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Pero los
mitos sociales son funcionales al poder y, como tales, son una máscara
semántica, un espejo ideológico que se encarga de reflejar la realidad, pero al
revés. Como en realidad son los millonarios quienes le roban a los trabajadores cada
día y de forma masiva (les roban no sólo riqueza sino representación
política), la narrativa ideológica
insiste en que son perversos quienes quieren quitarle a los millonarios
para dárselo a los pobres con “impuestos que castigan el éxito”. Este es
otro mito profundamente arraigado en
la sociedad, producto del mismo proceso
de propaganda de quienes tienen un
poder social desproporcionado, es decir, quienes dominan la economía y las finanzas, quienes son dueños
de los grandes medios o son sus subsidiarios
a través del pago de publicidad,
quienes están sobre representados en
la política.
La misma
lógica lleva a que no pocos trabajadores (sobre
todo en Estados Unidos y en sus colonias) repitan otro mito: son los ricos
quienes crean trabajo. Son los ricos quienes crean prosperidad.
Otro
mito indica que los ricos son exitosos porque saben competir. Muchos de ellos pueden ser creativos, pero su
creatividad no está invertida en crear
algo nuevo sino en apoderarse de lo creado. Las loas a proyectos privados, como Space X de Elon Musk, es presentada
como el paradigma de la innovación
privada. Lo paradójico es que todo
su proyecto espacial está sentado sobre casi un siglo de éxitos y fracasos
de agencias espaciales de gobiernos como
la NASA, el Programa
espacial de la Unión Soviética y,
mucho antes, los descubrimientos y
progresos del gobierno nazi de la Alemania de Hitler. Space X no sólo usa
todo este conocimiento acumulado y por el cual
no invirtió ni una moneda, sino, incluso, las mismas instalaciones de la NASA y su dinero, es decir, dinero de
los impuestos.
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Fuentes: Rebelión - Foto: Bezos, Buffet y Musk, tres de los hombres más ricos de EE.UU. y del mundo.
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EL
ASALTO DE LOS MILLONARIOS.
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Por Jorge Majfud | 09/04/2022 | EE.UU.
Fuente
Rebelión domingo 10 de abril del 2022.
¿Qué inventó Jeff Bezos? ¿Qué inventó Bill Gates? ¿Qué inventó Steve
Jobs? ¿Qué inventó Mark Zuckerberg? Históricamente hablando, nada, aparte de algunos
maquillajes a siglos de progreso acumulado.
Los discursos
sobre el capital que aportan los millonarios en impuestos y lo mucho que
reciben los pobres y la clase media de esta forzada generosidad, son todo un
género literario. Es más, este
género es cultivado sobre todo por los de abajo, tal como reza el principio del
genio de la propaganda Edward Bernays:
nunca se debe decir que lo que uno quiere vender es bueno sino hacer que los
demás lo digan.
Que los
pobres y los trabajadores (disculpen
la redundancia) defiendan a los ricos como bondadosos donantes, es el resultado
directo de semejante estrategia publicitaria y, como el mismo Bernays sabía, no se trata sólo de una inoculación masiva
sino de una explotación de las debilidades del consumidor, como lo es el deseo de distinguirse de sus iguales y, un
día, aunque sea un día muy lejano, alcanzar a ser parte de esa inalcanzable
elite.
En realidad, los millonarios no le dan nada a la sociedad. Solo le devuelven con los impuestos una mínima parte de lo que han tomado de ella gracias a su posición de poder en los negocios (que es prácticamente la única forma de entrar al club del uno por ciento).
Realmente es importante y útil cobrar impuestos a los Ricos
***
A esta
devolución convenientemente se la califica “redistribución
de la riqueza” como si se tratase de una donación o de un robo que
los de abajo, los holgazanes
trabajadores, le hacen a los sacrificados e intelectualmente superdotados de
arriba. Pero la misma palabra esconde la verdad. No es una “distribución” de la riqueza producida por un pequeño sector de la
sociedad, sino una “redistribución” de
la riqueza producida por la totalidad de la sociedad, no sólo la existente sino todas las sociedades que nos precedieron y le
dejaron a la Humanidad un legado de conocimientos,
descubrimientos, invenciones, luchas sociales y progreso.
En otras
palabras, todo sistema económico es un sistema de
redistribución de la riqueza, sea de arriba hacia abajo a través de los impuestos o de abajo hacia arriba a
través de la producción y el consumo.
Pero los
mitos sociales son funcionales al poder y, como tales, son una máscara
semántica, un espejo ideológico que se encarga de reflejar la realidad, pero al
revés. Como en realidad son los millonarios quienes le roban a los trabajadores cada
día y de forma masiva (les roban no sólo riqueza sino representación
política), la narrativa ideológica
insiste en que son perversos quienes quieren quitarle a los millonarios
para dárselo a los pobres con “impuestos que castigan el éxito”. Este es
otro mito profundamente arraigado en
la sociedad, producto del mismo proceso
de propaganda de quienes tienen un
poder social desproporcionado, es decir, quienes dominan la economía y las finanzas, quienes son dueños
de los grandes medios o son sus subsidiarios
a través del pago de publicidad,
quienes están sobre representados en
la política.
La misma
lógica lleva a que no pocos trabajadores (sobre
todo en Estados Unidos y en sus colonias) repitan otro mito: son los ricos
quienes crean trabajo. Son los ricos quienes crean prosperidad.
Otro mito indica que los ricos son exitosos porque saben competir. Muchos de ellos pueden ser creativos, pero su creatividad no está invertida en crear algo nuevo sino en apoderarse de lo creado. Las loas a proyectos privados, como Space X de Elon Musk, es presentada como el paradigma de la innovación privada. Lo paradójico es que todo su proyecto espacial está sentado sobre casi un siglo de éxitos y fracasos de agencias espaciales de gobiernos como la NASA, el Programa espacial de la Unión Soviética y, mucho antes, los descubrimientos y progresos del gobierno nazi de la Alemania de Hitler. Space X no sólo usa todo este conocimiento acumulado y por el cual no invirtió ni una moneda, sino, incluso, las mismas instalaciones de la NASA y su dinero, es decir, dinero de los impuestos.
Los
ricos no compiten; destruyen la competencia. Los ricos no crean
riqueza; la acumulan. Los ricos no crean
conocimiento; los secuestran:
los ricos no
crean ideas; las demonizan.
Los pequeños
y medianos empresarios compiten cada día por ofrecer un servicio y, de esa forma, obtener ganancias que les permitan sobrevivir y, en lo posible,
prosperar. Pero las megaempresas
como Amazon o Walmart basan su éxito no en la competencia sino
en la progresiva destrucción de esa competencia, la cual comienza siendo la aniquilación
de pequeños negocios a través de prácticas como el
“dumping” encubierto (venta a pérdida). Luego continúa con la aniquilación de otros monstruos, como en Estados
Unidos ocurrió con todo tipo de cadenas
como Sears o Radio Shack. Se puede argumentar que el servicio de Amazon es efectivo,
pero cualquiera en cualquier momento de la
historia con una acumulación superior de capitales será efectivo porque
cada nueva innovación estará a su
disposición.
Ahora son
adulados como los que “crearon el mundo
en el que vivimos”. ¿Qué inventó Jeff Bezos? ¿Qué inventó Bill Gates? ¿Qué
inventó Steve Jobs? ¿Qué inventó Mark Zuckerberg? Históricamente
hablando, nada, aparte de algunos maquillajes a siglos de progreso acumulado. Todo fue inventado antes o después
por otros que no llegaron a millonarios
ni sufrían de esa terrible patología psicosocial. Desde los algoritmos inventados por el matemático persa Al-Juarismi (o Algorithmi)
en el siglo IX hasta las
computadoras, Internet, los softwares, el correo
electrónico, las redes sociales y todo tipo de instrumento que, para bien y para
mal hacen posible nuestro mundo, todo o casi todo fue creado por inventores e investigadores asalariados y casi todo
fue financiado por algún gobierno. En la
mayoría de los casos ni existía el capitalismo como etapa histórica y cuando
existió sus genios no fueron capitalistas, con una o dos excepciones dudosas.
No nos
dejemos confundir por la propaganda mediática ni por la industria cultural.
El objetivo de todo gran negocio, de
toda gran empresa no es ni aportar
un invento a la Humanidad ni beneficiar a nadie más que a sus dueños a través del secuestro y la acumulación de
una riqueza producto de una larga historia de progresos tecnológicos y sociales, producto de un vasto esfuerzo
del resto de la sociedad con sus
instituciones públicas y privadas. Pensar lo contrario es como insistir que el trabajo del pescador que tira sus redes al
mar consiste en reproducir peces. Toda megaempresa es eso: una gigantesca red de
pescador. Todo lo demás es verso, y no del mejor.
Los
millonarios se justifican solo por su poder económico, por la propaganda
que transpira este poder y por el poder político que secuestran para beneficiar
sus propios negocios. Esta propaganda es tan efectiva que puede falsificar la realidad hasta que un
sacrificado vendedor de choripanes con dos asistentes se identifique con
alguno de estos héroes posmodernos
(ahora divinizados como entrepreneurs o
emprendedores) y descargue su
frustración y su furia política contra sus compañeros de clase que sólo se distinguen de él porque son empleados,
no patrones. Pero los tres son trabajadores; ni entrepreneur ni Jeff Bezos
ni Mauricio Macri.
Un millonario
puede ser una buena persona, pero su rol histórico y social es el robo
legalizado del resto de las sociedades.
Un robo sexy, está de más decir, porque
una gran parte del pueblo quiere ser millonaria, como en los cuentos de Hadas.
Pero, como en
los cuentos de hadas, sólo una pobre cenicienta puede casarse
con el príncipe; no dos y mucho
menos un millón. En el club del uno
por ciento no hay lugar para más, sino para menos.
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