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Cuba vive y crece en la resistencia. Editorial Diario Granma
Internacional.
Cuba, que suele andar de epopeya en epopeya, ha tenido un desborde
estremecedor de esas proezas en 2021. Hay hazañas que –por extraordinarias y simbólicas– debieran esculpirse en bronce y en versos. En bronce,
para perpetuarlas tangibles en la
memoria histórica de los pueblos. En versos,
para otorgarles la justa grandeza que entrañan.
Cuba,
que suele andar de epopeya en epopeya, ha tenido un
desborde estremecedor de esas proezas en
2021.
En
un año duro, muy duro, en el que los enemigos de siempre nos quisieron
arrebatar hasta la dignidad, con el anhelo de ponernos de rodillas frente a los
designios del Norte, esta Isla
irredenta otra vez creció frente a las
más cruentas limitaciones económicas y materiales, y ante todo intento manipulador
de ponerle fin a nuestra obra socialista. Justo en el periodo en que
la pandemia mostró su lado más agresivo, dentro
y fuera del archipiélago –robándoles la sonrisa a muchas familias, con pérdidas
irreparables–, la ciencia cubana nos devolvió la esperanza en valiosas dosis
de amor, entrega y compromiso, que forman parte del resultado de tres soberanas vacunas y dos candidatos vacunales con
sello nacional.
Durante
este calendario retador, de profundas e impostergables transformaciones, en la
Mayor de la Antillas tampoco se
dejó de soñar, de pensar y de proyectar un país mejor. En esa apuesta nadie ha
quedado desamparado. Mientras
se abren luces y caminos para el fortalecimiento de la empresa estatal socialista, la
producción de alimentos y el desarrollo
de diversos actores económicos, se fomenta, con igual empeño y rigor, la atención a
barrios, comunidades y personas en condiciones de vulnerabilidad.
«Solo un
país organizado, con una dirección unida en torno a un propósito común: la
salvaguarda de la nación, puede proponerse las metas más altas en las horas más
difíciles», expresó, al
respecto, el Primer Secretario del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Eso se llama heroicidad,
de una Revolución libre de odio y de falsas etiquetas en nombre de la
democracia; heroicidad sublime de quienes, por amor a su Patria, a sus raíces y
a su identidad, han hecho posible hasta lo imposible. Con esa efervescencia y bajo la guía eterna de
Fidel y la sabiduría de Raúl, despedimos
un año que nos dejó la certeza de que Cuba vive y crece en la resistencia de su pueblo. Así será, también, 2022.
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Foto: Archivo de Granma
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ENERO DE 1959: EL DESTINO DE
CUBA EN EL CAMINO DE SANTIAGO.
LXIII Aniversario de la
Revolución.
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Cinco
años, cinco meses y cinco días antes, el asalto a los cuarteles Guillermón
Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de
julio de 1953 había sido el intento de echar a andar una insurrección popular
Cuando el 1ro. de enero de 1959 Fidel
Castro Ruz, al frente de sus tropas, avanzaba sobre Santiago de Cuba, y su
guarnición de unos 5 000 soldados, para dar inicio a la que
quizá habría sido la batalla más cruenta y dura de la insurrección
antibatistiana, le resultaba curioso y extraño escuchar por radio que en la
ciudad el pueblo se encontraba en la calle con banderas del Movimiento 26 de Julio, dando vivas al líder rebelde y
celebrando ya el triunfo revolucionario. ¿Cuáles fueron las circunstancias
que conformaron una situación tan paradójica? ¿Cómo se consumó finalmente la
victoria en la urbe oriental?
Cinco años, cinco meses y cinco días
antes, el asalto a los cuarteles Guillermón Moncada, en
Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953, había sido el intento de echar a andar una
insurrección popular, que creciera y avanzara hacia La Habana hasta doblegar la resistencia del régimen dictatorial. El
éxito del plan descansaba en el factor sorpresa y en la respuesta del pueblo al
llamado al combate. La importancia
militar del Moncada, unida al simbolismo de Santiago de Cuba y las
tradiciones de rebeldía de sus pobladores, hizo que la acción principal tuviera
lugar allí, generando el mérito histórico de haber sido el lugar donde se
inició esta última etapa de lucha revolucionaria.
Después, con el desembarco del yate Granma en su jurisdicción
político-administrativa, la hoy Ciudad Héroe se levantó en armas el 30 de
noviembre de 1956, en lo que pudo ser un nuevo estallido
insurreccional que posibilitara, con otros pronunciamientos propios del Movimiento 26 de
Julio y otras fuerzas, el
derrocamiento de la dictadura. Volvió a quedar Santiago, a pesar de que hubo
otras acciones, como el símbolo capital de la actividad revolucionaria del
país. Los dos momentos más importantes de la lucha contra Batista hasta
entonces se habían producido en su perímetro urbano y/o espacio jurisdiccional.
Fue un acumulado extraordinario.
Si la inmensa mayoría de los núcleos partidarios de la lucha violenta apostaban al éxito de una operación fulminante en La Habana, en la que el esfuerzo conjunto de conspiraciones militares y cuerpos de civiles armados provocara una rápida caída del régimen, el Movimiento 26 de Julio basaba sus empeños en una estrategia de dos fases, que iniciara con el control parcial o total de la provincia de Oriente, cuyo centro sería la toma de la ciudad de Santiago de Cuba, para desde ahí ampliar el empuje revolucionario hacia el resto de la Isla.
Foto: Archivo
de Granma
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La importancia estratégica de la urbe se
puede medir por el diseño y ejecución de la Operación Santiago, la
acometida rebelde para su cerco y rendición, que, junto con la invasión del Oeste de la Isla, era la
más importante operación ofensiva insurrecta en los meses finales de 1958.
La batalla por Santiago de Cuba, ahora
no con un ataque por sorpresa como en 1953 ni por un alzamiento
interno como en 1956, sino por la aproximación combativa de unidades
guerrilleras, dirigidas personalmente por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, tenía potencial para convertirse en el equivalente de la batalla de Ayacucho en la independencia de Sudamérica:
decisiva para determinar el final de la guerra
de liberación. También es cierto que la distancia de La Habana no
necesariamente tenía que saldarse, en caso de victoria rebelde en la ciudad,
con la caída de la dictadura. Tomada Santiago
de Cuba, aún al régimen le quedaba un margen de maniobra en el teatro de
operaciones, en especial por la concurrencia de maniobras neutralizadoras e
intervención extranjera.
El demoledor avance guerrillero sobre
Santa Clara, a mitad de camino de La Habana, unido al éxito del
progresivo aislamiento y cerco de Santiago
de Cuba pusieron en jaque al dictador y a sus acólitos. La inminencia de un
descalabro fue determinante para que se activaran o apresuraran diversas
tentativas con el objetivo de evitar el
triunfo revolucionario o conseguir su mediatización. Dentro de las
filas castrenses se incrementaron las deserciones,
rendiciones aceleradas y propuestas conspirativas. Fidel
nunca había sido remiso a la posibilidad
de conspiraciones militares que acercaran la caída de la dictadura con un
menor derramamiento de sangre, siempre que no comprometieran el cumplimiento
del programa revolucionario.
En tal sentido, buscaba que los
pronunciamientos militares se produjeran a través de su incorporación a las
fuerzas rebeldes y no mediante un golpe de Estado en la capital de la nación.
Por eso accedió a la colaboración
incondicional ofrecida por el Jefe de Operaciones del Ejército en la provincia oriental, mayor
general Eulogio Cantillo y Porras, el 28 de diciembre de 1958, cuando
ya el régimen batistiano se tambaleaba y su derrocamiento parecía cuestión de
días. El alto oficial se comprometió a la sublevación de los mandos que le eran
leales, en coordinación con las fuerzas
guerrilleras. Esto suponía un pronunciamiento conjunto y la articulación de
una fuerza común, que avanzara sobre las
posiciones enemigas que no se sumaran o depusieran su actitud hostil. Así lo explicaba el Comandante en Jefe:
«Se acordó el plan en todos sus
detalles: el día 31, a las 3:00 de la tarde, se sublevaría la guarnición de
Santiago de Cuba. «Inmediatamente
varias columnas rebeldes penetrarían en la ciudad, y el pueblo, con los militares
y con los rebeldes, confraternizaría inmediatamente, lanzándose al país una
proclama revolucionaria e invitando a todos los militares honorables a unirse
al movimiento. Se acordó que los tanques que hay en la ciudad serían puestos a
disposición de nosotros, y yo me ofrecí, personalmente, para avanzar hacia la
capital con una columna blindada, precedida por los tanques. Los tanques me
serían entregados a las 3:00 de la tarde, no porque se pensase que había que
combatir, sino para prever en caso de que en La Habana el movimiento fracasase
y hubiese necesidad de situar nuestra vanguardia lo más cerca posible de la
capital».
Cantillo, sin embargo, traicionó lo
pactado. Fue a La Habana y se
dedicó a organizar, de acuerdo con Batista,
una conjura contrarrevolucionaria. Para
ganar tiempo, le envió a Fidel una nota el 30 de diciembre recomendándole no hacer nada hasta el 6 de enero,
porque habían «variado mucho las circunstancias en sentido favorable para una
solución nacional». El jefe rebelde, intuyendo la maniobra, respondió
que la nota se apartaba de lo acordado y que quedarían rotas las hostilidades a
partir del día y la hora fijados para la sublevación. Una vez iniciado el ataque a Santiago no habría otra salida que la
rendición incondicional.
Ante la enérgica reacción, el general Cantillo insistió en que estaba trabajando en una solución nacional, no local, favorable a los intereses de los insurgentes, y les advirtió que debían cambiar el plan y no entrar en Santiago de Cuba. Tal como había ocurrido en 1898, un aliado advenedizo pretendía a última hora hacerse con el poder, escamotear el triunfo popular e impedir el ingreso a Santiago de los verdaderos luchadores por la libertad.
Foto: Archivo
de Granma
Con informes del carácter inexorable de
la ofensiva rebelde en Las Villas y Oriente, el dictador Batista decidió abandonar el poder y huir al exterior. Pasada la medianoche
del 31 de
diciembre al 1ro. de enero ejecutó el plan: dejó el país a una Junta Cívico-Militar, con el mayor
general Eulogio Cantillo como nuevo jefe
del Ejército. El general Cantillo
intentó conformar una nueva administración civil, con la convocatoria del «magistrado más antiguo del Tribunal
Supremo de Justicia» como «sustituto
presidencial», el doctor Carlos
Manuel Piedra y Piedra. A la vez intentó apuntalar su autoridad ante los
diversos mandos regulares del país, ordenó aplicar un alto al fuego y
confraternizar con las tropas rebeldes. Formar
un gobierno civil y ganar tiempo con la confraternización de sus desmoralizadas
guarniciones militares frente a las pujantes fuerzas guerrilleras, creyó
que le ayudaría a consolidar su emergente autoridad, dejándolo en posibilidad de administrar la salvación de la mayor
cantidad de resortes del viejo régimen.
Entonces Santiago
de Cuba se convirtió en el corazón de los
acontecimientos. Donde se inició la insurrección se resolvió el tema esencial:
la toma del poder.
La respuesta de Fidel
Castro, a través de Radio Rebelde desde
Palma Soriano, fue inmediata y contundente: denunciar y desconocer la maniobra en la capital por
contrarrevolucionaria, calificándola de golpe de Estado; no aceptar alto al
fuego ni confraternización con las fuerzas castrenses; ordenar el avance de las
fuerzas insurgentes sobre las posiciones enemigas, solo aceptando parlamento para la rendición incondicional; ordenar
que los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto
Che Guevara culminaran las operaciones militares en Las Villas y
avanzaran sobre La Habana para tomar
de manera respectiva la Ciudad Militar
de Columbia y la Fortaleza de La Cabaña, las dos principales guarniciones del país; lanzar un ultimátum a la
plaza militar de Santiago de Cuba a
deponer las armas al final de la tarde o afrontar una cruenta batalla, con la responsabilidad histórica del derramamiento
de sangre que se produjera; y convocar a una huelga general hasta la caída total de
la dictadura y el triunfo completo de la Revolución.
El mando militar de Santiago de Cuba, a
la vez que acató la orden del alto al
fuego y confraternización, comenzó a enviar señales de parlamento a la jefatura rebelde.
En la tarde de ese día, el responsable militar de la ciudad, coronel José Rego
Rubido, se entrevistó en el Alto de
Villalón con Fidel Castro, y se expresó
favorable a un pronunciamiento conjunto.
Después que el comandante Raúl Castro acompañó a Rego
Rubido al Cuartel Moncada y se reunió con su
oficialidad, esta subió a El Escandel a encontrarse con Fidel, con quien selló el acuerdo
que evitó una sangrienta y desgastante
batalla por el control de la ciudad, que habría facilitado la posible
consolidación de los planes contrarrevolucionarios en La Habana. Los oficiales orientales convinieron en «desaprobar el golpe amañado en Columbia
(...) y apoyar a la Revolución Cubana». Se produjo entonces la sublevación de la guarnición santiaguera acordada originalmente,
ahora no contra el dictador en fuga,
sino contra la junta militar instalada
en la capital.
Una columna de guerrilleros y militares,
con sus jefes al frente, partió en caravana motorizada hacia Santiago de Cuba, donde entró en la noche
del 1ro. de enero. Fidel se dirigió hacia el Parque Céspedes, el
principal de la ciudad, para, desde el
balcón de su Ayuntamiento, hablar a la masa
compacta y eufórica allí reunida, y proclamar el triunfo de la Revolución. Por primera vez, después de siete años de dictadura, el dirigente
rebelde se comunicaba de manera
directa y masiva con una población
liberada. El doctor Manuel Urrutia Lleó juró
el cargo de Presidente Provisional de la
República, y dado su mandato constitucional de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas,
designó a Fidel
Castro como su delegado ante los institutos armados del país. Además, el líder rebelde proclamó a Santiago de Cuba
como nueva capital, con carácter
provisional, de la República. Esta última decisión retrata la incertidumbre
de la circunstancia, el peligro de que en La Habana y en
otras ciudades se consolidara una maniobra contrarrevolucionaria. La proclamación tiene la intención de
completar una victoria en su fase final, en medio de la situación
ambivalente que vive la capital del país:
el movimiento clandestino domina
instituciones policiales y edificios estratégicos, pero las principales instalaciones militares no
han sido ocupadas todavía por las fuerzas rebeldes.
Son momentos críticos y decisivos, que
tendrán un saldo favorable en las próximas horas con
la rendición
de varias plazas militares en el país ante las columnas
guerrilleras.
Cierto que otorgarle la condición de
capital provisional a Santiago de Cuba perseguía un propósito de materialización de la victoria, pero
contenía también un significado
simbólico por el papel que había desempeñado en la guerra y a través de la
historia revolucionaria de Cuba.
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