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A
MÁS DERECHOS SOCIALES, MEJOR ECONOMÍA. El reciente acuerdo sobre la reforma
laboral entre gobierno, patronales y sindicatos constituye una
decisión muy relevante en sí misma porque refuerza la
cultura del pacto en la regulación de las condiciones de trabajo. El acuerdo es una muestra de la
responsabilidad de los firmantes que han comprendido la necesidad de establecer
complicidades para asegurar la viabilidad de las empresas y la confianza que
precisa la economía. Este consenso constituye el pilar más sólido de la
estabilidad económica de este país a pesar de la escandalosa ausencia de
la oposición. El acuerdo pone de relieve la relevancia de los sindicatos y de las organizaciones
empresariales para garantizar la
recuperación económica y ofrecer una plena confianza a nuestros socios
europeos.
El presidente de Estados Unidos Joe Biden fue de los primeros en darse cuenta de la relevancia de contar con sindicatos con una gran capacidad de negociación para recuperar la economía. En su discurso del pasado abril recordó: “Wall Street no construyó este país. La clase media construyó este país. Y los sindicatos construyeron la clase media. Por eso pido al Congreso que apruebe la Ley PRO para proteger el derecho a sindicalizarse”. En el pensamiento económico se está produciendo un giro al constatar que la desregulación y la pérdida de derechos conduce a sociedades con trabajadores empobrecidos y sin perspectivas de futuro que acaban renunciando a este tipo de empleo.
El
profesor Adrián Todolí Signes, de la Universidad de Valencia, ha desmontado los mitos sobre regulación laboral
que han dominado durante los últimos cuarenta años. En su libro Regulación del Trabajo y Política Económica (Thomson Reuters Aranzadi), ha mostrado la falta de fundamento de ideas dominantes
como que las instituciones laborales pueden provocar desempleo y que la intervención
legislativa causará ineficiencias en
el mercado de trabajo. Todolí después
de examinar múltiples estudios empíricos concluye que
“la
intervención en el mercado de trabajo, y los derechos laborales, mejoran la
eficiencia, la productividad y pueden ayudar a la creación de empleo”.
El autor
también discrepa de algunos académicos progresistas que sostenían que “las reformas laborales
ni crean ni destruyen empleo”.
En su opinión esta afirmación era un mecanismo de defensa que trataban de evitar la desregulación del
mercado de trabajo. Todolí desmonta
el mito de la no intervención y
defiende la “necesidad
del Derecho del trabajo por razones de eficiencia económica, de redistribución
de la riqueza, de meritocracia y de igualdad”.
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Protesta de trabajadores
del almacén de Amazon en Staten Island, el 22 de diciembre en Nueva York.
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ESTADOS
UNIDOS VIVE LA ÉPOCA DE LA EFERVESCENCIA SINDICAL.
A
más Derechos Sociales, Mejor Economía.
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Trabajadores
de casi todos los sectores se movilizan en demanda de mejoras salariales o
laborales, bajo la cobertura de los sindicatos o al margen de ellos.
María Antonia
Sánchez Vásquez.
El País.
Nueva York 3 de enero del 2022.
En Estados
Unidos no hacen falta esquiroles para reventar una huelga. Reemplazar
permanentemente —eufemismo
innecesario— a trabajadores que paran en demanda de aumentos salariales o
beneficios laborales es legal. Cuando a
principios de diciembre Kellogg’s amagó con
hacerlo para poner fin a dos meses de huelga en sus cuatro plantas, después
de que 1.400 trabajadores se negaran a
firmar un acuerdo que consideraban insuficiente, no contaba con la respuesta de
Joe Biden. “Me preocupa seriamente el intento de sustituir permanentemente a los
huelguistas”, dijo el presidente
en un comunicado; “es un ataque
existencial a los sindicatos y al trabajo y el medio de vida de sus miembros”.
La empresa claudicó días después con una subida salarial del 3%. Vuelta al tajo.
La historia
del gigante de los cereales puede servir de moraleja para cerrar el año más
agitado, laboralmente hablando, de un
país donde la afiliación sindical apenas
llega al 11%. Con la pandemia como detonante, millones de trabajadores se han declarado en
rebeldía: bien abandonando en masa sus puestos de trabajo, en lo que se conoce como la Gran Dimisión,
bien movilizándose u organizándose en sus empresas. Sin distinción de rangos o cualificación:
protestan
obreros de plantas de procesamiento de alimentos, conductores y carpinteros;
técnicos de Hollywood, profesores auxiliares de universidad y esa tercera
categoría alumbrada por la emergencia sanitaria, la de los trabajadores esenciales. Bajo el paraguas
o, en su mayor parte, al margen de
sindicatos. El país no experimentaba tal movilización desde 1970-1971,
circunscrita entonces a trabajadores
de cuello azul, (obreros), y
en su mayoría sindicados.
Los tímidos intentos de sindicación por parte de trabajadores del gigante Amazon o la cadena de cafeterías Starbucks son la punta del iceberg de un fenómeno mucho más amplio y profundo. La Junta Nacional de Relaciones Laborales, agencia federal independiente que protege los derechos de los trabajadores del sector privado, ha ordenado repetir la votación que los empleados de un almacén de Amazon en Alabama perdieron esta primavera, en lo que se interpretó como un revés definitivo al anhelo sindical de la plantilla de uno de los estandartes de la nueva economía. Presiones de la empresa, que “secuestró el proceso [electoral]”, fue la razón dada por la agencia para instar a la repetición, aún sin fecha. A remolque, como Kellogg tras la declaración de Biden, Amazon llegó la semana pasada a un acuerdo con la Junta para facilitar a los trabajadores la actividad sindical en sus almacenes. Los de Staten Island, único centro logístico de Amazon en Nueva York, ya han presentado 2.500 firmas para celebrar una votación.
El caso de
Starbucks es más anecdótico: sólo ha
votado a favor de organizarse uno de los 9.000 locales de la cadena. Los 19 trabajadores - de un total de 27- de la cafetería de Buffalo alegaron
para sindicarse la frustración acumulada por la escasez de personal y una
formación insuficiente; problemas que acarreaba la empresa pero que la pandemia detonó. La escasez de mano de obra en sectores
esenciales ha empoderado notablemente a los trabajadores, y la larga travesía
del coronavirus ha acabado
ejerciendo de partera
de un nuevo modelo de relaciones laborales, aún por concretar, porque la efervescencia laboral no cesa.
Podría resultar definitoria para ese marco futuro la ley PRO (siglas
en inglés de Proteger el Derecho a Organizarse),
también conocida como ProAct,
alentada por la Administración de Biden, aprobada por la Cámara de Representantes en marzo y atascada desde entonces en el Senado por la oposición republicana. La ley apoya la negociación colectiva,
el derecho de los trabajadores a
sindicarse y supone, según sus defensores, la mejora más significativa de los derechos laborales desde
el New Deal de los años treinta. Si saliera adelante, la “sustitución permanente” de huelguistas
dejaría de ser legal.
Un
fenómeno paralelo a la Gran Renuncia
Jack Rasmus,
profesor de Economía en el Saint Mary’s College de California, no es demasiado optimista al respecto.
“Se
necesita desesperadamente una reforma básica de la legislación laboral y
límites a la intimidación y las amenazas del empleador si los trabajadores
intentan sindicalizarse. Pero no confío en que los demócratas promulguen esta
reforma. [Barack] Obama lo prometió y luego lo ignoró. Biden hará lo mismo y
tampoco impulsará su prometida ProAct. Por lo tanto, los trabajadores seguirán
luchando por sindicalizarse”,
explica Rasmus en un correo
electrónico.
Gabriel
Winant, profesor de Historia en la Universidad de Chicago, considera la oleada de huelgas y protestas
“la punta de lanza organizada de la Gran Renuncia”, dos fenómenos concurrentes y a la vez imbricados. “El aumento de la actividad huelguista está relacionado con la Gran Renuncia. Ambas reflejan un equilibrio de poder cambiante en los mercados laborales, con los trabajadores ganando más influencia tras la recuperación del colapso de la COVID. A medida que se vuelve más difícil para las empresas encontrar nuevos trabajadores, los que están en activo se vuelven menos reemplazables y, por lo tanto, sienten menos miedo y son más propensos a actuar contra condiciones de trabajo inaceptables. Pero hay tan pocos trabajadores sindicados (solo alrededor del 10%) que gran parte de este descontento sigue canalizándose de manera individual en vez de colectiva”, señala Winant.
Concentración de
trabajadores de Kellogg's, el 17 de diciembre en la planta de Battle Creek
(Michigan).
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Los miembros
de dos grandes sindicatos internacionales —Teamsters, de camioneros, y United
Auto Workers, ambos con
presencia en EE
UU y Canadá— aprobaron recientemente cambios que podrían conducir a campañas de organización masiva.
Pero las estrategias son tan variadas
que rebasan la negociación colectiva.
“Los trabajadores han manifestado en las encuestas su interés por
formar sindicatos, especialmente los más jóvenes
y en trabajos mal remunerados del sector servicios. Los resultados de las
encuestas son históricos: entre el 60% y el 80% está
a favor. Algunos tendrán éxito en la formación de nuevos
sindicatos, pero las leyes laborales de EE UU están fuertemente sesgadas
en contra de las elecciones sindicales, como se demostró claramente en las de
Amazon [en Alabama] no hace mucho. Los bufetes de abogados antisindicales son
una industria multimillonaria que desde hace décadas impiden la sindicalización
de las empresas”, añade Rasmus.
Pese a un
marco legal y económico que ve con indisimulado recelo a los sindicatos, pequeñas victorias cotidianas, en ocasiones de los
sectores más desprotegidos, permiten albergar cierta esperanza: el ejemplo de los deliveristas —repartidores
de comida a domicilio— de Nueva York, que han logrado la primera protección legal del país, es
indicio de un giro casi copernicano. La ProAct empantanada en el Senado también contempla
que las plataformas de la economía gig asuman
la relación contractual con quienes trabajan para ellas. Y un presidente abiertamente sindicalista, el más concienciado de las últimas décadas, sostiene que el declive de la afiliación
sindical debilita a la democracia. Razones para el cambio, sobre el papel, no
faltan.
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