EL SOCIÓLOGO DE LA
EMERGENCIA.- Natalia Aruguete y Bárbara Schijman.- Referente
indiscutido en el pensamiento político y social contemporáneo, el académico Boaventura de Sousa Santos
se ha empeñado en proponer una “sociología de la emergencia” que recupere las
experiencias humanas, la labor con las bases y las organizaciones sociales y de
visibilidad a los “silenciados”. Discute,
a su vez, la forma “autoritaria” que han tenido ciertos partidos de izquierda, que no son toda la izquierda
–aclara– y que llevó a cabo una invisibilización de esa base participativa de
organización, que se ve en las calles “cuando la gente sale a defender la
democracia”.
Es profesor de Sociología de la Universidad de Coimbra, Portugal, y
director del Centro de Estudios Sociales y del Centro 25 de Abril de esa misma
universidad. En Buenos Aires, dio una charla magistral en el marco del curso “América Latina: Ciudadanía, Derechos e
Igualdad”, organizado por la UMET,
CLACSO, LA ELAP Y FLACSO-BRASIL. En esa oportunidad, dialogó con Página/12
sobre la necesidad de mantener viva una lucha por la igualdad que impulse un
nuevo ciclo constituyente y haga frente a los intentos destituyentes a los que asiste
actualmente América Latina.
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BOAVENTURA DE
SOUSA SANTOS: “LOS MÁS PODEROSOS SON QUIENES MÁS SALEN DEL JUEGO DEMOCRÁTICO
PARA DESPUÉS IMPONERLO A LOS DE ABAJO”.
Analiza la envestida
de la derecha en la Región y su relación con el “fascismo financiero”.
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En medio del actual proceso de transición regresiva en varios países de
la región, como Argentina y Brasil, el reconocido jurista y sociólogo propone
continuar con la lucha por la igualdad para impulsar un nuevo ciclo
constituyente que haga frente a los intentos destituyentes. Los logros
alcanzados en los últimos años y sus límites. Los errores de los gobiernos
progresistas.
Natalia Aruguete y
Bárbara Schijman.
Página /12 lunes 4 de julio
del 2016.
Los
logros en el nivel de consumo alcanzados en los últimos años en la región no se
han podido sostener en el tiempo. La embestida de los sectores de derecha en
distintos países de América Latina, asume el investigador portugués Boaventura
de Sousa Santos, pone de manifiesto la “fragilidad” de tales conquistas. Frente
al actual proceso de transición regresiva en países como Argentina, Brasil,
Ecuador y Venezuela, el reconocido jurista y sociólogo propone continuar con la
lucha por la igualdad. No una igualdad clásica, sino una agiornada, que define
como “igualdad con diferencias”.
–¿Qué
nuevas formas cree que toman las luchas por la igualdad en América Latina?
–Las
luchas por la igualdad han sido luchas tradicionales en este continente, ya que
es un continente muy desigual. Las desigualdades se han profundizado a lo largo
de las últimas décadas, excepto quizás en los últimos 12 o 15 años, dependiendo
de los países. Algunos gobiernos, salidos muchas veces de movimientos
populares, lograron realizar alguna redistribución social aprovechando el boom
de los commodities y el alza de precio de los productos primarios; con eso
integraron en el consumo –aunque no en términos de ciudadanía, por lo menos en
el consumo–, a millones de personas en el continente. Claro. Se está
demostrando que estos logros son frágiles y reversibles. De hecho están siendo
ya puestos en cuestión en varios países: Argentina es uno de ellos, Brasil
puede ser el próximo, Ecuador también, y Venezuela. Dado que no ha sido un
proceso sostenible, la lucha por la igualdad debe continuar. No se trata de una
lucha clásica por la igualdad entre clases, sino que se trata de una “igualdad
con diferencias”.
–¿En
qué sentido “igualdad con diferencias”?
–Desde
los años 90, pero sobre todo después de 2000, hay una lucha muy fuerte por el
reconocimiento a la diversidad protagonizada, sobre todo, por los movimientos
indígenas y afrodescendientes. Ya había obviamente una lucha de las mujeres por
la diferencia, por la diversidad, pero estos dos movimientos –el
afrodescendiente y el indígena–, tuvieron un impacto enorme sobre todo en
algunas de las constituciones, como las de Bolivia y de Ecuador, para mostrar
que la igualdad para ser incluyente debe tomar en cuenta las diferentes maneras
de pertenecer a una cierta comunidad política que es el Estado. Esos fueron
logros. Ahora, en este momento, estamos en un proceso de reversión, de
transición regresiva.
–¿A
qué se refiere cuando habla de que “asistimos a un nuevo ciclo constituyente”?
–Cuando
hablo de procesos constituyentes me refiero a procesos que buscan intentar ver
de qué manera se puede abrir otro ciclo una vez que éste está agotado o que se
presenta como un proceso destituyente, en la medida en que los derechos
conquistados se están destituyendo, a veces a través de cambios
constitucionales, otras veces sin cambios constitucionales. Por eso también es
que las constituciones se están revelando como un papel mojado y con poca
eficacia; ellas, que fueron creadas fundamentalmente para crear la idea de
seguridad y que podrían aguantarse momentos cíclicos complicados. Pero no es
así. Tenemos un tipo de estado de excepción en el que no hay suspensión de las
constituciones, no hay dictadura, todo parece hecho dentro de una normalidad
democrática pero el hecho es que la democracia se está espaciando. Por eso el
apego a un proceso constituyente es a un nuevo proceso que pueda blindarse en
relación a las debilidades del proceso anterior.
–¿A
qué atribuye el cambio de signo político de algunos gobiernos de la región?
–Creo
que es producto de muchos errores por parte de algunos gobiernos, que en su
parte final y producto de la degradación del ánimo político, tenían casi
actitudes suicidas. Todos sabemos que quizás la presidenta Dilma Rousseff no
fue necesariamente la mejor opción para suceder a Lula.
–¿Por
qué lo cree?
–Fue
una decisión personal suya postular a una persona que nunca se había presentado
a elecciones en ninguna parte. Una buena técnica, pero quizás buena para
gobernar en períodos de bonanza y no en períodos de turbulencia. Por eso digo
que hubo un casi suicidio. Pienso que los gobiernos progresistas no prestaron
la atención necesaria para ganar victorias contundentes. Para eso era necesario
mantener una lealtad con los grupos sociales con los cuales trabajaron durante
años; lealtad que no mantuvieron. Al final de sus mandatos implementaron
políticas casi ofensivas.
–¿Por
ejemplo? ¿A cuáles se refiere concretamente?
–Por
ejemplo, en el caso de Dilma, el hecho de nombrar para ministra de agricultura
a Kátia Abreu, la gran mujer representante de los agronegocios. Y así tantas
otras cosas ocurrieron en otros países que hicieron parecer que se estaba
traicionando todo lo que se había prometido en la campaña electoral. Fueron
muchos errores. La gente no es estúpida. La gente quería esta redistribución,
¿quién no? Solamente la clase media puede ser muy crítica por temor a que se le
recorte algún beneficio, pero sigue teniendo su salario, su coche... Pero la
gente que estaba muy abajo y que finalmente pudo comer, ir al colegio, ir al
supermercado… a esa gente le gustaría poder sostener esa política. El caso es
que los gobiernos no fueron lo suficientemente elocuentes para que la gente
pudiera advertir que lo que la derecha y los medios de comunicación decían era
realmente falso.
–Usted
atribuye estos cambios de signo político a la fragilidad de los logros
alcanzados en los últimos 15 años. Sin embargo, en algunos países los cambios
se dieron por la voluntad popular...
–Es
una buena pregunta pero complicada de responder. Estos cambios de
transformación y de políticas de redistribución social están siendo eliminados
a través de procesos democráticos. Por eso puede decirse que es el pueblo el
mayor beneficiario de estas políticas, el que se muestra ingrato y vota en
contra. En ese sentido habría varias cosas que decir.
–¿Cómo
cuáles?
–Primero,
es claro que estos gobiernos progresistas cometieron muchos errores; hay
quienes no consideran a estos gobiernos progresistas, yo los sigo denominando
así en el sentido de que buscaron una redistribución social en un continente
marcado por las desigualdades que venían desde la Colonia. Uno de esos errores
fue no aprovechar la gran oportunidad que se les dio para transformar
políticamente la sociedad: hacer reformas políticas, reformas del sistema
fiscal, de los medios de comunicación, de la economía. Y al contrario, de una
manera perezosa, aprovecharon el aumento de los commodities y el alza de
precios de las materias primas para permitir, a partir de esto, una
redistribución social que era dependiente de los precios. Al mismo tiempo,
permitieron a las clases oligárquicas, a los sistemas financieros, a los ricos,
enriquecerse como nunca. No aprovecharon la gran aceptación, casi hegemónica,
que tuvieron en algún tiempo para transformar la política de manera de poder
resistir a una situación más adversa. Por eso es que estas formas de inclusión
no fueron realmente formas de inclusión democrática y ciudadana.
–¿Qué
tipo de inclusión observa en estos procesos?
–Fueron
formas de inclusión por el consumo. En ese sentido, estos nuevos sujetos
políticos, que en muchos casos por primera vez podían comer tres veces al día,
no fueron invitados a ejercer el control sobre las políticas públicas mediante
mecanismos de democracia participativa, tampoco fueron invitados a debatir
sobre el servicio que se daba en los hospitales y se quedaron, por así decirlo,
como pasivos recipientes de un consumo que ahora les era permitido. Por eso
esta inclusión es frágil, por eso permite que esta población que fue realmente
beneficiada esté sujeta a influencias que pueden de alguna manera disfrazar y
pervertir todo lo que se hizo.
–Puntualmente,
¿a qué influencias se refiere?
–Hay
influencias sin las cuales no podemos entender qué está pasando. En primer
lugar, la presencia de un fascismo mediático. En mi trabajo he distinguido
diferentes formas de fascismo: el fascismo del apartheid social, el fascismo
territorial, el fascismo paraestatal, el financiero y, obviamente, el fascismo
mediático. El fascismo mediático es aquel que permite a los medios, a través de
la concentración mediática, manipular de una manera grosera la realidad y las
percepciones de la vida cotidiana, de la vida política, de manera que la gente
se sienta traicionada por los que apoyó anteriormente y que piense que los que
le dieron una nueva vida a través de la inserción en el consumo son los
responsables de la crisis. Eso fue lo que ocurrió a través de una manipulación
mediática muy inteligente y poderosa que se hizo en todo el continente.
–¿Qué
otros elementos coadyuvaron a este tipo de influencias?
–El
segundo factor es la presencia del imperialismo norteamericano. No se puede
ocultar más que los errores internos que cometieron los gobiernos progresistas
no serían tan graves si no hubiera una fuerza internacional muy fuerte
proveniente del imperialismo norteamericano que opera por diferentes
mecanismos, que por supuesto ahora no son las dictaduras militares pero que son
las presiones del sistema financiero internacional y la financiación de
organizaciones democráticas en varios países que son democráticos desde la
fachada pero que aplican condiciones hostiles a los gobiernos progresistas. Sin
ir más lejos, en Brasil está absolutamente documentada la presencia de los
hermanos Koch, muy conocidos en Estados Unidos por ser de los más ricos y de
los que más promueven políticas de derecha.
–¿En
qué consistió el rol de los hermanos Koch en el impeachment llevado a cabo
contra Dilma?
–Los
Koch Brothers han financiado muchas organizaciones que están hoy en la calle
pidiendo el impeachment de Dilma. El imperialismo norteamericano aprovechó los
errores cometidos por los gobiernos progresistas para atacar con una violencia
sin precedentes. Empezaron por los pequeños países: primero Honduras, luego
Paraguay con el golpe parlamentario a Fernando Lugo. Y ahora están intentando
con los grandes países: Venezuela, Brasil y Argentina, y debemos decir que lo
están haciendo con bastante éxito y que por eso hay que empezar de nuevo.
–¿En
qué consiste el “fascismo financiero”?
–Todas
las formas de fascismo son formas infra-políticas, no son parte del sistema
político, que es democrático, pero condicionan las formas de vida de los que
están abajo a través de desigualdades de poder que no son democráticas, que son
inmensas y permiten que los grupos que tienen poder casi obtengan un derecho de
veto sobre las oportunidades de vida de quienes están más abajo. Si eliminan la
escuela pública y la salud pública la gente con bajos recursos podrá enviar a
sus hijos a la escuela si es que tiene un amigo o padrino. Ahora, si el padrino
no quiere pagar entonces sus hijos ya no irán a la escuela. Es la filantropía:
el veto sobre la oportunidad. Es la discrecionalidad, que ocurre de diferentes
formas. Por ejemplo, la discrecionalidad de la policía ante los pibes que son
negros o que usan gorra. Y que llaman “leyes de convivencia”, pero que no
tienen nada de convivencia sino que cuestiona a cualquiera que tenga un comportamiento
apenas distinto. Eso es fascismo. Es arbitrariedad. Lo mismo el fascismo del
apartheid social. En todas partes hay zonas salvajes de la ciudad y zonas
civilizadas, donde existen todos los requisitos de urbanidad, de seguridad y
saneamiento básico, y otras zonas donde no hay electricidad, donde el agua está
contaminada, etc. Todo esto en un marco de la legalidad. Una discrecionalidad
por debajo de los procesos políticos, y por eso digo que vivimos en sociedades
que son políticamente democráticas y socialmente fascistas.
–¿Qué
rasgos distintivos encuentra en el fascismo financiero?
–El
fascismo financiero tiene una característica especial: permite salir del juego
democrático para tener más poder sobre el juego democrático. O sea, alguien con
muchísimo dinero puede ponerlo en un paraíso fiscal. De este modo sale del
juego democrático de los impuestos, pero al salir se queda con más dinero y más
poder para poder influenciar el juego democrático y además darles consejos a
los ciudadanos de que no deben gastar tanto, que están viviendo por encima de
sus posibilidad, que el Estado está gastando más en salud, por supuesto, porque
el Estado no está siendo financiado con los impuestos que podría recibir si
esta plata estuviera en el país. Se crea una corrupción de la democracia a
través de la cual hay dos reglas: los que huyen de las reglas democráticas son
los que se quedan con más poder para imponer las reglas democráticas a los
otros. Esa es la perversidad del fascismo financiero. Claro que también tiene
otras formas como las “agencias de rating” y la especulación.
–¿Qué
hay del fascismo político?
–Justamente,
el problema radica en ver hasta cuándo se mantiene como fascismo social y
cuándo se transforma en fascismo político. Porque hasta ahora, políticamente, las
sociedades son democráticas. Hay libertad de expresión, relativa pero existe.
Hay elecciones libres, por así decirlo, con toda la manipulación. Hay un mínimo
de credibilidad democrática, pero los asuntos de los que depende la vida de la
gente están cada vez más sustraídos al juego democrático y los más poderosos
son quienes más salen de ese juego democrático para después imponerlo a los que
están abajo. Esto a mi juicio es la situación en la que estamos y donde surge
la necesidad de un otro proceso constituyente.
–El
acceso al saber también es desigual. ¿Se puede hablar de un fascismo del
conocimiento?
–Lo
que diría es que estamos asistiendo a la mercantilización del conocimiento.
Durante mucho tiempo el conocimiento científico valió por su rigor y por la
curiosidad de los cientistas que se decidieron a investigar un tema y que
llegaban a conclusiones útiles para los países. Hoy ya no es así. El valor del
conocimiento es un valor de mercado: el conocimiento contribuye a la
innovación, genera patentes. Las universidades están ante una presión enorme
por generar recetas propias del conocimiento. Se mercantiliza el conocimiento y
por eso las propias universidades están cada vez forzadas a funcionar como
corporaciones mercantiles, como empresas, los profesores como proletarios que
producen para revistas de impacto, y los estudiantes como consumidores. Hay una
mercantilización general del conocimiento y es esto que ha dado impulso al
trabajo que me domina hoy sobre las “epistemologías del sur”: intentar llevar a
cabo una lucha radical en todo el conocimiento. Por eso trabajo tanto con los
movimientos sociales, para mostrar que el conocimiento científico es importante
y no se puede demonizar, que la ciencia demuestra que los transgénicos o los
insecticidas contaminan el agua y destruyen la vida, que debemos usar esa
ciencia, pero tener en cuenta que esa ciencia no es la única válida. En este
sentido es necesario descolonizar el saber para poder democratizar la sociedad,
despatriarcalizarla y desmercantilizarla.
–¿Es
posible aplicar su concepto de “apartheid social” a las políticas
segregacionistas hacia los refugiados que se despliegan en varios países
europeos?
–Toda
la razón en mencionar a Europa, que está bajo la misma presión. Los refugiados
son un caso extremo de una política de exclusión, pero lo más significativo es
todo el sistema de fascismo financiero, disciplinario, que se aplicó en Grecia,
Portugal, España, y que se está aplicando en otros países para intentar exigir
que todos los países sigan la misma línea conservadora, de privatización, de
liberalización, de destrucción de servicios públicos como salud y educación, de
privatización de los servicios que son rentables para el capital. Europa puede
hoy con menos arrogancia reconocer y entender mejor lo que pasa en América
Latina.
–¿Por
qué?
–Porque
durante mucho tiempo pensó que ciertas situaciones sólo sucedían en países
menos desarrollados, pero hoy Europa está pasando por un proceso de
subdesarrollo: algunos países que estaban más desarrollados ahora están siendo
subdesarrollados (el caso de Grecia es muy dramático y, desde el año 2000, el
caso de Portugal también). Portugal es el único país de la Unión Europea que
tiene un gobierno de izquierda que puede ser destruido en cualquier momento por
Bruselas porque no está muy interesada en gobiernos de izquierda. Pero es una
lucha cada vez más común entre países latinoamericanos y europeos.
–¿Cuál
es su mirada hacia los partidos de izquierda?
–Creo
que es necesario que redefinamos qué son las izquierdas y cuál es su forma
política. Primero, no se puede decir que las izquierdas no aprendan. Voy a dar
el ejemplo de la izquierda portuguesa. Durante mucho tiempo los comunistas
pensaron que jamás podrían aliarse a los socialistas porque los consideraban de
derecha. Ante la posibilidad de que una derecha siguiera gobernando Portugal
por cuatro años más decidieron unirse al partido socialista.
–¿Por
qué las izquierdas tienden a la fragmentación?
–El problema es que la izquierda partidaria hizo lo que yo llamo “una
sociología de ausencias”. Invisibilizó todo lo que no se designaba como
izquierda y que no tenía la forma de partido. Por eso lo que falta, a mi
juicio, es juntar estas diferentes dinámicas y, para eso, es necesario que las
izquierdas abandonen la idea de que los partidos son la única forma de
representación política. Los partidos tienen que pasar por una refundación
donde la democracia
participativa sea constitutiva de la formulación de las políticas, de los
partidos, y de las elecciones de los candidatos.
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