LA RAZÓN CONTRARIADA.
HABLA UNA FEMINISTA.-
Machismo, misoginia, feminismo, misandría
e igualitarismo. O "la guerra
de los géneros". El machismo es un gran problema en la sociedad y
uno que ha existido durante demasiado tiempo:
mujeres que son tratadas como objetos, como propiedad de otra persona,
arrancándoles su individualidad, su libre albedrío, su esencia como ser
inteligente y sensible. Y a la persona que intenta desprenderle su esencia a otro ser, ¿ qué cosa se puede decir
sino que lo desprecia?. Quizá podrá llegar a desear, armar su cuerpo, pero su mente,
su ser lo odia. De ahí nace la misoginia.
Siendo la misoginia una actitud común en una sociedad
gobernada por hombres (líderes políticos, ideológicos, económicos, militares;
hombres prácticamente todos), no era de sorprender que con la introducción de
la educación generalizada y el aumento de la comunicación nacieran movimientos
que intentaran detener esta situación; entra el feminismo, una ideología que
busca la equidad entre la mujer y el hombre. ¿Por qué un movimiento que busca
la equidad/igualdad no se llama equitativismo o igualitarismo sino “feminismo”.
Qué es el Machismo.- La Real Academia Española (RAE) define al machismo
como la actitud de prepotencia de los hombres
respecto de las mujeres.
Se trata de un conjunto de prácticas, comportamientos y dichos que resultan
ofensivos contra el género femenino. El machismo es una expresión
derivada de la palabra macho,
definido como aquella actitud o manera de pensar de quien sostiene que el varón
es por naturaleza superior a la mujer.
El machismo es una ideología que engloba el conjunto de actitudes,
conductas, prácticas sociales y
creencias destinadas a promover la negación de la mujer como sujeto
indiferentemente de la cultura, tradición, folclore o contexto. Para referirse a tal negación del
sujeto, existen distintas variantes que dependen del ámbito que se refiera, algunos son familiares (estructuras
familiares patriarcales, es decir dominación masculina), sexuales (promoción de
la inferioridad de la sexualidad femenina como sujeto pasivo o negación del
deseo femenino), económicas
(infravaloración de la actividad laboral, trabajadoras de segunda
fila), legislativas (no
representación de la mujer en las leyes y por tanto, no legitimación de su
condición de ciudadanas, leyes que no promuevan la protección de la mujer ni
sus necesidades), intelectuales
(inferioridad en inteligencia, en capacidad matemática, en capacidad objetiva,
en lógica, en análisis y tratada como astucia, maldad, subjetiva, poco coeficiente
intelectual), anatómicas
(poca importancia al parto, poco papel en la reproductividad
biológica), lingüísticas (no
representación de la mujer en el lenguaje), históricas (ocultación de mujeres importantes dentro de la historia de la humanidad), culturales (representación de la mujer en los medios de comunicación como un cuerpo haciendo de ella misma
un objeto en vez de un ser humano, espectaculación), académicas (poca importancia a estudios de género, no
reconocimiento de la importancia del tocado feminismo), etc.
Algunos críticos
consideran también machismo la discriminación contra otros grupos sociales, como en el caso de varones homosexuales, como no
"masculino". Esto podría considerarse como una actitud misógina ya
que implica un rechazo de todo aquello que no sea lo considerado masculino. Una
definición de algunos movimientos feministas lo define como "el conjunto de actitudes y prácticas
aprendidas sexistas llevadas a cabo en pro del mantenimiento
de órdenes sociales en que las mujeres son sometidas o discriminadas".
Se considera el machismo como causante principal de comportamientos heterosexistas u homofóbicos. Aquella conducta permea distintos
niveles de la sociedad desde la niñez temprana hasta la adultez con iniciaciones de
fraternidades y otras presiones de los llamados grupos.
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FEMINISMOS: EL CASTIGO PATRIARCAL NO
PROTEGE A LAS MUJERES.
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Paz Francés
Lecumberri.
Periódico Diagonal.
Rebelión
lunes 8 de agosto del 2016.
Reflexiones al hilo de algunos discursos sobre la
respuesta a las Agresiones sexuales en San Fermines.
Decir que el poder punitivo es un poder claramente
patriarcal es casi una perogrullada. En primer lugar, porque todos los sistemas
que configuran la cultura hegemónica actual son patriarcales, pues el
patriarcado no sólo es un sistema total, sino además global. En segundo
lugar, porque es precisamente el poder punitivo (y la cultura del castigo que
le subyace) el núcleo fundamental de la cultura occidental hoy dominante en
casi todo el planeta.
El patriarcado es una forma de violencia
cultural y estructural, lo cual es evidente en innumerables ejemplos, uno
de ellos las agresiones sexuales a mujeres. Sin embargo, es precisamente
también desde esa cultura violenta desde donde se ha construido un sistema de
castigo cada vez más perfeccionado por parte del Estado: el Derecho penal y sus
instituciones. Es decir, es en el sistema patriarcal en el que se entiende el
modelo de justicia penal que tenemos y no es casual que sea así porque es
consecuencia del primero y está construido a su imagen y semejanza.
Brevemente podemos afirmar que son dos los rasgos
comunes generales que unen al poder punitivo y al poder patriarcal. El primer
punto de encuentro estaría en su relación con el capitalismo y el segundo en el
control mediante el miedo (a la fuerza, a la pena, al infierno, etc.) Pero
además hay otros rasgos más precisos entre el patriarcado y el sistema penal.
Éstos son, sin detenernos en desarrollarlos: el desprecio por la vida
(no sólo de personas, sino también de animales, plantas…), la generación de
siervas (víctimas, incapaces, infantilizadas), la utilización amañada de las
ciencias, el interés en la ruptura de los lazos de solidaridad, el fundamento
en la lógica dualista (hombre-mujer/buen@s-mal@s/criminales-no criminales), la
relación entre el concepto culpa de la punición y el concepto “eres mía” del
patriarcado…
En fin, éstos son sólo algunos de los muchos rasgos
comunes que se pueden identificar entre el poder punitivo y el poder patriarcal
porque lo que en verdad se quiere trasmitir es que este hecho no puede pasar
desapercibido para los feminismos. Quienes confían en el recurso al sistema
penal (o incluso piden reformas tendentes a su endurecimiento y una reducción
de las garantías) tal y como hoy está pensado y configurado, no se percatan de
que esto implica un riesgo que para nosotras es claro: la perpetuación y
consolidación de uno de los elementos sustentadores más importantes del
patriarcado: el poder y el derecho de castigar.
Decir que el poder punitivo es un poder claramente
patriarcal es casi una perogrullada. En primer lugar, porque todos los sistemas
que configuran la cultura hegemónica actual son patriarcales, pues el
patriarcado no sólo es un sistema total, sino además global. En segundo
lugar, porque es precisamente el poder punitivo (y la cultura del castigo que
le subyace) el núcleo fundamental de la cultura occidental hoy dominante en
casi todo el planeta.
El patriarcado es una forma de violencia
cultural y estructural, lo cual es evidente en innumerables ejemplos, uno
de ellos las agresiones sexuales a mujeres. Sin embargo, es precisamente
también desde esa cultura violenta desde donde se ha construido un sistema de
castigo cada vez más perfeccionado por parte del Estado: el Derecho penal y sus
instituciones. Es decir, es en el sistema patriarcal en el que se entiende el
modelo de justicia penal que tenemos y no es casual que sea así porque es
consecuencia del primero y está construido a su imagen y semejanza.
Brevemente podemos afirmar que son dos los rasgos
comunes generales que unen al poder punitivo y al poder patriarcal. El primer
punto de encuentro estaría en su relación con el capitalismo y el segundo en el
control mediante el miedo (a la fuerza, a la pena, al infierno, etc.) Pero
además hay otros rasgos más precisos entre el patriarcado y el sistema penal.
Éstos son, sin detenernos en desarrollarlos: el desprecio por la vida
(no sólo de personas, sino también de animales, plantas…), la generación de
siervas (víctimas, incapaces, infantilizadas), la utilización amañada de las
ciencias, el interés en la ruptura de los lazos de solidaridad, el fundamento
en la lógica dualista (hombre-mujer/buen@s-mal@s/criminales-no criminales), la
relación entre el concepto culpa de la punición y el concepto “eres mía” del
patriarcado…
Machismo, misoginia, feminismo, misandría e igualitarismo. O "la guerra de los géneros". El machismo mes un gran problema en la sociedad y uno que ha existido durante demasiado tiempo: mujeres que son tratadas como objetos, como propiedad de otra persona.
En fin, éstos son sólo algunos de los muchos rasgos
comunes que se pueden identificar entre el poder punitivo y el poder patriarcal
porque lo que en verdad se quiere trasmitir es que este hecho no puede pasar
desapercibido para los feminismos. Quienes confían en el recurso al sistema
penal (o incluso piden reformas tendentes a su endurecimiento y una reducción
de las garantías) tal y como hoy está pensado y configurado, no se percatan de
que esto implica un riesgo que para nosotras es claro: la perpetuación y
consolidación de uno de los elementos sustentadores más importantes del
patriarcado: el poder y el derecho de castigar.
Tomar consciencia de esto no es una empresa
sencilla porque como ya se ha escrito por relevantes feministas la dominación
propia del patriarcado está hecha para parecer un rasgo de vida. En definitiva,
estamos hechas de orden patriarcal. Es más, de toda la literatura feminista al
respecto sólo una mujer se ha atrevido de forma clara a formular esa relación
desde la necesidad de la abolición de las prisiones: Angela Davis.
Violencia
contra las mujeres.
Somos conscientes de que la violencia contra las
mujeres es real y mucho más amplia de lo que se documenta, y de que las mujeres
tenemos que buscar protegernos de ella y hacerle frente. Sin embargo, no es
cierto que los sistemas penales actuales sirvan para esto, y ésta es la segunda
cuestión que no se tiene en consideración. Como ampliamente se sabe, la prisión
–y en general el sistema penal– se critica porque no cumple con las funciones
que formalmente tiene otorgadas –entre ellas la de la intimidación y la
reinserción–, y además puede ser criticada desde muchas otras perspectivas,
como son: la falacia de que afecta exclusivamente a la libertad, la
mitificación de las personas que están en prisión, su carácter criminógeno, los
efectos psicosomáticos de la prisión, los fenómenos de la victimización
secundaria y terciaria, etc., el olvido de las víctimas, los costes del control
en detrimento de otras medidas contra el delito… y otras tantas cuestiones que
sería imposible mencionar y trabajar en profundidad en este artículo de
opinión, pero que están ahí y hacen que la protección a la que nos referíamos
no sea real. Y aunque se cree firmemente lo anterior, no implica que no
pensemos que las mujeres que hoy sufren violencia patriarcal no puedan y deban
usar todos los instrumentos que tengan a su alcance para defenderse, y esto
muchas veces incluirá el consejo de que pongan denuncias, pidan detenciones,
etc., pues desafortunadamente en algunos casos es lo único que el Estado y la
sociedad ofrecen. Pero todo ello debería hacerse muy muy conscientes –no tanto
por quien denuncia, como por el resto de la sociedad– de que es una medida
insuficiente, muchas veces inútil en la práctica y que, sobre todo, no debe
hacer perder de vista la ilegitimidad del castigo, su uso sobre todo –así ha
sido históricamente– en contra de las mujeres, y la necesidad urgente de construir
una sociedad no punitiva para precisamente eliminar el patriarcado.
En este sentido, el concepto de castigo nos debe
interpelar a cada una de nosotras y en colectivo. Desde aquí se plantea la
necesidad de sentar las bases para avanzar, desde otros lugares que no sean el
de la dominación y el castigo propios del patriarcado, hacia lugares más
justos. Éste debería ser el horizonte si queremos ser coherentes, al menos,
quienes vemos en los feminismos una nueva revolución y aspiramos a tener
en cuenta todas las opresiones.
No cuestionar el sistema punitivo, en el que se
sostiene precisamente el patriarcado, sino alentarlo y encontrarnos en las
calles pidiendo más castigo, es un error mayúsculo que desde los
feminismos no nos podemos permitir si no queremos reforzar el patriarcado
mismo.
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