deseo de cambiar el mundo. Nuestra
elección se basó en ideas. Una organización que sustituya la política concreta
por la propaganda abstracta está condenada a la marginalidad. Pero
una corriente que no hable de comunismo, revolución, alienación, capitalismo y
de cómo construir una nueva sociedad no merece llamarse socialista. Mientras
leemos este artículo, ¿cuántos jóvenes estarán buscando en ChatGPT cuál es la
organización más revolucionaria, más socialista y radical? Por eso, hacer
lucha ideológica en el siglo XXI es tener presencia en las redes,
promover debates, participar en lives, producir videos. No bastan
los viejos encuentros presenciales. Siempre serán importantes, pero ya
no satisfacen nuestras necesidades. Se necesita no solo un perfil político y
organizativo, sino ideológico.
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Fuentes: Jacobin América Latina - Imagen: Movilización en defensa de la educación pública, Buenos Aires, 3/10/2024.
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POR QUÉ LA IZQUIERDA NECESITA VOLVER A PENSAR LA CUESTIÓN
GENERACIONAL.
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Por Henrique Canary | 20/11/2025 | Opinión.
Fuentes Revista Rebelión jueves 20 de noviembre del 2025.
La
izquierda envejece cuando deja de seducir a la juventud. La extrema derecha ya
lo entendió: conquistó las redes, el lenguaje digital y la rebeldía. Recuperar
esa energía es una tarea urgente.
Una
corriente que invalida el saber de las antiguas generaciones de militantes
anula con ello no solo su memoria, sino también su capacidad presente de
actuación y lucha. Construir direcciones lleva tiempo.
Por eso, las generaciones más viejas son el cimiento de cualquier agrupamiento.
Ellas cargan con la experiencia política, la tradición ética y organizativa,
el programa histórico. Su papel, por tanto, no es el de sabios y pasivos
consejeros, sino el de miembros activos. Pero el cimiento no es todavía el
edificio. Es la juventud la que debe constituir las paredes, las aberturas y
el acabado fino del edificio. Un colectivo que no promueva la
renovación generacional de sus cuadros dirigentes está condenado a la crisis y
al estancamiento. No fueron pocas las rupturas recientes en el campo
de la izquierda que tuvieron como motivo alguna forma de conflicto generacional.
La integración de las distintas generaciones en la estructura de la
organización es un tipo de arte tan delicado como imprescindible para la
salud interna de una corriente.
Pero
las cosas cambian un poco de figura cuando se habla de la composición general
del grupo. Una organización que pretenda cumplir algún papel en la
historia necesita ser, en promedio, una organización joven. El
envejecimiento generalizado de una corriente, la permanencia de un mismo
equipo de dirección durante largos años al frente del aparato partidario, la
desaparición del papel de la juventud en la estructura del colectivo, una débil
actuación en el movimiento estudiantil y juvenil son síntomas que deben
preocupar.
No se trata de un deseo interno, sino de una necesidad de la lucha. Difícilmente podemos encontrar algún movimiento histórico importante que no haya tenido a la juventud como protagonista: desde la Revolución Rusa hasta las actuales protestas de la Generación Z (aún no estudiadas por la izquierda), pasando por la Revolución Cubana, la Revolución de los Claveles, el Mayo del 68, la resistencia contra las dictaduras en América Latina, las protestas de los últimos años en la región y el mundo, las luchas de solidaridad en defensa del pueblo palestino y muchas otras.
Lenin y la Revolución Socialista Bolchevique de 1917 la Juventud tuvo una gran participación ocupando el espacio social que le correspondía.
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En
el mundo actual, en que se profundiza el abismo generacional debido al
acelerado avance de la tecnología y a la precarización y «plataformización» de
la vida, esta cuestión asume dimensiones dramáticas. Una organización
que no logre atraer a la juventud (no solo la estudiantil, sino también la
periférica, la de los movimientos culturales, la de la clase trabajadora, la de
las clases medias intelectualizadas) simplemente no tiene futuro. El vicio
del «presentismo» es tanto la ignorancia del pasado como el olvido del
inevitable porvenir. La extrema derecha está muy por delante de la izquierda
en el manejo de las redes sociales y del lenguaje digital. Nuestros ensayos
han sido tímidos. La renovación de la dirección fascista también es una
realidad, con figuras emergentes, organizaciones relativamente jóvenes y
miles de influencers esparcidos por todas las plataformas y explorando todo
tipo de formato. La idea de que el fascismo es un movimiento de viejos
acomodados es extremadamente equivocada. Tal vez haya sido así hace algunos
años. Ya no lo es. Es imprescindible conectarse con la juventud. No cabe
aquí el viejo consuelo de que el movimiento estudiantil es tradicionalmente de
izquierda y por lo tanto constituye un espacio naturalmente nuestro. Esa
realidad ya está cambiando. Lo que hoy son incursiones puntuales de
provocadores en las universidades públicas mañana puede convertirse en
trabajo estructural del fascismo. Si eso sucede, las cosas se pondrán
mucho más difíciles para nosotros.
La juventud es un dinamizador de las luchas.
La juventud no es una clase social ni un sector política o
ideológicamente diferenciado. Hay jóvenes ricos y pobres, revolucionarios y
reaccionarios. La juventud es solo un período de la vida. Pero la vida humana
tiene una cierta mecánica más o menos previsible en cualquier cultura. Por eso,
en todas las sociedades, la juventud es siempre el sector más dinámico. El
propio análisis económico y social de fondo debe tener en cuenta el peso de la
juventud. Es sabido que los países más viejos pierden dinamismo económico,
cultural, político y militar. En cambio, los países más jóvenes disfrutan del
llamado «bono demográfico», cuando la población activa es mayor que la
población inactiva (niños y ancianos), lo que crea una importante ventana de
oportunidades para el crecimiento y la innovación.
Este
hecho debe orientar también la actuación de las organizaciones socialistas. Los
análisis políticos deben considerar el humor de la juventud, su condición
estructural, su situación laboral, el problema de la educación y del movimiento
estudiantil, las nuevas tendencias culturales del mundo analógico y digital.
Se
trata aquí de comprender realmente la dinámica política de la juventud, el
papel más profundo de ese grupo etario en la propia historia del país. Y estar
atentos a los signos de crisis e insatisfacción de ese sector de la población.
Ser joven tiene consecuencias programáticas.
Chile octubre del 2019. La Histórica
"explosión social y política" que inició la Juventud, contra los
"residuos políticos" de la dictadura sangrienta de Pinochet. La
Juventud "despertó políticamente a su país" e influenció muy fuerte
en toda América latina. contra el Neoliberalismo y sus gobiernos corruptos.
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La juventud es ideológica.
Una
organización política que no realice trabajo ideológico tendrá mucha dificultad
para conectarse con la juventud. Cuando se tienen 16, 20 o 24 años,
las ideas importan más que cuando se tienen 40 o 50. Con frecuencia, ellas
determinan los proyectos de vida, las elecciones profesionales y personales de
esas nuevas generaciones. Basta recordar la importancia que las ideas tuvieron
para nosotros, miembros de las generaciones más viejas. Empezamos a militar
en alguna lucha concreta, alguna huelga, alguna movilización. Pero no elegimos
cualquier organización. Optamos por aquella que mejor representaba nuestro
deseo de cambiar el mundo. Nuestra elección se basó en ideas. Una
organización que sustituya la política concreta por la propaganda abstracta
está condenada a la marginalidad. Pero una corriente que no hable de
comunismo, revolución, alienación, capitalismo y de cómo construir una nueva
sociedad no merece llamarse socialista.
Mientras
leemos este artículo, ¿cuántos jóvenes estarán buscando en ChatGPT cuál es la
organización más revolucionaria, más socialista y radical?
Por eso, hacer lucha ideológica en el siglo XXI es tener presencia en
las redes, promover debates, participar en lives, producir videos. No
bastan los viejos encuentros presenciales. Siempre serán importantes,
pero ya no satisfacen nuestras necesidades. Se necesita no solo un perfil
político y organizativo, sino ideológico.
La juventud quiere enfrentarse al mundo.
Las
posiciones sindicales, los despachos parlamentarios, la «institucionalidad»
(vida cotidiana ordenada) del movimiento de masas son muy
importantes. Ayudan a dar un sentido de continuidad, estabilidad y fuerza a la
lucha. Son instrumentos poderosísimos, sobre todo en tiempos de retroceso y
avance del fascismo. Pero una organización que se limite a esa
institucionalidad tendrá enormes problemas para conectarse con los sectores más
combativos, más valientes de la juventud. Es necesario combinar distintos terrenos
de lucha. Quien reivindica para sí la designación de revolucionario debe
estar en la primera línea del enfrentamiento extrainstitucional. No
necesitamos inventar nada, ningún foco ejemplar. La lucha de clases ya está
llena de conflictos callejeros, acción directa, resistencia activa. Basta
con ser parte de ellos. Y no solo estar presentes, sino ser el sector más
consciente, proponer no solo tácticas de lucha, sino salidas estratégicas.
La juventud es antropofágica.
Existe
un cierto sentido común bastante difundido según el cual «¡La juventud no
lee!», «¡La juventud no estudia!». Sería necesario acceder a estadísticas
serias al respecto para formarse una opinión. Sin embargo, por la forma en que
ese asunto suele surgir, parece mucho más una ideología justificativa de la
dificultad, por parte de los mayores, de establecer un diálogo
intergeneracional. La juventud vive en las redes, es verdad. Lee
menos que nuestra generación —también parece verdad—. Pero está
absorbiendo el mundo, devorando ideas, nutriéndose de todo lo bueno y lo malo
que circula en las redes, exactamente como nosotros lo hicimos en nuestra
época. La juventud mira toneladas de cursos, conferencias, clases en línea,
pequeños videos, carruseles, stories. ¡Quiere saber, y mucho! Pero lo hace
a su manera, a la manera de su generación. Somos nosotros, los
mayores, quienes miramos esta nueva forma de devorar el mundo con cierta
arrogancia y muchas veces dejamos de dialogar. La juventud
está en el apogeo de su curiosidad intelectual. Es necesario
aprovechar esa estrecha ventana. Son pocos los individuos en los que ella no se
cierra después, allá por los 40 o 50 años.
PERU. Tiempos Históricos "iZQUIERDA UNIDA" Una dirigencia de Maestros y Líderes Demócratas. La Juventud tuvo una respetable ubicación política, porque era una apuesta hacia el futuro. Juventud del siglo XX, que "enterramos" políticamente la dictadura del fujimontesinismo.
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La juventud quiere más que política.
«No
solo de política vive el hombre», escribió Trotsky en su famoso artículo de
1923 publicado en la colección Cuestiones del modo de vida.
En ese texto magistral, el organizador del Ejército Rojo defendía la
necesidad de que el partido bolchevique se conectara con las masas
a través de otros canales además de la política pura: cine, cultura, fiestas
populares, clubes de alfabetización, incluso la secularización y
resignificación de los rituales religiosos. Toda valía en la lucha por
conectar con una población interesada no solo en las cuestiones
estatales, sino sobre todo en la propia vida humana. La revolución
socialista era un despertar total del individuo, y era necesario tenerlo en
cuenta.
Lo
mismo sucede con la juventud, que también puede ser vista desde el punto de
vista de la consolidación de la personalidad, del establecimiento
de los gustos personales, del autodescubrimiento y del desarrollo psíquico.
Por eso, una organización que desee conectarse con la juventud necesita
ofrecerle más que política. No se trata de crear nuevas
pequeñas sectas destinadas a suplir todas las necesidades de conexión. No.
La organización política no sustituye el mundo real. Pero es necesario que
existan, dentro de la corriente juvenil, espacios de expresión y promoción
artística, literaria, de ocio, de estudios más allá de la política,
incluso de deporte y salud. «Nada de lo humano me es ajeno», habría
dicho el dramaturgo romano Terencio en el siglo II a.C., y lo repitió Marx
en una carta a su padre en 1837, en su fase bohemia y lírica. Y eso
es muy sintomático. El hombre que escribió El capital pasó
su juventud bebiendo cerveza en las tabernas alemanas y escribiendo poemas para
su amada Jenny. Debemos orientarnos por esa vía: una juventud que no sea
solo política, sino que ofrezca a sus miembros y simpatizantes un sentido de
pertenencia más amplio. La Iglesia sabe aprovechar esto muy bien y
ofrece a sus fieles mucho más que religión. Nosotros debemos hacer lo mismo.
La juventud quiere y tiene derecho a espacio.
No
es raro que en el interior de las organizaciones socialistas la juventud sea
considerada un «sector» como cualquier otro, cuando debería constituir el
objetivo general de la corriente en términos de construcción.
¿Cuántos dirigentes de la vieja generación están dedicados al apoyo de la
juventud? No se trata de colocar artificialmente adultos de 30 o 40 años a
recorrer aulas convocando reuniones de centros de estudiantes, sino de brindar
apoyo político, ideológico y organizativo a los cuadros que están al frente de
las tareas. No basta con integrar representantes de la juventud en los
organismos de dirección. Eso es solo el primer paso. Es necesario promover su
formación, realizar cursos, campamentos, discutir los documentos de juventud en
la máxima dirección de la corriente. Es preciso que una parte significativa
del presupuesto de las organizaciones se destine al trabajo con la juventud.
El cuidado con las profesionalizaciones demasiado largas de jóvenes que aún no
han ingresado al mercado de trabajo es válido e importante, pero no anula la
necesidad de un alto grado de inversión. En este terreno, tenemos
importantes experiencias que pueden enseñarnos mucho. Es necesario conocerlas y
debatirlas.
El futuro les pertenece.
El
gran historiador Pierre Broué describió la construcción del partido bolchevique
como una sucesión de olas generacionales que comenzaron a ingresar en la
fracción leninista desde finales del siglo XIX hasta 1917.
En todas esas olas, la juventud fue la vanguardia. Y en relación con todas
ellas, Lenin siempre fue el decano:
«Por eso, la inmensa autoridad que posee sobre sus
compañeros no es la de un sacerdote ni la de un oficial, sino la de un pedagogo
o camarada, de un profesor y de un veterano —muchos lo llaman “El Viejo”—, cuya
integridad e inteligencia se admiran y cuyos conocimientos y experiencias son
muy estimados». Pero el propio Lenin tuvo en su tiempo la oportunidad de
trabajar con los monstruos sagrados de la socialdemocracia europea: Plejánov,
Axelrod, Vera Zasúlich y Potrésov durante el período londinense del Iskra, en
los primeros años del siglo XX. La revolución más profunda de la historia fue
un encuentro y una síntesis de generaciones.
De
la misma forma, la revolución latinoamericana es inconcebible sin el
protagonismo de la juventud, por el simple hecho de que ninguna revolución ha
sido posible sin jóvenes. Los socialistas deben encarar el
reclutamiento de la juventud como una tarea de vida o muerte, estratégica en
todos los sentidos, no solo para una u otra organización concreta, sino para el
propio país. El futuro siempre les ha pertenecido y siempre les pertenecerá.
Y ellos harán de ese futuro lo que bien les plazca. Nos corresponde a
nosotros abrir espacio. Al final de cuentas, la función principal de una
generación es ser el puente hacia la generación siguiente. En eso consiste el
mecanismo fundamental de la propia vida.
Henrique Canary: Doctor en Literatura y
cultura rusa.
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