Su actor central es la sociedad civil y una serie de ideas que
van hasta la creación de un Consejo consagrado al funcionamiento democrático.– Podemos
evocar perfectamente la necesidad de instaurar un cuarto poder. Hoy tenemos el por Ejecutivo, que es el más
importante, el Poder Legislativo, y el poder imparcial, que es el Poder
Judicial y que también puede ser el poder de una autoridad independiente, por
ejemplo las cortes constitucionales. Pero
se requiere un cuarto poder de control, de vigilancia y de evaluación que debe contar con instituciones.
Estas pueden ser permanentes como la Corte
Constitucional, cuyo rol es supervisar que la ley sea conforme con los
principios generales del funcionamiento la sociedad. Pero también se puede crear un Consejo del
funcionamiento democrático que vigila la calidad democrática de los
gobernantes. No es todo. Este mecanismo de control debe también basarse en las
intervenciones ciudadanas directas. En este cuarto poder hay una parte
que puede institucionalizarse, por ejemplo el consejo del funcionamiento
democrático, y otra parte que podría ser
la creación de comisiones públicas, una suerte de pequeñas asambleas
temporales compuestas por ciudadanos elegidos mediante un sorteo, por
representantes de asociaciones o expertos. En este tipo de instituciones la
noción de sorteo es importante
porque va más allá de la democracia
participativa. La esencia del sorteo consiste en probar que todos pueden
tener un lugar. El sorteo valoriza a los
ciudadanos anónimos. Por ello es importante otorgarle un lugar a la vez
práctico y moral. En paralelo a la institucionalización de este cuarto poder es preciso igualmente que
ese cuarto poder repose sobre nuevas instituciones. La democracia electoral elaboró su modo de funcionamiento con los
partidos políticos. Los partidos políticos organizaron la democracia electoral.
Ahora bien, para organizar este cuarto poder, esa democracia de ejercicio, hacen falta
organizaciones ciudadanas de un nuevo tipo.
/////
“Es
preciso que los comportamientos políticos participen de la democracia,”
sostiene Rosanvallon.
***
SOCIÓLOGO
FRANCÉS ROSANVALLON: “TENEMOS DEMOCRACIA ELECTORAL, PERO NO DE EJERCICIO”.
Entrevista a Pierre
Rosanvallón, autor del “Buen Gobierno”, que presenta en Buenos Aires.
*****
Para Rosanvallon, el corazón
del empobrecimiento democrático está en la relación viciada entre gobernantes y
gobernados, y en la transformación del Poder Legislativo en una suerte de
aliado del gobierno y no, como debería ser, en ojo de los ciudadanos.
Por Eduardo Febbro
Desde París Página /12 domingo 29 de noviembre del 2015.
Existen
numerosos ensayos teóricos sobre la democracia, pero no hay ninguna teoría
sobre el arte de gobernar y las responsabilidades que van con él. El sociólogo
Pierre Rosanvallon llena esa espacio vacío con una amplia reflexión no ya sobre
la democracia, sino sobre la práctica democrática en sí, entiéndase, el
gobierno. El libro El buen gobierno, publicado en la Argentina por la editorial
Manantial y presentado este 2 de diciembre a las 19 horas en el Centro Franco
Argentino (Alianza Francesa) en presencia del autor, inicia una nueva etapa de
la reflexión sobre nuestras democracias pero, ahora, desde otro planteamiento
original: la relación entre gobernantes y gobernados, o sea, mucho más allá de
la representación democrática y el acto electoral en sí. Para Rosanvallon,
representación y elección son sólo dos momentos de la democracia, dos elementos
de la problemática cuyo funcionamiento no alcanza a explicar la crisis
democrática. El corazón del empobrecimiento democrático está en la relación
viciada entre gobernantes y gobernados y en la transformación del poder
legislativo en una suerte de aliado del gobierno y no, como debería ser, en ojo
de los ciudadanos. El Ejecutivo manda por encima de todo. Los gobiernos no
escuchan a los ciudadanos, los parlamentos no están atentos a las demandas y los
problemas de la sociedad y ya nadie se somete a las reglas de transparencia.
Ello conduce al autor de El buen gobierno a afirmar que si bien los poderes son
elegidos democráticamente, estos no gobiernan de forma democrática. La semilla
del mal no es entonces la llamada “crisis de la representación” sino,
objetivamente, “la crisis del mal gobierno”. Pierre Rosanvallon propone en este
ensayo un reordenamiento de la relación entre gobernantes y gobernados y la
creación de comisiones democráticas independientes con la sociedad civil como
operadora central de la supervisión de la calidad democrática. Con este libro,
Pierre Rosanvallon concluye un ambicioso trabajo de reflexión histórica
iniciado hace diez años con la publicación de La contra democracia, seguido por
La legitimidad democrática, La sociedad de los iguales. Estos libros, junto con
El buen gobierno, sintetizan las grandes mutaciones democráticas contemporáneas
al tiempo que, cada uno a su manera, apunta hacia las transformaciones
negativas que han conducido a lo que Rosanvallon llama hoy “la democracia
atrofiada”.
–Su
libro El buen gobierno culmina un recorrido sociológico, filosófico e histórico
sobre la democracia que se extiende a lo largo de diez años. ¿Qué ha cambiado
en el curso de esta década?
–En
primer lugar, estoy muy feliz de volver a Buenos Aires por cuarta vez en diez
años. Buenos Aires en un lugar intelectual muy vivo. Para mí, es muy importante
que mi trabajo sobre la democracia no se limite únicamente a la reflexión sobre
Europa. Mi trabajo se ha enriquecido mucho mediante la comprensión de otros
terrenos. América latina es para mí un terreno de reflexión central sobre la
democracia. Con respecto a la pregunta, lo que cambió fue la situación en
Europa, la cual evolucionó hacia un cierre de las democracias, hacia el ascenso
de las extremas derechas y hacia un repliegue de las sociedades sobre si
mismas. Los elementos de la crisis de la democracia que había diagnosticado
hace 10 años se fueron reforzando y radicalizando. Por consiguiente, hoy es más
que nunca necesario reflexionar acerca de la situación actual de la democracia
y encontrar los medios de mejorarla y sacarla del camino sin salida en el cual
se encuentra.
–Usted
llega a la Argentina para presentar un libro muy oportuno, El buen gobierno, y
además en un momento de transición democrática histórica: un gobierno de otra
tendencia que llegó al poder a través de un proceso también histórico para esa
corriente política. En este contexto, su libro plantea como punto central la
relación entre gobierno y gobernados y la falla sísmica que se sitúa entre
ambos.
–Hasta
ahora, la mayoría de las reflexiones sobre la democracia se concentraron en los
problemas de representación, la mala representación. Creo que hemos ingresado
en régimenes políticos en los que hay que reconocer que el poder central
suplantó al Poder Legislativo. Sin embargo, la democracia fue concebida para
que se instalara un poder parlamentario representativo. Debemos hacer que ese
poder Ejecutivo participe de la democracia porque ahora está participando a
medias en la democracia. El Poder Ejecutivo forma parte de la democracia
mediante el sufragio universal que elige al jefe del Estado. Pero es sólo un
permiso para gobernar que no está acompañado ni de un código de circulación, ni
de una escala de sanciones. El gran problema de nuestras democracias consiste
en que tenemos una democracia electoral, lo que yo llamo una democracia
autorizada, pero no contamos con una democracia de ejercicio.
–Lo
que renueva el análisis de la democracia en su trabajo es la originalidad
analítica que usted introduce cuando se refiere a que no existe una teoría
democrática sobre la acción gubernamental.
–Exactamente.
Hay teorías sobre las instituciones, pero no existe una teoría democrática
sobre la práctica. Creo que los ciudadanos se dan cuenta de que lo que está en
tela de juicio no son las instituciones sino los comportamientos políticos. Por
eso es preciso que los comportamientos políticos participen de la democracia.
–En
ese sentido, usted afirma algo muy fuerte, que va en contra de las ilusiones o
certezas: “No estamos gobernados de forma democrática”.
–El
fin de las dictaduras y la irrupción del sufragio universal fueron un progreso
fundamental. Pero es solo la mitad del camino y hay que completarlo. Si no lo
hacemos veremos que, al igual que en muchos países, si bien se pasó a la etapa
de la democracia electoral, la situación se quedó en esa fase y, por
consiguiente, asistimos a la instalación de democracias autoritarias. Es el
caso de la Rusia de Putin, de la Turquía de Erdogan.
–En
lo que atañe a las democracias occidentales, usted las identifica como
“democracias atrofiadas”, marcadas por un desencanto. Pocas personas adhieren a
los partidos políticos o a los sindicatos porque estos no representan más el
núcleo de acción social.
–Los
partidos políticos fueron instituciones que desempeñaron el papel de
intermediarios entre la sociedad y el poder, representaban a la sociedad ante
el poder. Hoy ocurre todo lo contrario. Los partidos políticos no cumplen más
una función ascendente sino descendente. Hoy vemos cada vez más cómo los
partidos políticos defienden la acción del gobierno si están en la mayoría, o
si no la critican. Pero esa función de intermediario, de representante, casi no
existe más. Por eso uno de los grandes problemas de la democracia consiste en
encontrar fórmulas alternativas de representatividad. Este término de
representatividad o representación tiene dos sentidos distintos: un
representante puede ser un delegado, pero representar quiere decir tornar
presente en el debate social las realidades vividas por los ciudadanos. Diría
entonces que la representación por delegación funciona más o menos bien, pero
la representación de los problemas en el debate público está mucho más
atrofiada. Es esencial concebir la democracia no sólo como una legitimidad para
instalar una institución, sino como la legitimidad del comportamiento
democrático de la institución.
–Otro
de los grandes límites democráticos que usted plantea es el del Poder
Legislativo. Usted demuestra que el Poder Legislativo ha dejado de cumplir su
función porque está de rodillas ante el gobierno.
–En
una sociedad moderna el poder dirigente es el poder de la acción cotidiana. Le
compete al Parlamento poner en funcionamiento reglas generales, pero la ley ha
cambiado de naturaleza. Antes había una distinción entre la ley como gran
principio general y la acción cotidiana del poder que consistía en administrar
casos particulares y cotidianos. Hoy, ambos están mezclados y es por eso por lo
que los parlamentos tienen menos autonomía que antes en la producción de la
ley. La ley dejó de ser un conjunto de reglas generales para convertirse en un
conjunto de reglas particulares. El Parlamento ha dejado entonces de desempeñar
el papel que debe tener. El papel del legislador en el Parlamento se debilitó y
su función de controlador, de supervisor, de evaluador, no ha emergido con
suficiente fuerza. Lo que esperamos del legislador y del Parlamento es que
desempeñe todos estos roles con la sociedad civil.
–En
cierta manera, hasta los parlamentos son menos democráticos.
–Efectivamente.
Debemos democratizar el Parlamento y esto equivale a que todo un conjunto de
prerrogativas parlamentarias, controlar, supervisar, evaluar, que son
atribuciones muy antiguas del Parlamento, sean ejercidas por el Parlamento y
también por la sociedad civil.
–Esa
carencia conduce al paradigma que se plasma entre el momento de la elección y
el momento del ejercicio del poder. Lo hemos visto en Francia en las dos
últimas elecciones. Nicolas Sarkozy decía “trabajar más para ganar más” y
François Hollande afirmó que su enemigo era “la finanza”. A final, una real
tomada de pelo a los electores.
–Aquí
hay una contradicción estructural de las democracias. La democracia reposa
sobre la posibilidad de tener un pluralismo, es decir, sobre la competición
electoral. Pero el problema de la competición electoral radica en que provoca
una inflación de promesas. Podemos decir que la competición política funciona
de forma muy distinta a la de la competición económica. La competencia
económica hace bajar los precios, la competición política hace subir las
promesas. Para tener éxito en una campaña electoral hay que saber poner de lado
los problemas molestos, pronunciar discursos contradictorios ante poblaciones
diferentes, hay que saber seducir. Sin embargo, cuando se trata de gobernar, la
realidad nos golpea en pleno rostro. Esta contradicción está en el corazón de
la desmoralización de los ciudadanos. La sociedad asiste permanentemente a la
ampliación del foso entre el mundo del discurso de las campañas electorales, y
el discurso del gobierno.
–¿Cómo
salir de esa disyuntiva?
–Se
trata de una contradicción muy grave que ocupa un lugar central en la crisis de
la democracia. A partir del momento en que se reconoce que existe la
competición electoral y que ésta forma parte de la vida de la democracia,
existe también el riesgo de que el foso se siga ampliando. Para evitarlo, debe
progresar el sentido de hablar con sinceridad en lugar de las promesas. Hablar
con la verdad es uno de los elementos de la construcción de la confianza. Creo
que necesitamos comprender que la democracia reposa sobre instituciones
formales y, también, sobre instituciones invisibles. Existen tres instituciones
invisibles: la confianza, la legitimidad y la autoridad. Tal vez, la más
importante sea la confianza porque es ella la que le permite a un gobierno ser
eficaz. La confianza significa que se puede plantear una hipótesis sobre el
comportamiento futuro de una persona. Para que esto sea posible es preciso que
la palabra no se mueva. Si la palabra pasa de la palabra del candidato a la
palabra del gobernante, construir la confianza es imposible. Ya no podemos
esperar esta virtud de los dirigentes políticos. Creo que los ciudadanos deben
intervenir con fuerza para poner en tela de juicio estas conductas.
–Hoy,
muchos pensadores, sobre todo del campo digamos progresista, hablan del fin de
la democracia, se refieren a que estamos en un período de post democracia.
¿Usted coincide con este análisis?
–No.
Creo que el término post democrático es inadaptado. Podemos más bien hablar del
ingreso a un período post electoral de las democracias, lo que no es lo mismo.
Post democracia es un juicio negativo según el cual toda la vida electoral no
es más que una fachada y que, en el fondo, vivimos en un mundo que ha dejado de
ser democrático. No se trata de eso. Creo, sí, que hoy asistimos al límite de
la dimisión electoral de la democracia. La primera gran conquista de la
democracia fue la organización electoral, la organización de una elección
abierta y pluralista. Ahora tenemos ante nosotros la segunda revolución
democrática, estamos ante el umbral de esa segunda revolución. El problema
consiste en saber si somos conscientes de ello y si somos capaces de formular
los elementos. Esa es la meta de mi libro: una suerte de guía para entrar en la
edad de la segunda revolución democrática.
–En
ese orden de ideas, usted impugna el poder de la persona, su efecto mediático,
por encima de los programas, o sea, los contenidos de la oferta democrática.
Ello conduce al razonamiento implacable: los dirigentes, una vez electos, no
actúan de forma democrática.
–Sí,
efectivamente. Los dirigentes políticos son electos democráticamente pero hay
que hacerlos ingresar en un funcionamiento democrático. La democracia tiene dos
dimensiones: la nominación, o sea la elección, y el funcionamiento. Necesitamos
una democracia de funcionamiento, lo que no es el caso hoy. Evidentemente, si
reducimos la democracia a la mera elección podemos tener una visión muy
pesimista porque, a menudo, las elecciones están manipuladas y producen avances
limitados. Pero hay que tener en cuenta que la democracia no puede limitarse a
este momento electoral. La democracia debe ingresar en la segunda fase de la
construcción democrática. Por ello tengo una mirada critica y severa sobre el
estado de las democracias y, al mismo tiempo, al diseñar un nuevo horizonte
para la vida democrática, mi optimismo presente puede ir acompañado de un
optimismo hacia el futuro.
–Aquí
llegamos a otro de los fundamentos de su ensayo: las propuestas. Su actor
central es la sociedad civil y una serie de ideas que van hasta la creación de
un Consejo consagrado al funcionamiento democrático.
–Podemos
evocar perfectamente la necesidad de instaurar un cuarto poder. Hoy tenemos el
por Ejecutivo, que es el más importante, el Poder Legislativo, y el poder
imparcial, que es el Poder Judicial y que también puede ser el poder de una
autoridad independiente, por ejemplo las cortes constitucionales. Pero se
requiere un cuatro poder de control, de vigilancia y de avaluación que debe
contar con instituciones. Estas pueden ser permanentes como la Corte
Constitucional, cuyo rol es supervisar que la ley sea conforme con los
principios generales del funcionamiento la sociedad. Pero también se puede
crear un Consejo del funcionamiento democrático que vigila la calidad
democrática de los gobernantes. No es todo. Este mecanismo de control debe
también basarse en las intervenciones ciudadanas directas. En este cuarto poder
hay una parte que puede institucionalizarse, por ejemplo el consejo del
funcionamiento democrático, y otra parte que podría ser la creación de
comisiones públicas, una suerte de pequeñas asambleas temporales compuestas por
ciudadanos elegidos mediante un sorteo, por representantes de asociaciones o
expertos. En este tipo de instituciones la noción de sorteo es importante
porque va más allá de la democracia participativa. La esencia del sorteo
consiste en probar que todos pueden tener un lugar. El sorteo valoriza a los
ciudadanos anónimos. Por ello es importante otorgarle un lugar a la vez
práctico y moral. En paralelo a la institucionalización de este cuarto poder es
preciso igualmente que ese cuarto poder repose sobre nuevas instituciones. La
democracia electoral elaboró su modo de funcionamiento con los partidos
políticos. Los partidos políticos organizaron la democracia electoral. Ahora
bien, para organizar este cuarto poder, esa democracia de ejercicio, hacen
falta organizaciones ciudadanas de un nuevo tipo.
–Los
partidos políticos están muy poco mencionados en su libro...
–Y
sí... Como se han especializado en la gestión de las campañas electorales, en
la selección del personal político, tienen muy poco espacio en esta democracia
de ejercicio.
–¿Y
Podemos en España o Syriza en Grecia se acercan a este modelo?
–No,
es diferente. Podemos es una renovación interna de los partidos políticos.
Podemos quiso ser un partido político de nuevo estilo. Esto es algo positivo,
desde luego. Syriza es lo mismo. Se trata de una renovación de la vida
partidaria. Sin embargo, la emergencia de nuevas instituciones ciudadanas no
cumplen la función de renovar los partidos políticos. Se trata de renovar las
fuentes de la democracia, de redefinir la noción clásica de tomar el poder.
Antes, tomar el poder quería decir poner a la cabeza del poder a una persona en
quien se deposita la confianza. Esa es la definición de la democracia
electoral. Pero la verdadera toma del poder consiste en que la vida misma del poder
no sea distante, que su funcionamiento, sus acciones, estén permanentemente
bajo el ojo del ciudadano. Durante la Revolución Francesa, el símbolo más
permanente fue el ojo del pueblo.
–Vuelvo
a su fórmula de democracia de ejercicio. En ella, usted introduce tres
condiciones: la visibilidad, la responsabilidad y la reactividad.
–Reactividad
hay que entenderlo como un poder que escucha a la sociedad y que toma en cuenta
su opinión de manera permanente y no sólo en los períodos de campaña. Quiere
decir igualmente la organización de formas de deliberación pública, organizar
un va y viene permanente entre el poder y la sociedad. Visibilidad y
transparencia corresponden al hecho de que sentirse dominado por un poder
equivale a estar ante un poder opaco. El Euro grupo, por ejemplo, es el
prototipo del poder opaco, que funciona como una caja negra. La democracia es
un poder visible, con un funcionamiento transparente de las instituciones.
–¿Acaso
el otro gran drama de la democracia o se sitúa en la desigualdad compulsiva
entre el ciudadano y los actores del sistema financiero ?. Un ejemplo, en
Francia, empresas que tienen dos o cuatro empleados pagan más impuestos que
Facebook o Google. Evasión fiscal, corrupción, privilegios monárquicos,
paraísos fiscales, fondos buitres. Todo esto es altamente tóxico para la
democracia.
–La lucha contra la corrupción está en el corazón de la democracia. La
corrupción es el secuestro de un bien público por un interés privado. La
corrupción también corrompe las instituciones porque estas dejan de servir el
bien público para servir a los intereses privados. La democracia es el reino
del interés público. La corrupción es el veneno de la democracia. En los dos ejemplos
que usted da, no hay que ser del todo pesimistas. Los Estados han tomado conciencia de todo lo
que les cuesta la evasión fiscal y la corrupción.
*****
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