¿POR QUÉ JOSHUA OPPENHEIMER? EN EL CINE DESCORRE UN VELO.- Marcelo Justo. Indonesia es un archipiélago de tres mil islas con más de 250 millones de personas y 100 grupos étnicos que hablan más de 200 idiomas: la complejidad de este mosaico es un desafío en sí mismo. La Guerra Fría, los intereses mediáticos, el exotismo y un turismo masivo borraron de la conciencia internacional uno de los genocidio más brutales y expeditivos del siglo XX. Durante décadas las organizaciones de derechos humanos, los sobrevivientes y familiares, intelectuales y artistas que buscaron justicia chocaron contra un muro de represión, olvido e indiferencia. Las vueltas de la historia y el alucinante documental de Joshua Oppenheimer consiguieron que el foco regresara a su lugar original: el genocidio. “Creo que The act of killing ayudó a catalizar un cambio sobre cómo un país habla de su pasado. Pero este impacto hubiera sido imposible sin la labor previa de todos los que se atrevieron a desafiar el silencio”, señala Oppenheimer. Es decir, no el héroe de alguna película de Hollywood que con su coraje ético destapa un poder perverso, pero sí un artista que no se resignó al silencio y hurgó en “el corazón de las tinieblas” del ser humano.
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Cineasta Joshua Oppenheimer y su valiosa película sobre el genocidio de Ciudadanos Comunistas cometido hace 50 años en Indonesia.
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“ERA COMO
HABER SALIDO A CAMINAR EN ALEMANIA Y VER QUE LOS NAZIS SEGUÍAN EN EL PODER”.
El cineasta JOSHUA
OPPENHEIMER cuenta como hizo su impactante película sobre el genocidio en
Indonesia.
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En la década del 60, el Estado
indonesio asesinó entre uno y dos millones de personas por su presunta
pertenencia al Partido Comunista. Casi 50 años después, el director
estadounidense se encontró con represores que aún reivindicaban sus crímenes.
El resultado fue un documental estremecedor que ayudó a descorrer el velo sobre
uno de los genocidios más silenciados del siglo XX.
Marcelo Justo
Página/12 En Gran
Bretaña
Desde Londres Página /12 lunes 2 de noviembre del 2015.
“Es
como si Hitler hubiera ganado la guerra y Himmler fuera venerado como un héroe
nacional, salvador de la patria”, dice Joshua Oppenheimer para definir el
genocidio en Indonesia hace medio siglo. O como si los grupos de tarea que
asolaron Argentina durante el Proceso hubieran seguido existiendo durante 50
años y disfrutaran en 2026 grandes cuotas de poder, como sucede hoy con la
organización paramilitar Pemuda Pancasilla, que tiene tres millones de miembros
y se manejan con la misma impunidad que tenían cuando perseguían y asesinaban
indonesios en los 60.
En
la macabra galería del genocidio, Indonesia tiene esa peculiaridad. Entre
octubre de 1965 y marzo de 1966, en plena Guerra Fría, el Estado asesinó a
entre uno y dos millones de personas por su presunta pertenencia al Partido
Comunista. Con un control férreo del sistema educativo y los medios, ese
arquetipo asiático de dictador que fue el general Suharto impuso a la sociedad
una versión de la historia que justificaba la matanza en nombre de una seguridad
nacional amenazada por el comunismo y, asombrosamente, por sus mujeres. En esta
versión de los hechos, el grotesco tenía un importante lugar. Uno de los mitos
que dispararon la matanza fue el de la presunta castración de seis generales
ejecutada por mujeres de una poderosa organización feminista, Gerwani, que en
aquella época contaba con más de un millón de miembros. Con éxito, el mito
apuntó a despertar los temores latentes de una sociedad patriarcal con
historias de danzas diabólicas de mujeres que terminaban arrancando los ojos a
los militares antes de arrojarlos a un pozo de agua.
El
silencio nacional y la complicidad internacional se mantuvieron durante
décadas. En 2012, Joshua Oppenheimer comenzó a perforar este muro de impunidad
con un documental, The act of killing, que conseguía algo casi imposible:
filmar a los propios perpetradores confesando y alardeando de sus crímenes. No
solo eso. Los genocidas, fanáticos del cine estadounidense, dirigían y actuaban
en escenificaciones de sus crímenes realizados en estilo de película de
gangster, western y hasta musical. El apogeo macabro-surrealista del documental
es una escena del final cuando, en medio de un coro de indonesias suntuosamente
vestidas en una idílica montaña, el genocida Anwar Congo es perdonado por dos
de sus víctimas que, quitándose el alambre con que los asesinó, le agradecen
por haberlos matado y enviado al cielo. Página/12 dialogó con Joshua
Oppenheimer.
–¿Cómo
surgió la idea de The act of killing?
–En
2001 fui a Indonesia a ayudar a trabajadores rurales a hacer un documental, The
globalization tapes, sobre su lucha para formar un sindicato. Me di cuenta de
que el obstáculo más grande era el miedo que tenían porque sus padres y abuelos
habían sido asesinados por pertenecer a un sindicato en 1965. Hablaban mucho de
una de las víctimas, sinónimo del genocidio: Ramli. Una cosa que lo hacía
emblemático era que había muchos testigos que habían visto cómo lo asesinaban y
lo dejaban en la plantación para que lo vieran los otros trabajadores. Una vez
terminado The globalization tapes, los sobrevivientes sugirieron hacer una
película sobre sus miedos, sobre lo que era vivir con los perpetradores del
genocidio vivos y en el poder. Así me vinculé con el hermano de Ramli, Adi, que
no sabía bien cómo habían pasado las cosas porque la familia misma tenía miedo
de contarle lo sucedido. En ese momento intervinieron los militares que nos
dijeron que no podíamos continuar con el documental y que amenazaron a los
sobrevivientes sobre los que les podía pasar. Los sobrevivientes y el mismo Adi
me dijeron que siguiera y sugirieron que hablara con los perpetradores. Al
principio me dio miedo, pero para mi sorpresa y horror, vi que todos los
asesinos alardeaban abiertamente sobre lo que habían hecho.
El dictador y genocida, militar Suharto tomó el Poder mediante un golpe de Estado en Indonesia. El fusilamiento fue diario contra los Ciudadanos Comunistas. Fue una política nazi de intentar exterminar de un grupo político que no era del agrado de los dictadores, genocidas y por su puesto del imperialismo.
–Es
una de las cosas que más impresionan del documental. Lo más frecuente es que
las víctimas denuncien lo ocurrido y los perpetradores lo nieguen o lo
justifiquen. Pero que los mismos genocidas se vanaglorien es algo
extraordinario.
–Era
como haber salido a caminar y encontrarme de golpe en Alemania y darme cuenta
de que 40 años después del Holocausto, los nazis seguían en el poder.
Normalmente los perpetradores niegan lo ocurrido porque ya no están en el
poder. El hecho de que alardeen con impunidad es una clara prueba de que no es
un documental sobre el pasado sino sobre el impacto del pasado en el presente.
–De
manera que no tuvo que luchar para que contaran lo que había sucedido.
–Cuando
hablamos con los perpetradores fuimos totalmente claros. Les dijimos que habían
cometido una de las peores matanzas de la historia y que queríamos entender qué
significaba para ellos y su sociedad. De manera que tenían plena libertad para
decir lo que quisieran. Ahora bien, The act of killing va de la mano del
documental que le siguió, The look of silence”. Hay una escena que finalmente
sale en The look of silence, que es el origen real de ambos. Dos miembros de
los escuadrones, ya muy entrados en años, me muestran con gran alegría el río
donde ayudaron al ejército a matar 10.500 personas. Al final de este “paseo”,
me pidieron que les tomara una foto, como si fuera el broche de oro de una
salida feliz. Me di cuenta de que había algo genérico en la manera en que
hablaban, casi más cercano a la actuación que al testimonio. Ahí supe que tenía
que hacer dos documentales. Uno sobre el vacío moral que ocurre cuando los
perpetradores ganan y una sociedad continúa viviendo en el terror y las
mentiras de los triunfadores. Es un documental de la imaginación y la
conciencia en la que se cruzan la terrible realidad de lo ocurrido con las
justificaciones y fantasías de los responsables: su escapismo, su culpa, el
impacto de los géneros fílmicos tenían en sus mentes. Este fue The act of
killing. Pero había además otro documental que era sobre los sobrevivientes,
que tenían que reconstruir sus vidas al lado de los asesinos que mataron a sus
familiares. ¿Qué impacto tenía esto en sus vidas, sus rostros, sus sueños? Este
fue el segundo documental, The look of silence, con la experiencia de Adi en el
centro y con una confrontación que tiene con uno de los asesinos de su hermano.
–A
nivel internacional, The act of killing tuvo un enorme impacto. ¿Cómo fue en
Indonesia? A fin de cuentas es una sociedad que ha vivido con una versión muy
distinta de las cosas.
–En
2012 se mostró The act of killing de manera secreta, aunque luego hubo miles de
lugares donde se pudo ver el documental y, además, lo pusimos en Internet
gratis en indonesio. Todo esto allanó el camino porque forzó a los medios
indonesios y a la sociedad a reconocer después de décadas de negación que había
habido un genocidio. En octubre de ese año una revista que forma parte del
establishment indonesio, Tempo, hizo algo muy valiente. Envió a unos 40
periodistas a distintas partes de Indonesia para que averiguaran si había otros
casos de genocidas que se jactaran de lo ocurrido. El resultado fue una doble
edición dedicada a The act of killing que incluía 75 páginas de perpetradores
que alardeaban sobre lo que habían hecho. Con esa edición se quebró un silencio
mediático de 47 años sobre lo ocurrido. En este sentido, cuando apareció el
segundo documental, The look of silence, las cosas habían empezado a cambiar.
La première en Indonesia fue en diciembre de 2014 y fue auspiciada por la
Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Jakarta Arts Council –ambas
organizaciones gubernamentales– con publicidad en las calles y unos dos mil
espectadores esa noche. En las tres semanas siguientes se proyectó en 116
ciudades y en 32 de las 34 provincias. Hubo otros eventos para el documental en
cines, universidades, ONG, organizaciones religiosas y comunitarias. Lo mismo
sucedió con la cobertura periodística. En enero de este año ya había habido más
de 700 artículos y notas televisivas sobre el estreno.
–Con
los documentales también se rompió un silencio internacional sobre el
genocidio.
–Tanto
Estados Unidos como el Reino Unido fueron cómplices del genocidio, algo que
recordé durante mi discurso de aceptación del Bafta por The act of killing. En
Estados
Unidos, medios como the New York Times reportaron lo ocurrido en los 60 como si
fuera buenas noticias para la región con titulares victoriosos como “Una luz de
esperanza para Asia”. Corporaciones estadounidenses usaron los campos de
concentración indonesios como trabajo esclavo, lo mismo que sucedió con las
corporaciones alemanas durante el nazismo. Desde ya que esto no fue una
excepción a la regla sino algo sistemático que también ocurrió en América
latina, Africa y el sudeste asiático. Es importante que esto se revierta. El 10
de diciembre de 2014 el senador Tom Udall introdujo una resolución en el
congreso para exigir la desclasificación de los documentos sobre nuestra
participación en el genocidio y un pedido público de disculpas.
–A
pesar de todo esto, la realidad es que todavía no hay justicia. El Tribunal
Popular Internacional en La Haya que empieza este 10 de noviembre es una señal
de que no se ha avanzado mucho en Indonesia mismo. ¿Qué puede conseguir este
tribunal?
–El
presidente de Indonesia, Joko Widodo, presentó recientemente ante el Parlamento
un proyecto de ley de verdad y reconciliación, pero este proyecto es más un
intento de silenciar lo sucedido que de averiguar lo que pasó. No hay ningún
mecanismo para llevar a la Justicia a los comandantes y, según el fiscal general,
ni siquiera se deben publicar sus nombres. El hecho de que necesitemos este
tribunal muestra que la propuesta oficial es totalmente inadecuada. En este
sentido, el Tribunal es muy importante como crítica del silencio del gobierno y
como creación de un tribunal de jerarquía internacional para construir un
sólido archivo que sirva como contramemoria.
–En
las violaciones de derechos humanos se puede distinguir dos modelos, el de la
comisión de la Verdad y Reconciliación al estilo de Sudáfrica, o el de la justicia
restaurativa, en el que se juzga a los responsables, como en el caso de
Argentina. ¿Cuál cree que será el modelo que seguirá Indonesia?
–El
modelo argentino. Por lo menos debemos intentarlo. El modelo sudafricano surgió
porque tuvieron que optar entre la justicia y la paz, y encontraron ese
mecanismo intermedio de la comisión de la verdad y reconciliación en el que
nadie era llevado ante la justicia. Los sobrevivientes no quieren esto. Quieren
un reconocimiento, quieren la verdad, quieren una investigación exhaustiva que
abarque toda la comunidad y quieren alguna forma de justicia. La Justicia es un
ritual que la sociedad tiene que atravesar para que quede claro que esto está
prohibido para siempre, que nunca más puede suceder. Hasta que esto pase, hay
un riesgo de repetición. Esto no quiere decir necesariamente llevar a todos
ante los tribunales. La justicia podría juzgar a los que planificaron y
ordenaron la matanza. Muchos de ellos han muerto, quizás la mayoría, pero en
todo caso juzgarlos en ausencia en base a las pruebas que junte la comisión de
la verdad. Habrá que ver si es posible. Pero si no lo es y hay que aceptar una
reconciliación sin justicia, la condición básica e innegociable es que se pueda
averiguar y revelar la verdad de lo ocurrido. Nunca se puede aceptar una
reconciliación sin verdad que es la propuesta del actual gobierno. Es como
pedirles a los sobrevivientes que perdonen a los perpetradores sin que estos
siquiera tengan que reconocer lo que hicieron.
–Usted
dedicó más de 10 años a estos proyectos con Indonesia. ¿Cuál es su próximo
proyecto?
–No puedo revelarlo por razones contractuales, pero no va a ser con
Indonesia. Pero desde ya que seguiré participando y ayudando en todo lo que
pueda para que los sobrevivientes y la sociedad obtengan la justicia que se
merecen.
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