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Sin embargo, el fin de la Guerra Fría no ha impedido que el conflicto en Ucrania provoque un fenómeno de “guerra tibia”, al borde de volverse “caliente”. En forma dramática, el general Mark Milley, Jefe del Estado Mayor Conjunto de los EEUU, en su comparecencia ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, se refiere a la “invasión rusa de Ucrania” como «la mayor amenaza para la paz y la seguridad de Europa y quizás del mundo» (https://cnn.it/3KjcTjH). Pero también añade: «Ahora nos enfrentamos a dos potencias mundiales: China y Rusia, cada una con importantes capacidades militares y que pretenden cambiar fundamentalmente las reglas basadas en el actual orden mundial»; de modo que reconoce: «Estamos entrando en un mundo que se está volviendo más inestable y el potencial de un conflicto internacional significativo está aumentando, no disminuyendo»
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ENTRE
GUERRA FRÍA Y GUERRA TIBIA.
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Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda | 12/04/2022
| Mundo
Fuente Rebelión martes 12 de abril del
2022.
Desde el triunfo de la
Revolución Rusa (1917), entre
las potencias capitalistas el “comunismo” fue
concebido como la peor amenaza para el mundo en general y para Occidente, en
particular.
Sin embargo, con el fin de la II Guerra
Mundial (1939-1945), la expansión
del socialismo de tipo soviético en Europa del Este, la Revolución China (1949) y la Guerra
de Corea (1950-1953), se afirmó la Guerra Fría,
que durante cuatro décadas dividió a
la humanidad en dos bloques: el “Primer Mundo”, de las potencias capitalistas
lideradas por EE.UU. y el “Segundo Mundo”, de los países “comunistas” encabezados por la URSS.
Es una de las épocas más irracionales
que ha vivido la historia contemporánea, de la mano de las grandes potencias que disputaban su hegemonía internacional. Pero los
procesos de descolonización en Asia y
África y el ascenso de las luchas
sociales allí y en América Latina,
definieron al “Tercer
Mundo” que, a partir de la Conferencia de Bandung (1955) y la
formación del Movimiento
de Países No Alineados (1961), postuló
una vía propia de desarrollo, que buscaba apartarse de la
Guerra Fría y alejarse tanto del capitalismo como del comunismo.
La Revolución Cubana (1959) determinó la extensión de la Guerra Fría sobre América Latina. Si bien durante el siglo XX hubo en la región numerosas intervenciones de los EEUU para asegurar sus intereses geoestratégicos y garantizar
la presencia de sus empresas, lo
cual incluyó a gobiernos
y dictaduras, durante las décadas de 1960 y 1970 la lucha contra el “castrismo” fue el eje
de la diplomacia continental y de
las políticas de los gobernantes. El
TIAR
(1947) y la OEA (1949) fueron los
instrumentos del americanismo
anticomunista, al mismo tiempo que una sucesión
de dictaduras militares, inspiradas en lo peor del macartismo y de la doctrina de la “seguridad nacional”, tomaron el control de los Estados. Bajo el supuesto de defender la democracia, los valores y
las libertades de Occidente, los Estados
terroristas, en manos de militares
anticomunistas, liquidaron democracia,
libertad y valores humanos, convirtiendo a sus regímenes en instrumentos
del capital transnacional y de aniquilación de
toda izquierda mediante la tortura, asesinato, secuestro y
desaparición de miles de personas,
como ocurrió en el Cono Sur. Solo
escaparon a esas orientaciones el “Socialismo Peruano” del
general Juan Velasco Alvarado
(1968-1975), la “Revolución Panameña” con
el general Omar Torrijos (1968-1981) y
el “Nacionalismo
Revolucionario” del general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976) en Ecuador, al que siguió
un autoritario Consejo Supremo de
Gobierno, que condujo el proceso de retorno
al orden constitucional en 1979.
Coincidiendo con una época de gobiernos
constitucionales y democracias
representativas, las décadas de 1980
y 1990 impulsaron el neoliberalismo
en América
Latina, introducido por el alcance que tuvieron las inéditas políticas aperturistas
inauguradas por Ronald
Reagan (1981-1989) en los mismos EEUU, los condicionamientos del FMI
sobre las deudas externas de los distintos países y la ideología económica sobre mercados libres y empresas privadas. El derrumbe del
socialismo en la URSS (1991) y los
países de Europa del Este, consagró
ese neoliberalismo, provocó el fin de la
Guerra Fría y creó las condiciones
históricas para la globalización
transnacional bajo la hegemonía unipolar de los EE.UU.
Sin embargo, los
mismos procesos que provocaron la globalización transnacional crearon nuevas condiciones
económicas y tecnológicas en el mundo, como bien lo resume el interesante
artículo “Crisis sistémica del orden
mundial, transición hegemónica y nuevos actores en el escenario global” (2022)
de Juan Sebastián Schulz (https://bit.ly/3upj8gt). Bajo ellas emergieron nuevos polos de desarrollo, fue
inevitable el surgimiento de China,
Rusia, los BRICS y varios países del Asia como nuevas potencias, quedaron redefinidas las relaciones comerciales internacionales, así como
la diversificación de mercados y el mundo configuró una realidad multipolar, con la progresiva pérdida de hegemonía de los EEUU. Múltiples autores analizan una variada crisis global y
de quiebre del mundo que derivó de
la Guerra Fría, el derrumbe del
socialismo e incluso del que nació
durante la época neoliberal.
Los cambios señalados han significado posibilidades insospechadas para los países del otrora llamado Tercer Mundo, que ya no puede considerarse como un conjunto de “satélites”, ni de meras “periferias” del capitalismo. La razón fundamental es que han logrado diversificar sus relaciones económicas y aprovechar de países como China y Rusia para crear nuevos espacios de acción para su propio desarrollo. En América Latina, el inicio del siglo XXI coincidió, además, con una serie de gobiernos progresistas que cuestionaron la vía neoliberal, definieron como alternativa la construcción de economías sociales y encararon el mejoramiento de la vida y el trabajo de las poblaciones otrora marginadas del bienestar. Demostraron que era posible construir mejores sociedades sin sujetarse a los modelos empresariales, apuntalados por el neoliberalismo que hegemonizó en el pasado.
Sin embargo, el fin
de la Guerra Fría no
ha impedido que el conflicto en Ucrania provoque un fenómeno de “guerra tibia”, al borde de volverse
“caliente”. En
forma dramática, el general Mark Milley,
Jefe del Estado Mayor Conjunto de los EEUU, en su comparecencia ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de
Representantes, se refiere a la “invasión rusa de Ucrania”
como «la mayor amenaza para la
paz y la seguridad de Europa y quizás del mundo» (https://cnn.it/3KjcTjH). Pero también añade:
«Ahora nos enfrentamos a dos
potencias mundiales: China y Rusia, cada una con
importantes capacidades militares y que pretenden cambiar fundamentalmente las
reglas basadas en el actual orden mundial»; de modo que
reconoce: «Estamos entrando en un mundo
que se está volviendo más inestable y el potencial de un conflicto internacional significativo
está aumentando, no disminuyendo»
Nuevamente los países del Tercer Mundo vuelven a sufrir el peso del mundo que
nace y el mundo que muere. No son los responsables de la inconcebible y dolorosa guerra que se
vive en Ucrania,
pero las presiones quieren arrastrarlos a tomar partido en un conflicto entre potencias que definen sus geoestratégicas por la hegemonía unipolar o multipolar. Y
son las economías y sociedades de
América Latina las que vuelven a soportar las consecuencias de ese mundo en
pleno proceso de cambios. En Ecuador, un
presidente banquero, que ha puesto en marcha un proyecto neoliberal-plutocrático, tiene la presión del sector agroexportador por la pérdida del mercado ruso debido a las sanciones
económicas que se acordaron en la OTAN. Solo en cuanto a banano, el país pierde
el 22.5% de sus exportaciones
a Rusia. Por consiguiente, el gobierno
ecuatoriano busca acelerar un tratado
de libre comercio con China y la
venta a este país de los excedentes del
banano que no tuvieron salida (https://bit.ly/3JnijJk). Pero es igual el impacto que tienen los otros países latinoamericanos,
de modo que se ha vuelto urgente su unión para
garantizar la independencia necesaria y
posible en una sociedad internacional multipolar. Una actuación
en conjunto, sobre la base ya acordada
de ser una región de paz, puede
proporcionar a los latinoamericanos la
fuerza para difundirla como parte de una
geo estrategia común, que evite alineaciones forzadas por los intereses de las grandes potencias. Y contamos con instituciones que ya han
servido para expresar ese latino americanismo, como
CELAC, UNASUR, ALBA y otras similares, cuyo potencial solo merece
desarrollarse.
Blog del autor: Historia y Presente – www.historiaypresente.com
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