Conscientes de que comparten un adversario común, Rusia y China mantienen, desde hace tres lustros, un acelerado proceso de cooperación, que abarca desde el campo alimentario hasta la colaboración espacial. El embargo noticioso que existe de facto en Europa sobre esos sucesos, impide que la ciudadanía tenga conciencia de la envergadura de la alianza estratégica entre China y Rusia. En la visita de Vladimir Putin a Beijing, a fines de junio, se firmaron decenas de acuerdos, dirigidos a multiplicar el poder y desarrollo económico, comercial, energético, militar y estratégico entre ambos países. Una alianza que junta los inmensos recursos económicos y comerciales chinos con la enorme capacidad científico-técnica y los recursos materiales y humanos de Rusia. Hablamos, para quien necesite argumentos más visuales, de países que, juntos, suman 35 millones de km2, 1.500 millones de habitantes y que se extienden del mar Báltico a Extremo Oriente. No son el Japón de 35 millones de habitantes de 1939, ni la Alemania agostada de enemigos y sin recursos materiales de esos años. También recordar que son la primera y segunda potencias nucleares /////del
LA OTAN COMO AMENAZA A LA PAZ MUNDIAL.
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Augusto Zamora.
Rebelión sábado
6 de agosto del 2016.
Hace pocos días, el
Atlantic Council, un think tank próximo a la OTAN, publicó un alarmante
informe, titulado Arming for Deterrence, sobre la posible invasión de
Polonia por Rusia. También hacía especulaciones sobre la ocupación rusa de los
países bálticos en menos de 48 horas. Para prevenir tales amenazas, los autores
del informe pedían un drástico despliegue de tropas de la OTAN en esos países y
un aumento destacado del gasto militar. El único inconveniente con ese informe
es que no existe ninguna amenaza rusa ni hay nadie en Moscú pensando en ocupar
Polonia. Se trata, más bien, de un informe más dirigido a crear alarma para
justificar la existencia de la OTAN, el gasto militar, la militarización de
Europa y la omnipresente presencia militar de EEUU.
Semanas atrás, los
ministros de la Alianza Atlántica reunidos en Varsovia, los días 8 y 9 de
julio, aprobaron nuevas medidas de cerco militar sobre Rusia. La decisión fue
revestida de huecas frases, dirigidas tanto a disfrazar la política de acoso
contra la superpotencia eslava, como a engañar al ciudadanito de a pie, que
debe seguir creyendo que la OTAN es, para Europa, la reencarnación del Espíritu
Santo y está aquí para velar hoy por los vivos -mañana por los muertos. Escasa
verdad hay en las frases y demasiada verdad en las acciones (“por sus hechos
los conoceréis”, dice el Evangelio), que apuntan a preparativos disimulados y
pautados para una guerra de la OTAN contra Rusia.
No hay novedad en ello para
quienes hemos seguido la política de EEUU desde los años 90 del pasado –tan
presente- siglo XX. En 1997, aún bajo el impacto del suicidio de la Unión
Soviética, se creó un grupo de presión estadounidense bajo la denominación de Project
For a New American Century (PNAC), cuyo fin era promover la hegemonía de
EEUU en el siglo XXI, aprovechando el enorme vacío de poder dejado por la Unión
Soviética. El PNAC estaba integrado por destacados políticos republicanos como
Dick Cheney y Paul Wolfowitz –quienes después serán los cerebros de la guerra
en Iraq- y teóricos de extrema derecha como Robert Kagan. El documento del
PNAC, a su vez, se había inspirado en otro, elaborado por el Departamento de
Defensa en 1992 (Draft Defence Policy Guidance –DDPG-o Guía para la
Planificación de la Defensa), sobre cómo reestructurar el mundo tras la
desaparición de la superpotencia soviética. El PNAC proponía tres ejes que
debían regir la política de Washington, para garantizar la hegemonía absoluta
de EEUU en el siglo XXI:
1.-Impedir el surgimiento de una potencia rival (“Nuestro principal objetivo es prevenir la aparición en el escenario
internacional de un nuevo rival. Esta consideración es innegociable… y precisa
que pongamos en marcha ahora las medidas necesarias para evitar” el surgimiento
de poderes hostiles en regiones vitales “que no son otras que Europa Oriental,
el Sudeste Asiático y la antigua URSS”).
2.- Determinación de los escenarios de
potencial amenaza a EEUU, como el Golfo Pérsico, los misiles balísticos y las
armas de destrucción masivas.
3.- Imponer el unilateralismo de EEUU y formar
coaliciones internacionales ad hoc para enfrentar crisis específicas.
Muchos miembros del PNAC influyeron en el gobierno de Bill
Clinton y, luego, fueron parte del gobierno estadounidense con George Bush Jr.,
Desde sus nuevos cargos, se aplicaron a fondo a ejecutar las políticas para establecer
‘el nuevo siglo americano’. Las sucesivas guerras tardo-imperialistas en
Yugoslavia (1999), Afganistán (2002) e Iraq (2003), obedecieron a la lógica del
PNAC. Con Yugoslavia se aseguraron el control de Europa del Este (ingreso de
Polonia, Hungría y Chequia en la OTAN) y la sumisión de la Unión Europea, que
abandona sus proyectos de autonomía (creación del Euro-ejército y política
exterior propia), para plegarse a EEUU. La guerra en Afganistán –dirigida a
establecer el dominio de EEUU en Asia Central- ofrece el marco para el ingreso
en la Alianza Atlántica, en 2004, de Bulgaria, Rumania, Eslovaquia y las
repúblicas bálticas. En 1998 el ex consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew
Brzezinski, afirma que “la Alianza Atlántica inserta la influencia y el poder
militar estadounidense directamente en el continente euroasiático… cualquier
expansión del ámbito europeo automáticamente conlleva una expansión del área de
influencia directa estadounidense”. Brzezinski, por demás, es considerado por
el historiador estadounidense Webster Tarpley, en su libro Obama, The
Postmodern Coup, The Making of a Manchurian Candidate, como “el verdadero
poder en la sombra [del gobierno Obama] al tiempo que su estrategia es mucho
más peligrosa… que la de los acólitos neo-conservadores de George W. Bush”.
El siguiente paso era la
militarización de Europa, desde las fronteras con Rusia hasta España, así como
el ingreso en la OTAN de Estados exiguos, sin relevancia alguna, como
Montenegro, para no dejar cabos ni espacios sueltos. Aplicando esa política, no
han dejado de crearse nuevas bases y establecimientos militares
estadounidenses, desde Rota a Estonia, pasando por Polonia, Bulgaria y Rumania.
El resultado está a la vista, para los que deseen ver: Europa del Este se está
convirtiendo en una enorme base militar, en la que Alemania empieza a jugar el
papel de Estado-gendarme, abandonando las políticas de amistad y conciliación
con Rusia. En febrero de 2016 se aprobó la creación de una fuerza de
intervención rápida, capaz de desplegar “en muy pocos días”, 5.000 efectivos,
de los que España aporta 4.000, estando al mando de la misma. El Escudo
Antimisiles se desplegará en España, Polonia y Rumania. Ahora, cuatro
batallones se establecerán en Letonia, Estonia, Lituania y Polonia. Que todo
esto es preparación de la guerra lo dijo el comandante saliente de las fuerzas
de la OTAN en Europa, el general estadounidense Philip Breedlove, el pasado 25
de febrero, cuando que EEUU está preparado “para combatir y derrotar” a Rusia
en Europa.
El otro escenario es el
Sudeste Asiático. Siguiendo los lineamientos del PNAC, EEUU ha promovido el
rearme de Japón, reabierto la base Clark en Filipinas, aumentado su presencia
naval y firmado un acuerdo con Corea del Sur para el establecimiento, en este
país, de una base más del Escudo Antimisiles, bajos las advertencias de China y
Rusia.
EEUU tiene establecidos dos
escenarios de conflicto, que definirán el éxito o el fracaso de su proyecto de
hegemonía mundial en el siglo XXI: Europa y el Sudeste Asiático (sin olvidar
Irán y el Golfo Pérsico). Pero EEUU sabe que no puede enfrentar sólo a dos
potencias de las magnitudes de China y Rusia. Necesita que Europa proporcione
tropas cipayas para combatir en el frente ruso, mientras ellos lo hacen en el
frente asiático, repitiendo la estrategia de la II Guerra Mundial. Una
invitación al suicidio de Europa.
Ninguna de estas
superpotencias se ha quedado de brazos cruzados. Rusia, para empezar, no está
sola. Tiene a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que reúne a
Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Armenia, Kirguizistán y Tayikistán. Desde 2002
ha mantenido un poderoso proceso de modernización de su ejército, armada,
aviación, misiles y poder nuclear, que estará concluido en 2020. China, por su
parte, tiene veinte años realizando multimillonarias inversiones en la
modernización de sus capacidades militares, preparando lo que muchos en China
consideran una inevitable confrontación con EEUU por el control del mar de la
China, los estrechos malacos y el mar del Japón.
Conscientes de que
comparten un adversario común, Rusia y China mantienen, desde hace tres
lustros, un acelerado proceso de cooperación, que abarca desde el campo
alimentario hasta la colaboración espacial. El embargo noticioso que existe de
facto en Europa sobre esos sucesos, impide que la ciudadanía tenga
conciencia de la envergadura de la alianza estratégica entre China y Rusia. En
la visita de Vladimir Putin a Beijing, a fines de junio, se firmaron decenas de
acuerdos, dirigidos a multiplicar el poder y desarrollo económico, comercial,
energético, militar y estratégico entre ambos países. Una alianza que junta los
inmensos recursos económicos y comerciales chinos con la enorme capacidad
científico-técnica y los recursos materiales y humanos de Rusia. Hablamos, para
quien necesite argumentos más visuales, de países que, juntos, suman 35
millones de km2, 1.500 millones de habitantes y que se extienden del mar
Báltico a Extremo Oriente. No son el Japón de 35 millones de habitantes de
1939, ni la Alemania agostada de enemigos y sin recursos materiales de esos
años. También recordar que son la primera y segunda potencias nucleares del
mundo, dato a colgar sobre la almohada.
En esta desinformada Europa
no se informa de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), creada en
2002 con el objetivo de que los Estados de la región resuelvan por sí mismos
sus problemas, sin injerencias externas de ningún tipo. Un mensaje dirigido
contra EEUU que, so pretexto la guerra en Afganistán, intentó implantar bases militares
en el corazón de Asia Central, de donde fue expulsado. La OCS es, posiblemente,
la organización más importante jamás creada en Asia, a la que se incorporarán,
en 2017, India y Paquistán, dos Estados adversario, con tres guerras en sus
costales, y que se sentarán juntos, por ver primera, en un foro de esa
magnitud. Irán será el siguiente miembro. EEUU ha intentado, vanamente, cooptar
a India para su política contra China, demostración de sus debilidades en Asia.
India es aliada de Rusia desde los años 50 y Paquistán de China. Ingresarán en
la OCS como fruto de la creciente concordia entre Rusia y China. Al lado de
esas alianzas, la OTAN es un pigmeo envejecido y reumático, sin posibilidad
alguna de triunfar en ningún frente. De la ineficacia de la OTAN dan fe sus
fracasos clamorosos en Afganistán, Iraq y Libia.
En ese panorama la pregunta
es: ¿qué gana Europa en su papel de ‘banana republics’ de EEUU? ¿Por qué tienen
los pueblos europeos que verse arrastrados a un conflicto bélico para sostener
el delirio estadounidense de dominio mundial y donde Europa tiene todo que
perder y nada que ganar? ¿Dónde están los europeístas que hablaban de construir
una Europa autónoma, con presencia independiente en el escenario global? Europa
aún está a tiempo. Otra cuestión será que las élites gobernantes permitan que
los europeos se salven a sí mismos. ¿O tendrán los rusos que salvar a Europa
nuevamente?
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Augusto Zamora R., Profesor de Relaciones
Internacionales. Autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y
escépticos.
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