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“Cuando
el Estado reduce su presencia en educación,
salud y la explotación que impacta en el cambio climático, no queda un vacío, que es
ocupado por el narcotráfico: son
los que construyen las escuelas -para
controlar socialmente a la población-
esas que el Estado no construye por tener
que aplicar las políticas de ajuste de los organismos multilaterales. Un
artículo publicado en Rusia por Pyotr Romanov,
muy cercano a la política internacional del
gobierno de su país, expresa en forma de pregunta un deseo
oficial: «¿Se
separa Sudamérica de Norteamérica?». Para explicar la «nueva independencia» de Sudamérica
con respecto a EEUU, el autor menciona los
triunfos electorales que han obtenido las centroizquierdas
en diferentes países del continente.
Los que
impulsan en toda América Latina el
achique del Estado y las políticas de ajuste son
los mismos que después hablan de combatir a los narcos,
como si esa guerra se pudiera hacer con
represión desde un Ministerio de
Seguridad o con la milicia, y
no desde el acceso
al trabajo, a la salud,
a la educación, al progreso. La realidad de las últimas
décadas muestra que algunos gobiernos, al
carecer de recursos y renunciar a la facultad
regulatoria que deben tener para preservar la calidad
de vida de sus ciudadanos, terminan
autorizando cualquier en busca de ingresos y recursos.
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Fuentes: CLAE - Rebelión
LA
SEÑORA DEMOCRACIA, ULTRAJADA AQUÍ, ALLÁ Y MÁS ACÁ.
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“Bendita
y sagrada Democracia, en tu santo nombre cuantos crímenes se habrán cometido en
la Humanidad, y cuantos más se seguirán cometiendo”.
Por Aram Aharonian | 18/09/2023 | Opinión
Fuente.
Rebelión lunes 18 de septiembre del 2023.
Tal
vez ningún término usado recurrentemente en el espacio público fue
ultrajado de tal manera que no solo fue vaciado de contenido, sino que perdió
todo sentido para remitir a la realidad. Hoy se quiere confundir democracia con el derecho a votar,
uno de los pocos derechos que les queda a los de abajo, para creer que participan
en una elección, a sabiendas que su condición no cambiará radicalmente.
La
voz democracia se usa indistintamente en los debates teóricos y
políticos, pero premeditadamente se omite su carácter ilusorio y la falta de asideros históricos y empíricos para
privilegiar, ante todo, una perspectiva de deber
ser, de aspiración, que difícilmente
se consuma.
En tanto ideología, la noción
de democracia se emplea como un instrumento de legitimación de las estructuras
de poder, dominación y riqueza. Más
cuando desde 1968 el capitalismo fue cuestionado
a fondo por las clases medias ante las promesas incumplidas luego de 200 años
de prácticas y experiencias derivadas de su proceso
civilizatorio, señala el mexicano Isaac Enríquez
Pérez, en El carácter fetichista de la ideología de la
democracia.
Mark Malloch-Brown, presidente
de Open Society Foundations y ex secretario adjunto de Naciones
Unidas, señala que los reportes sobre la muerte
de la democracia son muy exagerados, pero si no demuestra que
puede dar mejores resultados concretos, o arriesgarse a perder a los jóvenes.
“Enfrentar
la creciente desilusión con el gobierno democrático
y algunos de sus principios fundamentales entre los más jóvenes implica restaurar la confianza
en que el sistema puede generar calles más
seguras, más vivienda, mejor educación y servicios de salud;
alimentos y energías
a precios más accesibles, afirma Malloch.
El
intelectual francés Alain Touraine señala que hoy es
más frecuente definir la democracia en función
de aquello de lo cual libera la arbitrariedad,
el culto de la personalidad o el reinado de la nomenklatura que teniendo en
cuenta lo que construye o las fuerzas sociales en
las que se apoya.
El escritor uruguayo Eduardo
Galeano sostenía que “La democracia
es un lujo del norte. Al sur se le
permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta
mucho, al fin y al cabo, que la política sea
democrática, siempre y cuando la economía
no lo sea. Cuando cae el telón, una vez
depositados los votos en las urnas, la realidad
impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero”.
“Así
lo quiere el orden natural de las cosas. En el sur del
mundo, enseña el sistema, la violencia y el
hambre no pertenecen a la historia, sino
a la naturaleza, y la justicia y la libertad han
sido condenadas a odiarse entre sí”, añadía.
«Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se
educa y se cura», señaló en su discurso de asunción en 1983, Raúl Alfonsín, el primer presidente
democrático luego de la última dictadura militar argentina.
La altísima desocupación, el 40 % de pobreza, la educación
y la salud pública en crisis,
no son imperfecciones o falta de maduración del ideal
democrático. Se trata de una democracia burguesa, donde hay interés de
clases en pugna, pero donde (casi) siempre pierden los de abajo.
¿La libertad de elección política, requisito
indispensable de la democracia, es suficiente
para considerar que ésta está consolidada? ¿La
democracia se reduce entonces sólo a procedimientos? ¿Es posible definir
la democracia prescindiendo de sus fines y, por
ende, de las relaciones que instaura entre los individuos
y las categorías sociales o limitar la democracia a la posibilidad de participar en elecciones?
El Consejo de Europa señala que hay tantos modelos diferentes de gobierno democrático que a veces es más fácil de entender la idea de democracia en términos de lo que definitivamente no es: no es la autocracia o la dictadura, donde una persona gobierna; y no es oligarquía, donde lo hace un pequeño segmento de la sociedad. Bien entendida, la democracia incluso no debe ser la “regla de la mayoría”, si eso significa que los intereses de las minorías son ignorados por completo.
Estados
Unidos avanzó con el arte de convertir
sus guerras de conquista en civilizadas
formas de organizar el mundo y ordenarlo a su modo. La
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea lo tienen en el centro de su discurso
público: democracia y derechos humanos. Todo se
hace, se justifica, se impone, en nombre de
ellos y de su defensa.
Pero la realidad muestra otra cara: las intervenciones humanitarias, la guerra contra “el terrorismo”, contra los gobiernos
que según Estados Unidos no respetan
los derechos humanos, contra los que
Washington y sus repetidoras políticas y mediáticas en todo el continente
llama “estados delincuentes”.
La política del miedo y la incertidumbre se ha
consolidado también como una de las consecuencias que más incidirá a largo
plazo. En un estado de guerra multidimensional,
el control de nuestros cuerpos y nuestras mentes se vuelve un objetivo
estratégico. El
miedo se vuelve un arma poderosa de
control social. Los
medios de comunicación y las redes sociales, afectan la psiquis colectiva, desarticulan
el tejido social y
manipulan la opinión pública.
Son más
de 500
intervenciones militares estadounidenses
internacionales desde la fundación de Estados Unidos en
1776, con más de la
mitad ocurridas entre 1950 y 2017, y un tercio
del total después de 1999, reporta el Proyecto
de Intervención Militar en la Universidad Tufts.
También hay
una extensa lista del uso de fuerza militar
estadounidense entre 1798 a 2023, según
los archivos del Congreso. Es difícil calcular el número de veces en que Washington ha
intervenido, tanto militarmente como de otras maneras, directas e
indirectas, en América Latina
con el objetivo de lograr un “cambio de régimen”.
El historiador John Coatsworth identificó por lo menos 41 casos entre 1898 y 1994, uno cada 28 meses durante un siglo. Los ejemplos, sobre todo en América Latina, muestran de manera abrumadora que estas intervenciones de todo tipo han sido contra regímenes progresistas y ayudaron a instalar regímenes derechistas, no pocos de ellos entre los más brutales en el mundo.
Con el
gobierno de Salvador Allende, Henry Kissinger
dijo estar preocupado de que el éxito de la socialdemocracia
en Chile fuera contagioso… Estaba
preocupado porque un desarrollo económico exitoso,
una economía que produce beneficios para la población general y no sólo ganancias para las empresas privadas
Así, Kissinger dejó al descubierto la
historia básica de la política exterior de Estados Unidos
durante décadas. Comentó Noam Chomsky en 1994.
“En
todas partes, lo mismo en Vietnam, Cuba, Guatemala,
Grecia, Nicaragua; era la misma preocupación: la amenaza de un buen
ejemplo”.
Repasando las
distintas etapas de opresión, desde el
colonialismo directo de las potencias europeas, al sojuzgamiento económico
de la primera mitad del siglo XX, que fue respondido con los primeros movimientos populares en Latinoamérica, los golpes militares contra los gobiernos
populares y la imposición del neoliberalismo no llegaron por arte de
magia: necesitó del financiamiento y dirección de EEUU.
A medida que
avanzaba la resistencia popular a sus políticas, el neoliberalismo abandonó su disfraz democrático
y demostró que no era otra cosa que un proyecto autoritario que
pretendía esconderse tras el disfraz de la racionalidad y anonimato del mercado. Y
tuvo dos etapas. Una, la anterior al 11
de septiembre del 2001, cuando el discurso
y la práctica estaban orientados a la militarización de la política y a la criminalización de la protesta social.
La
etapa posterior la marcó el traumático del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono y dio comienzo a una nueva
doctrina estratégica estadounidense, en septiembre del 2002, poniendo en marcha el principio de la “guerra preventiva” luego
de las palabras del presidente George W. Bush Jr.: “ésta es una guerra entre
el bien y el mal, y Dios no es neutral”.
Y la rueda da
otra vuelta: luego de haberse impuesto el neoliberalismo en toda la
región comienzan a surgir nuevos movimiento populares y
nacionales con otros nombres y protagonistas. Además de los golpes consumados, ha
habido una desestabilización
de signo claramente golpista contra otros gobernantes progresistas,
como Rafael Correa en Ecuador y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina,
que sufren una implacable persecución política operada
por instancias judiciales.
Luis
Arce, quien restauró la democracia en Bolivia tras
el gobierno de facto de
Jeanine Áñez, tuvo que luchar contra la sedición de sectores ultraderechistas
que aúnan el racismo y el separatismo a la defensa violenta de sus intereses de
clase.
El presidente
colombiano Gustavo Petro enfrenta un despiadado
operativo de lawfare (uso de
maquinaciones judiciales y legislativas para
deponer a mandatarios incómodos a los intereses de las oligarquías y
de las trasnacionales estadounidenses y europeas), así como amenazas directas
de altos militares en retiro e intentos de atentar contra su vida.
En Guatemala, el presidente electo Bernardo Arévalo denunció que su país vive un golpe de Estado que
“se está
llevando a cabo paso a paso, mediante acciones espurias, ilegítimas e ilegales en distintas instancias, cuyo
objetivo es impedir la toma de posesión de las autoridades electas - Presidente,
Vicepresidenta y diputados y diputadas” del Movimiento
Semilla al Congreso.
Aunque México parece ajeno a estas asechanzas, la realidad es que en apenas cuatro meses se han producido dos conatos de golpe de Estado, ambos desactivados rápidamente por sus propios promotores al darse cuenta de que contaban con nulas posibilidades de éxito debido al abrumador respaldo social del que goza el gobierno federal.
En mayo, la
fracción del ultraconservador Partido Acción Nacional
(PAN) en el Senado solicitó a la Suprema Corte que
destituyera al presidente Andrés Manuel López Obrador, y el 23 de agosto, el ministro de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (SCJN), Luis María Aguilar Morales, presentó a sus pares un proyecto que proponía lo mismo.
Con
las armas y/o las togas
Los mismos
que antes financiaban los golpes de estado,
ahora financias los golpes judiciales para
imponer las políticas neoliberales en
América latina. Ya no hacen falta golpes militares, ahora hay que conseguir jueces educados en comisiones y foros»,
señaló la expresidente argentina Cristina Fernández de Kirchner, víctima reciente del lawfare y de un intento frustrado de magnicidio.
Los
jueces juzgan no de acuerdo a los derechos
y los códigos, sino de acuerdo a los intereses que, siempre, están en
contra de las mayorías populares,
El presidente
mexicano Andrés Manuel López Obrador reconoció
los avances que se han dado para la consolidación de la democracia en América Latina, pero advirtió que persisten riesgos de
retorno del fascismo, intervenciones militares y
de que los gobernantes elegidos por el pueblo sean depuestos por grupos
oligárquicos.
Señaló que en
la actualidad estas operaciones cobran la forma de golpes de Estado “técnicos o mediáticos”, en los que los medios de comunicación corporativos manipulan la información a
fin de mantener el régimen de saqueo que los ha enriquecido. Basta con echar una mirada rápida a los
acontecimientos del pasado reciente para constatar que éste es un peligro real y acechante.
Desde
2002, distintas configuraciones que reúnen a las fuerzas armadas, los
parlamentos, los
poderes judiciales, las cúpulas empresariales y los medios de comunicación han derrocado a Hugo
Chávez (Venezuela; volvió al poder en 48 horas
gracias a la movilización popular y la lealtad de algunos integrantes del Ejército), Manuel Zelaya (Honduras, 2009), Fernando Lugo (Paraguay, 2012), Dilma Rousseff (Brasil, 2016), Evo Morales (Bolivia, 2019) y Pedro
Castillo (Perú, 2022).
Cuando
el Estado reduce su presencia en educación,
salud y la explotación que impacta en el cambio climático, no queda un vacío, que es
ocupado por el narcotráfico: son
los que construyen las escuelas -para
controlar socialmente a la población-
esas que el Estado no construye por tener
que aplicar las políticas de ajuste de los organismos multilaterales.
Un artículo
publicado en Rusia por Pyotr Romanov, muy
cercano a la política internacional del gobierno
de su país, expresa en forma de pregunta un deseo
oficial: «¿Se
separa Sudamérica de Norteamérica?». Para explicar la «nueva independencia» de Sudamérica
con respecto a EEUU, el autor menciona los
triunfos electorales que han obtenido las centroizquierdas
en diferentes países del continente.
Los que
impulsan en toda América Latina el
achique del Estado y las políticas de ajuste son
los mismos que después hablan de combatir a los narcos,
como si esa guerra se pudiera hacer con
represión desde un Ministerio de
Seguridad o con la milicia, y
no desde el acceso
al trabajo, a la salud,
a la educación, al progreso.
La realidad de las últimas décadas muestra que algunos gobiernos, al carecer de recursos y renunciar a la facultad regulatoria que deben tener para preservar la calidad de vida de sus ciudadanos, terminan autorizando cualquier en busca de ingresos y recursos.
Y, cuando
alguien llega a invertir exige sus
condiciones y cuanto menos se invierte en seguridad
ambiental, más rentabilidad tiene cualquier emprendimiento. La
falta de regulación y presencia del Estado para
controlar cómo se hace la explotación en materia
de minería y petrolera, significa perder soberanía y entregar a trasnacionales
y la banca de inversion los granmdes yacimientos minerales de la región.
No cabe
dudas: la desaparición o reducción del Estado,
lejos de traer seguridad y bienestar, trae otras
cosas.
Aram
Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en
Integración. Creador y fundador de Telesur.
Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE)
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