Desempleo,
precariedad, pobreza y desigualdad económico-social-laboral.- El ejemplo
más objetivo y final de esta realidad, donde se combina, las consecuencias
directas de las políticas neoliberales
de la austeridad absoluta desde el Estado y las políticas directas de la revolución digital, la encontramos en España,
hoy. “Esta debilidad del mundo laboral explica también la gran pérdida de
protección social entre los trabajadores. Entre
2010 y 2014, el gasto en prestaciones por desempleo se ha reducido casi en
un 25% a pesar del gran crecimiento del desempleo. Según datos de la EPA, las personas que llevan dos años o más en el
paro representan casi el 45% del total de los desempleados, con más de 1,6
millones de hogares en los que ninguno de sus miembros tiene trabajo. Y entre
los trabajadores, solo entre 2010 y 2013
el salario medio había descendido en 600 euros. En realidad, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT),
el número de trabajadores pobres (es decir, que ingresan menos de lo que se
considera el umbral de pobreza en España) ha pasado a ser uno de los más altos
de la UE-15. La disminución de los salarios y del empleo ha sido la mayor causa
del crecimiento de la pobreza, ya en sí
muy alta antes de la Gran Recesión. Casi el 30% de la población española
está en situación de riesgo de pobreza. La
media de ingresos familiares es en España de 26.775 euros, y la media de
los ingresos individuales es de 10.531
euros, habiendo descendido (en ambos casos desde 2009) un 11% en las rentas
familiares y un 7% en las individuales. De
nuevo, la revolución digital ha tenido muy poco que ver con estos hechos.
La principal causa ha sido la avalancha del mundo del capital (que ha sido el
promotor de las políticas neoliberales) en contra del mundo del trabajo, que ha ido perdiendo en este
conflicto”.
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La revolución digital - la cuarta revolución - en el escenario de la globalización neoliberal y la imposición de sus políticas de austeridad absoluta desde el Estado, genera la gran pregunta.¿ es fuente o no de mayor extensión y profundización del desempleo y la precariedad social y humana en los países desarrollados?.
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¿ ES EL CRECIMIENTO DEL DESEMPLEO Y DE LA PRECARIEDAD CONSECUENCIA DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL?
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Vicenç Navarro.
Público. Martes 26 de julio
del 2016.
Hace unos días
que publiqué un artículo (La falacia del futuro sin trabajo y de la revolución
digital como causa del precariado) en el que indicaba que los
datos empíricos existentes no avalan la ampliamente extendida creencia de que
la revolución digital es una de las causas (sino la mayor causa) del elevado
desempleo y precariedad en los mercados de trabajo de los países capitalistas
más desarrollados, creencia que vaticina que en un futuro próximo casi el 50%
de los puestos de trabajo existentes hoy habrán sido destruidos, creando un
futuro sin trabajo. En el artículo mostré datos que no apoyaban tal creencia.
Como era de esperar, el artículo creó una predecible avalancha de comentarios, algunos favorables y otros desfavorables. Algunos estaban basados en una tergiversada lectura de mi artículo, pues no negué en él que la revolución digital podría destruir empleo. En realidad señalé que sí que podría destruir empleo, señalando los sectores económicos donde ello podría ocurrir. Ahora bien, indiqué que si bien tal revolución digital (como la robótica) puede destruir trabajo, lo cierto es que también puede crear empleo. Por regla general la robótica ha permitido abaratar los precios de los productos, con lo cual se crea en el mismo o en otros sectores un aumento de la demanda específica o general, que contribuye al crecimiento de la actividad económica y a la creación de empleo. Por otra parte, la misma aplicación de la robótica requiere la creación de empleo. Todas las revoluciones tecnológicas anteriores, desde la introducción de las cadenas de montaje y las máquinas de vapor, hasta la introducción de la electricidad, han ido acompañadas de un aumento de la actividad económica y de la creación de empleo.
Como era de esperar, el artículo creó una predecible avalancha de comentarios, algunos favorables y otros desfavorables. Algunos estaban basados en una tergiversada lectura de mi artículo, pues no negué en él que la revolución digital podría destruir empleo. En realidad señalé que sí que podría destruir empleo, señalando los sectores económicos donde ello podría ocurrir. Ahora bien, indiqué que si bien tal revolución digital (como la robótica) puede destruir trabajo, lo cierto es que también puede crear empleo. Por regla general la robótica ha permitido abaratar los precios de los productos, con lo cual se crea en el mismo o en otros sectores un aumento de la demanda específica o general, que contribuye al crecimiento de la actividad económica y a la creación de empleo. Por otra parte, la misma aplicación de la robótica requiere la creación de empleo. Todas las revoluciones tecnológicas anteriores, desde la introducción de las cadenas de montaje y las máquinas de vapor, hasta la introducción de la electricidad, han ido acompañadas de un aumento de la actividad económica y de la creación de empleo.
Como indiqué en
el artículo, la evidencia científica acumulada durante todos estos años muestra
que el impacto de la revolución digital sobre el empleo (y sobre los salarios)
depende primordialmente del contexto político que configura la aplicación de
tal revolución tecnológica. La robótica, por ejemplo, puede destruir empleo o
puede permitir sustituir trabajo repetitivo por otro más intelectualmente
estimulante, o puede facilitar la reducción del tiempo de trabajo, pasando a
ser de 30 horas en lugar de las 40 horas de trabajo semanales.
¿Ha
aumentado la productividad durante el periodo de la supuesta revolución
digital?
Pero la crítica
que creo que merece mayor atención es aquella que reconoce que, si bien en el
pasado las nuevas tecnologías, como las máquinas de vapor o la electricidad, no
habían destruido empleo, esta revolución –la digital– sí que ha destruido
empleo, pues al aumentar la productividad (ahora un trabajador puede hacer el
trabajo de muchos antes) se aumenta la destrucción de puestos de trabajo, y con
ello aumenta el desempleo. Y frente a los datos que yo mostraba en el artículo
de que, durante los años conocidos de revolución digital, la productividad
apenas había aumentado, permaneciendo en unos niveles muy bajos, mis críticos
señalaban que yo estaba errado, pues si hubiera incluido un periodo mayor
hubiera visto un aumento muy marcado de la productividad a partir de la década
de los años noventa en el pasado siglo XX. En tal crítica se reconocía que el
crecimiento de la productividad fue muy bajo (1,7% de crecimiento anual)
durante la década de los años setenta (1971-1980), y también muy bajo (1,7%) en
los años ochenta (1981-1990). Ahora bien, los autores de tal crítica añadieron
que el crecimiento fue mucho más rápido (2,3%) en la siguiente década (1991-2000),
crecimiento que se mantuvo alto (2,4%) en la siguiente década (2001-2010). Y
dichos autores atribuían tal expansión de la productividad a la revolución
digital.
El problema en este argumento es que al tomar el cambio anual de la
productividad medido por décadas (la de los años setenta versus los años
ochenta, versus los años noventa, versus la primera década del siglo XXI), no
estamos comparando manzanas con manzanas, sino con rábanos. Hay que comparar
los datos del crecimiento de la productividad anual por ciclos económicos y no
por décadas. El periodo 2000-2010, por ejemplo, incluye un periodo de fuerte
crecimiento de la economía y de la productividad al principio de la década,
seguido de otro periodo caracterizado por un crecimiento económico y un aumento
de la productividad muy débil, que no alcanzó a ser del 1,0%. En realidad,
tanto el crecimiento económico como el crecimiento de la productividad fueron
mucho más bajos después del 2005 que los que hubo durante todo el periodo
1975-1995. Si se analiza el crecimiento de la productividad en los sectores no
agrícolas de EEUU, puede verse (U.S. Bureau of Labor Statistics) que tal
crecimiento es muy bajo. Si la revolución digital hubiera sido tan efectiva y
extendida como mis críticos sostienen, tendríamos que haber visto un gran
crecimiento de la productividad. No lo vimos.
¿Cómo se
explica el desacoplamiento del crecimiento de la productividad y el crecimiento
de empleo?
Otro argumento
que se aduce a favor del impacto negativo de la revolución digital en el empleo
es que mientras que los periodos anteriores de gran crecimiento económico y de
gran aumento de la productividad fueron acompañados de una gran creación de
empleo, a partir del año 2000 el crecimiento económico y de la productividad no
ha ido acompañado de un crecimiento de ese empleo. Y ello se atribuye, de
nuevo, a la revolución digital.
Pero tal como acabo de indicar (y expandí en mi artículo anterior), el
crecimiento de la productividad no ha sido mayor, sino al revés, ha sido menor
que en épocas anteriores. Podría argumentarse que ello se debe a que tal
revolución digital ha sido menos extensa de lo que se asume, o que el impacto
de esta revolución digital depende de otras variables, de las cuales las
políticas –como yo sostengo en mi tesis- son las determinantes. Es siempre
necesario no confundir el crecimiento de la productividad en un sector de la
economía con el crecimiento de la productividad promedio en toda la economía.
Una cosa es el establecimiento de una tecnología y otra es su difusión. Por
otra parte, toda la evidencia apunta a que las variables políticas, y muy en
particular la relación capital-trabajo (lo que solía llamarse la lucha de
clases), son determinantes para entender la evolución del empleo.
La
precariedad en España.
Los datos
muestran claramente que la precariedad en el mercado español ha crecido
masivamente durante los años de la Gran Recesión. Tal fenómeno ha ocurrido con
especial intensidad en el sur de Europa (y muy en especial en Grecia, España y
también en Portugal), donde el mundo empresarial ha tenido históricamente un
gran poder, mientras que el mundo del trabajo ha sido débil (con sindicatos
débiles y con partidos de izquierdas divididos y en conflicto). Estas son las
raíces del enorme crecimiento del desempleo, de la baja tasa de ocupación, del
gran deterioro del mercado de trabajo y del descenso de los ya muy bajos
salarios. Y son también estos países los que tienen unos de los gastos públicos
por habitante en las transferencias y servicios públicos del Estado del
Bienestar más bajos de la UE-15 (el grupo de países económicamente más
avanzados de la UE). En ninguna de estas situaciones la revolución digital ha
tenido mucho que ver con tales hechos. En realidad, tal revolución digital está
mucho más atrasada en el sur que en el norte de Europa.
¿La
recuperación económica? La precariedad continúa siendo altísima.
He escrito extensamente mostrando
que las políticas públicas neoliberales (las políticas de austeridad, causa de
los enormes recortes del gasto público social, y las reformas laborales,
responsables del enorme deterioro del mercado del trabajo) han tenido un
impacto muy negativo en el mundo del trabajo, causando una disminución de las
rentas del trabajo a costa del crecimiento de las rentas del capital (ver mi
libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento
económico dominante, Editorial Anagrama, 2015). España es uno de los países
de la UE-15 que tiene unas de las rentas del trabajo más bajas. En este país,
los ingresos salariales han alcanzado un récord a la baja: en el año 2013
representaron solo un 47,2% del PIB. A principios de la crisis, en 2007, eran
casi el 50% del PIB.
Últimamente el gobierno español
alardea de que España es el país de la UE-15 que crea más empleo, sin aclarar
que la gran mayoría de este empleo es precario, precariedad que alcanza
dimensiones masivas entre los jóvenes que consiguen tener trabajo. En realidad,
la situación entre los jóvenes es incluso peor de lo que señalan estos datos,
en sí deprimentes. Y ello se debe a que estas cifras ocultan que un número muy
elevado de jóvenes ha tenido que exiliarse para encontrar trabajo y otros han
abandonado la búsqueda de trabajo, alargando deliberadamente el periodo de estudios.
Una nota
importante que cabe señalar es que la precariedad aparece tanto entre los
trabajadores con elevadas cualificaciones como entre los poco cualificados. La
precariedad se presenta no solo en el comercio, la construcción, el turismo,
los servicios domésticos y el trabajo agrícola, sino también en sectores de
elevada cualificación y en personal cualificado, tales como los médicos, los
ingenieros, los arquitectos, los abogados o los maestros. Los contratos cortos,
temporales, con salarios bajos, se han estado expandiendo en estos sectores,
que se consideraban protegidos. Y, de nuevo, ello tiene poco que ver con la
revolución digital, y sí mucho que ver con la debilidad del mundo sindical o
asociativo.
El ataque
al mundo del trabajo.
Esta debilidad del mundo laboral
explica también la gran pérdida de protección social entre los trabajadores.
Entre 2010 y 2014, el gasto en prestaciones por desempleo se ha reducido casi
en un 25% a pesar del gran crecimiento del desempleo. Según datos de la EPA,
las personas que llevan dos años o más en el paro representan casi el 45% del
total de los desempleados, con más de 1,6 millones de hogares en los que
ninguno de sus miembros tiene trabajo. Y entre los trabajadores, solo entre
2010 y 2013 el salario medio había descendido en 600 euros. En realidad, según
la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el número de trabajadores
pobres (es decir, que ingresan menos de lo que se considera el umbral de
pobreza en España) ha pasado a ser uno de los más altos de la UE-15. La
disminución de los salarios y del empleo ha sido la mayor causa del crecimiento
de la pobreza, ya en sí muy alta antes de la Gran Recesión. Casi el 30% de la
población española está en situación de riesgo de pobreza. La media de ingresos
familiares es en España de 26.775 euros, y la media de los ingresos
individuales es de 10.531 euros, habiendo descendido (en ambos casos desde
2009) un 11% en las rentas familiares y un 7% en las individuales. De nuevo, la
revolución digital ha tenido muy poco que ver con estos hechos. La principal
causa ha sido la avalancha del mundo del capital (que ha sido el promotor de
las políticas neoliberales) en contra del mundo del trabajo, que ha ido
perdiendo en este conflicto.
Y las consecuencias económicas,
sociales y humanas han sido enormes. En realidad, estas políticas de austeridad
y de reformas laborales han creado un enorme problema de falta de demanda, la
principal causa del escaso crecimiento de la UE y de España. El descenso de los
ingresos al Estado es el resultado de ello, como bien muestran los datos. A
pesar del “enorme” aumento del número de cotizantes a la Seguridad Social (que
es presentado errónea y maliciosamente por parte del gobierno Rajoy como señal
de su éxito en la creación de empleo), los ingresos a la Seguridad Social
apenas han crecido. Mientras, la cuantía del gasto público dedicado a crear
empleo se ha visto reducida a la mitad durante la Gran Recesión, y como he
indicado anteriormente, el gasto en el seguro público de desempleo ha disminuido
(desde 2010) casi un 25%. Todo ello ha tenido un coste humano tremendo. Es bien
conocido que las crisis económicas tienen un coste elevadísimo para la salud,
la calidad de vida y el bienestar de las poblaciones. Esta realidad está bien
documentada (ver el libro de Vicenç Navarro y Carles Muntaner, The Financial
and Economic Crises and Their Impact On Health and Social Well-Being,
Baywood, 2014).
En España la situación es incluso
más acentuada. La siniestralidad laboral creció un 3,3% en los primeros seis
meses del año, una situación en la que casi dos trabajadores mueren, como
promedio, por condiciones laborales cada día. La “violencia” laboral es mayor
que cualquier tipo de violencia en España. Y digo violencia porque un gran
número de tales muertes, aunque son evitables, no se evitan. Esta violencia es
resultado del miedo que el trabajador precario tiene a perder el empleo. Y, de
nuevo, esto tiene poco que ver con la revolución digital.
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