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El
aumento de la desigualdad social recorre el mundo.
Un nuevo fantasma recorre el mundo: el
aumento de la desigualdad social. Todos los indicadores y
estudios dan cuenta que un número creciente de personas son cada vez más
vulnerables de caer en la pobreza. A
mayor pobreza, mayor riqueza: tal el signo de estos tiempos. Realidad que
se ha profundizado, extendido y generalizado a nivel global, como consecuencia de
la Crisis del Coronavirus Covid-19 y sus variantes; que han originado
“un golpe mortal”
al modelo hegemónico, dominante, como es
el neoliberalismo. Hasta antes de la Pandemia, la super concentración de la riqueza, se manifestaba en torno a los 4
a 6 grupos de las PLATAFORMAS DIGITALES; llamados los “Nuevos Amos del
Universo”; sin embargo, la super
concentración de la riqueza, ha continuado, aún más cruel, salvaje e
inhumana, precisamente en tiempos de la pandemia, han “emergido” otros 2 grupos de poder económico mundial: el grupo de las Farmacéuticas
(4 a 5 Monopolios globales, hoy han super concentrado la producción de las
VACUNAS -que a pesar que la SALUD – es un Derecho Humano – que en tiempos de la pandemia, más de 170 países del mundo han exigido – que se
Liberen las Patentes de las vacunas, y cada país
pueda producir en sus propios Laboratorios – pero NO sueltan y siguen generando
ganancias inhumanas -
En tiempos de la pandemia, ha surgido otro grupo poderoso de
empresarios de la Construcción INMOBILIARIA, cuyo poder actual
esta visualizado en los Países del
primer mundo, que, en tiempos de la Globalización, se fue generando un
proceso de super concentración de la inversión Inmobiliaria en la GRAN
CIUDAD, producto de la globalización (Migración, Empleo, Comercio, Deslocalización
Empresarial, etc.) Grandes Empresas Inmobiliarias,
propietarios de miles de Condominios en la Gran ciudad – la suba de alquileres en la gran propiedad
urbana, ha conducido a varios países del primer mundo, a presentar un área nueva en la negociación
de los Préstamos del Fondo Monetario Internacional F.M.I. y en otros país,
como Alemania, tal ha sido el nivel de suba
de alquileres y super concentración urbana, que llevó al Estado Alemán a Estatizar, Miles de Viviendas y Condominios,
como Política de Protección de la Vida de Millones de Habitantes de la Gran Ciudad.
En conclusión, la pandemia, ha originado
una mayor concentración de riqueza, profundizando y generalizando la DESIGUALDAD SOCIAL,
brecha múltiple, que se manifiesta en el
aumento – sin control – de la pobreza y extrema pobreza
a nivel global, como también el surgimiento de VULNERABILIDAD en millones de Familias – una clase media golpeada muy fuerte por la pandemia,
trabajo y desempleo – hoy nos presenta un panorama mundial donde recorre de norte a sur, de este a oeste, un NUEVO FANTASMA, pero que hoy es de carne y hueso, la DESIGUALDAD SOCIAL, recorre
el mundo, profundizando las brechas
sociales, económicas, culturales y ambientales, incontrolables, para un ESTADO – en condiciones
de una enfermedad, que lo ha postrado, por estos 30 años de neoliberalismo.
Hace 40 años cuando se inicio el neoliberalismo,
el Estado NO era
la Solución, sino era parte del problema. Hoy 2022, el Estado, sí es parte de la Solución,
cuyo inicio parte de la DEMOCRATIZACIÓN del ESTADO y un Nuevo Contrato Social, para encontrar
el camino y salir de la Crisis CIVILIZATORIA MUNDIAL.
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LA BRECHA ENTRE LOS RICOS Y
LOS POBRES, CADA VEZ MÁS VIOLENTA.
Balance negativo
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Por Pablo
Bilsky | 07/01/2022 | Mundo
Fuentes: El Eslabón- Rebelión 12 de
enero del 2022.
Frente a los datos que muestran que el
nivel de injusticia social llegó a grados de “crueldad”
inusitados, repiquetea el discurso justificatorio de los poderes
fácticos, con falacias como la “igualdad de
oportunidades”, la “teoría del derrame” y
la “meritocracia”.
Un
informe del sitio de la ciudad de
Oxford, Reino Unido, Our World in Data (Nuestro Mundo en Datos) señala que
la desigualdad actual “es cruel” y
se extiende por todo el planeta:
“La gran mayoría del mundo
es pobre”. La mitad más pobre del mundo, casi 4 mil millones de personas, vive
con menos de 6,70 dólares al día. Los datos muestran que, incluso en los países
considerados “desarrollados”, la injusticia
social existe. EEUU, un país de altos ingresos, es un excelente ejemplo de
esto: la desigualdad es “extraordinaria”. El estudio afirma
además que “gran parte de la desigualdad global es la desigualdad
entre países” y en este sentido desmiente uno de los ejes del
discurso neoliberal, propietarista y
pro-millonarios: la meritocracia. “Lo
más importante para ser sano, rico y educado no tiene que ver con lo que la
persona es, sino dónde vive”, señala la investigación. El conocimiento y el hecho de trabajar mucho, importan, señalan los datos,
“pero inciden mucho menos que un factor que está completamente fuera del
control de cualquiera: si usted va a nacer en una economía industrializada y
productiva, o no”.
“La gran
desigualdad económica es
sólo una dimensión de la desigualdad global”, señala el estudio firmado por Max Roser y titulado “Inequidad económica global: lo que importa más para sus
condiciones de vida no tiene que ver con quién es usted, sino dónde vive”
(“Global economic inequality: what
matters most for your living conditions is not who you are, but where you
are”).
Our World in Data, se
ocupa de realizar estadísticas y análisis sobre el impacto a nivel global de la
inequidad social, la pobreza, la salud,
los conflictos armados y el cambio climático. Es una publicación en-línea
que presenta datos y resultados empíricos que muestran cambios en las
condiciones de vida en todo mundo. Se financia a través de pequeñas donaciones
individuales de los lectores.
“La desigualdad de las condiciones de vida de las
personas refleja la desigualdad económica del
mundo”, señala la investigación, que a partir de datos y
estadísticas llega a conclusiones que tienen más que ver con la vida cotidiana
de las personas y la incidencia de las variables macroeconómicas en la existencia humana y la calidad de vida.
“Cuando los ingresos son más altos, las personas mayores viven más tiempo, los niños mueren con menos frecuencia, las madres mueren con menos frecuencia, los médicos pueden centrarse en menos pacientes, las personas tienen mejor acceso a agua potable y electricidad, pueden viajar más. Tienen más tiempo libre, un mejor acceso a la educación y mejores resultados de aprendizaje, y además, las personas están más satisfechas con sus vidas”, señala el texto de la investigación, publicado el 9 de diciembre de 2021 y actualizado el 17 de diciembre.
La mansión de un Billonario.
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“Es difícil exagerar lo grandes que son
estas diferencias. La esperanza de vida en los países más pobres es de 30 años
más cortos que en los países más ricos”, agrega la página de Our World in Data.
“La realidad de la desigualdad global de hoy es cruel. Aquellos que nacen
en una economía que lograron un gran crecimiento en los últimos dos siglos
crecen en mejores condiciones de vida que aquellos que nacen en una economía
pobre. El crecimiento económico para miles de millones de personas en la
pobreza es lo que necesitamos para poner fin a esta injusticia”,
señala el sitio de estadísticas
globales.
Para
tomar un ejemplo concreto, consideremos la mortalidad materna. En los países de altos ingresos, donde las
madres pueden confiar en hospitales y el apoyo bien equipado de médicos y parteras cuando ocurren
complicaciones, las muertes maternas
se han vuelto raras (el riesgo de muerte ha disminuido 300 veces en las últimas generaciones). Pero en el resto del mundo todavía es muy
común: cada año, 295.000 madres mueren en ese momento cuando dan vida a su
hijo”, señala la investigación.
Las mentiras que justifican lo
injustificable
La gran mentira de la meritocracia,
que la propia experiencia histórica encargó de desenmascarar hace tiempo,
produjo el rechazo y la refutación de economistas de un amplio espectro
ideológico.
La ideología meritocrática distingue (en
forma mendaz, con intención de confundir) entre los factores que son
responsabilidad del individuo y aquellos que no, para postular que las personas
particularmente talentosas y trabajadoras merecen el premio de un mayor
ingreso.
En
su libro El precio de la desigualdad,
el economista Premio Nobel
estadounidense Joseph Stiglitz asegura: “El 90 por ciento de los que nacen pobres
mueren pobres por más esfuerzo que hagan, mientras que el 90 por ciento de los
que nacen ricos mueren ricos, independientemente de que hagan o no mérito para
lograrlo”.
“Hay muchas y poderosas
razones morales para preocuparse por la desigualdad.
En los últimos diez años la investigación ha empezado a poner de manifiesto lo
negativa que resulta la desigualdad para la sociedad. Resulta mala incluso para
los de arriba, que se convierten en personas diferentes, más endiosadas,
gracias a ella. Como economista, me centro en estudiar por qué la desigualdad
es mala para el rendimiento económico”, señaló Stiglitz en
el marco de una entrevista al medio CTXT.
“El «Trickle-down
economics», o la
teoría del derrame, claramente no funciona. Nadie en su sano juicio defiende ya
esos postulados. La pregunta es: ¿cómo de mala es la desigualdad
para la economía? Obviamente depende de su magnitud y de cómo se genera. Esto
incluye la desigualdad creada por el poder
monopolístico, o la desigualdad generada cuando
los de abajo no tienen acceso a la educación, y por tanto la sociedad no
utiliza todo el potencial de sus recursos humanos. Este tipo de desigualdades, característica de EEUU y, cada vez más,
de Europa, constituyen un lastre para la economía”,
agrega el Premio Nobel en Economía de
2001.
Stiglitz (demócrata que trabajó para Bill Clinton) es conocido por su visión crítica de la globalización, de los economistas de libre mercado (a quienes llama “fundamentalistas del libre mercado”) y de algunas de las instituciones internacionales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Así vive la gente pobre, en el país más pobre del mundo. Burundi.
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En otro de sus libros, La gran brecha (The
Great Divide), escribió que, incluso desde niño, nunca se creyó uno de los mitos más persistentes del capitalismo: EEUU
como tierra de oportunidades.
“En primer lugar,
EEUU nunca fue lo que nos
han vendido. Me di cuenta de eso con mucha intensidad a medida que iba
creciendo: nunca fue una tierra de igualdad, de
oportunidades para los afroamericanos. La esclavitud acabó
en la Guerra Civil, pero hoy seguimos mirando hacia otro lado ante la opresión
y la falta de oportunidades, presentes todavía, como recuerda, con tanta
fiereza, el movimiento Black Lives Matter. Ha
sucedido algo más: nos hemos vuelto un país segregado económicamente. En otras
palabras, los ricos blancos viven con ricos blancos, los pobres viven con otros
pobres. Tenemos un sistema educativo «localista», financiado
por impuestos locales a la propiedad, de modo que si vives en una comunidad
pobre te tocan colegios pobres, lo que da lugar a lo que yo llamo la
transmisión intergeneracional de las ventajas y desventajas”,
comentó el autor de La gran brecha.
“Incluso al 1% más pudiente debería preocuparle la desigualdad, por su propio interés. El periodo
posterior a la Segunda Guerra Mundial fue el de más rápido crecimiento
económico y el de crecimiento más igualitario.
Existe un amplio consenso en torno a que ambos hechos estaban relacionados. Es decir,
que fue el periodo de crecimiento económico más rápido precisamente porque las
ganancias se compartieron”, agregó.
“La rama de la teoría
económica inspirada en los mercados competitivos –que lo explica todo a través
de factores de oferta y demanda– no es un buen
marco de referencia. En nuestra sociedad, hay mucha explotación, de diversos
tipos: racial, de género, del poder monopolístico, en forma de explotación de
los trabajadores, los problemas de la gobernanza
corporativa… Esto pone de relieve todos los fracasos del mercado. Una estadística que ilustra este hecho es que la
productividad laboral ha seguido creciendo de forma bastante continua, pero
hasta 1973 los sueldos y la productividad se movían en paralelo. Esto es lo que
cabría esperar. Sin embargo, desde mediados de los años setenta la
productividad sigue creciendo al mismo ritmo, pero los salarios se han
estancado. ¿Por qué?”, se pregunta Stiglitz.
“El poder de los monopolios aumenta los precios y por tanto baja los sueldos reales, y el eliminar la negociación colectiva los reduce aún más, lo que asfixia a los trabajadores. Así es cómo se debilita a los sindicatos. Dirigimos la globalización para que los trabajadores compitan con los trabajadores en China. Hay un sinfín de maneras en las que las reglas de juego han cambiado en perjuicio de los trabajadores, y el rentismo es uno de esos componentes”, señala el economista estadounidense, al tiempo que alerta sobre las consecuencias de la especulación financiera: “Estos tipos son los maestros de la extracción de rentas, y han perfeccionado sus habilidades para quitar el dinero a la gente sin contribuir al progreso social. Crean riqueza arriba, pero también crean miseria abajo”.
Si
mentiras como la “igualdad de
oportunidades” y la “teoría del derrame”
continúan siendo bases del discurso que justifica la acumulación de riquezas en
pocas manos a costa de la muerte de millones de personas, es porque las
corporaciones tienen un enorme desprecio por la vida y la verdad. Y están
dispuestas a defender sus privilegios como sea, sin límite alguno. Además, la mentira les resulta cada vez más
útil para ejercer la manipulación y lograr una suerte de epidemia de Síndrome
de Estocolmo.
La igualdad de oportunidades
El economista francés
especializado en desigualdad (una disciplina que crece) François Dubet destruye en su libro Repensar la justicia
social otra de las bases justificatorias de la inequidad, esta vez en el formato de
falsa solución: la “igualdad de
oportunidades”.
Hay
quienes piensan que el mejor modo de trabajar por la justicia social es
procurar la igualdad de posiciones,
esto es, redistribuir la riqueza y asegurar a todos un piso aceptable de
condiciones de vida y de acceso a la educación,
los servicios y la seguridad. Desde las posiciones neoliberales, en cambio,
se declama que lo importante es garantizar la “igualdad de oportunidades”, de manera que cada uno coseche logros
de acuerdo con sus méritos, en el marco de una competencia equitativa. O sea: o se apuesta a un sistema solidario,
en el que es central el papel del Estado, o se apuesta al libre juego de la
iniciativa privada.
Los que defienden el libre mercado
aseguran que nadie podría estar en contra de “la igualdad de oportunidades”, ya que una sociedad democrática
debería combinar la igualdad
fundamental de todos sus miembros y las “justas
inequidades” que surgen del esfuerzo y el talento personales. Pero esta
teoría ya ha demostrado ser falsa.
Lejos
de la falacia del “mercado
autorregulado”, los responsables de la acción política, afirma Dubet, deben dar prioridad a una
u otra postura. De entrada, el economista alerta contra la trampa de la “igualdad de oportunidades”, que a su
entender “es hoy el discurso
hegemónico”. Aun cuando responda al deseo de movilidad de las personas, “la igualdad de oportunidades”
profundiza las desigualdades
y puede conducir a la lucha de todos contra todos. En teoría, el hijo de un obrero tiene las mismas
posibilidades de acceder a un puesto jerárquico que el hijo de un ejecutivo y, si fracasa en el intento, se atribuirá ese
resultado a razones puramente individuales; en los hechos, entre las condiciones de vida de uno y otro la
distancia es tan honda que se vuelve infranqueable.
La falacia neoliberal esconde el carácter individual, ahistórico, anti-político, y anti-comunitario de sus trampas discursivas. La propaganda corporativa se sostiene en una serie de excusas creadas por los que propician la acumulación de riquezas en cada vez menos manos: los desaforados y violentos defensores de la desigualdad.
La preferencia por la
inequidad social
En su libro Le
préférence pour l´inégalité. Comprendre la crises de solidarités de Françoise
Dubet (traducido al español con el título ¿Por qué
preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario) el
autor destaca valores como la
solidaridad y la fraternidad entre las personas, para oponerlos a la
ruptura de lazos sociales y a la competencia que caracterizan la sociedad
neoliberal.
“Nuestras sociedades «eligen» la desigualdad. Algunos defienden la idea de
que la desigualdad sería fundamentalmente buena para el crecimiento. Para
otros, la igualdad sigue siendo un principio abstracto, no un valor que merece
una lucha por ella. En la década de 1980, los EEUU de
Ronald Reagan e Inglaterra de Margaret Thatcher han
completado revoluciones claramente a favor de la desigualdad,
presentadas como tales, no sin apoyo popular en ambos países. Hoy en día, los
militantes del (grupo de ultraderecha de EEUU) Tea
Party rechazan el seguro de salud universal, y nada tienen que ver con Wall Street. Al querer eliminar las protecciones y las
ayudas sociales a los franceses, los votantes del Frente
Nacional no son más la voz de las finanzas internacionales”.
Para Dubet, la
acentuación de las desigualdades procede de una crisis de solidaridad, entendida como el apego a los vínculos
sociales que nos hacen desear la igualdad
de todos, incluyendo y especialmente la igualdad de aquellos que no sabemos.
“La lucha contra la desigualdad implica un enlace de fraternidad
preliminar, es decir un sentimiento de vivir en el mismo mundo social”, señala
el economista, al tiempo que considera que lo que se requiere es que “todos puedan ponerse en el lugar de los demás, especialmente
de los menos favorecidos”.
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