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Cuando Moscú ha comprendido que, con el débil canciller Scholz, el Nord Stream 2 no sería algo seguro, empezó a amenazar a Ucrania, a la que rusos y alemanes habían pagado previamente para que no protestara demasiado por la construcción del gasoducto, tan temido por Polonia, en tanto en cuanto lo veía como instrumento de expansión de la influencia de Putin. Además, los norteamericanos ya habían puesto a Merkel contra las cuerdas, obligándola a comprar incluso gas licuado norteamericano, del que Berlín no tenía entonces necesidad alguna, ya que ni siquiera disponía de desgasificadores. Y así con la guerra, estamos en rendición de cuentas. Europa tendrá que pagar más por su cuota de la OTAN, comprando evidentemente más armas y aviones de combate norteamericanos, y también más gas estadounidense. Todo en beneficio de las corporaciones y del complejo militar-industrial. Esta es la receta de Biden, tentado de prolongar un conflicto que desgasta a Putin y llena las arcas norteamericanas. Un mundo perfecto para «exportar» una vez más la democracia.
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LA
INVASIÓN DE UCRANIA, CRISIS NO SÓLO DE ENERGÍA SINO DE SUPERVIVENCIA.
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Por Alberto Negri | 16/04/2022 | Mundo
Fuente Rebelión sábado 16 de abril del 2022.
El gas no es sólo energía, es
estrategia, política y diplomacia. Y también, en el futuro inmediato, pura
supervivencia de nuestra economía.
La guerra paralela a la que hay sobre el
terreno. Nos daremos cuenta cada vez más más de ello, y más ahora que la batalla por el gas ruso
está llegando al corazón del asunto, mientras se interrumpe el suministro
(fuente: Reuters) del gasoducto Yamal
(uno de los tres directos a Europa), con
una alerta preventiva de Alemania y Austria, y con el Kremlin aplazando, de
momento, los pagos de sus materias
primas en rublos. Putin avanza y retrocede en la campaña militar, pero también en el frente del gas, para poner a prueba la dependencia de los europeos.
Las perspectivas para europeos e
italianos son, con todo, poco tranquilizadoras.
No es posible sustituir de la noche a la
mañana el gas ruso, que cubre el 38% de todas las importaciones (unos
28.000-29.000 millones de metros cúbicos
de un total de 76.000 millones de metros
cúbicos de consumo anual). Según
algunas estimaciones (Nomisma Energia) – a pesar de las contramarchas y de un
poco de gas
licuado norteamericano – podría
faltar en última instancia, ya durante el verano, una cuota de entre 10 y 12 mil millones de metros cúbicos. En
el próximo invierno, una vez quemadas las
reservas, se perfila el racionamiento.
Se
entiende bien, con estas cifras, la
importancia de la llamada telefónica de ayer entre Draghi
y Putin. Estratégica para nosotros, pero también para Moscú. Desde que Putin ha invadido Ucrania, Europa
ha gastado más de 17.000 millones de euros en comprar gas, petróleo y
carbón a Rusia.
Alemania e Italia son especialmente dependientes del gas ruso, y en 2021 han gastado respectivamente 14.000 y 10.000 millones de euros. La batalla del gas en nuestro país se desarrolla en dos frentes. Uno, en Ucrania, una tragedia, a ojos vista de todos, que comenzó, primero subterránea y luego cada vez más abiertamente, a lo largo de las rutas de los gasoductos, y acompañada por la expansión de la OTAN hacia el Este. Otro, en Libia -un teatro que nadie quiere mencionar- tiene un aspecto casi de comedia, con una tragedia, real, que se quiere mantener oculta.
El lado libio de la comedia es
principalmente italiano. Draghi se reunió con Erdogan en la OTAN y no pronunció ni
una palabra sobre Libia, donde se disputan el poder dos primeros ministros, Daibaba y Bashaga.
Nadie se atreve a preguntar: ¿qué está
pasando en Libia?
Como si no fuera éste el país del
oleoducto Greenstream y de los pozos del ENI [Ente Nazionale
Idrocarburi, la mayor empresa petrolera
italiana, originariamente pública]. Y sin embargo, Libia -donde
los huidos de la diáspora africana han
desaparecido de los medios de comunicación, pese a que siguen sufriendo una violencia inaudita en la
más completa impunidad- sería
nuestro surtidor de gasolina y energía
debajo de casa. El condicional es obligatorio: el Greenstream, en funcionamiento desde
2004, tiene una capacidad de 30.000
millones de metros cúbicos, cuando esté a pleno rendimiento, pero hoy
desempeña un papel casi insignificante
en nuestros suministros.
De Libia
preferimos no hablar, porque la han perdido dos veces nuestros estrategas. Una vez, en 2011, con las incursiones
decididas por Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, a las que se unió Italia bajo bandera de la OTAN. La segunda, en 2019,
cuando -con Trípoli bajo asedio de
Haftar- la defensa del gobierno de Sarraj,
que nos había pedido una modesta ayuda, se dejó en manos de la Turquía de Erdogan. Así que nadie ha invertido más en Libia, que tiene muchas más reservas de gas que
Argelia, por poner un ejemplo.
El otro frente de gas es como descubrir el Mediterráneo. ¿Hacía falta una guerra para saber que
Europa dependía de Moscú? La atroz iniciativa de Putin ha convulsionado Ucrania, pero también ha dejado fuera de
juego a Europa, que obtiene de Rusia
entre el 40 y el 50% de su gas. Ahora son los Estados Unidos los que nos venderán gas con precios superiores a los de los rusos, un 20% más de media.
El caso del Nord
Stream 2 es emblemático de cómo entran en conflicto los intereses
norteamericanos y europeos. No se trata sólo de una cuestión económica, sino estratégica.
Fuertemente deseado por la ex canciller Angela Merkel, el Nord Stream 2 era la verdadera palanca política y económica que
disuadía a Putin
de llevar a cabo acciones insensatas
como la guerra. Muchos no lo habían entendido porque atribuían al gas ruso un valor solamente económico: tenía, por el contrario, un enorme valor político para mantener a
Moscú enganchado a Europa.
Con Merkel fuera de escena, los Estados Unidos se han encontrado con el campo libre. La guardiana de Putin y del gas ya no estaba, y los norteamericanos han comprendido que el presidente ruso se había vuelto más peligroso, pero también más vulnerable. Durante dos meses, los Estados Unidos han advertido de la invasión de Ucrania, porque sabían que, oponiéndose al Nord Stream 2, como han hecho, se abría una brecha en el corazón del continente. Los gasoductos han sido el cordón umbilical que unía a Moscú con Europa, nuestra dependencia daba a Putin una sensación de seguridad, el instrumento para condicionar a los europeos y hacerlos más flexibles e interesados en la suerte de Rusia.
Cuando Moscú ha comprendido que, con el
débil canciller Scholz, el Nord Stream 2 no
sería algo seguro, empezó a amenazar a
Ucrania, a la que rusos y alemanes
habían pagado previamente para que no protestara demasiado por la construcción del gasoducto, tan temido
por Polonia,
en tanto en cuanto lo veía como instrumento de expansión de la influencia de Putin. Además, los norteamericanos ya habían puesto a Merkel contra las
cuerdas, obligándola a
comprar incluso gas licuado norteamericano,
del que Berlín no tenía entonces
necesidad alguna, ya que ni siquiera disponía de desgasificadores.
Y así con la guerra, estamos en
rendición de cuentas. Europa tendrá
que pagar más por su cuota de la OTAN,
comprando evidentemente más armas y
aviones de combate norteamericanos, y también más gas estadounidense. Todo en
beneficio de las corporaciones y del
complejo militar-industrial. Esta es
la receta de Biden, tentado de prolongar un conflicto que desgasta a Putin y llena las arcas norteamericanas. Un mundo perfecto
para «exportar» una vez más la democracia.
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ALBERTO
NEGRI,
prestigioso periodista italiano, ha sido investigador del Instituto per gli Studi degli
Affari Internazionali y, entre 1987 y 2017, enviado especial y corresponsal de
guerra para el diario económico Il Sole 24 Ore en Oriente Medio, África, Asia
Central y los Balcanes. En 2007 recibió el premio Maria Grazia Cutuli de
periodismo internacional y en 2015 el premio Colombe per la Pace. Su último
libro publicado es “Il musulmano errante. Storia degli alauiti e dei misteri”
del Medio Oriente, galardonado con el Premio Capalbio.
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