EL
REVANCHISMO CONSERVADOR, AMENAZA A AMÉRICA LATINA.- Emir Sader, La Jornada, Hablábamos de restauración conservadora, pero la
expresión es un tanto fría para designar el proceso real con que la derecha
latinoamericana amenaza a nuestros países. No se trata de un proceso frío de
sustitución de un modelo económico por otro, porque detrás de ese cambio hay
unos profundos en las relaciones de clase, con sentimientos y rencores. Los gobiernos progresistas de América
Latina cometieron el pecado de lesionar intereses de las élites dominantes.
En Brasil, el editor jefe de O
Globo –un tal Alí Kamel– alcanzó a escribir un libro para acusar a los que
han adoptado la política de cuotas para negros en las universidades públicas de
haber introducido (sic) el racismo en
Brasil. Los negros estaban quietos, según él, a lo mejor resignados por su
condición, en un país conocido por su democracia racial, por una miscegenación
consentida, cuando la política de cuotas despertó en ellos sentimientos malos. El libro se llama No somos racistas
y acusa a los que han impulsado políticas de cuotas de haber metido el racismo en Brasil. Sentimientos
similares se mantuvieron en sectores de las élites tradicionales cuando vieron
que sus privilegios dejaban de serlo para volverse derechos de todos. Sectores
de clase media no quieren derechos, prefieren privilegios, que los incluyan
solamente a ellos.
Los
gobiernos progresistas han promovido los derechos de la gran masa que siempre
había estado rezagada, discriminada, excluida. Es una
experiencia inolvidable para ellos y traumática para los que los querían
siempre abajo. Se fueron acumulando rencores, conforme esa masa fue eligiendo y
reeligiendo los gobiernos que atendían sus reivindicaciones. Ahora, cuando la derecha ve
posibilidades de retornar al gobierno –vía elecciones, como en Argentina, o con alguna forma de golpe blanco, como en Brasil y en Venezuela–, sus designios
se van volviendo claros. No se trata solamente de adecuaciones económicas, sino
de virajes fundamentales hacia economías de mercado, abiertas al libre
comercio, de vuelta a estados mínimos y a recortes duros de empleos y de los
derechos sociales de la gran mayoría.
Se trata de una verdadera revancha social, porque las correlaciones de fuerza entre
las clases han cambiado mucho, en favor de las capas populares. Las élites y la derecha no perdonan
haber cedido espacios para los derechos de la masa de la población. Macri ataca directamente las políticas sociales del gobierno de Cristina
Fernández, con el pretexto de equilibrar las finanzas públicas y combatir
la inflación.
En
Brasil, el programa esbozado por los políticos más corruptos del país –Michel Temer, Eduardo Cunha, Renan
Calheiros, vicepresidente y presidentes de la Cámara y del Senado,
respectivamente, todos del PMDB– representaría un durísimo ajuste fiscal, con
recortes sustanciales en las políticas sociales introducidas por el gobierno Lula y profundizadas
por el gobierno de Dilma Rousseff.
Además del ataque entreguista a Petrobras
y al Presal. Hablar simplemente de restauración parece algo plácido
respecto de la violencia del contenido social de las medidas que buscan poner
en práctica, así como de la represión que necesariamente las acompaña. La lucha por la defensa de la democracia
y de los gobiernos progresistas no es así solamente una guerra política y
electoral. Es una inmensa batalla social, de defensa de la gran masa de la
población, cuyos
derechos están en juego bajo la feroz revancha de clases que la derecha lleva a
cabo para recobrar el poder. –
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AMÉRICA LATINA: EL FINAL DE UN CICLO O EL
AGOTAMIENTO DEL POS-NEOLIBERALISMO.
*****
François Houtart.
ALAINET. Miércoles 20 de abril
del 2016.
América Latina fue el único continente donde las opciones neoliberales
fueron adoptadas por varios países. Después de una serie de dictaduras
militares, apoyadas por los Estados Unidos y portadoras del proyecto
neoliberal, las reacciones no se hicieron esperar. La cumbre fue el rechazo en
2005 del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá, el
resultado de la acción conjunta entre movimientos sociales, partidos políticos
de izquierda, organizaciones no gubernamentales e iglesias cristianas.
Los
gobiernos progresistas
Los nuevos gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua,
Venezuela, Ecuador, Paraguay y Bolivia, pusieron en marcha políticas
restableciendo el Estado en sus funciones de redistribución de la riqueza, de
la reorganización de los servicios públicos, en particular el acceso a la salud
y a la educación y de inversiones en obras públicas. Se negoció una
distribución más favorable del ingreso de las materias primas entre
multinacionales y Estado nacional (petróleo, gas, minerales, productos
agrícolas de exportación) y la coyuntura favorable, durante más de una década,
permitió importantes ingresos para las naciones en cuestión.
Hablar sobre el final de un ciclo introduce la idea de un cierto determinismo
histórico, lo que sugiere la inevitabilidad de alternancias de poder entre la
izquierda y la derecha, concepto inadecuado si el objetivo es sustituir la
hegemonía de una oligarquía por regímenes populares democráticos. Sin embargo,
una serie de factores permiten sugerir un agotamiento de las experiencias
post-neoliberales, partiendo de la hipótesis que los nuevos gobiernos fueron
post-neoliberales y no poscapitalistas.
Obviamente, sería ilusorio pensar que en un mundo capitalista, en plena
crisis sistémica y, por lo tanto, particularmente agresivo, el establecimiento
de un socialismo "instantáneo" es posible. Por cierto también existen
referencias históricas sobre el tema. La NEP (Nueva Política Económica) en los
años veinte en la URSS, es un ejemplo para estudiar de manera crítica. En China
y en Vietnam, las reformas de Deng Xio Ping o del Doi Moi (renovación) expresan
la convicción de la imposibilidad de desarrollar las fuerzas productivas, sin
pasar por la ley del valor, es decir, por el mercado (que se supone el Estado
debe regular). Cuba adopta, de forma lenta pero prudente a la vez, medidas para
agilizar el funcionamiento de la economía, sin perder las referencias
fundamentales a la justicia social y el respeto por el medio ambiente. Entonces
se plantea la cuestión de las transiciones necesarias.
Un proyecto
posneoliberal
El proyecto de los gobiernos "progresistas" de América Latina
para reconstruir un sistema económico y político capaz de reparar los
desastrosos efectos sociales del neoliberalismo, no fue una tarea fácil. La
restauración de las funciones sociales del Estado supuso una reconfiguración de
este último, siempre dominado por una administración conservadora poco capaz de
constituir un instrumento de cambio. En el caso de Venezuela, es un Estado
paralelo que se instituyó (las misiones) gracias a los ingresos del petróleo.
En los demás casos, nuevos ministerios fueron creados y renovaron gradualmente
a los funcionarios. La concepción del Estado que presidió al proceso fue
generalmente centralizadora y jerarquizada (importancia de un líder
carismático) con tendencias a instrumentalizar los movimientos sociales, el
desarrollo de una burocracia a menudo paralizante y también la existencia de la
corrupción (en algunos casos a gran escala).
La voluntad política por salir del neoliberalismo tuvo resultados
positivos: una lucha efectiva contra la pobreza para decenas de millones de
personas, un mejor acceso a la salud y la educación, inversiones públicas en
infraestructura, en pocas palabras, una redistribución por lo menos parcial del
producto nacional, considerablemente aumentado por el alza de los precios de
las materias primas. Esto dio lugar a beneficios para los pobres sin afectar
seriamente los ingresos de los ricos. Se añadieron a este panorama importantes
esfuerzos a favor de la integración latinoamericana, creando o fortaleciendo
organizaciones como el Mercosur, que reúne a unos diez países de América del
Sur, UNASUR, para la integración del Sur del continente, la CELAC para el
conjunto del mundo latino, más el Caribe y, finalmente, el ALBA, una iniciativa
venezolana con unos diez países.
En este último caso, se trataba de una perspectiva de cooperación bastante novedosa, no de competencia, sino de complementariedad y de solidaridad, porque, de hecho, la economía interna de los países "progresistas" permaneció dominada por el capital privado, con su lógica de acumulación, especialmente en los sectores de la minería y el petróleo, las finanzas, las telecomunicaciones y el gran comercio y con su ignorancia de las "externalidades", es decir los daños ambientales y sociales. Esto dio lugar a reacciones cada vez mayores por parte de varios movimientos sociales. Los medios de comunicación social (prensa, radio, televisión) se mantuvieron en gran medida en manos del gran capital nacional o internacional, a pesar de los esfuerzos hechos para rectificar una situación de desequilibrio comunicacional (Telesur y las leyes nacionales en materia de comunicaciones).
En este último caso, se trataba de una perspectiva de cooperación bastante novedosa, no de competencia, sino de complementariedad y de solidaridad, porque, de hecho, la economía interna de los países "progresistas" permaneció dominada por el capital privado, con su lógica de acumulación, especialmente en los sectores de la minería y el petróleo, las finanzas, las telecomunicaciones y el gran comercio y con su ignorancia de las "externalidades", es decir los daños ambientales y sociales. Esto dio lugar a reacciones cada vez mayores por parte de varios movimientos sociales. Los medios de comunicación social (prensa, radio, televisión) se mantuvieron en gran medida en manos del gran capital nacional o internacional, a pesar de los esfuerzos hechos para rectificar una situación de desequilibrio comunicacional (Telesur y las leyes nacionales en materia de comunicaciones).
¿Qué tipo de
desarrollo?
El modelo de desarrollo se inspiró en los años 60 del
"desarrollismo", cuando la Comisión Económica para América Latina de
la ONU (CEPAL) propuso sustituir las importaciones por el aumento de la
producción nacional. Su aplicación en el siglo XXI, en una coyuntura favorable
de los precios de las materias primas, combinada con una perspectiva económica
centrada sobre el aumento de la producción y una concepción de redistribución
de la renta nacional sin transformación fundamental de las estructuras sociales
(falta de reforma agraria, por ejemplo) condujo a una
"reprimarización" de las economías latinoamericanas y al aumento de
la dependencia con respeto al capitalismo monopolista, yendo incluso hasta una
desindustrialización relativa del continente.
El proyecto se transformó gradualmente en una modernización acrítica de
las sociedades, con matices dependiendo del país, alguno, como Venezuela
haciendo hincapié en la participación comunitaria. Esto dio lugar a una
amplificación de consumidores de clase media de bienes del exterior. Se
estimularon los megaproyectos y el sector agrícola tradicional fue abandonado a
su suerte para favorecer la agricultura agroexportadora destructora de los
ecosistemas y de la biodiversidad, incluso llegando a poner en peligro la
soberanía alimentaria. Cero rastros de verdaderas reformas agrarias. La
reducción de la pobreza en especial mediante medidas asistenciales (que también
fue el caso de los países neo-liberales) apenas redujo la distancia social,
siendo la más alta del mundo.
¿Se podría haber
hecho de otra manera?
Uno puede preguntarse, por supuesto, si era posible haberlo hecho de
otra manera. Una revolución radical hubiera provocado intervenciones armadas y
los Estados Unidos disponen de todo el aparato necesario para ello: bases
militares, aliados en la región, el despliegue de la quinta flota alrededor del
continente, informaciones por satélites y aviones awak y han demostrado que
intervenciones no estaban excluidas: Santo Domingo, bahía de cochinos en Cuba,
Panamá, Granada.
Por otra parte, la fuerza del capital monopolista es de tal manera que
los acuerdos hechos en los campos de petróleo, minería, agricultura,
rápidamente se convierten en nuevas dependencias. Hay que añadir la dificultad
de llevar a cabo políticas monetarias autónomas y las presiones de las
instituciones financieras internacionales, sin hablar de la fuga de capitales
hacia los paraísos fiscales, como lo demuestran los documentos de Panamá.
Por otra parte, el diseño de la formación de los líderes de los gobiernos "progresistas" y de sus consejeros era claramente el de una modernización de las sociedades, sin tener en cuenta logros contemporáneos, tales como la importancia de respetar el medio ambiente y asegurar la regeneración de la naturaleza, una visión holística de la realidad, base de una crítica de la modernidad absorbida por la lógica del mercado y finalmente la importancia del factor cultural. Curiosamente, las políticas reales se desarrollaron en contradicción con algunas constituciones bastante innovadoras en estas áreas (derecho de la naturaleza, "buen vivir").
Por otra parte, el diseño de la formación de los líderes de los gobiernos "progresistas" y de sus consejeros era claramente el de una modernización de las sociedades, sin tener en cuenta logros contemporáneos, tales como la importancia de respetar el medio ambiente y asegurar la regeneración de la naturaleza, una visión holística de la realidad, base de una crítica de la modernidad absorbida por la lógica del mercado y finalmente la importancia del factor cultural. Curiosamente, las políticas reales se desarrollaron en contradicción con algunas constituciones bastante innovadoras en estas áreas (derecho de la naturaleza, "buen vivir").
Los nuevos gobiernos fueron bien recibidos por las mayorías y sus
líderes reelegidos en varias ocasiones con resultados electorales
impresionantes. De hecho, la pobreza había disminuido notablemente y las clases
medias se habían duplicado en peso en pocos años. Existía un verdadero apoyo
popular. Por último, hay que añadir también que la ausencia de una referencia
creíble "socialista", después de la caída del muro de Berlín, no
incitaba a presentar otro modelo que el post-neoliberal. El conjunto de estos
factores sugieren que era difícil, objetiva y subjetivamente, esperar otro tipo
diferente de orientación.
Las nuevas
contradicciones
Sin embargo, esto explica una rápida evolución de
las contradicciones internas y externas. El factor más dramático fue,
obviamente, las consecuencias de la crisis del capitalismo mundial y, en
particular, la caída, en parte planificadas, de los precios de las materias
primas y en especial del petróleo. Brasil y Argentina fueron los primeros
países en sufrir los efectos, pero rápidamente siguieron Venezuela y Ecuador,
Bolivia resistiendo mejor, gracias a la existencia de importantes reservas de
divisas. Esta situación afectó inmediatamente el empleo y las posibilidades
consumistas de la clase media. Los conflictos latentes con algunos movimientos
sociales y una parte de intelectuales de izquierda salieron a la luz. Las
fallas del poder, hasta entonces soportadas como el precio del cambio y sobre
todo en algunos países, la corrupción instalada como parte integrante de la
cultura política, provocaron reacciones populares.
Obviamente la derecha se tomó esta situación para
iniciar un proceso de recuperación de su poder y su hegemonía. Apelando a los
valores democráticos que nunca había respetado, logró recuperar parte del
electorado, sobre todo tomando el poder en Argentina, conquistando el
parlamento en Venezuela, cuestionando el sistema democrático de Brasil,
asegurándose la mayoría en las ciudades en Ecuador y en Bolivia. Trató de tomar
ventaja de la decepción de algunos sectores, en particular de los indígenas y
de las clases medias. También con el apoyo de muchas instancias norteamericanas
y por los medios en su poder, trató de superar sus propias contradicciones,
sobre todo entre las oligarquías tradicionales y los sectores modernos.
En respuesta a la crisis, los gobiernos
"progresistas" adoptaron medidas cada vez más favorables a los
mercados, hasta el punto de que la "restauración conservadora" que
denuncian con regularidad, se introdujo subrepticiamente dentro de ellos
mismos. Las transiciones se convirtieron entonces en adaptaciones del
capitalismo a las nuevas exigencias ecológicas y sociales (un capitalismo
moderno) en vez de pasos hacia un nuevo paradigma poscapitalista (reforma
agraria, apoyo a la agricultura campesina, tributación mejor adaptada, otra
visión de desarrollo, etc.).
Todo esto no significa el final de las luchas
sociales, al contrario. La solución radica, por una parte, en la agrupación de
las fuerzas para el cambio, dentro y fuera de los gobiernos, para redefinir un
proyecto y las formas de transición y por otra, en la reconstrucción de
movimientos sociales autónomos con objetivos enfocados en el medio y largo
plazo.
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