&&&&&
“Cincuenta años después del golpe de Estado, la guerra de las memorias causa estragos en un país profundamente fracturado. Apoyado por el Partido Comunista, Gabriel Boric (Frente Amplio) ciertamente logró vencer –con el 56% de los votos– a José Antonio Kast (Partido Republicano, PR), candidato de extrema derecha, durante la campaña presidencial de 2021, exhibiendo un programa crítico del neoliberalismo. Sin embargo, Kast salió vencedor en la primera vuelta, dejando lejos atrás a los partidos tradicionales. Admirador confeso del general Pinochet, el hombre fuerte de la derecha chilena es hijo de un exteniente nazi que huyó de Europa. Católico fundamentalista, apoyó, como su familia, la dictadura (uno de sus hermanos incluso fue ministro). Por su parte, si bien Boric cita de buena gana a Allende como ejemplo, es sobre todo para hacer un llamado al respeto de las instituciones y de los derechos humanos frente a aquellos que atentaron contra la democracia en 1973, no para exaltar al militante antiimperialista.
Sin
mayoría parlamentaria, sin vínculo real
con los movimientos populares y mientras que una
parte de su coalición es objeto de un escándalo de
corrupción, Boric gobierna en “el extremo centro” –muy lejos de las “alamedas” imaginadas
por Allende–. Sin embargo, dos años atrás, el
fin del legado autoritario y del neoliberalismo parecía posible, gracias a la fuerza
del gran
levantamiento social de octubre de 2019. Hoy en día son los reaccionarios quienes tienen el
viento en popa.
“Tras el
masivo rechazo por referéndum
en 2022 al proyecto de Constitución, feminista y progresista, paradójicamente
en la actualidad es el PR
quien está a cargo de dirigir la redacción de
una nueva Carta
Magna, tras sus excelentes resultados en
las elecciones constituyentes de mayo de 2023.
Así, se les atribuye a los “hijos”
de Pinochet la responsabilidad de remplazar la Constitución de 1980, imaginada por su
mentor… Dos fantasmas acechan entonces a la política chilena y dos caminos
diferentes se perfilan para el país: un exdictador fallecido en 2006 y que nunca fue juzgado; un socialista pacifista, fallecido con una ametralladora en la mano. Desde
hace cincuenta años, Chile titubea…
/////
LOS DOS FANTASMAS QUE ACECHAN
A CHILE.
*****
Por 11/09/2023 | Chile
Fuente.
Rebelión lunes 11 de septiembre del 2023.
Fuentes: Le Monde diplomatique
De un lado, un médico, las urnas y la democracia. Del otro, un general golpista, las armas y la dictadura. Entre los protagonistas del 11 de septiembre de 1973, el panteón
chileno debería poder elegir fácilmente. Y sin embargo…
“Sigan
ustedes sabiendo que, mucho más temprano que
tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. De una parte y otra del espectro
político, casi todas las chilenas y todos los chilenos conocen el último comunicado de Salvador Allende, de donde proviene esta cita. Este
discurso, llamado “de las alamedas”, es
pronunciado el 11 de septiembre de 1973 –durante
el golpe de Estado fomentado por el general
Augusto Pinochet– por el presidente chileno electo
en 1970. Allende
es encerrado en el palacio presidencial de La Moneda, con algunos allegados y
las armas empuñadas. Sabe que no saldrá vivo del
edificio presidencial. En este último discurso a la población, Allende pretende dejar “una lección moral que
castigará la felonía, la cobardía y la traición” así como el testimonio “de un hombre digno que fue leal con la Patria”.
Cincuenta
años después, como lo había predicho, el “metal
tranquilo” de su voz continúa resonando y el primer
presidente marxista democráticamente electo de la historia del Cono Sur sigue siendo una de las figuras
centrales de la historia mundial de la izquierda en el
siglo XX.
En plena Guerra Fría la experiencia de la “vía chilena hacia el socialismo” duró menos de tres años (de noviembre de 1970 a septiembre
de 1973). No obstante, transformó al país andino
de 9 millones de habitantes y apasionó al mundo intelectual y militante, de una punta a la otra
del planeta. La izquierda (reunida en torno al Partido Socialista y al Partido
Comunista) que da origen, en 1969, a la
coalición que toma el nombre de Unidad Popular (UP), propone
una transición a la vez democrática
y revolucionaria, institucional, electoral y no armada:
ya no se trata de apostar a la guerrilla y a las kalashnikov, sino a la movilización de las clases
populares y del movimiento obrero.
Basándose –erróneamente– en lo que consideran proviene de una tradición histórica legitimista del ejército y de una
cierta flexibilidad del Estado chileno, Allende y los suyos apuestan a que los militares respetarán el sufragio
universal y que será posible imponerle la voluntad
mayoritaria a la oligarquía sin realizar
el más mínimo disparo. Muy lejos de las opciones estratégicas de la revolución cubana, esta apuesta de ruptura legalista
es considerada suicida por la izquierda extra-parlamentaria, en la que figura el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), entonces
dirigido por Miguel Enríquez.
La
victoria de Allende, el 4 de septiembre de
1970 (con una mayoría relativa del 36,6% de
los votos), frente a los candidatos de derecha y
demócrata cristiano, suscita una inmensa ola de esperanza. Las “cuarenta medidas” del gobierno, tomadas apenas
iniciado el mandato, apuntan a fomentar el crecimiento,
a redistribuir –de forma muy ambiciosa– las riquezas,
a aumentar los salarios, a profundizar la reforma agraria iniciada bajo el gobierno anterior e
incluso a poner los principales recursos nacionales (particularmente
los mineros) bajo el control del Estado. La nacionalización
de varias decenas de grandes empresas y del 90% de los
bancos permitió la constitución de un Área de
Propiedad Social (APS) en la que se implementó un sistema de cogestión, entre asalariados
y administraciones públicas. El sector privado sin embargo permaneció muy presente en la economía nacional. El país vivía un clima de efervescencia: las huelgas,
las ocupaciones de tierras
o de fábricas se multiplicaban… Sin embargo, la izquierda seguía siendo minoritaria en el Parlamento.
La
burguesía y los grandes propietarios reaccionaron
a las políticas de la coalición como los vampiros al
ajo: se estremecieron de espanto. El 6 de noviembre de 1970, el presidente estadounidense Richard Nixon declaraba ante el Consejo Nacional de Seguridad:
“Nuestra
principal preocupación respecto de Chile es la posibilidad de que él [Allende] pueda consolidar su poder y que el mundo
tenga la impresión de que estaría alcanzando el éxito. […]. No debemos dejar
que América Latina piense que puede emprender ese camino sin sufrir las
consecuencias”.
El
presidente chileno había asumido sus funciones dos días antes. En 1971, la expropiación del cobre (primera reserva mundial), entonces en manos de empresas estadounidenses, fue interpretada como una declaración de guerra por la Casa
Blanca. Allende se afianzaba, además, como un líder
de los Estados No Alineados. Defendía el derecho de los países colonizados a la autodeterminación
y denunciaba el sistema financiero internacional. Muy pronto, la CIA (Central
Intelligence Agency), la embajada de Estados Unidos, así como poderosas multinacionales afectadas por las nacionalizaciones, conspiraban para derribar en pleno
vuelo esta experiencia radical original (1).
En Santiago de Chile la derecha
–respaldada por Washington por medio de millones de dólares (como lo demostrará una
investigación del Senado estadounidense) (2)– se fija como
objetivo desarticular el bloque sociopolítico que
respalda a la izquierda
en el poder. Comienza a buscar apoyo en los
sectores reaccionarios de las fuerzas armadas.
Los atentados de Patria
y Libertad, una organización de extrema derecha,
hacen temblar a la población. Las grandes patronales y algunas profesiones
liberales provocan boicots y lock-out para
devastar
la economía. Los medios de comunicación
conservadores –particularmente el diario El Mercurio–,
engranajes esenciales de este dispositivo, no cesan de alertar sobre las “derivas” de la “dictadura marxista”. El cerco se cierra poco a poco
sobre el proceso revolucionario, mientras que la
explosión de la inflación, el boicot internacional y el desarrollo del mercado negro alejan a los estratos medios urbanos. En 1972 el Partido Demócrata-Cristiano deja
de lado sus dudas y se vuelca a la oposición frontal.
El movimiento obrero resiste. En respuesta a cada intento de huelga patronal, las formas de autoorganización y de poder popular, particularmente dentro de los cordones industriales, se multiplican (3). Pero la izquierda está cada vez más dividida mientras que el gobierno se obstina en creer que será posible evitar el enfrentamiento. En vano.
La mañana
del 11 de septiembre de 1973, con el respaldo de
la administración Nixon
(pero también –hoy se sabe– de la dictadura brasileña) (4), las
diferentes ramas de las Fuerzas Armadas se sublevan. La izquierda
está desarmada tanto
en el plano político como en el plano militar. La batalla
de Chile llega a su fin, dramáticamente (5). Apoyándose
en un catolicismo
nacional-conservador y en la doctrina de la seguridad nacional, la dictadura civil-militar cierra el parlamento,
reprime de manera sangrienta
los sindicatos, proclama el Estado de sitio, practica
la censura. Contra el “cáncer marxista”, el terrorismo
de Estado se abate sobre el país. Durante dieciséis años, los militares y la policía política torturarán decenas de miles de personas, asesinarán
a más de 3.200 individuos, más de mil de ellos permanecen aún hoy desaparecidos (no habiendo sido nunca encontrados sus cuerpos). Cientos de miles de personas se ven forzadas al exilio. Este período de violencia masiva coincide, desde 1975, con la de una terapia de shock económico que transforma a Chile en un
laboratorio a cielo abierto del neoliberalismo: el país se convierte en el
parangón de los “Chicago Boys” y de las teorías
monetaristas apreciadas por el economista
Milton Friedman.
Cincuenta años después del golpe de Estado, la guerra de las memorias causa estragos en un país profundamente fracturado. Apoyado por el Partido Comunista, Gabriel Boric (Frente Amplio) ciertamente logró vencer –con el 56% de los votos– a José Antonio Kast (Partido Republicano, PR), candidato de extrema derecha, durante la campaña presidencial de 2021, exhibiendo un programa crítico del neoliberalismo (6). Sin embargo, Kast salió vencedor en la primera vuelta, dejando lejos atrás a los partidos tradicionales. Admirador confeso del general Pinochet, el hombre fuerte de la derecha chilena es hijo de un exteniente nazi que huyó de Europa. Católico fundamentalista, apoyó, como su familia, la dictadura (uno de sus hermanos incluso fue ministro). Por su parte, si bien Boric cita de buena gana a Allende como ejemplo, es sobre todo para hacer un llamado al respeto de las instituciones y de los derechos humanos frente a aquellos que atentaron contra la democracia en 1973, no para exaltar al militante antiimperialista. Sin mayoría parlamentaria, sin vínculo real con los movimientos populares y mientras que una parte de su coalición es objeto de un escándalo de corrupción, Boric gobierna en “el extremo centro” –muy lejos de las “alamedas” imaginadas por Allende–. Sin embargo, dos años atrás, el fin del legado autoritario y del neoliberalismo parecía posible, gracias a la fuerza del gran levantamiento social de octubre de 2019. Hoy en día son los reaccionarios quienes tienen el viento en popa.
Tras el
masivo rechazo por referéndum
en 2022 al proyecto de Constitución, feminista y progresista, paradójicamente
en la actualidad es el PR
quien está a cargo de dirigir la redacción de
una nueva Carta
Magna, tras sus excelentes resultados en
las elecciones constituyentes de mayo de 2023.
Así, se les atribuye a los “hijos”
de Pinochet la responsabilidad de remplazar la Constitución de 1980, imaginada por su
mentor…
Dos
fantasmas acechan entonces a la política
chilena y dos caminos diferentes se
perfilan para el país: un
exdictador fallecido en 2006 y que nunca fue juzgado; un
socialista pacifista, fallecido con una ametralladora
en la mano. Desde hace cincuenta años, Chile titubea…
Notas:
1. Evgeny
Morozov, “ITT y el golpe contra Allende”, Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, Buenos Aires, agosto de 2023.
2. Véanse los
dos volúmenes del informe sobre las audiencias llevadas a cabo por el Senado
estadounidense: “Multinational corporations and United States foreign policy”,
Government Printing Office, Washington, DC, 1974.
3. Franck
Gaudichaud (dir.), ¡Venceremos! Expériences chiliennes du pouvoir populaire,
Syllepse, París, 2023 (segunda edición).
4. National
Security Archive, “Brazil Abetted Overthrow of Allende in Chile”, 31-3-23, https://nsarchive.gwu.edu
5. Patricio
Guzmán, La Batalla de Chile, Atacama production, Francia-Cuba-Chile, 1975-1979,
documental en tres partes.
6. Leer “En
Chile empieza todo”, Le Monde diplomatique, enero de 2022.
*Profesor
de Historia y Estudios Latinoamericanos de la Universidad Toulouse Jean
Jaurès. Autor, entre otros libros, de Découvrir la révolution chilienne
(1970-1973), Les Éditions sociales, París, 2023.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario