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“Así, la cultura digital que ha llegado con una fuerza fabulosa, abre un reto: en tanto tecnología, no es buena ni mala. Como cualquier adelanto científico- técnico, es un instrumento; la cuestión es el proyecto social, el marco ético-político-ideológico donde se inscribe, donde se desarrolla. No puede dejarse de considerar cómo funciona esa tecnología, quién la maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio (hoy, las grandes fortunas del planeta tienen que ver con este ámbito: Google, Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet, Facebook) y mecanismo de control social. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo, aunque difícil, está abierta.
“Se han aperturado ciertos canales para una
relativa democratización de la información. En
cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir, denunciar,
hacer evidentes ciertas cosas, además de la foto
de mi mascota o la mía comiendo en Mc Donald’s muy
feliz. Pero no hay que olvidar que ese fabuloso
espacio virtual también está hiper controlado por
los enormes poderes de siempre, que el tráfico satelital no lo maneja el campo popular, que tecnológicamente dependemos de unos pocos servidores que
manejan ese tráfico. La
ilusión de creer que el cambio social se agota en una pantalla es
un peligro. Bienvenidas las tecnologías digitales,
sin duda. Aprovechémoslas, conozcámoslas en profundidad,
saquémosle el máximo posible de provecho. Pero
estemos conscientes que la posible transformación en pro de mayor
justicia no es una cuestión puramente técnica. La tecnología, si no está al servicio de la causa del ser humano como especie, sigue siendo un mecanismo de
dominación.
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REDES
SOCIALES: ¿AL SERVICIO DE QUIÉN?
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Por Marcelo Colussi.
Fuente. Firmas Selectas. Prensa Latina.
Miércoles 28 de febrero del 2024.
Las TIC´s (tecnologías de la información y la
comunicación) son especialmente atractivas; con
mucha facilidad pueden pasar a ser adictivas (de la real necesidad de comunicación fácilmente se
puede pasar a la adicción,
más aún si ello está inducido, como efectivamente sucede). Hoy, quizá un tanto
exageradamente, se habla de “adicción
al internet”, como si se tratara de la dependencia a alguna sustancia psicotrópica. No es lo mismo, pero tampoco está lejos
de ello. Estamos invadidos por una cultura de lo digital; vivimos
una entronización de ello, que puede llevarnos a
verlo como panacea. De todos modos, más allá de
la interesada prédica
empresarial que identifica a las TIC’s con
una supuesta “solución universal”, no hay dudas
que tienen algo especial que las va tornando imprescindibles.
Por ello esa adicción
creciente.
Estar conectado, estar
todo el tiempo con el teléfono celular en la mano, estar pendiente
eternamente del mensaje que puede llegar, de las
redes sociales, del chat,
constituye un hecho culturalmente novedoso. Un corto tiempo atrás, a nadie se
le hubiera ocurrido compartir una foto donde
estamos comiendo haciendo alarde de la comida, una imagen de mi mascota, de mi persona
practicando un deporte, o llorando porque nos dejó
la pareja; eso era
inconcebible. Hasta hubiera parecido absurdo
quizá. Ahora pasó a ser parte de nuestra cotidianeidad;
o, al menos, del día a día de muchísima gente en
el mundo. Incluso de sectores
deprimidos económicamente, donde tal vez falta la comida, pero donde sí hay un teléfono
inteligente, y donde no falta la selfie
que nos muestra felices y radiantes.
Estas tecnologías van mucho
más allá de una circunstancial moda: constituyen un cambio
profundo, un hecho civilizatorio, una
modificación en la conformación misma del sujeto y, por tanto, de
los colectivos, de
los imaginarios sociales
con que se recrea el mundo y se actúa sobre él.
En esa penetración que tienen las TIC’s, como mínimo se podrían señalar dos características definitorias que las convierten en esa
nueva “droga”: a) están ligadas a la imagen,
y b) permiten la interactividad
en forma perpetua.
La imagen juega un papel
muy importante en este ámbito. Lo visual es
masivo e inmediato. Atrapa, no dando mayores
posibilidades de reflexión.
(“La lectura cansa. Se prefiere el significado resumido y
fulminante de la imagen sintética. Ésta fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la secuencia
razonada, a la reflexión que necesariamente
implica el regreso a sí mismo”, se quejaba amargamente Giovanni
Sartori).
El discurso y la lógica del relato
por imágenes modificaron la forma de percibir y procesar la realidad. La imagen es
la nueva deidad.
Todo, ahora, es a través de una pantalla
(celular, computadora, tablet…) ¿Qué seguirá? ¿Chip instalado en el cerebro?
Similar importancia presenta la respuesta inmediata,
que permite estar conectado y en interactividad siempre, recibiendo y enviando todo
tipo de mensajes. La sensación de ubicuidad (como dios)
está así presente, con la promesa de una comunicación
continua, muchas veces amparada en el anonimato que confieren en buena medida
las TIC’s. Estas tecnologías
abren una nueva manera de pensar, de sentir, de relacionarse con los otros.
Modifican las identidades, las subjetividades. Se puede llegar a concebir, incluso, que están formando un nuevo sujeto, una nueva forma de estar en el mundo y
en las relaciones interhumanas.
Hoy estamos sobrecargados de referencias. La suma de datos disponible es fabulosa, pero tanta información acumulada, sin mayores criterios con que procesarla, puede resultar contraproducente. Esta saturación de ¿información? y su posible banalización, se ha trasladado a las TIC’s, inundando todo. De una cultura del conocimiento profundo se puede pasar a una del divertimento banal, de la superficialidad. Cuidado: no caer tampoco en trampas. Esta cultura cibernética no significa que no haya conocimiento; significa, en todo caso, que el mismo va tomando otras formas, novedosas en la historia de nuestra humanización.
Quienes más se
contactan con las TIC’s, viéndose especialmente
influenciados por ellas, son los jóvenes. Esto
sucede globalmente, en el Norte próspero o en el Sur siempre postergado. La globalización en curso les uniforma
criterios. Surgen así las redes sociales, espacios interactivos donde se puede navegar todo el tiempo a la búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento,
información, aventura, etc., etc. El sexo
virtual ya es una realidad. Estas redes sirven para todo: desde hacer una tesis doctoral hasta el chisme, desde descalificar a alguien hasta para
pasar consignas revolucionarias.
En las redes sociales, usadas
fundamentalmente por jóvenes, alguien puede
tener infinitos amigos. O, al menos, la ilusión de una
correspondencia infinita de amistades (nadie
tiene cinco mil amigos en la vida real. Sin dudas, es gloriosa la sensación de universalidad
que dan las redes).
En esa dimensión, la superficialidad no es ajena a
buena parte de la cultura que generan las TIC’s. Ligereza, banalidad y falta de profundidad crítica pueden venir de
la mano de ellas, siendo los jóvenes-
sus principales usuarios-
quienes repiten esas pautas
(ahí están las y los influencers, por ejemplo).
Pero si bien es cierto que esta cibercultura
abre la posibilidad de esta cierta
liviandad, también da la posibilidad de acceder
a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fenomenal reto.
Los medios alternativos, como el presente, por ejemplo, haciendo uso de la red, de estas nuevas herramientas digitales, son un granito de arena más en la larga y continuada lucha por un mundo mejor. Pero ¡cuidado!: la derecha también las usa, y ahí están los nets centers, los perfiles falsos (sin dudas, con más impacto que los medios alternativos), con toda una interminable batería de distractores generando opinión pública. Hoy, caído el muro de Berlín, no hay dudas que el campo popular está un poco (bastante) falto de ideas claras, de referentes precisos en la batalla por esas transformaciones. Los ideales de cambio social de décadas atrás, si bien no desaparecieron- porque las injusticias que los ponen en marcha persisten-, quedaron heridos. La ola neoliberal, todavía presente en prácticamente todo el planeta, significó un golpe muy grande para la izquierda y el campo popular. Esa banalización que mencionábamos se inscribe en esa lógica: “¡no piense, vea videítos, o las selfies que suben mis interminables amigos!”
Así, la cultura digital que ha llegado con una fuerza fabulosa, abre un reto: en tanto tecnología, no es buena ni mala. Como cualquier adelanto científico- técnico, es un instrumento; la cuestión es el proyecto social, el marco ético-político-ideológico donde se inscribe, donde se desarrolla. No puede dejarse de considerar cómo funciona esa tecnología, quién la maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio (hoy, las grandes fortunas del planeta tienen que ver con este ámbito: Google, Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet, Facebook) y mecanismo de control social. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo, aunque difícil, está abierta.
Pero no hay que olvidar que ese fabuloso espacio virtual también está hiper controlado por los enormes poderes de siempre, que el tráfico
satelital no lo maneja el campo popular, que tecnológicamente
dependemos de unos pocos
servidores que manejan ese tráfico. La ilusión de creer que el cambio
social se agota en
una pantalla es un peligro.
Bienvenidas las tecnologías
digitales, sin duda. Aprovechémoslas, conozcámoslas en profundidad, saquémosle el máximo
posible de provecho. Pero estemos conscientes
que la posible transformación en pro de mayor justicia no es una cuestión puramente técnica. La tecnología,
si no está al
servicio de la causa del ser humano como
especie, sigue siendo un
mecanismo de dominación.
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