El Marxismo, como concepción científica del mundo y su explicación
en tiempos de la globalización neoliberal y la propia crisis final del
neoliberalismo
– decimos del neoliberalismo como ideología y política – en el nuevo milenio, abordando
el problema de las nuevas contradicciones, derivada de la contradicción central
capital-trabajo, hoy si realmente queremos comprender la dimensión de la crisis
del Cambio Climático Global, uno de
los escenarios principales para dicho análisis e interpretación, visto el marxismo
en el siglo XXI – no confundir con el Socialismo del siglo XXI – es el que se
presenta en la nueva contradicción CAPITAL-PLANETA.
(CAPITAL-MADRE NATURALEZA). Y la respuesta de los pueblos, desde los Movimientos Sociales
Anti-globalización neoliberal – Conflictos Sociales – cuyo escenario
central son precisamente la defensa y
protección de su Patrimonio Histórico Territorial – recursos naturales, la biodiversidad y los conocimientos ancestrales,
fuertemente invadidos, saqueados y
las nuevas formas de explotación – salvaje e inhumana de la fuerza de trabajo -
en base a las políticas del capital
corporativo global – el modelo extractivo tradicional exportador - del “nuevo”
Consenso de los Commodities, lucha
centralizada, cuyos protagonistas principales son los Pueblos Originarios y las Comunidades Históricas, el surgimiento de
nuevos Líderes Comunitarios, lugares donde
por lo general están ubicados y sin protección desde los Estados, su riqueza
territorial.
“El
conflicto capital-planeta ha de ser entendido como un conflicto derivado,
consecuencia del propio conflicto originario capital-trabajo. En última
instancia, otra derivación del capitalismo. Y ello porque en su afán de
expansión sin límites, el capitalismo no tiene otra salida más que continuar
depredando las únicas fuentes de riqueza que encuentra, siendo éstas en última
instancia las que el propio entorno natural posee. Y así, el fenómeno que hemos
dado en llamar "Cambio
Climático", expresado evolutivamente de mil formas distintas y con
consecuencias devastadoras para todas las especies y seres vivos que habitan el
planeta, no es más que la consecuencia última, terminante y definitiva derivada
de la funesta acción del capitalismo sobre la faz de la tierra. Y así, el
extractivismo sin límites, el especismo despiadado, la paulatina descomposición
de todos los elementos naturales básicos (el mar, el aire, los bosques, el
agua...), el acaparamiento y la escasez de recursos naturales (fundamentalmente
el agua y el petróleo), todo ello unido a la guinda del pastel que supone la
instrumentalización de la guerra como continuación del negocio capitalista, nos dibujan un
desolador panorama que conducirá más temprano que tarde a la autodestrucción de
nuestro planeta por parte del ser humano”.
/////
EL CONFLICTO
CAPITAL-PLANETA.
*****
Rafael Silva Martínez.
Revista Rebelión jueves 11
de agosto del 2016.
"Creo que no
lograremos derrotar al capital con nuestros propios medios. Quien derrotará al
capital será la Tierra, negando los medios de producción, como el agua y los
bienes de servicio, obligando a cerrar las fábricas, a terminar con ilusorios
grandes proyectos de crecimiento" (Leonardo Boff)
Para el Marxismo clásico únicamente existía
(y continúa existiendo) el conflicto capital-trabajo, expresado de varias
formas, pero sobre todo, en la desigual correlación de fuerzas que representa
el modelo de producción capitalista, en lo que se refiere al control y la
propiedad de los medios de producción. El Socialismo del siglo XXI ha de
luchar, como no podía ser de otra forma, contra este conflicto, pero a raíz de
las aportaciones de las corrientes ecologistas, naturalistas y animalistas,
hemos de contemplar también la resolución de otro gran conflicto, que
pudiéramos denominar conflicto capital-planeta. Porque en efecto, la crisis del
modelo de civilización occidental, expresado como la globalización del
capitalismo en su fase neoliberal, arrastra no sólo los clásicos conflictos que
ya definieran perfectamente Marx y sus colaboradores, sino que en su nueva fase
de explotación global a escala planetaria, la crisis civilizatoria del capital
se enfrenta a la destrucción de la naturaleza, de sus recursos básicos y
vitales, de las materias primas fundamentales, y de la destrucción del
equilibrio de todos los ecosistemas que permiten la vida en nuestro
planeta.
El conflicto
capital-planeta ha de ser entendido como un conflicto derivado, consecuencia
del propio conflicto originario capital-trabajo. En última instancia, otra
derivación del capitalismo. Y ello porque en su afán de expansión sin límites,
el capitalismo no tiene otra salida más que continuar depredando las únicas
fuentes de riqueza que encuentra, siendo éstas en última instancia las que el
propio entorno natural posee. Y así, el fenómeno que hemos dado en llamar
"Cambio Climático", expresado evolutivamente de mil formas distintas
y con consecuencias devastadoras para todas las especies y seres vivos que
habitan el planeta, no es más que la consecuencia última, terminante y
definitiva derivada de la funesta acción del capitalismo sobre la faz de la
tierra. Y así, el extractivismo sin límites, el especismo despiadado, la
paulatina descomposición de todos los elementos naturales básicos (el mar, el
aire, los bosques, el agua...), el acaparamiento y la escasez de recursos
naturales (fundamentalmente el agua y el petróleo), todo ello unido a la guinda
del pastel que supone la instrumentalización de la guerra como continuación del
negocio capitalista, nos dibujan un desolador panorama que conducirá más
temprano que tarde a la autodestrucción de nuestro planeta por parte del ser
humano.
En realidad, el conflicto
capital-planeta se ha agudizado como consecuencia directa de la mayor
competencia internacional (derivada de la propia globalización y de la
implantación de perversos tratados comerciales), y de la producción masiva de
productos a partir de la transformación de materiales mediante el consumo de
energías fósiles. Los modelos energéticos alternativos y renovables, cuya
eficacia y eficiencia están sobradamente demostradas, están siendo ignorados
expresamente por vasallos gobiernos al servicio de las grandes corporaciones
transnacionales, que únicamente contemplan el aumento de sus cuentas de
resultados. Esta competencia internacional se manifiesta en una carrera por el
acaparamiento de los recursos naturales, en una demencial espiral diabólica que
está destinada no sólo a su agotamiento, sino también, dada su creciente
escasez, a la privatización de los derechos de acceso a dichos recursos. Y
mientras los gobiernos de países "desarrollados" miran hacia otro
lado, miles de millones de seres humanos y de otras especies mueren de hambre o
de sed, o de enfermedades que podrían curarse si los medicamentos no fueran
también una mercancía en manos de depravadas corporaciones internacionales. Hoy
día ya la amenaza ecológica es de tal envergadura, que es imposible pensar
ningún proyecto político mínimamente razonable que no integre de forma
transversal la perspectiva ecológica, y que no diseñe un horizonte de sociedad
que se nutra de fuentes energéticas sostenibles, limpias, naturales y
renovables.
Las alternativas son muchas
y de muy diversa índole, pero el problema fundamental es de voluntad política
para ponerlas en marcha, y de cortedad de miras bajo modelos sociales alienados
por los valores capitalistas. Muchos modelos, más o menos integrados, más o
menos directos, de mayor o menor envergadura, más o menos radicales, se
perfilan como soluciones: desde el tímido "capitalismo verde",
pasando por el llamado "ecosocialismo", los modelos y patrones del
"decrecimiento", austeridad (bien entendida, no como el falso paradigma
neoliberal), diversos patrones de responsabilidad ambiental ( comercio justo,
consumo responsable...), hasta quizá las soluciones más integrales, englobadas
en los diversos paradigmas que se han englobado bajo la expresión del
"Buen Vivir", que preconizan, desde el reconocimiento básico de los
derechos de la Madre Tierra (esto es, el reconocimiento de la propia naturaleza
como sujeto de derechos), pasando por una revolución en todos los modelos de
producción, energéticos, de distribución, de consumo y de desecho.
Ante el
conflicto capital-planeta, nos encontramos en una paradógica pero peligrosa
situación, en la cual están diseñadas las alternativas, pero no existe una
generalización en torno a la concienciación global de la gravedad del
mismo.
A pesar de las continuas
evidencias científicas que cada día se aportan, y de los innumerables foros
donde se conciencia sobre el tema, y se publican solemnes declaraciones de
intenciones (la COP21 de París ha sido la última), no existe como decimos una
clara determinación en cuanto a la adopción generalizada de políticas sociales,
económicas y energéticas que puedan reducir los efectos del conflicto, pero
sobre todo, que puedan atajarlo desde su base, esto es, alterando la filosofía
de las relaciones de producción capitalistas. Y es que desde hace mucho tiempo
que las sociedades (sobre todo las más desarrolladas) profesamos un total
desprecio hacia el medio ambiente y sus leyes naturales, y únicamente se
expresa, a escala tanto local como global, una voracidad sin límites en busca
del beneficio de una minoría (estimada ya en el 1% más rico del planeta),
cueste lo que cueste. El poder de dicha minoría es tan absoluto, y sus
intereses tan irracionales y miopes, que resulta extremadamente complicado
revertir dicha tendencia. Ese desprecio hacia el medio ambiente se manifiesta
bajo multitud de criterios, que se trasladan después a hechos políticos
determinados: políticas de trasvases, destrucción de costas, construcciones
faraónicas, proyectos insostenibles, incumplimiento de normativas ambientales,
extractivismo descontrolado, y progresiva destrucción de los ecosistemas
naturales.
El expolio que la propia
naturaleza viene sufriendo durante las últimas décadas de globalización
capitalista no tiene límites, o mejor dicho, sí los tiene, y son los límites de
un planeta y de unos recursos limitados y finitos. Por tanto, el conflicto
capital-planeta está servido: el capitalismo ya sólo puede crecer a costa de
destruir el medio natural, y no puede dejar de crecer porque es parte de su
esencia, su razón de ser. Además, no es concebible una sociedad desregulada
social y económicamente, y regulada ambientalmente, porque ambos parámetros
entran en clara contradicción. De hecho, una de las primeras medidas que han
ido aplicando los gobiernos conservadores y neoliberales en todo el mundo ha
sido justamente destruir la legislación medioambiental, que había sido
impulsada tiempo atrás por la presión social, los movimientos ecologistas y los
gobiernos socialdemócratas. La nueva hornada de salvajes tratados comerciales
(TPP, TTIP, TISA...) ponen también su foco en dicha legislación, que las
grandes corporaciones entienden como una "barrera" para el comercio
transnacional. Esta desregulación ambiental afectará profundamente a la calidad
de vida de la población, porque provocará un encarecimiento de las materias
primas, gravísimas hambrunas, migraciones masivas, éxodos de población y
desarrollo de nuevas enfermedades, lo que limitará la supervivencia de la
especie humana y la de otros muchos animales.
¿Cómo podemos y debemos
enfrentarnos al grave conflicto capital-planeta? Defendiendo a capa y espada al
medio ambiente, tomando conciencia de la gravedad de dicho conflicto, cambiando
profundamente los modelos de relaciones productivas y sociales, por lo que su
defensa consecuente pasa necesariamente por el progresivo abandono del modelo
actual, y la progresiva migración hacia modelos anticapitalistas, lo que
implica también asumir que la revolución ecológica es también una revolución
pendiente de primer orden que debemos poner en marcha. No basta con los
formales apoyos a la defensa del medio ambiente y las tímidas y contradictorias
leyes y medidas prácticas, que de vez en cuando se perfilan para parchear el
grave conflicto, sino que será necesario asumir la lucha ecológica como otra
cara, otra faceta imprescindible en la lucha contra el modelo capitalista, y
avanzar consecuentemente en un modelo de producción y de desarrollo
absolutamente distinto: bajo otros moldes, con otros objetivos, con otros
valores, con otros medios. En palabras de Homar Garcés: "Se hace
imprescindible, por consiguiente, el surgimiento inaplazable de nuevos
paradigmas culturales y económicos que tengan como rasgos destacados la
interculturalidad, una filosofía de vida alejada de la lógica del capitalismo y
un nuevo patrón de relaciones entre los seres humanos y con la naturaleza que
sirvan como muro de contención a las ambiciones hegemónicas de los grandes
centros de poder político y económico existentes".
En vez de en el beneficio
monetarista, pongamos el foco en los otros parámetros donde debemos crecer,
tales como la solidaridad, los derechos humanos, la paz, la justicia social, la
igualdad. Existen otros parámetros para medir el progreso y las necesidades
humanas que tenemos que poner en valor. Ya no es un simple deseo, una ilusión o
una quimera idealista, sino una imperiosa necesidad, si no queremos destruir
todo lo que nos rodea. La necesidad de alcanzar una sociedad basada en la
colaboración y la solidaridad frente a la competencia, en el aprovechamiento
frente al despilfarro, en el respeto y goce de la naturaleza frente a su
explotación y destrucción. Pero esto también nos obligará a cambiar nuestro
concepto de ser humano con una concepción de la felicidad contraria a la
cultura impuesta por el capital. Con el derecho al tiempo, al ocio, al
disfrute, a la libertad y a la diversidad. Nuevas escalas de valores y una
nueva concepción del trabajo también deberán imponerse. En caso contrario, el
conflicto capital-planeta nos estallará en nuestras propias narices, y no podremos hacer
ya nada por evitar que nos arrastre por los derroteros de su destrucción. De
hecho, quizá sea ya demasiado tarde.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario