“Por
eso estamos en guerra, Ecuador está en guerra. Una guerra silenciosa pero cargada
de violencia; una guerra de desinformación, de ocultamiento, de
mentiras hábilmente maquilladas y que son vendidas bajo la apariencia de
verdades objetivas e irrefutables. La
meta que persigue es distorsionar la percepción de la realidad para generar
una respuesta inconsciente de la ciudadanía que estigmatice al candidato de AP y descalifique los diez años del
gobierno de Rafael Correa. Ocultar
o, cuando esto no fuese posible, minimizar
todo lo bueno que ha sido hecho y agigantar y machacar a diario, hora tras
hora, minuto tras minuto, sobre los supuestos “fracasos” del gobierno saliente,
sus problemas o sus desaciertos. Que omita hacer alusión al devastador impacto
que sobre la conducción macroeconómica ocasiona la inexistencia de una moneda
propia en el Ecuador, privando al
gobierno de poder apelar a un instrumento como la política monetaria. Esta queda en manos de Washington, que
devalúa o revalúa el dólar sin reparar en sus consecuencias para países que,
como Ecuador y
El Salvador, gobiernos antipatrióticos
y entreguistas adoptaron el signo monetario estadounidense. O despreciando
lo que significa que un país como el
Ecuador tenga un perfil exportador
semejante al de sus vecinos Colombia y
Perú, ambos convertidos en piezas dóciles de los intereses imperiales a los
cuales están formalmente vinculados por sendos TLCs, y que coloca objetivamente al Ecuador en desventaja en los
mercados internacionales. O escamoteando ante los ojos de la opinión pública el
demoledor impacto del derrumbe de los
precios de las commodities, fatalidad ante la cual ningún gobierno
cuenta con mecanismos para revertir. Todas estas consideraciones, que una
información periodística rigurosa debería exponer con objetividad a su
audiencia, son
maliciosamente desechadas y en su lugar proliferan las calumnias y las
difamaciones”.
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Presidente Rafael Correa, celebra junto a la Ciudadanía los 10 años de la "Revolución Ciudadana". Éxitos y fracasos, crítica y autocrítica es importante como mecanismo democrático para conocimiento y evaluación responsable de la Sociedad Civil y sus Instituciones.
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LA “BATALLA DE STALINGRADO” SE LIBRARÁ EN
ECUADOR.
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Atilio A. Boron.
Rebelión lunes 6 de febrero del 2017.
Ecuador está en guerra. Una guerra de
desinformación, de ocultamiento, de mentiras hábilmente maquilladas y que son
vendidas bajo la apariencia de verdades objetivas e irrefutables con el fin
de distorsionar la percepción de la realidad y generar una respuesta
inconsciente de la ciudadanía que estigmatice al candidato de AP. Esa plaga
está actuando subrepticiamente, ocultando sus verdaderos designios detrás de
una supuesta condición de “periodismo independiente”. La meta es potenciar
hasta el infinito los problemas con que tropieza la gestión del gobierno de
Rafael Correa.
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El domingo 19 de febrero un hermoso y entrañable
país de Sudamérica será el escenario de una decisiva “batalla de Stalingrado”.
Como se recordará, la que tuvo lugar en aquella ciudad rusa fue la que produjo
el vuelco de la Segunda Guerra Mundial. Si
Stalingrado caía los aliados serían despedazados por el ejército nazi; si,
en cambio, la ciudad resistía el asedio, como lo hizo, las tropas hitlerianas
jamás repondrían fuerzas y se encaminarían hacia su inexorable derrota. La
propaganda norteamericana dice que este punto de inflexión en la guerra se
produjo con el desembarco de Normandía, pero eso es un invento de Hollywood que
no resiste la confrontación con los datos duros de la historia. La Segunda
Guerra Mundial se decidió en aquella ciudad rusa, misma que puso en marcha la
contraofensiva del Ejército Rojo que
llegó hasta el corazón mismo del régimen nazi: Berlín.
Conscientes de que con una derrota de Alianza País en el Ecuador la derecha
continental tendría las manos libres para asfixiar a Bolivia y provocar una nueva versión de la “revolución de colores” en Venezuela-al estilo de los sangrientos
episodios desencadenados en Libia y
Ucrania- sus personeros, lenguaraces y activistas se dejaron caer con todas
su fuerzas en Ecuador para librar la guerra de la desinformación, propalar
mentiras, lanzar tremebundas acusaciones contra el gobierno e infundir la
sospecha y el desencanto en la población. El objetivo excluyente: impedir que Lenin Moreno, el candidato presidencial
de AP, pueda alcanzar el 40% de los
votos y, de ese modo, con una diferencia mayor al 10% en relación a su
perseguidor, ser ungido como nuevo presidente. Para satisfacer este turbio
designio Washington y Madrid
despacharon al Ecuador un ejército de pseudo-periodistas, una ponzoñosa canalla
mediática que ha venido desempeñando idéntico papel en las recientes elecciones
en Argentina, Bolivia, Colombia y
que, con sus patrañas, pavimentaron el camino hacia la ilegal destitución de Dilma Rousseff en Brasil. Esos sujetos
ocultan su verdadera condición de militantes rentados de la derecha
(¡espléndidamente remunerados, por cierto, porque no trabajan gratis!) y su inescrupulosidad
y desfachatez no tiene límites. En su revelador libro el ex agente de la CIA, John Perkins, habla de la absoluta frialdad
con que se planeaban y ejecutaban los más atroces crímenes obedeciendo sin
ninguna clase de reparo moral las instrucciones procedentes de Langley. [1] Del mismo modo, los
crímenes comunicacionales de la canalla mediática con aún más grave, porque son
verdaderas armas de destrucción masiva. Los
killers de la CIA matan selectivamente, a uno, dos o tres; el
terrorismo mediático hiere mortalmente la conciencia de millones y los induce,
con sus mentiras y sofisticadas manipulaciones, a elegir gobiernos que a poco
andar practicarán un lento, silencioso pero eficaz genocidio de los pobres, los
indígenas, los viejos, los jóvenes privados de educación y trabajo. En suma,
acabar con toda esa población “excedente” que según nuestras clases dominantes
son la lacra que impidió que los países latinoamericanos o caribeños sean como
Suiza, Alemania o mismo los Estados Unidos. En tiempos de la última dictadura
cívico-militar argentina sus voceros declaraban, sin disimulo, que en ese país
sobraban por lo menos diez millones de habitantes; esa convicción también está
presente en el gobierno actual, sólo que no se lo declara abiertamente y que el
número de los sobrantes, probablemente, sea todavía mayor. Y lo mismo hemos
escuchado en Brasil, en Colombia y
en tantos otros países de Nuestra
América. Lo que la canalla mediática hizo en todos estos países contraría
todas las normas de la ética, no sólo periodística. En el caso argentino
mintieron alevosamente asegurando que el hecho de que el candidato Mauricio
Macri estuviese procesado por haber solicitado “escuchas ilegales” para nada
ensuciaba su buen nombre y honor o lo inhabilitaba para su postulación
presidencial. Y ya instalado en la Casa Rosada potenciaron su inmoralidad al
blindarlo mediáticamente a pesar de estar involucrado en numerosas empresas
denunciadas en los Panamá Papers y en los archivos de las Bahamas, lo
que en otras latitudes ocasionó la renuncia de varios jefes de estado y altos
funcionarios acusados de evasión fiscal y lavado de dinero.
Esa plaga está subrepticiamente actuando en Ecuador, ocultando sus verdaderos
designios detrás de una supuesta condición de “periodista independiente”. Gentes entrenadas en Washington (los
famosos cursos de “buenas prácticas”), habilísimas en formular preguntas
capciosas, sembrar el desánimo y potenciar hasta el infinito los problemas con
que tropieza la gestión del gobierno de Rafael Correa que, como cualquier otro,
tiene un mix de aciertos y desaciertos. Todo esto tiene su génesis en la
radical transformación involutiva de la naturaleza y función del periodismo. Su
naturaleza: por el tránsito del pluralismo de medios a los fenomenales niveles
de concentración existentes hoy día. Su función: si en el pasado era ser el
dispositivo que permitía diseminar información en la naciente sociedad de
masas, con la crisis de la dominación capitalista producida por la irrupción de
vigorosas fuerzas contestatarias –movimientos obreros, campesinos, indígenas,
estudiantes, mujeres, jóvenes, ecologistas, organizaciones defensoras de
derechos humanos, etcétera- su función cambió radicalmente. En ausencia -o ante
la debilidad- de partidos de derecha competitivos (acostumbrados a encumbrarse
en el gobierno de la mano de los golpes militares) los medios de comunicación
hegemónicos pasaron a ocupar ese lugar, fenómeno éste precozmente detectado por
Antonio Gramsci en sus escritos desde la
cárcel. En ausencia de tales partidos, los medios toman su lugar y cumplen
la función que les es propia: organizan, “educan”,
movilizan a amplios sectores de nuestras sociedades, siempre detrás de un
programa conservador convenientemente edulcorado, pero sin despertar las
sospechas que suscita el activismo partidario porque en el imaginario popular
la prensa es “independiente” e
inmune a los intereses y las intrigas políticas. Que esos medios se
convirtieron en un arma formidable de dominación burguesa lo atestiguó, hace
algunos años , un militar de alto rango del Pentágono cuando, en una audiencia ante el Senado de los Estados
Unidos, lanzó una fatídica advertencia: “en nuestros días –dijo- la lucha
antisubversiva se libra en los medios, no en las selvas o en los suburbios
decadentes del Tercer Mundo”. Y los gobiernos progresistas y de izquierda de América Latina, aun los más
moderados, son todos percibidos como ladinos y arteros instrumentos de la
subversión.
Presidente Rafael Correa, presenta la Candidato de la Alianza País ( el candidato de la Revolución Ciudadana) Lenin Moreno, elecciones generales a realizarse el presdente mes de febrero, en medio de un escenario turbulento y siempre con el protagonismo de los Medios de Comunicación y los intereses de clase de las Oligarquías nacionales.
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Por eso estamos en guerra, Ecuador está en guerra. Una guerra silenciosa pero cargada de
violencia; una guerra de desinformación, de ocultamiento, de mentiras
hábilmente maquilladas y que son vendidas bajo la apariencia de verdades
objetivas e irrefutables. La meta que persigue es distorsionar la percepción de
la realidad para generar una respuesta inconsciente de la ciudadanía que
estigmatice al candidato de AP y descalifique los diez años del gobierno de Rafael Correa. Ocultar o, cuando esto
no fuese posible, minimizar todo lo bueno que ha sido hecho y agigantar y
machacar a diario, hora tras hora, minuto tras minuto, sobre los supuestos
“fracasos” del gobierno saliente, sus problemas o sus desaciertos. Que omita
hacer alusión al devastador impacto que sobre la conducción macroeconómica
ocasiona la inexistencia de una moneda propia en el Ecuador, privando al gobierno de poder apelar a un instrumento como
la política monetaria. Esta queda en manos de Washington, que devalúa o revalúa
el dólar sin reparar en sus consecuencias para países que, como Ecuador y El Salvador, gobiernos antipatrióticos
y entreguistas adoptaron el signo monetario estadounidense. O despreciando lo
que significa que un país como el Ecuador tenga un perfil exportador semejante
al de sus vecinos Colombia y Perú,
ambos convertidos en piezas dóciles de los intereses imperiales a los cuales
están formalmente vinculados por sendos TLCs,
y que coloca objetivamente al Ecuador en desventaja en los mercados
internacionales. O escamoteando ante los ojos de la opinión pública el
demoledor impacto del derrumbe de los
precios de las commodities, fatalidad ante la cual ningún gobierno
cuenta con mecanismos para revertir. Todas estas consideraciones, que una
información periodística rigurosa debería exponer con objetividad a su
audiencia, son maliciosamente desechadas y en su lugar proliferan las calumnias
y las difamaciones.
Ya no importa la verdad sino la “posverdad”, eufemismo gestado por los
poderes mediáticos para justificar sus mentiras y los efectos que con ellas se
persiguen. La reciente denuncia en contra del candidato a la vicepresidencia de
AP, Jorge Glas, es un ejemplo
contundente de lo que venimos diciendo. Es una operación que en América Latina se ha repetido hasta el
cansancio en los últimos tiempos, con adaptaciones locales para darles una
cierta verosimilitud. Este tipo de mentiras y falsedades se utilizaron masivamente
en la campaña presidencial de la Argentina en el 2015 y en contra de Evo Morales en el referendo boliviano
del 2016. Y es moneda corriente en el ataque al gobierno de Nicolás Maduro en los últimos tres
años. Nada nuevo. Es lo que en la jerga de la CIA se conoce como “SOP” (standard
operating procedures) a la hora de desestabilizar un gobierno o
desprestigiar un candidato o una fórmula que es vista como una amenaza a los
intereses de los Estados Unidos y la derecha vernácula.
Esta carroña mediática es digna heredera de Joseph Goebbels, quien fuera Ministro
para la Ilustración Pública y Propaganda del régimen nazi. Con un atenuante:
por lo menos el alemán declaraba explícitamente que lo suyo era hacer
propaganda; sus émulos actuales, en cambio, posan de “periodistas objetivos e independientes” pero lo que hacen es
mentir, difamar y manchar la dignidad de las víctimas de su labor. Mediante
esta guerra de desinformación se trata de presentar a la oposición como
democrática e, inclusive, “progresista” para engañar al electorado y acabar con
la obra iniciada hace una década y que cambiara, para bien, la fisonomía social
del Ecuador. Si estos agentes del
engaño y la mentira llegaran a salirse con la suya y lograran que el pueblo le
abriera las puertas a la derecha, el retroceso social, económico y cultural que
sufriría este país sudamericano sería inmenso. A esta involución se le
agregaría un ejemplar escarmiento, para que nunca más a las ecuatorianas y los
ecuatorianos se les vuelva a ocurrir tener un gobierno como el de Rafael Correa. Un gobierno que todavía
hoy rechaza con valores humanistas y con patriotismo las intensas presiones del
imperio para que le ponga fin al asilo diplomático concedido a un personaje
como Julian Assange, quien con sus
revelaciones a través del Wikileaks
permitió que el mundo viera como Washington nos miente, vigila y extorsiona a
nuestros gobiernos a través de miles de tentáculos. Si la Alianza País fuese derrotada nadie daría un centavo por la vida de
ese valiente luchador que junto con Edward
Snowden y Chelsea Manning descorrieron el telón que ocultaba las
manipulaciones y los crímenes del imperio. Y tras cartón la base de Manta
volvería a ser ocupada por las tropas estadounidenses.
Para los escépticos, para quienes crean que estamos
exagerando, basta con examinar lo ocurrido en la Argentina, en donde este engaño inducido por el “periodismo independiente” hizo posible el triunfo del actual
gobierno y el desencadenamiento de la debacle económica actual: caída del PIB,
inflación descontrolada, brutal deterioro del salario, cierre de fábricas y
comercios, despidos masivos, aumento del desempleo e incrementos exorbitantes
de los precios de la electricidad, el gas, el agua y el transporte La oligarquía mediática fue un
instrumento poderosísimo al servicio de los monopolios y los sectores
adinerados y del privilegio. Por eso insistimos en la urgente necesidad de que
los ecuatorianos se pongan en guardia ante el canto de sirena de esos “pseudos periodistas”, hagan oídos
sordos a sus prédicas de la necesidad de un cambio y miren al Sur, vean lo que
está ocurriendo en la Argentina y lo que se esconde bajo la inocente invocación
de que cambiemos. En su ingenuidad y falta de conciencia política millones en
la Argentina creyeron en el cambio prometido -sin preguntarse cambiar qué,
cómo, en qué dirección, bajo qué liderazgo- para encontrarse, de la noche a la
mañana, en medio de un naufragio.
El gobierno
de Rafael Correa puede haber incurrido en yerros y desaciertos,
como cualquier otro en este mundo. En medio siglo de profesión como politólogo
jamás pude encontrar un solo gobierno que estuviera exento de defectos,
equivocaciones e inclusive de variables niveles de corrupción. Si según el Papa Francisco estos problemas
atribulan inclusive al Vaticano -que como recordaba mordazmente Maquiavelo era lo más parecido a un
estado perfecto porque gozaba de la protección directa de Dios- sería absurdo
pensar que el Ecuador podría estar
libre de esos vicios. La diferencia es que en este país es el propio gobierno
quien los denuncia penalmente, mientras que en otros países sudamericanos los
gobiernos encubren y le brindan protección judicial y mediática a los
corruptos. El caso de Brasil es de una
elocuencia inigualable al respecto.
Para
concluir: hecho el balance que cada
ciudadana y ciudadano debe efectuar concluirá sin duda que los aciertos del
gobierno ecuatoriano en los últimos diez años, tanto en el plano nacional como
en el internacional superan con creces los desaciertos en que haya incurrido. Y
ese es el quid de la cuestión y la razón por la que, en toda América Latina, esperamos que el pueblo
ecuatoriano vote por la continuidad del gobierno de la Alianza País y se abstenga de dar un salto al vacío como el que dieran los
argentinos inducidos por la malignidad de la plaga mediática que hoy devasta al
Ecuador.
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