domingo, 30 de noviembre de 2025

LA VIOLENTA REVOLUCIÓN DE LA PROPIEDAD PRIVADA.

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“Entre los siglos XVI y XVII, un millón de nativos fueron esclavizados en la costa del Atlántico Norte, cifra que excedía el tráfico de africanos. Nueve de cada diez murieron en las primeras décadas de la colonización. La catástrofe en América fue aún mayor que la sufrida por Europa durante las oleadas de peste negra, con la diferencia de que, en la empobrecida, antihigiénica, fanática Europa, acosada por los índices más alto de homicidios del mundo, no se las esclavizó ni se les impuso el olvido de sus raíces. Entre las sobrevivencias, está la influencia de los nativos americanos que se cruzaron con el imperialismo naciente de Europa. Esta influencia fue deliberadamente negada, desde Rousseau y Benjamín Franklin hasta los académicos de hoy, con la excepción de una minoría que no deja de revindicar el factor indígena en la creación de la democracia moderna―muy inferior a la nativa original.

”Aquí es importante entender un elemento central: entre los practicantes de la democracia real nativa no existía la propiedad privada más allá del uso directo, como fue el caso de la especulación anglosajona de la propiedad como valor de cambio. No existe democracia real basada en este principio económico. Sólo una farsa, esa que se llamaría “democracia liberal” (democracia feudal). No hago referencia a ninguna utopía, sino a la experiencia de siglos y alianzas pacíficas entre diferentes pueblos nativos y la comprobación capitalista de que toda libertad económica lleva en sí el germen de su propia destrucción.

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(Hu Yousong)

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LA VIOLENTA REVOLUCIÓN DE LA PROPIEDAD PRIVADA.

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Por Jorge Majfud.

Fuente. Página /12. sábado 29 de noviembre del 2025.

La práctica de la privatización de tierras como reconversión del sistema feudal y, luego, el dogma de la propiedad privada, probablemente sea la invención más dramática del mundo en el último milenio. Este proceso de despojo se inició con el robo legalizado de tierras comunales en Inglaterra (enclosure) y continuó con una larga serie de robos y matanzas en otros continentes que el sermón y la prensa lavarán y presentarán como modelo de moral y de prosperidad, de la misma forma que antes el terrorismo de las Cruzadas se presentó como una lucha contra el mal.

La idea del derecho a la propiedad especulativa, desarrollada por John Locke a finales del siglo XVII, se convirtió luego en el dogma simplificado de La libertad―de empresa. Libertad que se refería a la sagrada libertad de los nobles, luego de los nuevos ricos (burgueses) y, más tarde, de los poderosos e influyentes esclavistas. Hoy, este dogma del capitalismo moribundo se ha convertido en un viejo rosario repetido por incels. (El 29 de octubre de 2025, un libertario argentino, Marco Palazzo, afirmó que un embrión tiene “derecho a la vida, la propiedad y la libertad”).

Estos despojos legalizados a finales del siglo XVI fueron globalizados por las nuevas compañías privadas (primas de los piratasprivateers), financiadas por las bolsas de valores de la nueva Europa―el epicentro de este invento bursátil estuvo en Ámsterdam, aunque no fue Holanda la que creó el capitalismo y, mucho menos, el libre mercado. Los prósperos mercaderes holandeses le aportaron un componente básico: la aniquilación del libre mercado, imponiendo a los productores de otras regiones qué producir, en lugar de la más milenaria práctica del comercio libre. Inglaterra iría más allá estableciendo leyes proteccionistas en la isla y la libertad de los cañones para abrir los mercados en Asia, poco antes de venderle a las colonias la fantasía de su “libre mercado” como motor de la prosperidad.



Como esta prosperidad sólo era visible en Europa, en el siglo XIX se promovió una rareza histórica: somos prósperos porque pertenecemos a una “raza superior”llegada sin contaminación de India, junto con la cruz esvástica y la estrella de los dos triángulos. Por milenios, diferentes imperios tuvieron esclavos por razones de conflictos bélicos o de deudas (como hoy), pero no en base a una raza. Se podían tener odios étnicos, pero no los movía la convicción del supremacismo racial. Es muy difícil encontrar en los imperios persa, griego, romano o islámico (menos entre los nativos americanos) esta obsesión.

En Asia, compañías como la West India (holandesa) y la East India Company (inglesa, inspiración de la bandera de Estados Unidos) destruirán y esclavizarán a las sociedades más prósperas del siglo XVII, comenzando por India y Bengala y continuando con China, África y Medio Oriente. En América del Norte, otras, como la Virginia Company o la Bay Company de Boston, privatizarán las tierras indígenas y ya no pararán. Un proceso interminable, impulsado por el fanatismo racial-religioso de los colonos, por sus pestes, sus cañones y su desesperada búsqueda de beneficios derivados del negocio de bienes raíces.

En África, se comercializó (privatizó) a sus habitantes, secuestrando, mutilando y desarraigándolos de sus tierras al otro lado del océano―lo cual hizo cualquier rebelión más difícil y su desmoralización como mercancía más fácil. Las naciones indígenas resistieron mejor debido a su conexión con su tierra y su cultura, hasta que en el siglo XIX Andrew Jackson aplicó la misma fórmula del desplazamiento y desarraigo de pueblos enteros, confinándolos a reservas lejanas.

En la América tropical y subtropical, la esclavitud, la corrupción moral y material estuvo en parte a cargo de los católicos, los hermanos mayores de los protestantes, pero sirvieron de combustible a un modelo económico que les era difícil de comprender: la plata, el oro, los fertilizantes, el algodón y todo tipo de materias primas hicieron posible que los despojados de las tierras comunales en Inglaterra pudieran sobrevivir hacinados en las grandes ciudades (Londres, Manchester...) donde hicieron posible su Revolución industrial como mano de obra barata, alimentada por una producción que las exhaustas tierras de Europa nunca hubiesen podido satisfacer. Robo, saqueo, secuestro, persecución, masacres, genocidios, esclavitud y sermoneo fundaron y desarrollaron el capitalismo para orgullo de los fanáticos de la propiedad privada.



Poco después de la llegada de los puritanos a las costas de Nueva Inglaterra, apenas el diez por ciento de los nativos sobrevivió a las enfermedades y a las matanzas de quienes sobrevivieron por la hospitalidad de sus víctimas. No sin ironía, hoy son recordados cada año en Acción de Gracias, la festividad más familiar de Estados Unidos, momento en que se matan decenas de millones de pavos negros y, en la Casa Blanca, el presidente de turno perdona a un pavo blanco en una ceremonia llena de compasión.

Entre los siglos XVI y XVII, un millón de nativos fueron esclavizados en la costa del Atlántico Norte, cifra que excedía el tráfico de africanos. Nueve de cada diez murieron en las primeras décadas de la colonización. La catástrofe en América fue aún mayor que la sufrida por Europa durante las oleadas de peste negra, con la diferencia de que, en la empobrecida, antihigiénica, fanática Europa, acosada por los índices más alto de homicidios del mundo, no se las esclavizó ni se les impuso el olvido de sus raíces.

Entre las sobrevivencias, está la influencia de los nativos americanos que se cruzaron con el imperialismo naciente de Europa. Esta influencia fue deliberadamente negada, desde Rousseau y Benjamín Franklin hasta los académicos de hoy, con la excepción de una minoría que no deja de revindicar el factor indígena en la creación de la democracia moderna―muy inferior a la nativa original.

Aquí es importante entender un elemento central: entre los practicantes de la democracia real nativa no existía la propiedad privada más allá del uso directo, como fue el caso de la especulación anglosajona de la propiedad como valor de cambio. No existe democracia real basada en este principio económico. Sólo una farsa, esa que se llamaría “democracia liberal” (democracia feudal). No hago referencia a ninguna utopía, sino a la experiencia de siglos y alianzas pacíficas entre diferentes pueblos nativos y la comprobación capitalista de que toda libertad económica lleva en sí el germen de su propia destrucción.



Aunque como ciudadanos de segunda, los indígenas colonizados por los ibéricos fueron integrados a la sociedad criolla más que los indígenas del norte a la sociedad anglosajona. La sociedad hispanoamericana estaba plagada de clasismo, racismo y explotación, pero su racismo básicamente fue cultural y económico―no ideológico, como será el racismo anglosajón. Este racismo militante y fanático, consciente, reivindicativo, más tarde derivaría en las teorías supremacistas del siglo XIX y luego en el nazismo del siglo XX.

La paradoja consiste en que las ideas nativas reprimidas en el mundo hispanoamericano nunca alcanzaron la preminencia de dogma civilizatorio. Aunque con un sincretismo imposible de disimular (como el catolicismo de la Virgen María), las ideas de comunidad y democracia de los “pueblos salvajes” nunca alcanzó la península en Europa, ni por el Atlántico ni desde los Pirineos luego de que Francia adoptara el concepto de democracia de los nativos del norte, porque España se sentía un imperio ganador que no necesitaba las “nuevas ideas de Europa”.

El nuevo concepto de propiedad (el valor de cambio de la existencia natural y humana) cruza toda esta historia. Aunque ahora vivimos en una forma de poscapitalismoneofeudal, la nueva civilización no llegará hasta que esa forma de propiedad no sea abolida o, al menos reducida a los márgenes del planeta.

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sábado, 29 de noviembre de 2025

ESTADOS UNIDOS CONTRA EL GOBIERNO DE SHEINBAUM.

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“En los últimos meses la derecha mexicana ha estado realizando propaganda contra el Gobierno de Morena y de la presidente Sheinbaum, y la cabeza más visible de esa arremetida es el empresario multimillonario Ricardo Salinas Pliego, que posee una fortuna estimada en 7.700 millones de dólares. Salinas Pliego es presidente del Grupo Salinas y TV Asteca, que posee algunas de las empresas más destacadas de México en sectores de la banca, comercio especializado, medios electrónicos, telecomunicaciones, producción de contenidos, seguros y administración de fondos para el retiro, entre otras.

“Este personaje de la ultraderecha utilizó recientemente la inteligencia artificial para revivir a uno de los “personajes históricos que más admira”: Porfirio Díaz, el dictador que se mantuvo en el poder durante más de 26 años (1876 a 1880 y de 1884 a 1891). Porfirio Díaz fue el precursor institucional de las turbias relaciones entre políticos y empresarios; modificó el artículo 72 de la constitución para darle todas las concesiones a sus amigos y familiares. Las instituciones de Justicia y Poder Legislativo obedecían sus órdenes; impidió que se realizaran elecciones libres; eliminó las libertades políticas y censuró a la prensa.

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Fuentes: Rebelión.

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ESTADOS UNIDOS CONTRA EL GOBIERNO DE SHEINBAUM.

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Por Hedelberto López Blanch | 29/11/2025 | Mundo

Fuentes Revista Rebelión. Sábado 29 de noviembre del 2025.

En la ofensiva que están desarrollando la Administración del convicto presidente de Estados Unidos, Donald Trump y su secretario de Estado, Marco Rubio contra los gobiernos progresistas de América Latina, han puesto sus miradas ahora contra México y su presidenta Claudia Sheinbaum.

A Washington no le ha bastado haberse adueñado de la mitad del territorio mexicano en el siglo pasado, sino que también intenta que esa nación latinoamericana esté bajo su control político y económico.

Trump lo primero que hizo a pocos días de tomar posesión en enero de este año fue tratar de imponer al mundo que el Golfo de México se llamaría desde entonces, Golfo de América.

Después presionó a México con la imposición de altos impuestos a los productos de esa nación que entran en Estados Unidos lo que fue conversado y negociado inteligentemente por la presidenta Sheinbaum.

Seguidamente Trump ha amenazado con atacar a supuestos narcotraficantes en el vecino país lo cual ha sido rechazado tajantemente por Sheinbaum al responderle al magnate estadounidense que en México no se permitirá una intervención y que allí mandan los mexicanos porque es un país independiente y soberano.



El pasado 15 de noviembre se realizaron en la ciudad de México dos manifestaciones, una de la Generación Z (personas nacidas entre 1995 y 2012) y otra llamada “del Sombrero” para solicitar seguridad en el país en respuesta por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo.

Participaron cientos de personas que salieron del Ángel de la Independencia hacia el Zócalo y cuando llegaron a la Plaza de la Constitución, varios manifestantes arremetieron contra las vallas metálicas que rodean el Palacio Nacional para derribarlas lo que generó enfrentamientos con la policía que resguardaba el lugar.

Al día siguiente, la presidenta puso en duda la pertenencia de la Generación Z a ese movimiento agresivo y afirmó:

«Muchos no tienen nada que ver con la Generación Z, sino es más bien un impulso promovido, incluso desde el extranjero, en contra del Gobierno».

Sheinbaum reveló que la campaña digital a favor de la marcha costó 90 millones de pesos (unos 4,9 millones de dólares) y usó por lo menos ocho millones de «bots», es decir, cuentas falsas compradas.

«El asunto aquí, dijo, es quién está promoviendo la manifestación… es importante que se sepa cómo se construyó la convocatoria y quiénes la han ido promoviendo para que no utilicen a nadie».

En los últimos meses la derecha mexicana ha estado realizando propaganda contra el Gobierno de Morena y de la presidente Sheinbaum, y la cabeza más visible de esa arremetida es el empresario multimillonario Ricardo Salinas Pliego, que posee una fortuna estimada en 7.700 millones de dólares.

Salinas Pliego es presidente del Grupo Salinas y TV Asteca, que posee algunas de las empresas más destacadas de México en sectores de la banca, comercio especializado, medios electrónicos, telecomunicaciones, producción de contenidos, seguros y administración de fondos para el retiro, entre otras.

Este personaje de la ultraderecha utilizó recientemente la inteligencia artificial para revivir a uno de los “personajes históricos que más admira”: Porfirio Díaz, el dictador que se mantuvo en el poder durante más de 26 años (1876 a 1880 y de 1884 a 1891).

Porfirio Díaz fue el precursor institucional de las turbias relaciones entre políticos y empresarios; modificó el artículo 72 de la constitución para darle todas las concesiones a sus amigos y familiares. Las instituciones de Justicia y Poder Legislativo obedecían sus órdenes; impidió que se realizaran elecciones libres; eliminó las libertades políticas y censuró a la prensa.

En cuanto a Salinas Pliego la Suprema Corte de Justicia le ha mantenido nueve juicios fiscales (algunos de hasta 16 años) por evasión de pagos de impuestos.


La derecha y la ultra derecha mexicana  como una falsa "generación z". 
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El pasado 13 de noviembre, la Corte de Justicia aprobó por unanimidad las sentencias que obligan a sus empresas a liquidar créditos fiscales por 48.326 millones de pesos, (unos 4.000 millones de dólares) pero además enfrenta procesos en Estados Unidos por falta de pagos por bonos que Tv Azteca emitió en 2017, que suman unos 600 millones de dólares. Los litigios continúan en Tribunales.

Desde la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, Salinas Pliego se ha erigido como una de las figuras opositoras más activas. Durante la administración de Claudia Sheinbaum ha incrementado su accionar en contra de ella y del Partido Morena para lo cual ha lanzado el Movimiento Anticrimen y Anticorrupción (MACC), una plataforma con aspiraciones a convertirse en partido político y destronar al actual Gobierno.

El ultraderechista Partido Acción Nacional (PAN) ha puesto la figura de Salinas Pliego como uno de sus principales candidatos a optar por la presidencia en 2030.

Así las cosas, las fuerzas de derecha mexicana con el apoyo explícito de la Administración estadounidense están buscando la forma de desbancar al Gobierno progresista y nacionalista de esa nación latinoamericana. 

La presidenta Sheinbaum y el partido Morena han dejado bien claro que en México manda el pueblo mexicano que seguirá defendiendo en todo momento su soberanía e independencia.

Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano, especialista en política internacional. 

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viernes, 28 de noviembre de 2025

COP30: entre la vitrina del Capital Verde y la Urgencia de un Proyecto Popular de Transición Ecológica.

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“El agronegocio: el general invisible de la COP. El agronegocio actuó como uno de los bloques más organizados e influyentes de la COP30. Sus objetivos fueron nítidos: presentarse como protagonista de la solución climática por medio de soluciones tecnológicas, ampliar su acceso a los financiamientos públicos y privados, bloquear regulaciones ambientales más rígidas y direccionar el debate climático global conforme a sus intereses.

Para esto, se utilizaron exhaustivamente términos como “agricultura regenerativa”, “agricultura tropical” y “bioeconomía”, discursos que buscan pintar de verde prácticas basadas en monocultivos, el uso intensivo de agrotóxicos y la expansión territorial. Esta estrategia se apoya en la narrativa de que el agronegocio brasileño es altamente tecnológico y por lo tanto, automáticamente sustentable, aun cuando sus impactos ambientales indiquen lo contrario. El espacio liderado por la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) durante la COP30, la Agrizone, contó con un fuerte patrocinio de corporaciones como Bayer y Nestlé, además de haber abrigado estructuras del propio gobierno federal, y funcionó como vitrina privilegiada de este proyecto: un ambiente de negocios, cabildeo e ingeniería de reputación que refuerza la captura corporativa de la política climática.

“Vale la pena recordar que Brasil es uno de los países con mayor número de asesinatos de ambientalistas y líderes de pueblos del campo y de la selva en el mundo. Este acto es la primera línea antes de la tala de los bosques. Datos de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) revelan un cuadro alarmante: 2024 presentó el segundo mayor número de conflictos en el campo desde 1985. La Amazonía permanece como la región más vulnerable, y el estado de Pará, local de la COP30, lidera registros de asesinatos e intentos de asesinato. Este escenario de violencia estructural está directamente ligado a la expansión del agronegocio y a su modelo de modernización conservadora, que profundiza contradicciones históricas sobre el uso, la tenencia y la propiedad de la tierra en Brasil, pero también sobre diferentes formas de comprender la relación entre humanidad y naturaleza.

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Fuentes: Tricontinental [Imagen: Mundano (Brasil), O Brigadista da Floresta [El brigadista forestal], 2021. Un mural de 46 metros de altura hecho de las cenizas recogidas de cuatro biomas brasileños devastados por incendios. Relectura de O Lavrador de Café [El labrador cafetero] (1934), de Cândido Portinari.]

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COP30: entre la vitrina del Capital Verde y la Urgencia de un Proyecto Popular de Transición Ecológica.

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Por Bárbara Loureiro | 28/11/2025 | Ecología social

Fuentes. Revista Rebelión viernes 28 de noviembre del 2025.

La COP30 dejó aún más claro que la política ambiental está profundamente subordinada al capital. Las decisiones climáticas no parten de la conservación y recuperación de los ecosistemas sino de la necesidad de garantizar la continuidad de la acumulación, transformando bosques, ríos, sol, viento y territorios en activos financieros estratégicos.

Saludos desde la Oficina de Nuestra América del Instituto Tricontinental de Investigación Social,

La 30.ª Conferencia de las Partes del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (o COP30), acaba de realizarse en la Amazonía brasileña. Para entender mejor las dinámicas en juego, pedimos a Bárbara Loureiro del Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil una contribución a este debate:

La COP30, realizada en Belém do Pará, en plena Amazonía, entre los días 10 y 21 de noviembre, colocó en el centro el debate sobre la crisis climática. Al mismo tiempo, reveló con nitidez que la política ambiental sigue capturada por los intereses corporativos, por el capital financiero y por la racionalidad colonial que transforma bosques, ríos, sol, viento y pueblos en objetos de gestión para el beneficio de los países ricos y de las élites económicas.

Más que un encuentro diplomático, la COP30 funcionó como un espejo: de un lado, la celebración de las llamadas “soluciones de mercado” y de la descarbonización financiera; del otro, y de forma paralela y autónoma, la fuerza creciente del campo popular que hizo de Belém un territorio de denuncia, solidaridad internacionalista y construcción de alternativas reales. Esta tensión atravesó todos los debates, decisiones y disputas que marcaron el evento.

La política climática dominante se basa en la idea de que es posible enfrentar la crisis ecológica sin enfrentar sus motores, al creer que solo es posible enfrentarla por medio de su alineamiento con los principios del mercado: la acumulación capitalista, la explotación y la expropiación colonial de los territorios y el poder de las corporaciones transnacionales.

En Belém, esta contradicción quedó cada vez más evidente en el contexto de la celebración de los diez años del Acuerdo de París. A pesar de ser ampliamente saludado como un marco histórico, el Acuerdo no consiguió colocar el mundo en un camino viable de enfrentamiento al calentamiento global. En la práctica, sirvió apenas para profundizar la regulación y la diseminación de mecanismos de financiarización de la naturaleza, sin enfrentar las causas estructurales de la crisis climática.

Las propias proyecciones oficiales indican un calentamiento de cerca de 2,5 ºC hasta finales de siglo, mientras que los recortes profundos de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), necesarios para mantener el calentamiento en “apenas” 1,5 ºC, continúan distantes y políticamente bloqueados.

La COP30 dejó aún más claro que la política ambiental contemporánea está profundamente subordinada al capital y estructurada por una racionalidad colonial que persiste en el siglo XXI. Las decisiones climáticas de ámbito internacional —que supuestamente deberían enfrentar la crisis ecológicano parten de la conservación y recuperación de los ecosistemas, sino de la necesidad de garantizar la continuidad de la acumulación, transformando bosques, ríos, sol, viento y territorios en activos financieros estratégicos.

Esta lógica es articulada a partir de dos pilares centrales: la primacía absoluta de la acumulación (que coloca a las soluciones de mercado por encima de la integridad ecológica) y la visión colonial que trata al Sur Global como zonas de sacrificio, destinadas a prestar “servicios ambientales” para mantener el patrón de vida y de consumo de las potencias del Norte. Así, mientras la Amazonía y los biomas son divididos en métricas de carbono, “planes de manejo” y energías llamadas renovables, no hay ninguna disposición internacional para enfrentar el núcleo del problema: el modo de producción capitalista, que continúa definiendo patrones tecnológicos, regulatorios y financieros que atan al Sur Global a un papel subalterno.



Promesas billonarias, entregas simbólicas.

La llamada Hoja de Ruta Bakú-Belém prometió movilizar 1,3 billones de dólares para la mitigación y la adaptación. Pero es un gigante de papel: mezcla recursos internacionales con fondos nacionales que muchos países ni siquiera poseen, carece de mecanismos de monitoreo y sigue la lógica del capital financiero, que privilegia proyectos de bajo riesgo, pero con alto rendimiento económico, exactamente lo opuesto de las necesidades de adaptación de los países periféricos.

Gobiernos, científicos y especialistas criticaron la falta de mecanismos vinculantes y la ausencia de claridad sobre las fuentes reales de los recursos y la imprecisión de las metas. El documento final de la COP30 fue ampliamente interpretado como insuficiente y desconectado de la urgencia climática. La principal crítica es que no hay garantías de implementación y no hay instrumentos de fiscalización. En la práctica, los países apenas acordaron “hacer esfuerzos” para triplicar el financiamiento, pero sin decir quién paga, cuánto y de dónde viene el recurso financiero.

Sin un financiamiento climático robusto y redistributivo, las NDC (contribuciones nacionales de reducción de emisiones) permanecen frágiles e insuficientes. En el caso brasileño, por ejemplo, aun cuando el país presente metas de reducir entre 59% y 67% de las emisiones de aquí a 2035 (con relación a 2005), llevar a cero la deforestación ilegal de aquí a 2030 y eliminar toda la deforestación de aquí a 2035, no hay ningún indicio de que el modelo de la producción del agronegocio —el origen de la deforestaciónserá enfrentado. Este es un modelo que sigue en expansión, especialmente sobre el bioma amazónico, aun cuando su discurso defienda que esta expansión predatoria no hace parte de un supuesto “agronegocio racional, moderno y tecnológico”, sino de una parte atrasada de la actividad agropecuaria.

Además de esto, el gobierno brasileño continúa rendido por el agronegocio, que captura las estructuras públicas, como empresas públicas, universidades y centros de investigación en busca de un “enverdecimiento”. Una de las consecuencias de esta captura es que el gobierno se rehúsa a imponer metas específicas y restrictivas al sectorjustamente el mayor emisor de GEI del país. De esta forma, las promesas climáticas conviven con el mantenimiento de un modelo agrícola que bloquea avances reales e impide la transformación estructural necesaria.



La vitrina brasileña y la trampa para los pueblos.

El Fondo Bosques Tropicales para Siempre (TFFF, por sus siglas en inglés), una propuesta del gobierno brasileño para crear un financiamiento global y permanente para la conservación de bosques tropicales, anunciado como una gran innovación para proteger los bosques, sintetiza la lógica colonial de la financiarización. Se concibe a partir de la idea de que el bosque sólo será preservado si posee una valoración económica. O sea, el bosque no tiene un valor en sí, pero solo será preservado si se le confiere un precio. Miles de millones de dólares serían captados por bancos multilaterales que comprarían títulos públicos y privados del Sur Global y estos países terminan pagando intereses a los mismos agentes que “financian” su conservación. Es un mecanismo que transfiere riqueza del Sur para el Norte mientras transforma bosques en activos, territorios y modos de vida en métricas de riesgo.

Con pagos de máximo cuatro dólares por hectáreas y criterios que criminalizan prácticas tradicionales, el TFFF no reduce la deforestación ni enfrenta sus causas, sino que solo refuerza el control financiero sobre la Amazonía. No es casualidad que países europeos recularon frente al “alto riesgo”. Las expectativas iniciales de 125 mil millones de dólares revelaron ser una fantasía; ni siquiera la meta reducida de 10 mil millones de dólares fue alcanzada a finales de esta COP.

Lo más preocupante es que esta iniciativa fue aceptada por algunos segmentos progresistas y defendida, inclusive, como un avance por estos sectores, aunque represente una profundización de la financiarización de la naturaleza, ya que con el TFFF no solamente se le colocará un precio al carbono sino también a varios otros “servicios ambientales”. Esta tesis surge a raíz de una supuesta defensa del protagonismo internacional del gobierno de Lula en materia ambiental. Sin embargo, este será un protagonismo carente de sentido en caso de que su contenido no apunte a salidas concretas construidas por los pueblos para la crisis ambiental.



El protagonismo de las corporaciones en la COP.

La COP30 consolidó la captura corporativa de la crisis climática. Bancos y grandes transnacionales transformaron pabellones, eventos y casas temáticas en centros de cabildeo y oportunidades de negocios. Los medios corporativos recibieron patrocinios ambientales de empresas con extensos pasivos socioambientales, afectando la independencia de la cobertura. Una escena reveladora mostró1.602 lobistas de combustibles fósiles circulando libremente por las negociaciones, una presencia mayor que la de casi todos los países, a excepción de la propia delegación brasileña.

Aun cuando Brasil haya defendido la construcción de una “Hoja de Ruta para la eliminación de los combustibles fósiles”, el texto final no incluyó ningún compromiso concreto de eliminación del uso de estos recursos, no establece fechas para el fin de la producción de petróleo, gas y carbón e ignoró recomendaciones científicas para un abandono rápido de las fuentes fósiles. La ausencia de este compromiso fue considerada por especialistas internacionales como un “fracaso estructural” de la COP30 y se debe a la presión directa del cabildeo de los países productores y de las empresas del sector.

El agronegocio: el general invisible de la COP.

El agronegocio actuó como uno de los bloques más organizados e influyentes de la COP30. Sus objetivos fueron nítidos: presentarse como protagonista de la solución climática por medio de soluciones tecnológicas, ampliar su acceso a los financiamientos públicos y privados, bloquear regulaciones ambientales más rígidas y direccionar el debate climático global conforme a sus intereses.

Para esto, se utilizaron exhaustivamente términos como “agricultura regenerativa”, “agricultura tropical” y “bioeconomía”, discursos que buscan pintar de verde prácticas basadas en monocultivos, el uso intensivo de agrotóxicos y la expansión territorial. Esta estrategia se apoya en la narrativa de que el agronegocio brasileño es altamente tecnológico y por lo tanto, automáticamente sustentable, aun cuando sus impactos ambientales indiquen lo contrario.

El espacio liderado por la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) durante la COP30, la Agrizone, contó con un fuerte patrocinio de corporaciones como Bayer y Nestlé, además de haber abrigado estructuras del propio gobierno federal, y funcionó como vitrina privilegiada de este proyecto: un ambiente de negocios, cabildeo e ingeniería de reputación que refuerza la captura corporativa de la política climática.

Vale la pena recordar que Brasil es uno de los países con mayor número de asesinatos de ambientalistas y líderes de pueblos del campo y de la selva en el mundo. Este acto es la primera línea antes de la tala de los bosques. Datos de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) revelan un cuadro alarmante: 2024 presentó el segundo mayor número de conflictos en el campo desde 1985. La Amazonía permanece como la región más vulnerable, y el estado de Pará, local de la COP30, lidera registros de asesinatos e intentos de asesinato. Este escenario de violencia estructural está directamente ligado a la expansión del agronegocio y a su modelo de modernización conservadora, que profundiza contradicciones históricas sobre el uso, la tenencia y la propiedad de la tierra en Brasil, pero también sobre diferentes formas de comprender la relación entre humanidad y naturaleza.



La Cumbre de los Pueblos y el contrapunto popular.

Mientras la COP30 expresaba el avance de las cercas financieras sobre la naturaleza, la Cumbre de los Pueblos, realizada entre el 12 y el 16 de noviembre en paralelo a la Conferencia oficial, expresó la fuerza de la resistencia. Fueron más de 25 mil inscritos, más de 1.200 organizaciones articuladas y una flotilla internacionalista con más de 200 embarcaciones; la marcha global contó con 70 mil personas. Delegaciones de 60 países construyeron un documento de denuncia al racismo ambiental, al poder de las corporaciones y a las falsas soluciones del capitalismo verde, identificando el capitalismo como el motor de la crisis climática.

La Cumbre reafirmó que no hay salida climática dentro del sistema que creó la crisis, y que solo la organización popular es capaz de enfrentar al enemigo común: el capitalismo en sus expresiones imperialistas, racistas y patriarcales.

La cantidad de manifestaciones en diversos espacios de la COP30 y en la Agrizone también expresaron un descontento con la incapacidad de estas gobernanzas globales, lideradas sobre todo por la ONU, incapaces de presentar soluciones efectivas para los diversos conflictos globales.

La COP30 puso de manifiesto que el debate climático también es un debate sobre el modelo de sociedad, como bien demostró el dossier del Instituto Tricontinental de Investigación SocialLa crisis ambiental como parte de la crisis del capital. Para los movimientos populares, hay tres tareas urgentes y necesarias:

1. Politizar la disputa ambientales fundamental seguir construyendo la lucha ambiental a partir del enfrentamiento directo al agronegocio y a la minería, sectores que siguen sin ser tocados en el centro de las emisiones y de la destrucción territorial. Politizar la disputa significa también denunciar las falsas soluciones que vienen ganando fuerza con base en la financiarización de la naturaleza, en los mercados de carbono y en los fondos “verdes” que profundizan dependencias e invisibilizan las causas estructurales de la crisis.

2. Ampliar la movilización popular: para que la agenda climática se convierta en fuerza social transformadora, es urgente ampliar la capacidad de movilización popular, fortaleciendo organizaciones de base, territorializando el debate ambiental y conectando pautas como vivienda, sanidad, alimentación, transporte, energía y acceso a la tierra con la lucha climática.

3. Construir un programa propio de transición ecológica justa y popular: los movimientos necesitan proyectar un programa de transición que enfrente al poder corporativo, recupere la centralidad de los bienes comunes y reorganice la economía a partir de las necesidades de los pueblos. Esto implica masificar la producción de alimentos saludables, fortalecer la agroecología, garantizar la soberanía energética y colocar el agua, el suelo, el bosque y la energía fuera de los mercados financieros.



La COP30 dejó claro que la política climática dominante sigue alineada al capital, y que no hay salida capaz de enfrentar las causas estructurales de la crisis ecológica bajo estos marcos. Al mismo tiempo, mostró que existe un camino insurgente, construido por pueblos, movimientos y territorios que, en lo cotidiano, producen las únicas soluciones realmente enraizadas en la vida y en la justicia socioambiental.

La tarea histórica que tenemos por delante es transformar esta fuerza social en proyecto político: una transición ecológica popular, anticolonial, agroecológica y anticapitalista, porque no hay salida real para la crisis climática sin ruptura con el modelo capitalista y no hay ruptura posible sin organización popular, sin lucha colectiva y sin enfrentamiento a las estructuras que lucran con la devastación.

Saludos a todos y todas,

Bárbara Loureiro forma parte de la coordinación nacional del MST y es magíster en Medio Ambiente y Desarrollo Rural.

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jueves, 27 de noviembre de 2025

LA IZQUIERDA ESTÁ SALIENDO DE LA EDAD OSCURA NEOLIBERAL.

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“Necesitas entender que la política real se basa en el materialismo, lo que significa que elaboras tu programa en base a los intereses materiales de la gente, no a una vibra, no a valores. Estás luchando por los intereses materiales y las necesidades materiales de la gente, por lo que no hay duda de la centralidad de la clase. Si te llamas izquierdista, radical, socialista y no puedes aceptar el materialismo y la centralidad de la política de clase, estás en la sala equivocada.

“No hay política de la clase trabajadora y socialista que no priorice la lucha de clases, porque incluso para esas identidades sociales de género y raza, tienes que hacer una elección. ¿Vas a ser antirracista y luchar contra los desafíos que enfrentan las élites racializadas, o por los trabajadores racializados? No existe el antirracismo como tal. Está el antirracismo de los ricos y el antirracismo de la clase trabajadora. Y si realmente quieres mejorar las vidas de las mujeres y hombres trabajadores racialmente oprimidos, vas a tener que tener el apalancamiento que te da la lucha de clases. No hay forma de eludir la centralidad de la clase si estás en la izquierda.

“Y finalmente, solo diré que nuestro objetivo es el socialismo. Pasaremos por la socialdemocracia. Será una parada intermedia. Pero el objetivo tiene que ser un socialismo democrático, liberal y universalizado para todos. Estos compromisos fueron alguna vez el sentido común de la izquierda. Hoy son marginales. Todavía tienes que luchar por ellos, argumentar a favor de ellos. Hasta que no los coloquemos en el centro de nuestro proyecto intelectual, vamos a estar obstaculizados para avanzar en nuestro proyecto político. Soy optimista. La victoria de Mamdani es un punto de inflexión. Revivió un proceso que la campaña de Sanders ya había desencadenado, pero que había perdido impulso en los últimos años “El mayor desafío para nosotros organizativa y políticamente es utilizar estas victorias electorales para reconstruir la conexión de la izquierda con la gente trabajadora. Intelectualmente, nuestro mayor desafío es volver y trabajar en nuestro marco analítico que surge del análisis de clase, para lo cual la mejor teoría sigue siendo el marxismo. Y con suerte, todos estaremos aquí para el vigésimo quinto aniversario de Jacobin, algunos de nosotros para su quincuagésimo aniversario, porque no hay mejor ni más importante órgano para que la izquierda avance con este proyecto que Jacobin.

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LA IZQUIERDA ESTÁ SALIENDO DE LA EDAD OSCURA NEOLIBERAL.

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Vivek Chibber describe cómo cuatro décadas de neoliberalismo distorsionaron a la izquierda radical, pero también cómo finalmente la izquierda está comenzando a reconstruir una política verdaderamente socialista y qué se necesitará para avanzar más

La sección de Nueva York de los Socialistas Demócratas de América celebra un acto en Union Square para marcar el inicio de una campaña para gravar a los ricos y lograr la guardería universal el 16 de noviembre de 2025 en la ciudad de Nueva York. (Selcuk Acar / Anadolu vía Getty Images)


Por. Vivek Chibber,
Jacobin

Fuente. Jaque al Neoliberalismo 27 de noviembre del 2025.

En esta tumultuosa era política, es común escuchar que la izquierda necesita reconstruir sus fuentes históricas de poder. Pero es más exacto decir que la izquierda está esencialmente en proceso de comenzar de nuevo.

Compartimos el discurso clave de Vivek Chibber en la conferencia de Jacobin [Estados Unidos], «El socialismo en nuestro tiempo», que marcó el decimoquinto aniversario de la revista. Allí habla de cómo ha cambiado el capitalismo en el nuevo siglo, de cómo la izquierda ha sido neoliberalizada y de por qué la campaña de Zohran Mamdani puede apuntar en una nueva dirección.



La izquierda resurge.

Es un honor poder hablar en el decimoquinto aniversario de Jacobin, porque siempre es notable que cualquier revista en el clima de hoy logre sobrevivir tanto tiempo como esta. Pero que una revista de izquierdas sobreviva, crezca y florezca como lo hizo y que, de hecho, mejore con el tiempo como sucedió con esta… Creo que no es exagerado decir que Jacobin es la revista de izquierda más importante del mundo en idioma inglés.

Es este es momento muy diferente del que existía cuando la revista comenzó. Cuando nació Jacobin no había mucho indicio de la tormenta política que se avecinaba en los Estados Unidos y realmente en gran parte del mundo. Podíamos vislumbrar algunos destellos, con el movimiento Occupy Wall Street y la Primavera Árabe. Pero realmente solo despegó con la explosiva llegada de la campaña presidencial de Bernie Sanders en 2016. Así que, si empezamos con Occupy y la Primavera Árabe, fue un desarrollo tras otro durante quince años, todo lo cual dio lugar a un cambio de regreso hacia una izquierda que durante mucho tiempo parecía estar, como mínimo, en estado de latencia.

Mientras veíamos cómo se desarrollaban estos acontecimientos, lo que quedó claro, al menos para algunos de nosotros en la izquierda, fue que había una doble operación en marcha, cuyo primer componente era que, por primera vez desde finales de los años setenta o principios de los ochenta, podíamos decir genuinamente que el modelo reinante de acumulación, conocido como neoliberalismo, estaba realmente en crisis. Esto fue extraordinario. Solo cinco u ocho años antes, parecía una fuerza natural inquebrantable, inamovible. Y el aforismo de Margaret Thatcher de que, cuando se trata del mundo moderno de libre mercado, la descripción adecuada es TINA («There Is No Alternative»), realmente parecía apropiado hasta 2009.



Las crisis gemelas.

Pero para 2016, estaba claro que estábamos en medio de una crisis real que ninguno de nosotros habría previsto. Y hay dos dimensiones en esto. La primera, que todavía está en curso hoy, era una crisis ideológica, lo que se podría llamar una crisis de legitimidad. Pasara lo que pasara, fuera lo que fuera que estuviera sucediendo, estaba claro —ciertamente en el mundo capitalista avanzado, pero también en muchas partes del Sur Global— que el neoliberalismo había perdido toda legitimidad ante el público en general.

¿Por qué? Debería ser obvio. Las mismas fuerzas que provocaron el movimiento Occupy y esta agitación política en la cultura provocaron la deslegitimación, que era la enorme e increíble desigualdad que ahora envolvía al mundo avanzado. Nunca habíamos visto una desigualdad como esta desde principios del siglo XX.

Y la segunda, por supuesto, era que junto con la desigualdad había una desaceleración del crecimiento económico. Desde la década de 1990, lo que hemos visto en todo el mundo avanzado es una desaceleración bastante gradual pero inconfundible del ritmo económico de un ciclo económico a otro. La tasa de acumulación disminuyó, y la tasa de crecimiento económico que conlleva la tasa de acumulación también lo hizo. Así que lo que tuvimos es un capitalismo de crecimiento lento, donde el nivel de vida de la gente común estuvo estancado o en declive, acompañado de una obscena concentración de riqueza en la cúspide.

Esta es una historia que todo el mundo conoce. No es una sorpresa que treinta y cinco años después de esto, resultara en una tremenda pérdida de legitimidad y popularidad entre la población. Esto no quiere decir que alguna vez fuera legítimo. Hay una visión entre el lumpen-intelectualismo de que el neoliberalismo sobrevivió porque obtuvo el consentimiento de las masas. Nunca tuvo tal consentimiento. Lo que tenía era una especie de aceptación a regañadientes, porque las masas no veían otra alternativa y la mayoría de ellas pensaba que cualquier animosidad, cualquier hostilidad que tuvieran hacia el orden social se limitaba a ellos. Eran los únicos que lo sentían, pero todos los demás parecían felices.

Lo que hizo el movimiento Occupy, aunque no dio lugar por sí mismo a una política, fue revelar a todos que no estaban solos en su infelicidad, que todos los demás también estaban infelices. Así que lo que era, de hecho, un estado de resignación al neoliberalismo se convirtió en un rechazo.

Esa fue la crisis ideológica. Pero acompañada por lo que se podría llamar una crisis política. Y a pesar de que la clase política —los partidos dominantes de centroizquierda y centroderecha— saben que esta crisis está en marcha, no tienen forma de proporcionar una alternativa a la misma. Y eso se debe en gran parte a que sus amos corporativos no están interesados en una alternativa.

Así que se tiene esta situación extraordinaria en la que, como solían decir los marxistas a principios del siglo pasado, el viejo orden está muriendo, pero el nuevo no puede nacer. Esa era la situación que vimos emerger con el movimiento de Bernie Sanders, y todavía estamos en esa condición hoy.

Uno imaginaría que tal situación es una oportunidad divina para una revitalización de la izquierda. Este es un momento en el que la crisis dentro del régimen económico podría haberse convertido en una nueva era de movilización de los trabajadores, y muchos de nosotros esperábamos que eso fuera lo que sucedería. Lo que se vería es una revitalización de la izquierda después de un paréntesis desde los años ochenta. Este es el proyecto en el que la mayoría de los presentes están involucrados hoy.



Comenzando de nuevo.

Pero yo diría que lo que enfrentamos hoy no es simplemente la tarea de revitalizar a la izquierda, sino la de empezar de cero. Tenemos que improvisar instituciones donde no existen. Y no solo eso: también tenemos que reabrir debates intelectuales, ideológicos y políticos dentro de la izquierda que no hemos tenido que dar en un siglo.

Si el desafío de hoy se describe mejor como que estamos comenzando de nuevo, la pregunta es, ¿por qué? ¿Qué es lo que nos impulsa a empezar desde el principio otra vez? ¿Cuáles son los desafíos al hacerlo y cuál es el camino que seguir mientras nos embarcamos en esto?

La crisis del neoliberalismo tenía como complemento un continuo desmantelamiento y crisis de las instituciones que los partidos y organizaciones de la clase trabajadora habían construido durante casi cien años. A partir de finales de los años setenta, en gran parte del mundo avanzado, ciertamente en los países de habla inglesa del mundo atlántico, lo que se vio fue un desmantelamiento bastante rápido no solo de la socialdemocracia y el Estado de bienestar, sino también de los sindicatos y las organizaciones de la clase trabajadora que habían construido este Estado de bienestar, que habían luchado por él y que lo habían sostenido con el tiempo.

Los sindicatos y todas las organizaciones que orbitaban a su alrededor estaban siendo desmantelados. Al mismo tiempo, los partidos que habían liderado las luchas de la clase trabajadora durante más de tres cuartos de siglo —los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas, cualquiera que fuera su nombre— todos esos partidos se estaban vaciando. Se estaban vaciando en el sentido de que, en primer lugar, habían dejado de ser explícitamente partidos habitados por la clase trabajadora y, en segundo lugar, los vínculos verticales que tenían con la clase estaban siendo cortados.

Estaban siendo cortados en parte porque esos vínculos dependían del apoyo y la organización sindical, por lo que a medida que los sindicatos eran desmantelados, los vínculos se iban con ellos; pero también porque los partidos se habían alejado de los compromisos históricos y las luchas en las que se habían involucrado y se habían convertido esencialmente en partidos gerenciales.

Así que había un abismo entre los partidos en la cima y la clase trabajadora en la base. El Partido Demócrata nunca había sido un partido de la clase trabajadora, pero sí tenía vínculos tenues aunque reales con el movimiento sindical, y esos sindicatos le proporcionaban una especie de ancla cultural y política dentro de las comunidades trabajadoras, pero para la década de 1990 eso también había desaparecido.

Así que cuando estos murmullos sobre emprender la lucha contra el neoliberalismo comienzan a principios de los años 2000 y 2010, uno se encuentra no solo con la crisis del establishment, sino con una izquierda que, para entonces, no tiene el ancla en la misma base electoral con la que había estado asociada e identificada durante cien años. Por supuesto, esto fue el resultado de la ausencia de cualquier tipo de expresión organizada de resistencia. Pero también tiene una expresión ideológica y cultural, que es que no solo es el caso de que la izquierda, tal como es, no logra organizar su base de clase, sino que la centralidad de esa base electoral es puesta en tela de juicio.

A principios de la década de 2000, lo que se encontró fue que, en los años intermedios, entre los ochenta y principios de los 2000, se había tenido el período más largo de ausencia total de lucha de clases en el mundo avanzado que hemos visto desde la década de 1880. Si se miran los registros, desde entonces hubo, cada veinticinco o treinta años, una ola de movilizaciones de la clase trabajadora en Europa continental, en Inglaterra y en los Estados Unidos. A partir de finales de los años setenta, con la destrucción del movimiento sindical en los EE. UU. pero también en Europa, se vio una increíble disminución de los movimientos y movilizaciones sindicales explícitas.

El resultado fue que, por primera vez desde el inicio del movimiento sindical, se perdió uno de los principales mecanismos de educación política. Cada generación de militantes sindicales, socialistas y activistas de partidos formó y educó a la siguiente generación a partir de esos movimientos, cada veinticinco o treinta años. No tuvieron que aprender todo desde cero. Fueron educados en parte por las personas que lideraron el ciclo anterior de movimientos; hubo un proceso acumulativo de aprendizaje político en la izquierda.



Es un proceso muy largo.

Pero después de cuatro décadas de una ausencia total de lucha, esa tradición había desaparecido. Y la política aborrece el vacío. Todavía había un discurso político. Todavía había algún tipo de «radicalismo» ideológico, algún tipo de postureo de izquierdas. Pero por primera vez, provenía exclusivamente de instituciones de élite, que son las universidades y las organizaciones sin ánimo de lucro.

Es por eso que, después de Occupy y después de Bernie Sanders, cuando la izquierda comenzó a recuperarse, ya no estaba claro lo que significaba ser parte de la izquierda. El espacio que había sido ocupado por el movimiento laboral, por los militantes sindicales, por los sindicalistas de lucha de clases, estaba ahora ocupado por el profesorado, por el complejo ONG-universidad, por políticos, por periodistas.

Y en lugar de tener una apreciación o conexión directa con la clase trabajadora, no solo se tuvo un repliegue en lo que ahora llamamos «política de identidad», sino que también se tuvo un cuestionamiento de los mismos fundamentos de la centralidad de la organización de clase desde la izquierda. Y más allá de eso, se tuvo un cuestionamiento del universalismo que los socialistas sostenían, del materialismo que sustentaba sus análisis sociales, de la ubicación del capitalismo como el desafío central y el foco central de la organización de izquierdas. Todo eso había desaparecido. Y todo eso había desaparecido explícitamente bajo la bandera del radicalismo.

Así que no es solo que la izquierda estuviera organizativa y políticamente debilitada, sino que estaba ideológicamente confundida. Y lo sigue estando hoy.

Esta es la primera vez, en la era moderna, que la izquierda necesita argumentar a favor de la primacía de la clase. Y cuando lo hace, debe esperar ser atacada desde la propia izquierda. Eso es lo que produjo el neoliberalismo: una parte sustantiva de la izquierda actual sigue siendo interna a su marco. No está en condiciones de desafiarlo porque no puede imaginar un mundo en el que la gente trabajadora común sea el agente político central.

Ahí es donde estábamos. Y por eso, creo que es justo decir que los socialistas se encontraron teniendo que reconstruir los mismos pilares de su proyecto político: organizativa, institucional e ideológicamente. No se trataba solo de revivirlos sino, en un sentido muy real, de reconstruirlos. Estamos teniendo que construirno revivir, sino construir— las instituciones y la perspectiva política que una vez conectaron a la izquierda con su base histórica, que son los trabajadores.

Encontrando nuestra brújula.

Pero hacerlo, en primer lugar, requiere salir del miasma interseccional e identitario que ha definido la política radical durante los últimos quince años. Y esta ha sido una de las misiones centrales de Jacobin. Es por eso que es el órgano indispensable de la izquierda, porque no hay otro órgano que entienda que sin un enfoque en las vidas y las condiciones de la gente trabajadora, el proyecto no va a ninguna parte. Y para que quede claro, no todos son blancos; no todos son hombres. No estamos hablando solo de hombres blancos heterosexuales, como a los «radicales» les gusta fingir. La clase trabajadora pronto estará mayoritariamente compuesta por mujeres y personas de color.

Y para ellos, la lucha cotidiana por el sustento, por la vivienda, por la atención médica define su existencia. El desafío, por lo tanto, al que Jacobin se comprometió, es el de defender y hacer avanzar este proyecto intelectual. Una revista no puede hacerlo todo, pero ha hecho mucho solo con esto.

Debido a que la izquierda se alejó del lenguaje y la política de clase —y de priorizar las demandas económicas— y se inclinó hacia la identidad y la cultura, fue la extrema derecha, y no la izquierda, la que pudo capitalizar la crisis. Porque la extrema derecha entiende una cosa que la izquierda olvidó, que es que, si vas a la gente y les hablas de sus condiciones económicas inmediatas, sea cual sea el horrible discurso en el que lo envuelvas, si les dices que nos preocupamos por sus trabajos, por su bienestar, por sus beneficios, van a acudir a ti.

Y es por eso por lo que, en lo que a mí respecta, básicamente estamos empezando de nuevo. No solo para reconstruir instituciones que se han deteriorado, que se han dejado desmoronar, sino para volver a lograr al menos la única cosa que los socialistas siempre tuvieron, que era claridad sobre cuál es tu base electoral, a quién intentas organizar y contra quién te estás organizando.



La curva de aprendizaje de Mamdani.

Pero aquí están las buenas noticias. Contra este telón de fondo de derrota, confusión y degeneración, también hubo un extraordinario proceso de aprendizaje político. Precisamente debido a la obvia futilidad de la política de identidad y su agresiva variante «woke», una sección creciente de socialistas está empezando a entender que toda la cultura interseccional es un callejón sin salida político, al menos para los objetivos que los progresistas han tenido tradicionalmente.

Y no hay mejor señal de esto que el extraordinario éxito de la campaña de Zohran Mamdani.

La campaña de Mamdani es una extraordinaria vindicación de la idea básica que antes era de sentido común para los socialistas. Organízate en las cuestiones económicas. ¿Quieres unir a la gente? ¿Quieres organizar una clase trabajadora multirracial y multicultural con diferentes expresiones sexuales? Son trabajadores. Lo que tienen en común es su situación económica. Céntrate en eso.

Sanders estuvo insistiendo hasta la saciedad sobre este punto. Hazle a Sanders cualquier pregunta: «¿De qué color es el cielo hoy?». Él dirá: «El 60 por ciento de los estadounidenses no pueden llegar a fin de mes». Pregúntale a Bernie Sanders: «¿Qué fecha naciste?». Él dirá: «Bueno, resulta que la sanidad universal es la única solución para esto, lo otro y lo de más allá». Nunca ha habido nadie tan monótonamente centrado en el punto como Bernie Sanders.

Si hubieras mirado a Mamdani hace cinco años, habrías encontrado a un izquierdista estadounidense muy elitista, muy enclaustrado e identitario, del tipo que puebla la política universitaria, todo lo contrario, a la cultura de Sanders. Pero hoy, en su campaña para la alcaldía de Nueva York y en su persona pública, vemos una transformación dramática, casi asombrosa. Hace cuatro años, encarnaba mucho de lo que estoy criticando. Pero hoy es un socialista al estilo Sanders, centrando su campaña en las condiciones económicas de la gente trabajadora.

Su maduración hasta lo que es hoy constituye una extraordinaria vindicación del sentido común de la izquierda. Muestra que es posible salir de las profundidades de lo que se llama la cultura radical «woke», volverse serio sobre la política real, construir una campaña masiva y convertirse en el próximo alcalde de una de las ciudades más importantes del mundo.

Sean cuales sean los desafíos que vengan, esto por sí solo es tanto un índice de la rápida maduración de este emergente movimiento de izquierda como una señal de que hay esperanza para el futuro. Así que, en el resto de esta charla, me gustaría centrarme en las tareas por venir y en los problemas que debemos enfrentar mientras construimos esta izquierda emergente.



Las tareas por delante.

El elemento central definitorio de esta Nueva Nueva Izquierda, Vieja Nueva Izquierda, o como quieran llamarla, es que está organizativa y políticamente limitada por los mismos factores que expuse, que pasan porque todavía no tiene un ancla organizativa, cultural o institucional dentro de la clase trabajadora.

Así que la forma en que puede luchar por sus avances políticos es puramente a través del ámbito electoral. Difundiendo un mensaje —y por suerte para nosotros, Mamdani es un talento generacional para transmitir el mensaje político— y mostrándole a la gente que hay alguien aquí dispuesto a luchar por ellos y luego, con suerte, luchando por la promulgación, por la legislación de esa agenda.

Pero no se equivoquen, casi todos los éxitos políticos de izquierda en los últimos seis u ocho años fueron puramente electorales. Los éxitos, tales como son, se obtuvieron sin una serie correspondiente de avances en las instituciones de la clase trabajadora. Y esto tendió a hacer que se centren como un láser en las elecciones como el centro de su política. Pero yo sugeriría que, si la izquierda revitalizada continúa avanzando, continúa haciendo progresos, va a tener que modificar esta visión. Va a tener que ver las elecciones principalmente como un instrumento, un trampolín, para construir organizaciones de clase, no como el principal instrumento político.

Puedes ganar elecciones aquí y allá. Pero creo que es casi imposible sostenerlo en el tiempo sin organizaciones fuertes debajo. Porque sin ellas, no tienes contacto directo con tu base electoral. En su lugar, tienes que confiar en los medios de comunicación. Y los medios son lo que son, controlados como están por las fuerzas que también controlan los medios de producción. Y por mucho que te dirijas a través de las redes sociales, de YouTube, de TikTok, etc., va a ser muy difícil ganar la batalla ideológica.

No solo por la ventaja de los capitalistas en cuanto a los recursos de que disponen, sino también porque la «transmisión de mensajes» es una ciencia muy, muy imperfecta. Ni siquiera es una ciencia; en el mejor de los casos es un arte. Emites un mensaje, y es muy difícil predecir cómo va a ser interpretado y absorbido por la gente a la que se lo diriges si se hace desde una altitud de 30.000 pies.

Si consigues estas victorias electorales aquí, quizás en Minneapolis, quizás en Michigan o Maine, debes usarlas, en mi opinión, como un trampolín para construir tu ancla y hundir esa ancla dentro de la clase. Tienes que hacerlo, en primer lugar, mediante la construcción de sindicatos.

Nunca hubo un éxito sostenido en la izquierda excepto a través de la asociación con los sindicatos. Puedes ver por qué. No es solo que los sindicatos te den poder contra el capital. Lo digo como si fuera una cosa pequeña. Y es la cosa. Pero también hay otros aspectos que la gente puede no pensar inmediatamente. Los sindicatos son los que ayudan a construir la identidad de la clase en la que intentas apoyarte para tus estrategias electorales. Los sindicatos son los que generan la confianza que la gente tiene no solo en sus organizaciones sino en los demás. Los sindicatos son los que dan la sensación de tener una misión colectiva. Una izquierda que se centra en las elecciones en detrimento de los sindicatos es una que, tarde o temprano, perderá.

La razón es simple. Una vez que ganas elecciones, vas a tener a toda la clase dominante alineada contra ti. Van a atacar la economía. Se van a asegurar de que tu administración sea imposible.

Y si no tienes una relación cara a cara perdurable con la gente a la que intentas representar, por supuesto que tarde o temprano se volverán contra ti. Tienen que hacerlo. Porque tu elección va a estar asociada con una caída dramática en la calidad de la gobernanza, en la situación económica, y quizás incluso en sus medios de vida.

Si ganas las elecciones, tiene que ser solo el primer paso hacia la reconstrucción de las organizaciones. Junto a eso, tienes que construir una máquina que no solo haga campaña puerta a puerta una vez cada dos o cuatro años, que no solo hable con la gente para decirles por qué tu candidato es mejor. Sino que la máquina tiene que vivir en los mismos barrios que la gente a la que intentas atraer. Tiene que hablar con ellos a diario. Porque es sobre la base de eso que articularás un programa. Y ese programa no será comunicado desde 30.000 pies de altura. Lo verán como una expresión de sus propios intereses y aspiraciones. Y lucharán por el programa porque vino de ellos.

Si definimos al electoralismo como la búsqueda del poder a través de las elecciones, tiene un futuro muy limitado para la izquierda. Deberíamos estar agradecidos por ello ahora mismo, porque hoy es donde está la energía. Pero esto tiene que ser visto, en mi opinión, simplemente como el paso hacia una estrategia más sostenida, que pasa por reconstruir el tipo de presencia dentro de la clase trabajadora que la izquierda tuvo durante siete, ocho décadas en el siglo XX.

En segundo lugar, en algún momento hay que tomarse en serio la cuestión del partido. Hoy los socialistas intentan usar al Partido Demócrata, las iniciativas electorales y las líneas partidarias independientes del modo más eficaz posible. Pero, tarde o temprano, van a necesitar un partido. Tal vez no para competir en elecciones —en Estados Unidos es prácticamente imposible hacerlo como tercera fuerza—, pero sí, de manera imprescindible, como forma de organizar a la clase: un espacio con cuadros, en el que esos cuadros asuman un compromiso con un programa político y no solo una vaga declaración del tipo «quiero un mundo mejor». Y ese partido va a tener que impulsar campañas de alcance nacional.

Si tu objetivo es el socialismo, nunca hubo ni siquiera un avance socialdemócrata sin un partido de la clase trabajadora, no solo clubes sociales con algunos trabajadores en ellos. Y finalmente, cerraré con esto. Solo para llegar allí, solo para comenzar este proceso, también tenemos un desafío intelectual.

Una de las cosas que hicieron las cuatro décadas de la edad oscura neoliberal al llevar a la izquierda radical a las universidades y a las organizaciones sin fines de lucro fue que los socialistas quedaron sumergidos en un ambiente hostil y ajeno, un ambiente en el que constantemente se los atacaba por ser insensibles a esto, insensibles a aquello, reduccionistas hacia esto, esencialistas hacia aquello. Lo que he visto desde principios de la década de 2000 en adelante es una tremenda pérdida de confianza entre los socialistas respecto de su propia teoría y de su propia política.



Si vamos a avanzar con esto, si va a haber una revitalización real no solo de la izquierda populista sino de la izquierda socialista, hay que abrazar con confianza, una vez más, esos compromisos, esas máximas, que una vez definieron a la izquierda socialista. Tienes una teoría. Se llama marxismo. Cualesquiera que sean sus defectos, sigue siendo la mejor teoría disponible. No hay alternativa a ella. Si ves defectos, desarróllala, arréglala. Es un programa de investigación. Averigua qué está mal y arréglalo, en lugar de sentir vergüenza por ello.

Hay que asumir un compromiso firme con el universalismo. No existe socialismo sin un compromiso universalista contra toda forma de opresión, en todas partes, incluso cuando se trate de personas de piel oscura, incluso en el Sur Global. Hay que dejar de exotizarlo. Hay que dejar de reducirlo a relatos pintorescos sobre rituales y costumbres, o a la idea de que allí rigen otras cosmologías u otras concepciones del tiempo y el espacio. Hay que entender que esas poblaciones, con piel más oscura, luchan por exactamente las mismas cosas que los estadounidenses blancos y los europeos blancos. Es vergonzoso que, en los últimos treinta años, algo llamado «teoría poscolonial» haya podido presentarse como radical cuando, en realidad, se limitó a reactivar el racismo del siglo XIX. Hay que volver al universalismo de la izquierda clásica.

Necesitas entender que la política real se basa en el materialismo, lo que significa que elaboras tu programa en base a los intereses materiales de la gente, no a una vibra, no a valores. Estás luchando por los intereses materiales y las necesidades materiales de la gente, por lo que no hay duda de la centralidad de la clase. Si te llamas izquierdista, radical, socialista y no puedes aceptar el materialismo y la centralidad de la política de clase, estás en la sala equivocada.

No hay política de la clase trabajadora y socialista que no priorice la lucha de clases, porque incluso para esas identidades sociales de género y raza, tienes que hacer una elección. ¿Vas a ser antirracista y luchar contra los desafíos que enfrentan las élites racializadas, o por los trabajadores racializados? No existe el antirracismo como tal. Está el antirracismo de los ricos y el antirracismo de la clase trabajadora. Y si realmente quieres mejorar las vidas de las mujeres y hombres trabajadores racialmente oprimidos, vas a tener que tener el apalancamiento que te da la lucha de clases. No hay forma de eludir la centralidad de la clase si estás en la izquierda.

Y finalmente, solo diré que nuestro objetivo es el socialismo. Pasaremos por la socialdemocracia. Será una parada intermedia. Pero el objetivo tiene que ser un socialismo democrático, liberal y universalizado para todos.

Estos compromisos fueron alguna vez el sentido común de la izquierda. Hoy son marginales. Todavía tienes que luchar por ellos, argumentar a favor de ellos. Hasta que no los coloquemos en el centro de nuestro proyecto intelectual, vamos a estar obstaculizados para avanzar en nuestro proyecto político.

Soy optimista. La victoria de Mamdani es un punto de inflexión. Revivió un proceso que la campaña de Sanders ya había desencadenado, pero que había perdido impulso en los últimos años.

El mayor desafío para nosotros organizativa y políticamente es utilizar estas victorias electorales para reconstruir la conexión de la izquierda con la gente trabajadora. Intelectualmente, nuestro mayor desafío es volver y trabajar en nuestro marco analítico que surge del análisis de clase, para lo cual la mejor teoría sigue siendo el marxismo. Y con suerte, todos estaremos aquí para el vigésimo quinto aniversario de Jacobin, algunos de nosotros para su quincuagésimo aniversario, porque no hay mejor ni más importante órgano para que la izquierda avance con este proyecto que Jacobin.

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