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Rusia tiene una posición dominante en el mercado mundial de la energía, donde es responsable del 18 % de las exportaciones mundiales de carbón, el 11 % de las exportaciones de petróleo y el 10 % de las exportaciones de gas. El sector agrícola requiere del consumo energético de combustibles, gas y electricidad, así como de fertilizantes, pesticidas y lubricantes. La producción de ingredientes para piensos y alimentos para animales también requiere energía. El conflicto en curso ha llevado los precios de la energía a niveles máximos, con efectos negativos en el sector agrícola. Mientras tanto, en febrero de 2022, los precios de los alimentos, que ya habían subido por las consecuencias de la pandemia -altos costos de los medios de producción y servicios de transporte y bloqueo de puertos- alcanzaron niveles récord. Además, el conflicto podría provocar una reducción de la producción agrícola y del poder adquisitivo de Ucrania, agravando la inseguridad alimentaria a nivel local y motivando la injerencia externa con el pretexto de la «crisis humanitaria». En ese contexto, Washington busca un acercamiento con otras posibles fuentes: con otros productores de África Occidental, o con Venezuela que, antes de la interrupción de 2019, en la década anterior abastecía un millón de barriles diarios.
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LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DEL BLOQUEO A RUSIA.
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Las
sanciones a Rusia apuntan a una redefinición a gran escala del comercio mundial
de hidrocarburos y pasan por una guerra económica cuyas repercusiones ya se
sienten a nivel mundial.
Por
Geraldine Colotti. |08/04/2022| Opinión.
ALAI.
Viernes 8 de abril del 2022
El conflicto en Ucrania es
parte del intento de reinicializar el sistema capitalista a nivel mundial,
en el que el imperialismo estadounidense
necesita redefinir
alianzas y bloques, con los consiguientes choques de intereses internos, sobre la base de un «nuevo concepto
estratégico» diseñado por la OTAN. El complejo militar-industrial empuja los
intereses del gran capital monopolístico financiero hacia nuevos mercados y
nuevos robos, siendo la tendencia a la guerra intrínseca al modelo capitalista.
En este sentido, la cumbre de la Alianza Atlántica, prevista para finales de junio en Madrid, constituye una gran oportunidad para que Washington pula los moretones de la superpotencia hegemónica en el conflicto con China, tomándole el pulso a Rusia, y combinando atracción y imposición. A un mes del estallido del conflicto, la tradicional subordinación de los países europeos a Estados Unidos, aunque con cierto ruido de fondo, por los diversos intereses en juego, ya ha respondido a las peticiones del complejo militar-industrial y de las grandes multinacionales norteamericanas. Al adherirse a las sanciones contra Rusia, Europa pagará más la cuota de la OTAN, comprará más armas y más gas a EE. UU., y los gobiernos capitalistas tendrán su recompensa en términos de control de los conflictos sociales.
Ciertamente, esta nueva
demostración de fuerza del imperialismo yanqui
está empujando hacia adelante, para convertirlos
en elementos fijos, unos “reflejos” ya
vistos en conflictos anteriores,
desde la caída de la Unión Soviética
en adelante. En
primer lugar, el proceso de «balcanización» hacia
los estados que constituyen un
obstáculo o una fuente de apetito en términos de recursos y posición geopolítica. Por
ello, el tema de la “frontera” se vuelve prioritario y así el uso en
esta clave de los conflictos “étnicos”, con
su correlativa xenofobia según el contexto.
En segundo
lugar, este sentido, vale la pena recordar los dramáticos
enfrentamientos en Ruanda entre hutu y tutsi en 1994,
cuando el énfasis puesto por el relato
neocolonial en las supuestas «impulsiones salvajes» de
África trató de ocultar el papel del
imperialismo, francés y estadounidense,
en el estallido del conflicto. Una
vez eliminado el análisis histórico del
contexto actual, y la comprensión
del choque de intereses que se produce a nivel planetario, se renueva el maniqueísmo entre el Bien y el Mal, para evocar el espectro del
comunismo, obviamente pensado
como dictadura.
En tercer lugar, No hay que olvidar que el Parlamento Europeo aprobó dos resoluciones para equiparar el nazismo con el comunismo. No sorprende, por tanto, que la Europa «democrática», cuyo Parlamento otorgó el premio Sakarov a la libertad de opinión a nazis venezolanos como Lorent Saleh, considere a los ucranianos víctimas del «oligarca» Putin, a los que hay que defender con mercenarios y sanciones. Mientras tanto, la construcción mediática de un nuevo “pacifismo de guerra” empuja la barrera constitucional de los estados (por ejemplo, Alemania) más allá de los límites establecidos por las compatibilidades geopolíticas de la segunda posguerra.
Los datos económicos están
obviamente en primer plano. El 6 de marzo, Biden prohibió
las importaciones de petróleo, gas natural y otros productos energéticos de Rusia,
diciendo que quería bloquear la
principal fuente de financiación de la «guerra de Putin». Las sanciones a Rusia,
cuyos contornos recuerdan el esquema
impuesto a la Venezuela bolivariana, apuntan
a una redefinición a gran escala del
comercio mundial de hidrocarburos y
pasan por una guerra económica cuyas
repercusiones ya se sienten a nivel mundial.
La FAO advierte
que los 50 países que
dependen de Rusia y Ucrania para el 30% o más de su suministro de cereales
pagarán el precio en términos de seguridad
alimentaria. Muchos de estos (44)
son países menos avanzados o de bajos
ingresos, que actualmente se considera que necesitan ayuda alimentaria externa, países del norte de África, Asia y el
Cercano Oriente.
El trigo es un bien de consumo
primario para más del 35 % de la población mundial y
el conflicto en curso puede provocar una fuerte reducción de las exportaciones de
cereales, tanto de Rusia como de
Ucrania, que son difíciles de cubrir
por otros exportadores, al menos a
medio plazo. Las reservas de trigo ya se
están agotando en Canadá, mientras que las exportaciones de Estados Unidos, Argentina
y otros países probablemente se verán limitadas
y condicionadas por la necesidad de suministros
internos.
Rusia y Ucrania juegan un papel esencial en
la producción y suministro de alimentos a nivel mundial: Rusia es el mayor exportador de trigo del mundo, Ucrania el quinto.
Juntos, representan el 19 % de la
producción mundial de cebada, el 14 % de la producción de trigo y el 4 % de la
producción de maíz, lo que contribuye a más de un tercio de
las exportaciones mundiales de cereales.
También son los principales proveedores de colza, además de cubrir el 52% del mercado mundial de exportación de aceite de
girasol. Rusia es también el principal proveedor de
fertilizantes en el mercado mundial,
del que depende el 50% de varios países de Europa y Asia Central. También según la FAO, la escasez de estos productos
podría prolongarse hasta el próximo año.
Rusia tiene una posición
dominante en el mercado mundial de la energía, donde es responsable
del 18 %
de las exportaciones mundiales de carbón, el 11 % de las exportaciones de petróleo y el 10 % de las exportaciones de gas. El sector agrícola requiere
del consumo energético de combustibles,
gas y electricidad, así como de fertilizantes,
pesticidas y lubricantes. La producción de ingredientes para piensos y alimentos para animales
también requiere energía.
El conflicto en curso ha
llevado los precios de la energía a niveles máximos, con efectos
negativos en el sector agrícola. Mientras tanto, en febrero de 2022, los precios de los alimentos, que ya habían
subido por las consecuencias de la
pandemia -altos costos de los medios
de producción y servicios de transporte y bloqueo de puertos- alcanzaron niveles
récord. Además, el conflicto
podría provocar una reducción de la producción agrícola y del poder adquisitivo de Ucrania, agravando la inseguridad
alimentaria a nivel local y motivando la injerencia externa con el pretexto de la «crisis humanitaria».
En ese contexto, Washington
busca un acercamiento con otras posibles fuentes: con otros productores de África Occidental, o
con Venezuela que, antes de la interrupción de 2019, en la década anterior
abastecía un millón de barriles diarios.
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