Extraordinaria Polémica sobre el Estado de Bienestar en Europa. Los
Argumentos del Dr. Vicenc Navarro – Economista
y visible Intelectual en políticas Públicas de la Nueva Izquierda Española, el PODEMOS, y a su tiempo los artículos
del también Economista y ex-Ministro
griego Yanis Varoufakis, de los tiempos del SYRIZA (Izquierda radical,
antes de su abdicación ante la Troika Europea). Muy bien no está demás expresar
que el Estado de Bienestar, surgió en
Europa, post-Segunda Guerra Mundial, el año 1945, - casi en plena guerra –
como consecuencia de la experiencia traumática de la Gran Crisis generalizada
de la depresión del año 1929 , que generalmente se considera que terminó con la
Segunda Guerra Mundial. El gran
economista y Premio Nobel T.H. Marshall, define el Estado de Bienestar como una combinación especial de la
Democracia, el Bienestar Social y el capitalismo. Su gran desarrollo y
extraordinario apogeo se manifiesta durante los “30 años de oro del capitalismo”
1945-1975 – años de “gran desarrollo
político de la Democracia y la conquista de los Derechos Sociales. La Democracia y la libertad fue la más grande
contribución política que Europa nos regaló al mundo.
También es necesario conocer la opinión de Clauss Offe, es uno de los dos factores – junto a la existencia de los partidos
políticos masivos y la competencia – que hace posible la experiencia del
Capitalismo democrático o “Estado de Economía Mixta”. En los 30 años de oro del capitalismo
dos fuerza políticas fueron las abanderadas – condujeron - formas diferentes de Estado de bienestar, por un lado la Social-Democracia, que
gobernó – todo Europa – por cerca de dos décadas – 1950-1970 – hoy en crisis y en proceso de extinción final, y el Socialismo – Los Partidos Socialistas –
en varios países en alianza con los partidos Comunistas – Francia, Italia, Portugal, Grecia, etc. – también trabajaron
políticamente dentro de un modelo “más avanzado” en cuanto a la reivindicación y vigencia de Derechos Sociales
Constitucionales. En los dos modelos, los principales Derechos reconocidos
por el Estado son los siguientes: EDUCACIÓN,
SERVICIO NACIONAL DE SALUD, SEGURIDAD SOCIAL, VIVIENDA, EMPLEO, SERVICIOS
SOCIALES. Su objetivo central, su estrategia principal es el PLENO EMPLEO. Ahora disfrutemos
de la primera parte de esta valiosa Polémica.
/////
¿ESTÁ EL ESTADO DEL BIENESTAR MUERTO?
CRÍTICA A YANIS VAROUFAKIS.
*****
Vicenç Navarro.
Público. Lunes 8 de agosto del 2016.
Siempre leo con
gran interés los escritos de Yanis Varoufakis. Y frecuentemente cuelgo en mi
blog sus entrevistas o conferencias que me llegan, tanto aquellas con las que
estoy de acuerdo como aquellas con las que estoy en desacuerdo. Naturalmente
que coincido con sus críticas a la Troika y al comportamiento del Eurogrupo
(los ministros de Economía y Finanzas de los países de la Eurozona), y muy en
especial en el caso griego, aunque en este último caso difiero respecto a algún
componente de su crítica y de las conclusiones a las que llega en base a tal
crítica, como consta en el artículo escrito hace ya casi un año en Público
(“Crítica amistosa a Varoufakis y a sectores de las izquierdas sobre lo
ocurrido en Grecia”, 19.10.15). Saludo también el establecimiento de un
movimiento europeo que él ha fundado, y que ahora lidera, cuyo objetivo es la
democratización de la gobernanza de Europa, gobernanza carente hoy de las más
mínimas reglas de convivencia democrática, aunque ahí tenga yo también algunas
diferencias con él. Tales diferencias alcanzan su máximo nivel cuando en una
conferencia reciente, que detallaré más tarde en el artículo, ha hecho la
acusación de que los Estado del Bienestar en los países capitalistas
desarrollados están ya muertos, junto con los partidos socialdemócratas que los
establecieron, proponiendo en su lugar que se establezca la Renta Básica
Universal (RBU), de la que es uno de los máximos promotores. No hay duda de que
la socialdemocracia en Europa está en declive. Pero asumir que el Estado del
Bienestar está también muerto me parece un gran error. En ambas “muertes”
Varoufakis atribuye tal situación a que los Estados-nación ya no pintan nada,
pues han perdido toda soberanía. Y ahí está la raíz de nuestro desacuerdo.
¿Ha muerto el Estado-nación?
Creo que una de las
raíces de este desacuerdo es su visión de los Estados-nación, a los que
considera carentes de poder y capacidad de decisión, especialmente aquellos que
forman parte de la Eurozona. Así, en un interesante libro publicado en 2016, Un
plan para Europa, de Icaria Editorial (escrito conjuntamente con Gerardo
Pisarello –una de las mentes más claras en el movimiento progresista catalán–,
con cuyas tesis estoy totalmente de acuerdo), Varoufakis, en la parte del libro
en la que expone sus tesis en forma de entrevista, indica que los
Estados-nación han perdido toda su soberanía, habiéndose convertido en parte
del problema en lugar de la solución. Así, señala que los gobiernos hoy
“transmiten a los parlamentos lo que queda decidido a nivel del Eurogrupo (o de
la Cámara Europea o del Consejo Europeo) y los parlamentos solo están para que
se les ordene lo que deben hacer” (p. 66).
Ni que decir tiene
que la pertenencia de España al Eurogrupo establece unas limitaciones graves en
cuanto a lo que el Estado español puede hacer o dejar de hacer. Pero encuentro
su posición extrema (aunque comprensible por su experiencia en el caso de
Grecia), pues los Estados-nación continúan jugando un papel clave. El Estado
alemán, por ejemplo, juega un papel determinante y dominante entre los
Estados-nación de la Eurozona. Y la relación inter-Estados juega también una
labor esencial. La supeditación y docilidad del gobierno Rajoy hacia el
gobierno alemán se expresa en su interdependencia con las políticas realizadas
por tales Estados.
Lo que parece
olvidarse con excesiva frecuencia es que los Estados continúan reproduciendo
las relaciones de poder existentes en un país, incluyendo las relaciones de
poder de clase social. Es importante recuperar las categorías analíticas que
han desaparecido en gran parte de los estudios de lo que está ocurriendo en la
Eurozona. Las clases sociales y el conflicto entre ellas, dentro de cada
Estado, son esenciales para entender el comportamiento de tales Estados. Las
ausencias de estas variables en los análisis de Varoufakis limitan su
comprensión de la supuesta pérdida de soberanía de los Estados. Hay que
concienciarse de que la burguesía española, por ejemplo, tiene más cosas en
común, en cuanto a sus intereses, con la burguesía alemana, que con las clases
populares españolas. De ahí que el Estado español, hoy instrumentalizado por la
burguesía española, esté aplicando políticas auténticamente reaccionarias bajo
el argumento de que no tiene libertad para llevar a cabo otras (como Varoufakis
parece creer), cuando es obvio que sí que hay políticas alternativas. En
España, por ejemplo, el presidente socialista Zapatero congeló las pensiones
para conseguir 1.200 millones de euros, a fin de corregir el déficit del
Estado, cuando podría haber conseguido muchos más revirtiendo la bajada de
impuestos de sucesiones (2.552 millones) o manteniendo el de patrimonio (2.100
millones). Y el presidente conservador Rajoy podría haberse evitado recortar
6.000 millones de euros de la sanidad pública revirtiendo la bajada del
impuesto de sociedades de las empresas que facturan más de 150 millones de
euros al año, y que representan solo el 0,12% de todas las empresas. El Estado
siempre aplica políticas de clase, y el tema fundamental es de qué clase
social. No es cierto, pues, que el Estado-nación no pueda hacer nada. Decir que
los Estados-nación no pueden hacer nada es darle la razón a Zapatero o a Rajoy
cuando dicen que no hay otras políticas públicas posibles. ¡Sí que las hay!
¡Hay alternativas a las políticas de austeridad! El gran problema de Grecia es,
como subrayé en el artículo citado anteriormente, que era un Estado pequeño y
fallido, que lo hizo enormemente vulnerable a las presiones del Estado alemán.
Y además de ser un Estado muy débil, estaba muy solo. Pero hoy ya hay un número
creciente de Estados, con mayor peso, que pueden variar estas políticas. Y
parte de la solución serían las alianzas entre Estados en contra de estas
políticas, que no ocurrirán a no ser que cambien las relaciones de poder dentro
de cada Estado.
La externalización de
responsabilidades como justificación de las políticas impopulares.
Pero existe otro
punto de desacuerdo con Varoufakis, relacionado con el desacuerdo anterior. El
ningunear al Estado-nación lleva a abandonar una lucha a nivel de dicho
Estado-nación, creando un vacío que lo están aprovechando movimientos
nacionalistas de ultraderecha, algunos de claro carácter fascista y/o nazi.
Hoy, como el mismo Varoufakis ha acentuado, uno de los mayores peligros
existentes en la Unión Europea es la eclosión de movimientos nacionalistas de
ultraderecha en cada uno de sus países. Y una de las causas de que ello esté
ocurriendo es precisamente la desatención que las izquierdas han dado a algunos
de los temas más movilizadores entre las clases populares, que solían ser la
base de su apoyo electoral. No solo los partidos conservadores y liberales,
sino también los partidos socialdemócratas, por ejemplo, justifican las
políticas de austeridad y las reformas reaccionarias de los mercados de trabajo
bajo el argumento de que son las únicas posibles, pues otras son de imposible
aplicación debido a la globalización, o a la integración europea, o a cualquier
factor externo. La externalización de responsabilidades es la medida más común
hoy utilizada por los gobiernos de sensibilidad liberal o socioliberal (que son
la mayoría). Admiten que sus políticas son impopulares pero subrayan que son
las que exigen Bruselas o Frankfurt. Y aquí en Catalunya, el gobierno de
derechas catalán indica que la culpa es de Madrid. No es extraño, pues, que
veamos hoy votantes del Partido Comunista votar a partidos de ultraderecha. Los
cinturones rojos de las grandes ciudades en Francia que votaban al PCF han
pasado a votar a Le Pen. Pero esto no solo ocurre en el país galo, pues una de
las causas de esta situación es precisamente el auge del nacionalismo en muchos
países de la Unión Europea, es decir, el incremento del sentido identitario
nacional frente al establishment político-mediático que gobierna la Eurozona,
que es percibido como el responsable de la pérdida de identidad y poder de
decisión conocido como soberanía nacional, cedida a dicho establishment europeo
por las clases dominantes de cada país, que consiguen el desmantelamiento del
Estado del Bienestar y el descenso salarial a través de aquel establishment
europeo, lo que no podían conseguir a nivel estatal.
La supuesta muerte de la
socialdemocracia y de su Estado del Bienestar.
De esta percepción
del Estado-nación como carente de capacidad de decisión, Varoufakis concluye
que la socialdemocracia y el Estado del Bienestar que creó están muertos y sin
capacidad de reacción. Permítanme que resuma su último discurso (que incluyo en
este enlace) sobre este tema. Comienza haciendo aseveraciones que, tanto en su
tono como en su contenido, pueden considerarse provocadoras (lo cual parece ser
de su agrado, pues le gusta hacerlo con gran frecuencia). La primera es la de
afirmar que las políticas públicas que han caracterizado a la socialdemocracia
occidental (o el New Deal en EEUU) son demodé, es decir, no tienen futuro, pues
son políticas insostenibles. De ahí que señale que “la socialdemocracia está
muerta”. La segunda provocación (que se deriva de la anterior) es su afirmación
de que “el Estado del Bienestar está (también) muerto”, ya que las
transferencias públicas y los servicios públicos del Estado del Bienestar no
pueden financiarse y mantenerse, pues al estar financiados con las rentas del
trabajo (es decir, con las cotizaciones sociales derivadas del salario) y su financiación
depender de la existencia de puestos de trabajo, ello determina que la
desaparición de un número significativo de tales puestos de trabajo (como
resultado de la revolución digital, incluyendo intervenciones tecnológicas,
como la robótica, que está causando la destrucción masiva de gran parte de los
puestos de trabajo), haga insostenible tal Estado del Bienestar. Esta
destrucción de los generadores de los fondos con los cuales sostener tales
transferencias y servicios públicos es la causa de que el Estado del Bienestar
no tenga futuro, pues no puede financiarse. De ahí la necesidad de responder a
la enorme crisis social que se ha ido desarrollando en estos años de recesión
(que alcanza niveles de depresión en los países del sur de Europa como España,
Grecia y Portugal) a través de la Renta Básica Universal, que es la
distribución de una renta básica por parte del Estado a todos los ciudadanos y
residentes de un país.
Las consecuencias de la
financiarización de la economía.
Otra razón que
–según Varoufakis- justifica el establecimiento de la RBU es la
financiarización de la economía en el capitalismo actual. Durante estos años
hemos estado viendo la expansión del sector financiero a costa de la economía
productiva, lo cual complica todavía más la sostenibilidad del Estado del
Bienestar, pues al disminuir la economía productiva disminuye también la fuerza
laboral, que es la que financia el Estado del Bienestar. Según Varoufakis, la
actividad financiera está, pues, sustituyendo a la producción de bienes y al
consumo, sujetos de la economía real o productiva, y con ello a los puestos de
trabajo y a los trabajadores, dificultando todavía más la financiación del
Estado del Bienestar, basada –como se ha señalado antes- en la grabación de las
rentas del trabajo. En EEUU, esta transformación del capitalismo aparece en el
traslado del centro de poder de Chicago (centro manufacturero) a Wall Street
(centro financiero). Esta financiarización de la economía determina que al
disminuir el trabajo disponible, también disminuye la demanda, causa del
decrecimiento económico que conocemos como la Gran Recesión
La solución a esta
gran crisis social y económica es –de nuevo, según Varoufakis- gravar a las
rentas superiores (derivadas en gran parte de la gran expansión del sector
financiero), distribuyendo los ingresos públicos obtenidos a partir de esta
medida a todos los ciudadanos y residentes, asignando a cada persona la misma
cantidad, una renta básica que permita a la persona vivir con dignidad. La
aplicación de esta medida tendría –según él- varias consecuencias. Una sería la
de eliminar la pobreza y reducir las desigualdades sociales. Otra, la de
incentivar la demanda (pues las clases populares consumen más que ahorran, ya
que tienen una gran cantidad de necesidades insatisfechas, mientras que las
clases más pudientes ahorran más que consumen). Y una tercera consecuencia, de
gran importancia también, sería el empoderamiento de la población trabajadora,
pues la RBU la haría más resistente frente a las demandas de los empleadores,
ya que sus necesidades mínimas estarían ya cubiertas. Hasta aquí el resumen de
su argumentación a favor de la RBU.
¿Cuáles son los problemas de
esta argumentación?.
Antes de comenzar
la crítica debo subrayar que hay elementos de este análisis, como la creciente
financiarización de la economía, con los que estoy totalmente de acuerdo. Pero
con otros no. Y uno de ellos consiste en sus observaciones sobre lo que él
considera los límites y la imposibilidad de desarrollar políticas
socialdemócratas, así como políticas de expansión del Estado del Bienestar, a
los dos lados del Atlántico Norte. Esta tesis está basada, en parte, en la
pérdida de soberanía de los Estados, y, en parte, en su criterio (erróneo a mi
manera de ver) para definir socialdemocracia y Estado del Bienestar. Me
explicaré, comenzando con la discusión de los supuestos límites de la
socialdemocracia. Pero para ello es necesario señalar que el gran fracaso de
los partidos socialdemócratas (que, recordemos, estaban enraizados en el mundo
del trabajo en su objetivo de establecer el socialismo) no se debe a la
socialdemocracia en sí, sino más bien lo contrario, es decir, a su abandono. Es
una realidad bien documentada que a partir de Blair & Co. (aunque algunos
podrían indicar que se había iniciado ya con Mitterrand) hubo un claro abandono
del proyecto socialdemócrata. El socialismo era y continúa siendo el proyecto
de establecer una sociedad cuyo objetivo es distribuir los recursos según la
necesidad de los ciudadanos, financiados según la habilidad y capacidad de cada
ciudadano, siendo necesidad, habilidad y capacidad definidas democráticamente.
Este objetivo continúa siendo vigente y aplicable. Casi el 78% de la ciudadanía
de los países de la UE está de acuerdo con el principio de que “a cada uno
según su necesidad, y de cada uno según su habilidad y capacidad”. Y estamos
viendo a los dos lados del Atlántico Norte la aparición de movimientos
político-sociales, como el movimiento liderado por el candidato Sanders en
EEUU, y los movimientos contestatarios en Europa, como Unidos Podemos, que
están adquiriendo gran importancia, y que están comprometidos claramente con
este principio socialista, a alcanzar a través de la vía democrática,
proponiendo políticas públicas que solían identificarse con la socialdemocracia
antes de que esta dejara de serlo.
El Estado del Bienestar que
describe Varoufakis es el cristianodemócrata, no el socialista.
Varoufakis parece
desconocer que hay varios tipos de Estados del Bienestar. Y el que describe no
es el Estado del Bienestar enraizado en la tradición socialdemócrata. Bismarck
fue el fundador del Estado del Bienestar que Varoufakis describe y define
erróneamente como “el Estado del Bienestar”. En este Estado del Bienestar, el
de Bismarck, la financiación corre a cargo de las cotizaciones sociales basadas
en el mercado del trabajo. Es este Estado del Bienestar cuya sostenibilidad
depende de la situación del mercado de trabajo. Y el deterioro de este mercado
de trabajo crea un problema de sostenibilidad grave, como estamos viendo hoy en
España.
Pero en los países escandinavos del norte de Europa, de tradición socialdemócrata, donde el mundo del trabajo históricamente ha sido fuerte, la financiación de la mayoría de transferencias y servicios del Estado del Bienestar no viene de las cotizaciones sociales basadas en el mercado de trabajo, sino de los fondos generales del Estado, y por lo tanto de la voluntad popular. Dependiendo del grado de influencia que los distintos actores de la sociedad (entre los cuales los más determinantes son el mundo del capital y el mundo del trabajo) tienen sobre el Estado, encontramos Estados del Bienestar bien desarrollados, y otros poco financiados. En general, a mayor influencia del mundo del capital, menores son los ingresos al Estado, y, como consecuencia, el Estado del Bienestar está menos desarrollado, tal como ocurre en el sur de Europa. Es fácil de entender que el nivel de gravamen de las rentas del capital es una variable política, es decir, que depende de las relaciones de poder en cada país. En todos los países del sur de Europa, sus Estados del Bienestar están subfinanciados, asignando el Estado a los temas sociales muchos menos recursos públicos de los que debería y podría gastar. En realidad, todos ellos tienen los recursos para financiar mejor sus Estados del Bienestar. Tienen el dinero, pero el Estado no tiene la voluntad de recogerlo. Y ahí está uno de los desacuerdos entre Varoufakis y yo. Varoufakis asume que los Estados-nación no tienen alternativas a las políticas neoliberales que se les imponen, y yo creo que sí que las tienen. Que graven más o menos depende de las relaciones de poder de cada país. Asumir, como hace Varoufakis, que los Estados-nación no tienen poder de decisión, habiendo perdido toda soberanía, es, como he dicho antes, dar la razón a los gobiernos que imponen políticas de austeridad altamente impopulares, cuando las justifican diciendo que no tienen otras alternativas.
Pero en los países escandinavos del norte de Europa, de tradición socialdemócrata, donde el mundo del trabajo históricamente ha sido fuerte, la financiación de la mayoría de transferencias y servicios del Estado del Bienestar no viene de las cotizaciones sociales basadas en el mercado de trabajo, sino de los fondos generales del Estado, y por lo tanto de la voluntad popular. Dependiendo del grado de influencia que los distintos actores de la sociedad (entre los cuales los más determinantes son el mundo del capital y el mundo del trabajo) tienen sobre el Estado, encontramos Estados del Bienestar bien desarrollados, y otros poco financiados. En general, a mayor influencia del mundo del capital, menores son los ingresos al Estado, y, como consecuencia, el Estado del Bienestar está menos desarrollado, tal como ocurre en el sur de Europa. Es fácil de entender que el nivel de gravamen de las rentas del capital es una variable política, es decir, que depende de las relaciones de poder en cada país. En todos los países del sur de Europa, sus Estados del Bienestar están subfinanciados, asignando el Estado a los temas sociales muchos menos recursos públicos de los que debería y podría gastar. En realidad, todos ellos tienen los recursos para financiar mejor sus Estados del Bienestar. Tienen el dinero, pero el Estado no tiene la voluntad de recogerlo. Y ahí está uno de los desacuerdos entre Varoufakis y yo. Varoufakis asume que los Estados-nación no tienen alternativas a las políticas neoliberales que se les imponen, y yo creo que sí que las tienen. Que graven más o menos depende de las relaciones de poder de cada país. Asumir, como hace Varoufakis, que los Estados-nación no tienen poder de decisión, habiendo perdido toda soberanía, es, como he dicho antes, dar la razón a los gobiernos que imponen políticas de austeridad altamente impopulares, cuando las justifican diciendo que no tienen otras alternativas.
¿Qué soluciones hay?
Cualquier solución
a la crisis actual pasa por un aumento de los ingresos al Estado, lo que
requiere un cambio en los actores que configuran las políticas públicas de
tales Estados. No creo que haya mucho desacuerdo en este punto. El desacuerdo,
pues, es probable que radique no tanto en los ingresos, sino en los gastos. Y
es ahí donde Varoufakis desatiende el Estado del Bienestar demasiado
rápidamente. Según él, el dinero debe ir a cada ciudadano o residente, siéndole
transferida la misma cantidad de dinero a cada persona, sea ciudadano o
residente. Pero, ¿por qué la misma cantidad? Si el objetivo de la RBU es
reducir la pobreza, es fácil mostrar que los países que han sido más exitosos
en reducir la pobreza han sido aquellos países escandinavos que han seguido
precisamente las políticas de tradición socialdemócrata, mediante
transferencias y servicios públicos, lo cual implica también garantizar unos
ingresos a cada ciudadano que le permitan una vida digna mediante la
transferencia de fondos y servicios públicos que representan una cantidad
superior a la que recibiría mediante la RBU.
Un tanto igual
ocurre en cuanto a la reducción de las desigualdades. Los países que han sido
más exitosos, y que han conseguido alcanzar los niveles de desigualdades más
bajos en la UE y en Norteamérica, han sido aquellos que han utilizado las
medidas redistributivas y han utilizado las políticas laborales y sociales para
alcanzar tal fin. Si se quiere reducir la pobreza y las desigualdades, no tiene
sentido dar la misma cantidad de dinero al pobre que a todos los demás. Se le
debería dar más. Por otra parte, el coste de la RBU sería considerable: muy
probablemente unos porcentajes del PIB de varios puntos. Añádase a esta
consideración el hecho de que el déficit social de los países del sur de Europa
es enorme. ¿Sería la RBU además o en lugar de la corrección de este enorme
déficit social? Pedir como prioritaria la implementación de la RBU hoy en estos
países es dejar de cubrir el enorme déficit social que tienen. Podría
argumentarse que la RBU podría tener sentido una vez los elementos básicos del
Estado del Bienestar estuvieran satisfechos. Pero en el sur de Europa distan
mucho de serlo. ¿No cree Varoufakis que en estos países es mucho más urgente
resolver este enorme déficit social que implementar la RBU? Esperaría que
pudiéramos estar de acuerdo en ello.
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