“El
establishment político-mediático nunca aceptó que hubiera razones para que grandes sectores de la
población le rechazaran, pues la economía –según tal establishment-
estaba yendo muy bien. El economista, Premio Nobel y articulista del New York Times, Paul Krugman era
y continúa siendo uno de los mayores proponentes de esta postura. Esta lectura
se basaba, sin embargo, en la elección equivocada de los indicadores escogidos
para definir la eficiencia y eficacia de
la economía, tales como la tasa de crecimiento económico o la tasa de paro del país. Indicadores
más sensibles del bienestar económico, como la renta de las familias, mostraban y continúan mostrando el notable
descenso de dichas rentas familiares y el crecimiento
muy notable del endeudamiento de las familias. En España el establishment político-mediático también asume un
mejoramiento de la economía, mostrando como indicadores de tal mejoramiento el crecimiento
económico y el descenso del desempleo, sin tener en cuenta el enorme deterioro
del mercado de trabajo.
La
evidencia del deterioro del mercado de trabajo, sin embargo, era tan manifiesta
en EEUU que el argumentario cambió, apareciendo razonamientos
que intentaban despolitizar la
explicación del deterioro del mercado de trabajo y negando que tal deterioro se
debiera a las políticas públicas neoliberales realizadas desde los
años ochenta tanto por gobiernos republicanos (Reagan, Bush padre y Bush
hijo) como por gobiernos demócratas (Clinton y Obama), que
sistemáticamente han favorecido a las rentas de los propietarios y gestores de
las grandes corporaciones
estadounidenses transnacionales (lo que en EEUU se llama la clase corporativa) a costa del mundo del
trabajo. Los responsables de la aplicación de tales políticas niegan (con la
ayuda de los medios y de gran parte de los think
tanks próximos al mundo del capital financiero) que fueran éstas las
causas, atribuyendo tal deterioro (que, por fin, han admitido que existía) a
los cambios tecnológicos como la
robótica, que ha eliminado millones de puestos de trabajo, responsable del
descenso de las rentas del trabajo. Como
ejemplo, ponen el descenso del número de trabajadores en el sector
manufacturero. La introducción de la robótica
en los sectores industriales se presenta como la causa del deterioro del mercado de trabajo, con
un descenso del número de puestos de
trabajo, una disminución de los salarios y de los beneficios sociales, y un bajón de la calidad de vida, presentándose este deterioro
como los “costes del progreso industrial”.
/////
Dr, Vicenç Navarro, Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas
Públicas. Universidad Pompeu Fabra. Intelectual de la Izquierda española. Perternece a la Dirección del Podemos y su lucha política contra el "viejo bipartidismo político" y sus políticas de austeridad neoliberales.
***
LA DESPOLITIZACIÓN DE LO POLÍTICO: LA FRIVOLIDAD DEL SUPUESTO FUTURO SIN TRABAJO.
LA DESPOLITIZACIÓN DE LO POLÍTICO: LA FRIVOLIDAD DEL SUPUESTO FUTURO SIN TRABAJO.
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Escribe: Vicenç Navarro (*).
Blogs Público.
Jueves 19 de enero del
2017.
Existe hoy un debate en
EEUU que tiene gran relevancia también para España. Tiene que ver con las
causas del elevado deterioro del mercado de trabajo estadounidense y, muy en
particular, del descenso en la capacidad adquisitiva de la población,
consecuencia de la disminución de los salarios y de la pérdida de ocupación.
Para entender la
importancia e intensidad de este debate, hay que ser consciente de que el
establishment político-mediático estadounidense está en estado de shock, pues
no se esperaban la derrota de la candidata demócrata, la Sra. Hillary Clinton,
y, todavía menos, la victoria del candidato republicano, el Sr. Donald Trump,
al cual siempre consideraron como un candidato con escasas posibilidades de
éxito debido a estar fuera de los cánones de lo que un candidato deber ser y/o
debe parecer. Su comportamiento teatral, sin embargo, atrajo gran atención mediática,
garantizándole una gran exposición, que hábilmente utilizó para desacreditar al
establishment político federal y a la mayoría de los grandes medios de
comunicación, tarea relativamente fácil de realizar, pues tales establishments
políticos y mediáticos eran ya altamente impopulares entre la mayoría de las
clases populares. Una situación semejante ocurre en España, donde la mayoría de
la población no cree que las instituciones llamadas representativas les
representen, y la mayoría de la población considera a los grandes medios no
creíbles en su presentación de la realidad política del país (he documentado en
artículos anteriores la evidencia que apoya tal observación).
En realidad, solo dos
candidatos transmitieron el hartazgo y rechazo de las clases populares hacia
los mencionados establishments. Uno fue el candidato del Partido Demócrata, el
socialista Bernie Sanders, y el otro el candidato del Partido Republicano,
Donald Trump, de la ultraderecha estadounidense. Era obvio que, de los dos, el
más temido por la estructura de poder económico y financiero del país, y por lo
tanto también por el establishment político-mediático del país, era Bernie
Sanders, pues era él el que tenía un análisis más certero de las raíces del
problema que afectaba a las clases populares (el maridaje entre el poder
financiero y económico, por un lado, y las instituciones representativas, por
el otro, vehiculado por un sistema electoral profundamente antidemocrático, que
requería, para cambiarlo, una revolución política). La gran mayoría de las
encuestas mostraban que el candidato Bernie Sanders podría haber ganado las
elecciones si su adversario hubiera sido Donald Trump. Pero, repito, el enemigo
número uno para el establishment político-mediático estadounidense era Sanders,
y fue tal establishment el que se movilizó para destruirlo. Trump, sin embargo,
aun cuando no contó con la simpatía de los medios, no fue considerado como una
amenaza. Los medios lo ridiculizaron. Era, después de todo, un hombre del
establishment financiero, gran defensor del sistema capitalista estadounidense,
vulnerable al ridículo debido a su comportamiento teatral (y muy efectivo). Los
medios nunca consideraron que pudiera ganar, y su atención hacia él derivaba
del aspecto novedoso, escandaloso e irreverente. Pero casi nunca lo tomaron en
serio, hasta el final, cuando se vio que podría ganar.
¿Cómo está ahora respondiendo el
establishment político-mediático estadounidense al resultado de las elecciones?
El establishment
político-mediático nunca aceptó que hubiera razones para que grandes sectores
de la población le rechazaran, pues la economía –según tal establishment-
estaba yendo muy bien. El economista, Premio Nobel y articulista del New York
Times, Paul Krugman era y continúa siendo uno de los mayores proponentes de
esta postura. Esta lectura se basaba, sin embargo, en la elección equivocada de
los indicadores escogidos para definir la eficiencia y eficacia de la economía,
tales como la tasa de crecimiento económico o la tasa de paro del país.
Indicadores más sensibles del bienestar económico, como la renta de las
familias, mostraban y continúan mostrando el notable descenso de dichas rentas
familiares y el crecimiento muy notable del endeudamiento de las familias. En
España el establishment político-mediático también asume un mejoramiento de la
economía, mostrando como indicadores de tal mejoramiento el crecimiento
económico y el descenso del desempleo, sin tener en cuenta el enorme deterioro
del mercado de trabajo.
La evidencia del
deterioro del mercado de trabajo, sin embargo, era tan manifiesta en EEUU que
el argumentario cambió, apareciendo razonamientos que intentaban despolitizar
la explicación del deterioro del mercado de trabajo y negando que tal deterioro
se debiera a las políticas públicas neoliberales realizadas desde los años
ochenta tanto por gobiernos republicanos (Reagan, Bush padre y Bush hijo) como
por gobiernos demócratas (Clinton y Obama), que sistemáticamente han favorecido
a las rentas de los propietarios y gestores de las grandes corporaciones
estadounidenses transnacionales (lo que en EEUU se llama la clase corporativa)
a costa del mundo del trabajo. Los responsables de la aplicación de tales
políticas niegan (con la ayuda de los medios y de gran parte de los think tanks
próximos al mundo del capital financiero) que fueran éstas las causas,
atribuyendo tal deterioro (que, por fin, han admitido que existía) a los
cambios tecnológicos como la robótica, que ha eliminado millones de puestos de
trabajo, responsable del descenso de las rentas del trabajo. Como ejemplo,
ponen el descenso del número de trabajadores en el sector manufacturero. La
introducción de la robótica en los sectores industriales se presenta como la
causa del deterioro del mercado de trabajo, con un descenso del número de puestos
de trabajo, una disminución de los salarios y de los beneficios sociales, y un
bajón de la calidad de vida, presentándose este deterioro como los “costes del
progreso industrial”.
La falacia de tal argumento.
Esta explicación ha
adquirido una enorme visibilidad mediática y es parte del mensaje de que
veremos un “futuro sin trabajo”, resultado de la revolución tecnológica,
incluida la robótica. Respondiendo a esta avalancha ideológica, Dean Baker,
codirector del famoso y prestigioso Center for Economic and Policy Research de
Washington, EEUU, ha ido publicando a lo largo del año pasado una serie de
trabajos que contienen una crítica devastadora de los argumentos que atribuyen
el deterioro del mercado de trabajo predominantemente a los cambios tecnológicos.
Señala lo que otros autores también han señalado previa y repetidamente. Si los
cambios tecnológicos fueran responsables de tal descenso de la ocupación, tal
descenso tendría que haber ido acompañado de un aumento de la productividad. Si
en una empresa hay dos trabajadores y, resultado de la introducción de una
nueva tecnología, solo hace falta un trabajador en lugar de dos para producir
el mismo trabajo, ello quiere decir que la productividad de cada trabajador ha
aumentado (en realidad, doblado), haciendo innecesario a uno de ellos. El
cambio tecnológico, pues, si hubiera sido la causa del descenso del número de
puestos de trabajo tenía que haberse traducido en un aumento de la
productividad.
Pues bien, el número de
trabajadores de la manufactura en EEUU ha ido disminuyendo y, sin embargo, la
productividad, como promedio, no ha variado. Dean Baker muestra como la tasa de
crecimiento de la productividad ha variado muy poco en la mayoría del periodo
entre 1973 y la primera década del siglo XXI. No puede, por lo tanto,
atribuirse el descenso de la población que trabaja en la manufactura a cambios
en la productividad (y, por lo tanto, a cambios tecnológicos). Dean Baker
señala, por ejemplo, que una de las causas más claras del descenso de puestos
de trabajo es el cambio del cuadro exportaciones-importaciones en el sector
manufacturero. Cuando las exportaciones en tal sector bajaban y las
importaciones subían, sí que se ve que baja el empleo en la manufactura. Y ahí
es donde aparecen las causas políticas, pues estas variaciones de comercio
exterior están causadas, en gran parte, por los Tratados de Libre Comercio, que
sistemáticamente han favorecido a las grandes empresas transnacionales a costa
de la clase trabajadora. En realidad, gran parte de las importaciones son de
productos de empresas manufactureras estadounidenses o de otras nacionalidades
que producen para el mercado de EEUU, pero que se han desplazado a otros países
(China o México) en busca de salarios más bajos y condiciones de trabajo peores
que las existentes en EEUU. Y de ahí se explica la animosidad de los barrios
obreros de los Estados donde la manufactura se concentraba, como Míchigan,
Pensilvania, Ohio y Wisconsin, que habían votado demócrata siempre (incluido al
candidato Obama en el 2008) pero que este año votaron al candidato Trump,
puesto que este (y, todavía más, Sanders) había denunciado los Tratados de
Libre Comercio. Vayan a ver dichos barrios y verán los resultados de estos
Tratados, como el NAFTA (el tratado entre EEUU, Canadá y México).
Pero el impacto de los
Tratados de Libre Comercio es mucho mayor que el producido por el
desplazamiento de las fábricas y sus puestos de trabajo previamente localizados
en el territorio de EEUU a otro país. En tal desplazamiento se pierden puestos
de trabajo estadounidenses, pero el mayor impacto de este traslado no es solo
el traslado en sí, sino el miedo y temor que se esparce entre todos los
trabajadores del sector manufacturero, pues la amenaza, por parte del
empresario, de irse a otros países y cerrar el lugar de trabajo es una amenaza
constante, amenaza que es cada vez más real como consecuencia del enorme
debilitamiento de los sindicatos, consecuencia, de nuevo, de leyes y normas
antisindicales, aprobadas por los gobiernos tanto republicanos como demócratas
y tanto a nivel federal como a nivel estatal (que quiere decir de los Estados
autonómicos).
La introducción de la variable tecnológica
es una variable política.
Este intento de
despolitizar lo que es profundamente político aparece también en la promoción
(por parte de los establishments político-mediáticos) del argumento de que la
revolución tecnológica nos está llevando a un futuro sin trabajo, olvidando que
lo importante no es la revolución tecnológica en sí, sino el tipo, orientación
y modo de aplicación de dicha revolución. El mundo del futuro, como el mundo
del presente, será lo que las relaciones de poder (sobre todo de clase social)
determinen. Hoy, como resultado del enorme dominio del mundo del capital en la
configuración de la forma y utilización de los cambios tecnológicos, el mundo
del trabajo está siendo debilitado enormemente, utilizando dicho capital la
revolución tecnológica para debilitar más y más a este mundo.
Si las relaciones de
poder cambiaran, con el mundo del trabajo en control del desarrollo tecnológico
(tanto en su contenido como en su puesta en marcha) tal desarrollo podría
orientarse en otras direcciones favorables a la mayoría de las clases
populares, facilitando la eliminación del trabajo indeseado, la reducción del tiempo
de trabajo (el crecimiento de la productividad ocurrido en los últimos 50 años
permitiría una reducción muy notable del 30% de su tiempo) y su mejor
distribución, así como la notable expansión de puestos de trabajo en las áreas
sociales (como sanidad, educación, servicios sociales, vivienda, cuidado
de la infancia y ancianidad, entre otros) y energéticas, estableciendo nuevas
formas de energía y cambios en el sistema productivo. Las necesidades en estos
sectores son enormes, necesidades que hoy están muy desatendidas, realidad que
es especialmente acentuada en países donde tal mundo del trabajo es débil, como
en el sur de Europa, incluyendo España.
Si en España el
porcentaje de la población adulta que trabaja en tales servicios públicos del
Estado del Bienestar (uno de los más bajos de la UE-15) fuera semejante al de
Suecia, este país tendría unos 3,5 millones más de puestos de trabajo,
reduciéndose significativamente el desempleo. El hecho de que en Suecia sea un
adulto de cada cinco y en España sea uno de cada diez tiene, única y
exclusivamente, la explicación de que en Suecia el mundo del trabajo es mucho
más fuerte y tiene mayor influencia sobre el Estado que no en el sur de Europa.
Suecia tiene mayor desarrollo tecnológico que no España, y en cambio produce
mucho más empleo. Como ocurre en prácticamente todos los supuestos problemas
económicos, las variables políticas (y no las tecnológicas o económicas) son
las determinantes. El futuro dependerá de quién ejerce mayor poder sobre las
instituciones políticas, financieras, económicas y mediáticas. Si continúa
siendo el mundo del capital, el bienestar de las clases populares (que son la
mayoría de la población) continuará descendiendo, alcanzando límites que nos
retrotraería a etapas anteriores. Los años de vida de un trabajador
estadounidense han ido disminuyendo, y enfermedades que se creía que habían
desaparecido en el mundo capitalista desarrollado han reaparecido de nuevo. Son
decisiones políticas, no desarrollos tecnológicos, las que están creando está
situación. Qué
tecnología crear y para qué usos emplearla viene definido por el grupo o clase
social que la controla. Así de claro.
(*) Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas
Públicas. Universidad Pompeu Fabra.
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