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“¿Qué nos deja el fracaso de
la estrategia Grete? Más allá de los resultados paupérrimos como gestión gubernamental, Boluarte, Otárola, su gente y valedores, nos llegan un país quebrado. Dejan un sur peruano ahogado de rencor. Y en tal sentido a una ciudadanía que utilizará las elecciones para desfogar rabia. Una población enemistada con la institucionalidad del país. Ese rasgo social e histórico nuestro –el de la desconfianza entre nosotros y hacia las instituciones–
se ha vuelto a profundizar
con muertos, balazos y
desdén. Boluarte y
Otárola –y quienes han celebrado las matanzas cual si expiaran el terror a Castillo– han cancelado la posibilidad de un Estado y unas leyes legítimas. También hay una consecuencia más difusa sobre la sociedad: Boluarte y Otárola entronan en lo más alto de la vida nacional el principio según
el cual todo vale para salirse
con la suya. Si hace falta, se mata, se arruina un país. Qué tanto. Y no hay consecuencias, ni responsabilidad. Para usar una categoría notable de Mirko Lauer hace unos meses: sociópatas cachueleros.
Son la aristocracia del
sociopatismo-cachuelero.
“Por cierto, sociópatas, pero no cojudos. No meten bala en Lima: la cobardía de ser implacables con lo más débil de la ciudadanía. Que, además, es la que con sus votos les permitió llegar a ser alguien: Otárola con Humala y a ella presidenta. Ambas plataformas que en su día defendieron todo aquello que hoy sindican como idearios narcoterroristas. En fin, corsarios del vale todo. Y si los gobernantes violentan las leyes más elementales de la república para disfrutar un par de años de carros, viajes y fotos (aunque el Papa ponga cara de asco), ¿por qué debería yo pagar mis impuestos, respetar la ley, ser solidario con el prójimo? Boluarte y Otárola son una suerte de ácido disolvente, champions de la anomia. Porque, aunque sean repudiados junto al congreso, su magisterio del oportunismo gore se infiltra en la sociedad. “¿Quiénes han matado a nuestros hermanos?”, se preguntó a sí misma la presidenta para acto seguido responder: “fueron ellos mismos porque de esa manera querían doblegar a un gobierno constitucional”. Fueron ellos mismos…
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LA ESTRATEGIA GRETE, POR
ALBERTO VERGARA
UNA REFLEXIÓN SOBRE EL GOBIERNO BOLUARTE-OTÁROLA, EL MECHONEO Y SUS
CONSECUENCIAS.
*****
Desde que Dina Boluarte decidió disfrutar de su lotería presidencial a cualquier costo he pensado que lo realizaba con la “estrategia Grete”. Cuando hace unos días la mechonearon en Ayacucho
pensé en el fracaso de la “estrategia Grete”. Y ahora me asalta la pregunta por cuáles serán las consecuencias
de tal fracaso. Pero vayamos por partes.
Por Alberto Vergara.
Politólogo.
Fuente. Diario la República
domingo 4 de febrero del 2024.
I
Grete es la hermana de Gregor Samsa. Seguramente recuerdan la trama de La metamorfosis. (No, no le voy a decir cucaracha a la presidenta, no
proyecten). Gregor es un joven comerciante que vive con su hermana y padres y una
mañana despierta convertido en un insecto. Esta transformación trastoca su vida y la del hogar. Debe dejar el trabajo, lo cual genera apuros
económicos para la familia, además de producirles ramalazos de pena, vergüenza y rabia. Después de todo, el monstruo sigue siendo Gregor, aun si ahora posee
caparazón y antenas. Durante los meses de padecimiento Grete es quien muestra mayor comprensión y cariño por Gregor.
Para cubrir las penurias económicas, la familia decide alquilar una habitación a tres inquilinos a quienes ocultan que conviven con semejante criatura. Una noche, Grete toca el violín para la familia y los
huéspedes. Cuando Gregor la escucha abandona su habitación-escondite y se dirige a la sala imantado por la música. Al ver que se acerca un bicho horripilante los inquilinos se levantan entre gritos, afirman que dejarán la
casa y amenazan con demandar a la familia. Es el inicio del fin de la historia: Gregor regresa a su habitación derrotado y la hermana se quiebra, grita, llora, no podemos seguir
viviendo así, exclama, corroída por meses de vergüenza y carencia. Y entonces Grete dice la frase que quiero
resaltar aquí: “Tiene que irse [en otras traducciones debe “desaparecer”]… Padre, solo tienes que intentar desechar la idea de que es Gregor. Que hayamos creído en
ello durante tanto tiempo ha sido nuestra desgracia. Pero ¿cómo puede ser esa cosa Gregor?”.
Es decir, Grete le exige a la familia su propia metamorfosis:
que transformen la idea que tienen del insecto (que ya no sea Gregor, aunque todos sepan que
lo es) y, por añadidura, cambia la forma de nombrarlo: de Gregor a “esa cosa”. Esa transformación en el mundo de las ideas y el lenguaje es el requisito para poder
desaparecerlo.
La familia no llega a hacerlo porque esa misma madrugada Gregor muere. Se instala un alivio incómodo. En la
mañana el padre invita a su esposa e hija a olvidar el pasado. Se toman la jornada
libre. Los tres Samsa se suben a un tranvía y Kafka subraya que, bajo el sol luminoso del mediodía, constatan que el futuro se abre lleno de oportunidades.
II
Hace un año comenzó en el Perú la estrategia Grete: la campaña para que modifiquemos la idea que tenemos de ciertos compatriotas y, de esa manera, hacer tolerable y legítimo su maltrato y desaparición.
Visto con perspectiva este no es un fenómeno nuevo, ni esencialmente peruano. Boluarte, Otárola y sus
valedores en el Estado y la prensa lo que consiguieron es ponerlo en escena en una escala y coordinación inédita. O
sea, el terruqueo ha existido por mucho tiempo. El historiador Carlos Aguirre, en un artículo de 2011, ya subrayaba cómo el
término “terruco”
siempre estaba presente durante las torturas y violaciones
por parte de la FFAA. La palabra funcionaba como un conjuro que convierte en
respetable aquello que no lo es. Y en los últimos años se expandió el “terruqueo” en forma de agravio de amplio
espectro. Pero aquello que existía de manera casi espontánea en una sociedad enconada y dividida encontró bajo el gobierno
de Boluarte y
Otárola una sistematicidad nueva.
Ahora todos
quienes pedíamos elecciones generales o
repudiábamos violaciones de derechos humanos podíamos
ser terroristas, vándalos,
narcos, ponchos rojos o contrabandistas. Y ese “todos” es apenas una exageración: en enero del 2023, 93% de la ciudadanía
reclamaba elecciones anticipadas. Una presidenta
repudiada. Cuando algo o alguien convoca ese nivel casi
unánime de rechazo lo más probable es que las protestas no se deban a la labor incansable de narco-terrucos-bolivianos.
Pero ese fue el trato en la esfera pública. Casi toda la televisión y prensa
escrita se sumaron. Portadas de varios diarios convocaban a que los ciudadanos no
seamos “cómplices” por manifestarnos contra el gobierno. Todos
sospechosos.
Al igual que Grete con su familia, éramos conminados a cambiar la idea que teníamos del país.
Después de tres décadas repitiendo que se había derrotado al terrorismo, resultaba que el Perú estaba plagado de terroristas. Y de armas letales llamadas “dum dum” que traían los “ponchos rojos”, además de la acción de otros grupos criminales. Ante el New York Times, sin embargo, la canciller concedió que el
gobierno no tenía ninguna prueba
de que las protestas fueran obra de grupos criminales, pero, eso sí, agregó que ya las encontrarían
(debe haber pensado que iba a una entrevista en Willax). Un jefe militar, junto a la presidenta y postergando a los
ministros civiles, nos invitó a distinguir entre peruanos buenos y malos.
Y todos decretaron de facto que en este país no había derecho a manifestarse por razones políticas: pide tu agua o tu camino rural, pero la política es subversión. Que, por cierto, era
algo que ya estaba presente de manera implícita en el fraudismo del 2021; el cual, es bueno recordar, no buscó eliminar votos
de Castillo, sino miles de votos de peruanos de la sierra sur,
incluyendo a los de Keiko
Fujimori. (Recuerdo que alguien me increpó en aquella coyuntura que era
exagerado afirmar que el intento de desaparición forzada de votos en el sur peruano era el anticipo de la
desaparición forzada de personas en el sur peruano: no lo era). Finalmente, un ministro de educación de Boluarte afirmó que las mujeres andinas que marchaban con sus hijos eran peores que animales.
Boluarte y su entourage
conectaron con una fracción
del país que padece lo que el filósofo conservador Roger Scruton llama “oikofobia”: lo opuesto
de la xenofobia, la fobia a lo que está dentro del
país (“oikos”, hogar en griego). Es difícil encontrar en la historia peruana otros gobiernos que hayan agraviado así de
abiertamente a la ciudadanía. Pero esto no se debe únicamente a rezagos históricos, es una estrategia para justificar lo injustificable:
que en el Perú se asesinó al margen de la ley a 50 personas. Como Grete, nos invitaron a que ya no viéramos a ciertos peruanos como peruanos sino como seres
legítimamente descartables.
Porque entre iguales no se ejerce la crueldad, hay de degradarlos antes.
Pero a diferencia de Grete y los Samsa, han fracasado.
No han conseguido desaparecer a todos los insectos;
ni han logrado que olvidemos lo ocurrido, ni convencernos de que buena parte de los peruanos merecemos ser asesinados al margen de la ley (81% de la gente consideraba
en mayo del
2023 que
hubo violaciones
de derechos humanos); y, menos aún, han logrado que alguien piense que de esta
coyuntura surgirá un futuro de oportunidades: el programa “Con
punche Perú” resultó ser “recesión con punche” y el “plan Boluarte”, un shot
de esteroides para
el sicariato y la
extorsión.
III
¿Qué nos deja el fracaso de la estrategia Grete? Más allá de los resultados
paupérrimos como gestión gubernamental, Boluarte, Otárola, su
gente y valedores, nos llegan un país quebrado. Dejan un sur peruano ahogado de rencor. Y en tal sentido a una ciudadanía que utilizará las elecciones para desfogar rabia. Una población enemistada con la institucionalidad del país. Ese rasgo social e histórico nuestro –el de la desconfianza entre nosotros y hacia las instituciones– se ha vuelto a profundizar con muertos, balazos y desdén. Boluarte y Otárola –y
quienes han celebrado las matanzas cual si expiaran el terror a Castillo– han cancelado la posibilidad de un Estado y unas leyes legítimas.
También hay una consecuencia más difusa sobre la sociedad: Boluarte y Otárola entronan en lo más alto de la vida nacional el principio según
el cual todo vale para salirse
con la suya. Si hace falta, se mata, se arruina un país. Qué tanto. Y no hay consecuencias, ni responsabilidad. Para usar una categoría notable de Mirko Lauer hace unos meses: sociópatas cachueleros.
Son la aristocracia del
sociopatismo-cachuelero.
Por cierto, sociópatas, pero no cojudos. No meten bala en Lima: la cobardía de ser implacables con lo más débil de la ciudadanía. Que, además, es la que con sus votos les permitió llegar a ser alguien: Otárola con Humala y a ella presidenta. Ambas plataformas que en su día defendieron todo aquello que hoy sindican como idearios narcoterroristas.
En fin, corsarios
del vale todo. Y si los gobernantes violentan las leyes más elementales de la república para disfrutar un par de años de carros, viajes y fotos (aunque el Papa ponga cara de asco), ¿por qué debería yo pagar mis impuestos,
respetar la ley, ser solidario con el prójimo? Boluarte y Otárola son una suerte de ácido disolvente, champions
de la anomia.
Porque, aunque sean repudiados
junto al congreso,
su magisterio
del oportunismo gore se infiltra en la sociedad. “¿Quiénes
han matado a nuestros hermanos?”, se preguntó a sí misma la presidenta para acto
seguido responder: “fueron
ellos mismos porque de esa manera querían doblegar a un gobierno
constitucional”. Fueron ellos mismos… Fuente. Diario la República /4/02/2024/.
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