“ASÍ, DESPUÉS DE LA VERDAD
AGUARDA AGAZAPADA UNA (PER)VERSIÓN DE LO VERDADERO: TODO AQUELLO EN LO QUE SE
QUIERE CREER AUNQUE NO SEA CIERTO. Y QUERER CREER ES CREER PODER.
Lo
del Brexit y lo del plebiscito en Colombia y lo de Trump se erigen en estos
días como ejemplos incontestables de lo post-verdadero.
Virus que inquieta a los sociólogos, porque demuestra que ya no hay pautas de
comportamiento confiables y mucho menos encuestas de fiar. Las “masa silenciosas” ya no hacen lo que se espera de ellas por
lógica y tradición. Se actúa por reflejo y no por reflexión. Se dispara primero
y se apunta después. Se comment(a) antes
de informarse. Y el modo de informarse previamente pasa por lo no
verificado ni autenticado, pero sí por lo más post-verdadero. Es decir: por lo
más gracioso, ocurrente, loco, imprevisible. Por el rumor, el insulto, la
descalificación, lo falso y lo chistoso y pesado antes que por lo certero y
auténtico”.
“Qué
terrible es la historia de América Latina. América (EE.UU.) nunca tuvo una
dictadura”, observó una vez
una estudiante que apenas comenzaba a descubrir la historia reprimida. Este
tipo de obviedades es la norma fuera de las universidades.
“¿Quieres la verdad o algo mejor?”, le pregunté.
“La respuesta de un outsider o de un estadounidense bien informado sería echar mano a la clásica
ironía de “eso se debe a que en Estados
Unidos nunca hubo una embajada estadounidense”, o relativizar el valor de
la democracia de este país, restringida por una larga historia de oscuros
poderes económicos y de corrupciones legales. Sin embargo, no es necesario ser
tan sutil. Bastaría con tomar cualquier afirmación obvia y ponerla entre dos
signos de interrogación: “¿En Estados
Unidos nunca hubo una dictadura?” pregunté. “Durante todo su primer siglo
(casi la mitad de su existencia) los indios, los negros, los marrones y las
mujeres no podían votar ni ser elegidos. De hecho los negros eran esclavos y en
algunos estados eran mayoría. De hecho solo entre el cinco y el quince por
ciento de la población, que por pura casualidad eran hombres blancos y
propietarios, por ley o por práctica votaban y podían ser votados. ¿No es esa
la perfecta definición de una dictadura?”
Pero qué importancia tiene un razonamiento
semejante cuando los mitos sociales son, por lejos, más poderosos.
Es decir, la Era de la Pos-verdad no es
algo nuevo. Pero a lo largo del siglo XX la verdad debió ser ocultada al
público para que fuese posible su manipulación. Lo
que es nuevo es la voluntad de la población de ignorar los hechos una vez
revelados, su complacencia y fidelidad con una mentira revelada. Ya no existe
la excusa de que no hay acceso a la información, que los crímenes de las
potencias civilizadas y civilizadoras permanecen ocultos. Los documentos
originales donde los mismos actores reconocen sus crímenes (como Hernán Cortes los confesaba con orgullo en sus cartas) están
al alcance de cualquiera. Pero no cualquiera está dispuesto a ir a las fuentes
y a reconocer los hechos por encima de sus pasiones y frustraciones. A juzgar
por los resultados, la mayoría.
Eso es lo nuevo: no la manipulación de la verdad a través de la propaganda sino la importancia casi
nula que tiene la verdad ante una población que lo que quiere no es la verdad
sino consumir narrativas que calmen sus deseos y frustraciones.
La política se ha vuelto así un acto de catarsis,
como antes lo era el fútbol y el prostíbulo.
Afortunadamente las constituciones
occidentales más antigua fueron escritas bajo influencia directa de la
Ilustración. Pero las leyes son otra cosa: frecuentemente están
dictadas por los poderes que financian a los políticos o mantienen una
desproporcionada representación en los congresos: más de la mitad de los “representantes del pueblo” son millonarios,
es decir, representan a un dos o tres por ciento de la población. Ahora un
magnate misógino y clasista como Donald Trump
es “el candidato de los trabajadores”.
Hay libertad de expresión, sin duda.
¿Pero hay libertad de pensamiento?.- Responsabilizar
a las redes sociales como la causa
de la Era de la Pos-verdad es uno de los lugares más comunes de la sociología
actual. ¿Y qué hay del explosivo consumo de pornografía? ¿No vivimos en una era
de pornografía epistemológica, donde la verdad es la mujer-objeto?
En la pornografía, el consumidor asume
que todo es falso.
Pero debe haber un compromiso implícito de autoengaño: lo que importa no es la
verdad sino la excitación a través de la violencia, sea física o moral.
Aunque una vacía vulgarización del erotismo, en sí
misma la pornografía no tendría nada de malo. El problema es que (al igual que el requisito de creer por sobre cualquier
evidencia, práctica común de los fanáticos religiosos en cualquier
in-doctrinación infantil y adulta) los hábitos y las in-habilidades
pornográficas se observan en la narrativa y en la conducta política. De nada
importa que los estudios contradigan todo lo que se atribuye a la inmigración. Lo que importa es encontrar a alguien que
logre articular un discurso fragmentado y primitivo que sostenga lo contrario. Sus
seguidores aplaudirán cada eyaculación con entusiasmo. Quienes se propongan
interrumpir semejantes orgasmos sociópatas, serán vistos como traidores a la patria o a
algún otro tótem social. La frustración de la tribu se exorciza
ejercitando el sadomasoquismo fascista y sacrificando a algunas víctimas –entre ellas, la verdad de los hechos–, que
hasta un grupo de chimpancés respetaría”. Fuente La
Pornografía Política. Jorge
Majfud . Página/12.
/////
BASTA DE LETANÍAS: ¡QUE
SIGNIFICA HOY DEMOCRATIZAR LA COMUNICACIÓN?
*****
Aram Ahoranian.
Sur y Sur martes 14 de febrero del
2197.
Hipotéticamente, si realmente en
nuestra región, el 33 por ciento de las frecuencias fueran concedidas a los
medios populares, ¿quién abastecería de contenidos a tal cantidad de canales
y radios? Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización
de la comunicación y de la información? Los que controlan los sistemas de
difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen y disponen
cuáles serán los contenidos.
|
¿De qué estamos hablando cuando
reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿Hablamos
solo de redistribución de frecuencias radioeléctricas para garantizar el
derecho humano a la información y la comunicación? ¿De qué forma la
redistribución equitativa de frecuencias –éstas patrimonio de la humanidad-
entre los sectores comercial, estatal o público, y popular (comunitario,
alternativo, etc.) puede garantizar la democratización de la comunicación e
impedir la concentración mediática?
A veces pienso que nos instan, nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o perimidos, mientras se desarrollan estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla. El mundo avanza, la tecnología avanza… y pareciera que nosotros –desde lo que llamamos el campo popular- seguimos aferrados a los mismos reclamos, reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe.
A veces pienso que nos instan, nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o perimidos, mientras se desarrollan estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla. El mundo avanza, la tecnología avanza… y pareciera que nosotros –desde lo que llamamos el campo popular- seguimos aferrados a los mismos reclamos, reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe.
El mundo cambia sí, pero el tema de
la comunicación, de los medios de comunicación social, sigue siendo, como en
1980 cuando el Informe Mc Bride, fundamental para el futuro de nuestras
democracias. El problema de hoy es la concentración oligopólica: 1500
periódicos, 1100 revistas, 9000 estaciones de radio, 1500 televisoras, 2400
editoriales están controlados por sólo seis trasnacionales. Pero ese no es el
único problema.
Hoy los temas de la agenda mediática tienen que ver con la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación con compañías que producen contenido, la llegada directa de los contenidos a los dispositivos móviles, la trasnacionalización de la comunicación y su cortocircuitos con los medios hegemónicos locales, los temas de la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet, el “ruido” en las redes y el video como formato a reinar en los próximos años.
Hoy los temas de la agenda mediática tienen que ver con la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación con compañías que producen contenido, la llegada directa de los contenidos a los dispositivos móviles, la trasnacionalización de la comunicación y su cortocircuitos con los medios hegemónicos locales, los temas de la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet, el “ruido” en las redes y el video como formato a reinar en los próximos años.
Estos son, hoy en día, juntos al largamente
anunciado ocaso de la prensa gráfica y la vigencia de la guerra de cuarta
generación y el terrorismo mediático, los vértices fundamentales para
reflexionar sobre el tema de la democracia de la comunicación, mirando no hacia
el pasado, sino hacia el futuro que nos invade.
Hipotéticamente, si realmente en
nuestra región, el 33 por ciento de las frecuencias fueran concedidas a los
medios populares, ¿quién abastecería de contenidos a tal cantidad de canales y
radios? Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización
de la comunicación y de la información?
Los que controlan los sistemas de
difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen y disponen
cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar
mercados y hegemonizar la información-formación del ciudadano.
¿Adiós televisión? Controlar los contenidos.
Pasaron 140 años desde que Alexander
Graham Bell utilizó por primera vez su teléfono experimental para decirle a su
asistente de laboratorio: “Señor Watson, venga, quiero verlo”. Su invención
transformaría la comunicación humana y el mundo. La empresa creada por Bell
creció hasta transformarse en un inmenso monopolio: AT&T.
El gobierno estadounidense consideró
luego que era demasiado poderosa y dispuso la desintegración de la gigante de
las telecomunicaciones en 1982… pero AT&T ha regresado, anunciando la
adquisición de Time Warner, una de las principales compañías de medios de
comunicación y producción de contenidos a nivel mundial, para conformar así uno
de los más grandes conglomerados del entretenimiento y las comunicaciones del
planeta.
La fusión propuesta, que aún debe ser sometida a estudio por las autoridades,
representa desde ya no solo una significativa amenaza a la privacidad y a la libertad
básica de comunicarse, sino también un cambio paradigmático en lo que hoy
entendemos como comunicación. Sería la mayor adquisición hasta la fecha y
llegaría un año después de que AT&T comprara a DirecTV.
AT&T es hoy la décima entre las
500 compañías más grandes de Estados Unidos y si adquiriera Time Warner, que
ocupa el lugar 99 de la lista Forbes, se crearía una enorme corporación,
integrada verticalmente que controlaría no solo una amplia cantidad de
contenidos audiovisuales, sino la forma en que la población accedería a esos
contenidos.
Según Candace Clement, de Free
Press, esta fusión generaría un imperio mediático nunca antes visto.
AT&T controlaría el acceso a Internet móvil y por cableado, canales de
televisión por cable, franquicias de películas, un estudio de cine y televisión
y otras empresas de la industria. Eso significa que AT&T controlaría el
acceso a Internet de cientos de millones de personas, así como el contenido que
miran, lo que le permitiría dar prioridad a su propia oferta y hacer uso de
recursos engañosos que socavarían la neutralidad de la red.
Pelear guerras que ya no existen.
El mundo no es el mismo de antes
(tampoco el del 1980 cuando el Informe McBride), aunque tanto derecha como
izquierda crean que seguimos en 1990. Es difícil, a quienes como uno vienen de
la época de la tipografía y la linotipia, de los télex y teletipos -o del
dogmatismo y la repetición de consignas-, asimilar los cambios tecnológicos y
la realidad del mundo actual, del big data, de la inteligencia artificial, de
la plutocracia…
Según los últimos cálculos, en el mundo hay unos 10 zetabytes de información
(un zetabyte es un 1 con 21 ceros detrás), que si se ponen en libros se pueden
hacer nueve mil pilas que lleguen hasta el sol. Desde 2014 hasta hoy, creamos
tanta información como desde la prehistoria hasta el 2014. Y la única manera de
interpretarlos es con máquinas.
El Deep Learning es la manera
como se hace la Inteligencia Artificial desde hace cinco años: son redes
neuronales que funcionan de manera muy similar al cerebro, con muchas
jerarquías. Apple y Google y todas las Siri en el teléfono, todos lo usan.
El Big Data permite a la
información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones,
cuánto saben las grandes empresas de nosotros, y lo que más les preocupa: lo
fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la
información, haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta.
Si uno tiene Gmail en su celular con wifi, puede ver en Google Maps un mapa mundial que muestra dónde estuvo cada día, a cada hora, durante los últimos dos o tres años (no tiene por qué creerme: vea www.google.com/maps/timeline). Es una información que uno les permites coleccionar al aceptar los términos de licencia cuando instala la aplicación.
También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el plan, hacen buenos negocios con nuestros datos. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de Telefónica que vende los datos de los celulares Movistar. De la noche a la mañana, la gente pasó a tener un sensor de sí mismo 24 horas al día. Hoy se puede saber dónde están las personas, pero también qué compran, qué comen, cuándo duermen, cuáles son sus amigos, sus ideas políticas, su vida social.
Si uno tiene Gmail en su celular con wifi, puede ver en Google Maps un mapa mundial que muestra dónde estuvo cada día, a cada hora, durante los últimos dos o tres años (no tiene por qué creerme: vea www.google.com/maps/timeline). Es una información que uno les permites coleccionar al aceptar los términos de licencia cuando instala la aplicación.
También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el plan, hacen buenos negocios con nuestros datos. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de Telefónica que vende los datos de los celulares Movistar. De la noche a la mañana, la gente pasó a tener un sensor de sí mismo 24 horas al día. Hoy se puede saber dónde están las personas, pero también qué compran, qué comen, cuándo duermen, cuáles son sus amigos, sus ideas políticas, su vida social.
El alemán Martin Hilbert , asesor
tecnológico de la Biblioteca del Congreso de EE.UU. señala que algunos estudios
ya han logrado predecir un montón de cosas a partir de nuestra conducta en
Facebook . “Se puede abusar también, como Barack Obama y Donald Trump lo
hicieron en sus campañas, como Hillary Clinton no lo hizo, y perdió. Esos son
los datos que Trump usó. Teniendo entre 100 y 250 likes (me gusta) tuyos en
Facebook, se puede predecir tu orientación sexual, tu origen étnico, tus
opiniones religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y de felicidad, si
usas drogas, si tus papás son separados o no”, señala el científico.
Y “con 150 likes, los algoritmos
pueden predecir el resultado de tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y
con 250 likes, mejor que tú mismo. Este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge,
luego un empresario que tomó esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató a
Cambridge Analytica para la elección”.
“Usaron esa base de datos y esa
metodología para crear los perfiles de cada ciudadano que puede votar. Casi 250
millones de perfiles. Obama, que también manipuló mucho a la ciudadanía, en
2012 tenía 16 millones de perfiles, pero acá estaban todos. En promedio, tú
tienes unos 5000 puntos de datos de cada estadounidense. Y una vez que
clasificaron a cada individuo según esos datos, los empezaron a atacar”,
señala
Hilbert.
Por ejemplo, si Trump dice “estoy
por el derecho a tener armas”, algunos reciben esa frase con la imagen de un
criminal que entra a una casa, porque es gente más miedosa, y otros que son más
patriotas la reciben con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Es la
misma frase de Trump y ahí tienes dos versiones, pero aquí crearon 175 mil.
Claro, te lavan el cerebro. No tiene nada que ver con democracia. Es populismo
puro, te dicen exactamente lo que quieres escuchar”. Lo más delicado es que no
sólo pueden mandar el mensaje como más le va a gustar a esa persona, sino
también pueden mostrarle sólo aquello con lo que va a estar de acuerdo.
Al final, el juego con la tecnología
siempre ha sido ver cuáles tareas se pueden automatizar y cuáles no. Si un
robot reconoce células de cáncer, uno se ahorra al médico. Más del 50% de los
actuales empleos son digitalizables, afirma Hilbert. Y ya no hablamos de
reemplazar a los obreros, como en la revolución industrial, sino también los
trabajos de la clase más educada: médicos, contadores. El 99% de las decisiones
de la red de electricidad en EEUU son tomadas por IA que localiza en tiempo
real quién necesita energía.
No es en ningún caso el fin de la
humanidad, es la evolución que sigue su camino. Y lo más importantes es
entender en qué mundo vivimos. Por eso llama la atención que operadores
mediáticos, que se autodefinen como radicales de izquierda, sigan insistiendo
en la necesidad de pelear en escenarios que ya no existen, con léxicos que no
corresponden a las realidades reales y tampoco a las virtuales, en aferrarse al
pasado, lo cual es por demás retrógrado.
La dictadura y la posverdad.
Hoy más que nunca la dictadura
mediática, en manos de cada vez menos “generales” de las corporaciones, busca
las formas novedosas de implantar hegemónicamente imaginarios colectivos,
narrativas, discursos, verdades e imágenes únicas. Es el lanzamiento global de
la guerra de cuarta generación, directamente a los usuarios digitalizados de todo
el mundo.
Si hace cinco décadas la lucha política, la batalla por la imposición de imaginarios, se dilucidaba en la calle, en las fábricas, en los partidos políticos y movimientos, en los parlamentos (o en la guerrilla), hoy las grandes corporaciones de transmisión preparan una ofensiva que saltean los medios tradicionales para llegar directamente, con sus propios contenidos de realidades virtuales, a los nuevos dispositivos móviles de los ciudadanos.
Si hace cinco décadas la lucha política, la batalla por la imposición de imaginarios, se dilucidaba en la calle, en las fábricas, en los partidos políticos y movimientos, en los parlamentos (o en la guerrilla), hoy las grandes corporaciones de transmisión preparan una ofensiva que saltean los medios tradicionales para llegar directamente, con sus propios contenidos de realidades virtuales, a los nuevos dispositivos móviles de los ciudadanos.
¿De qué estamos hablando cuando
reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿Hablamos
de redistribución de frecuencias radioeléctricas cuando hoy el control emerge
de la conjunción de medio y contenido? Los que controlan los sistemas de
difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen y disponen
cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar
mercados y hegemonizar la información-formación del ciudadano.
Cambia la radio. Bajo la mirada
vigilante de otras naciones, Noruega se ha convertido desde el enero de 2017,
en el primer país del mundo en apagar su señal de Frecuencia Modulada (FM),
considerando que tiene 22 estaciones nacionales de radio digital, y aún hay
espacio en su plataforma digital para otras 20
La tendencia mundial –y latinoamericana-
demuestra que los jóvenes televidentes ya están pasando del uso lineal de
televisión hacia un consumo en diferido y a la carta, que bien puede optar el
dispositivo fijo (el televisor) y optar por una segunda pantalla (computadora,
tablet, teléfonos inteligentes).
Para los comunicólogos optimistas,
de receptores pasivos, los ciudadanos están pasando a ser, mediante el uso
masivo de las redes sociales, productores-difusores, o productores-consumidores
(prosumidores). Para los menos optimistas, si bien esa es una posibilidad
teórica, la práctica demuestra que la producción y difusión quedarán en manos
de grandes corporciones, en especial estadounidenses, y los ciudadanos podrán
ocupar la casilla de consumidores, en una arremetida del pensamiento, el mensaje,
la imagen únicos.
Quizá aquellos que estamos desde
hace años en la lucha creemos que la discusión sobre la democratización de las
comunicaciones está socializada/masificada en nuestras sociedades. No lo está
siquiera en aquellos donde se han hecho esfuerzos de esclarecimiento en este
campo, como Argentina y Ecuador. Hay quienes sostienen que aún se trata de una
discusión elitesca, entre los militantes políticos, de la comunicación y
allegados.
¿De qué estamos hablando cuando
reclamamos la democratización de la comunicación y de la información en la que
ahora se da en llamar la época de la posverdad, donde los hechos objetivos son
menos influyentes en la opinión pública que las emociones, los imaginarios y
las creencias personales?
Hoy, la posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública que emplean los grandes medios de comunicación y todos los líderes políticos. La sociedad es hoy un monumental simulacro, un plexo cuasi-infinito de significaciones sin referente ni realidad que las apoye, una especie de monumental ciencia-ficción que nos domina, dijera Baudrillard.
En 2016, The Economist hablaba del arte de la mentira, y señalaba que Trump es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real. Una cosa es exagerar u ocultar, y otra, mentir descarada y continuadamente sobre los hechos. Y lo peor es que esas mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo.
Hoy, la posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública que emplean los grandes medios de comunicación y todos los líderes políticos. La sociedad es hoy un monumental simulacro, un plexo cuasi-infinito de significaciones sin referente ni realidad que las apoye, una especie de monumental ciencia-ficción que nos domina, dijera Baudrillard.
En 2016, The Economist hablaba del arte de la mentira, y señalaba que Trump es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real. Una cosa es exagerar u ocultar, y otra, mentir descarada y continuadamente sobre los hechos. Y lo peor es que esas mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo.
Hoy se manipulan, se omiten, se tergiversan
o se falsifican desde las cifras de la desocupación o del costo de la vida,
mientras opinadores muy mediatizados predican distintas variantes del there is
no alternative (no hay alternativa) thatcheriano.
Disculpe, entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la
democratización de la comunicación y de la información?.
*****
*Adelanto
del libro El asesinato de la Verdad,
a editarse este semestre.
Aharonian es periodista uruguayo, magister en Integración, fundador de Telesur, codirector del Observatorio de Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (Clae), y presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (Fila). Autor de Vernos con nuestros propios ojos y La internacional del terror mediático, entre otros textos.
Aharonian es periodista uruguayo, magister en Integración, fundador de Telesur, codirector del Observatorio de Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (Clae), y presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (Fila). Autor de Vernos con nuestros propios ojos y La internacional del terror mediático, entre otros textos.
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