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“Para Agnés Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, esta guerra marca un punto de inflexión en el orden
internacional, tal como lo hemos conocido desde la segunda guerra
mundial. En un artículo publicado el 15 de febrero en la revista Foreign Affairs, dice: “Los gobiernos
occidentales [que] condenaron los crímenes de Hamás y expresaron apoyo incondicional a Israel” inmediatamente
después del 7 de octubre, “debieron haber cambiado su retórica una vez que quedó claro, como lo
fue en el acto, que el bombardeo
israelí de Gaza estaba matando a miles de civiles”.
“Para
Callamard, “todos […], especialmente
aquellos con influencia sobre Israel debieron haber denunciado públicamente las acciones ilegales de Israel y
llamado un alto al fuego, a la entrega de todos
los secuestrados y al rendimiento de cuentas por
crímenes de guerra y otras violaciones en ambos
lados. Eso no ocurrió”. Callamard considera que,
si bien Gaza ha experimentado ya un “desprecio extremo”
por el derecho internacional, la presente
guerra marca un giro. “El
riesgo de genocidio, la gravedad de las violaciones que se vienen cometiendo, las endebles
justificaciones de los funcionarios
electos en las democracias occidentales [….]
advierten de un cambio de era”. “El orden basado en reglas, que ha regido los asuntos
internacionales desde la segunda guerra mundial,
está de salida y puede no haber vuelta atrás”,
concluye. Lo que no significa reducirnos a meros espectadores.
De hecho, hoy hay gente movilizada en todo mundo
para que se reconozca la humanidad de los palestinos y
su derecho a la autodeterminación.
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UNA
CATÁSTROFE MORAL.
Genocidio de Israel sobre Palestina.
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"EEUU sigue enviando armas a Israel y Biden sigue rehusándose a pedir el cese al fuego, siendo el único país que, como su principal proveedor de armas,
podría parar el genocidio".
Por Cecilia Méndez.
Diario La República domingo 18 de febrero del 2024.
He perdido la cuenta de los días que despierto esperando leer la noticia de que, esta vez sí,
alguien entró en razón. Anhelando encontrar un signo de que el bombardeo y las masacres indiscriminadas
de infantes, niños,
hombres y mujeres, jóvenes y ancianos y la destrucción de sus viviendas, escuelas, universidades, templos, panaderías,
hospitales, ambulancias, bibliotecas, museos, zoológicos y hasta
cementerios en Gaza, vaya a detenerse pronto.
Que se terminen de una vez las ejecuciones cotidianas a sangre
fría de médicos, enfermeros, trabajadores humanitarios, profesores y
periodistas, gente que es asesinada mientras espera recibir su ración de comida o huye por donde el ejército israelí le dijo
que estaría a salvo; mientras asiste a un herido, rescata el cuerpo de un
familiar para sepultarlo
dignamente.
Quiero que venga ya el día en que este horror
se acabe por fin, e intento apoyar con lo que buenamente puedo para que
eso ocurra, por poco que sea. Pero ese día no llega. Y la insania persiste, el genocidio no da tregua. Y cada día el gobierno de Israel parece estar más
cerca de su objetivo final, que es el exterminio o expulsión de los palestinos
del último reducto de tierra que les queda, bajo la consigna de estar “destruyendo a Hamás”. Y puede hacerlo gracias al
manto de impunidad que le ofrecen sus aliados y proveedores de armas en EEUU y una Europa que dijo “nunca más” después del
genocidio nazi, pero 75 años después se reserva el derecho
admisión a la categoría de humano. De vuelta en círculo
al racismo predicado como verdad científica de finales del siglo XIX y
al fascismo la década de
1930.
Es hoy
tristemente célebre la frase del ministro israelí que se
refirió a los palestinos como “animales humanos”. Pero se ha dicho menos del
artículo del periodista Thomas L. Friedman, en
el que compara a los árabes con insectos: “Entendiendo el
Oriente Medio a través del reino
animal”, publicado el 2 de febrero en The New
York Times, el diario tal vez más influyente del mundo, hoy
convertido en fuente de terruqueo
internacional y una lavandería de la desinformación propalada por el gobierno
de Netanyahu. Eso
publica el NYT mientras en Gaza hay hambruna, la
mayoría de hospitales han sido destruidos y el gobierno israelí mata a un
niño cada 15 minutos. Los muertos y heridos suman alrededor de 100.000,
el 5 % de la
población de Gaza.
Hace unas semanas sentí esperanzas, cuando Sudáfrica, expresando un clamor mayoritario en el
mundo, presentó ante a la Corte Internacional de
Justicia una denuncia contra Israel por violación de la Convención de
1949 sobre el genocidio, solicitando medidas provisionales
urgentes. La Corte sentenció a favor de Sudáfrica ordenado a Israel que desista de cualquier acto que pueda
considerarse genocidio
y permita el ingreso irrestricto de ayuda humanitaria
en Gaza.
Aunque no ordenó expresamente el cese del fuego, como lo pedía Sudáfrica, fue una sentencia histórica que quedó, no obstante, opacada por una exitosa campaña mediática lanzada a pocas horas por Israel para desviar la atención sobre la sentencia que los incriminaba. Ahora los principales diarios del mundo se ocupaban de la denuncia de Israel según la cual algunos empleados de la UNRWA —la agencia de la ONU que proporciona servicios, trabajo y ayuda humanitaria a los refugiados en Gaza desde 1949— habrían participado en los ataques de Hamás del 7 de octubre.
Pese a que la UNRWA separó de inmediato a
los supuestamente implicados, ordenando una investigación, EEUU, el mayor aportante a la agencia, anunció la suspensión de sus donaciones
y le siguieron 19 países mayormente europeos,
sabiendo que la hambruna acecha en Gaza, en
franco desacato de sus obligaciones internacionales.
Mientras, Israel
siguió bloqueando el acceso de embarcaciones con alimentos y bombardeando
camiones de la UNRWA en pleno proceso de
distribución de víveres, habiendo asesinado ya a cientos de
sus empleados y destruido una gran cantidad de
sus instalaciones y escuelas.
Pero los
países que se rasgan las vestiduras por una
denuncia no probada de Israel no se inmutan por
eso. EEUU sigue enviando armas a Israel y
Biden sigue rehusándose a pedir el cese al fuego, siendo el único país que, como su principal proveedor de armas,
podría parar el genocidio,
si quisiera, hoy mismo.
Hoy, Rafah, la única ciudad que
queda en pie en la tierra arrasada que es Gaza,
alberga 1,4 millones de palestinos refugiados en
las condiciones más precarias, porque Israel les dijo que allí estarían a salvo. Pero ya
están siendo bombardeados.
No solo Israel ha
ignorado la sentencia de la CIJ sino que la ha desafiado activamente. Y, en tanto la UNRWA es la principal fuente de apoyo y servicios a la población de Gaza, que consiste
mayoritariamente en refugiados de la guerra que
en 1948 los expulsó de sus tierras con la
creación del Estado de
Israel, de quedar desfinanciada tendría que dejar de operar, poniendo en
riesgo la vida de más 2 millones de palestinos.
Para Agnés Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, esta guerra marca un punto de inflexión en el orden
internacional, tal como lo hemos conocido desde la segunda guerra
mundial. En un artículo publicado el 15 de febrero en la revista Foreign Affairs, dice:
“Los gobiernos occidentales [que] condenaron los crímenes de Hamás y expresaron apoyo incondicional a Israel” inmediatamente después del 7 de octubre, “debieron haber cambiado su retórica una vez que quedó claro, como lo fue en el acto, que el bombardeo israelí de Gaza estaba matando a miles de civiles”.
Para Callamard,
“todos […], especialmente aquellos con influencia sobre
Israel debieron
haber denunciado públicamente las acciones ilegales de Israel y llamado un alto al fuego, a la entrega de todos los secuestrados y al rendimiento de cuentas por crímenes de guerra y otras violaciones en ambos lados.
Eso no ocurrió”. Callamard considera que, si
bien Gaza ha experimentado ya un “desprecio extremo”
por el derecho internacional, la presente
guerra marca un giro. “El
riesgo de genocidio, la gravedad de las violaciones que se vienen cometiendo, las endebles
justificaciones de los funcionarios
electos en las democracias occidentales [….]
advierten de un cambio de era”.
“El orden basado en reglas, que ha
regido los asuntos internacionales desde la segunda
guerra mundial, está de salida y puede no haber
vuelta atrás”, concluye. Lo que no significa reducirnos a meros espectadores. De hecho, hoy hay gente movilizada en todo mundo para que se reconozca la humanidad de los palestinos y su derecho a la autodeterminación.
Hace unos días, Francesca
Albanese, relatora especial de las Naciones
Unidas sobre la situación de los derechos
humanos en los territorios palestinos ocupados, declaró al medio Al Jazeera:
“El derecho internacional sin política no es efectivo,
pero la política sin el respeto al derecho
internacional corre el riesgo
de ser criminal”. Los peruanos, que
ya sufrimos esto último, deberíamos ser más capaces de
expresar nuestra solidaridad y empatía para con los
palestinos.
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Cecilia Méndez. Historiadora y Profesora Principal de
la Universidad de California. Santa Bárbara. Dra. En Historia por la Universidad
de Nueva York. Post Grado en la Universidad de Yale.
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