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“Sin nosotras no se
mueve el mundo” El
colectivo Territorio Doméstico,
compuesto por mujeres, muchas de ellas
migrantes, trabajadoras del hogar y de los cuidados, ha acuñado el concepto biosindicalismo:
“Una
forma de lucha por el derecho de todas las personas a tener vidas que merezcan
la pena y, sobre todo, la alegría de ser vividas”,
escriben en el cuaderno Biosindicalismo desde
los territorios domésticos. Nuestros reclamos y nuestra manera de hacer.
“Las luchas de
Territorio Doméstico, de Jornaleras de Huelva
Lucha o de las putas organizadas son un faro, una inspiración, nos dan
fuerza a las demás, y también revelan de forma clara que el capitalismo es
colonial y patriarcal, que ese entramado es inseparable”,
razona Marta
Malo. Por eso, cuando las compañeras de Territorio Doméstico dicen “sin
nosotras no se mueve el mundo” están subrayando que son las mujeres
racializadas y migradas las que ocupan el lugar más oprimido y
vulnerable en las jerarquías que el orden dominante ha impuesto, las que
sostienen no solo la vida, sino también la valorización del capital Decía Angela Davis que
“cuando la mujer
negra se mueve, toda la estructura de la sociedad se mueve con ella”.
Cuando las kellys, las trabajadoras de cuidados o
las jornaleras se movilizan, tiemblan las bases
de la estructura económica y social. De ahí que un feminismo que pretenda ser emancipador y
transformador deba colocar en el centro esas luchas.
"En otras palabras: para mejorar las condiciones de vida no basta con exigir mejores
condiciones laborales, sino que hay que colocar en el centro los cuidados, las dinámicas de endeudamiento, la lucha
por la tierra y por la vivienda
digna. Es lo que han entendido tan bien
las mujeres que lideran movimientos por la soberanía alimentaria a
lo largo y ancho de América Latina, como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT)
en Argentina, que defiende el modelo agroecológico frente al agronegocio como un modo de mejorar las condiciones de quienes trabajan en el campo, pero desde una óptica mucho más amplia. “La agroecología
debe ir unida a una recuperación del rol de las mujeres como cuidadoras de la
tierra, del planeta, de la familia, al tiempo que los varones aprenden a
compartir las tareas de cuidados. Debemos entender que la violencia que le
hacemos a la tierra con el modelo agroindustrial es la misma que vivimos las mujeres en nuestro propio cuerpo”, explica Rosalía
Pellegrini, secretaria
de Género de la UTT.
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SINDICALISMO
FEMINISTA:
La
lucha por las condiciones materiales de la existencia.
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Por Nazaret Castro | 03/02/2022 | Feminismos
Fuente Rebelión miércoles 9 de febrero
del 2022-
Las luchas de las
trabajadoras del campo y del trabajo doméstico y los cuidados, entre otras,
abren el camino de unas luchas laborales feministas, antirracistas y que ponen
la vida en el centro.
El asentamiento de Palos de la Frontera, en Huelva, estaba devastado. Un
incendio había arrasado buena parte de las chabolas, como sucede
de tanto en tanto, y muchos hombres
pasaban la tarde levantando de nuevo sus frágiles viviendas, construidas a base
de palés, de cajas de cartón y de plásticos. Las empresas de los frutos rojos cobran cada palé a 1,5 euros; una chabola puede suponer un gasto de entre 300 y 500 euros. La mayor parte de los hombres y mujeres que habitan el asentamiento proceden de Senegal y Marruecos y
comparten su condición de migrantes
indocumentados. Eso les deja en una situación
de absoluta precariedad: no tienen luz, ni agua ni gas, y su extrema
vulnerabilidad los hace objetivo de todo tipo de abusos, como que les cobren 500 euros por empadronarse, o varios miles de euros por un contrato laboral con el que aspirar, algún
día, a formalizar su residencia. Mientras
lo logran, las duras condiciones del trabajo
en el campo suelen ser su única opción.
Unas 3.000 personas viven en la provincia de Huelva en asentamientos como el de Palos de la Frontera. El pasado mes de mayo, una Brigada Feminista de Observación, organizada por la asociación Jornaleras de Huelva en Lucha (JHL) y la red de investigación feminista La Laboratoria, conoció de cerca la situación de quienes trabajan en los invernaderos de la industria de la fresa y de los frutos rojos. El objetivo del viaje era acercar a un equipo de juristas y periodistas a esta realidad silenciada, de la mano de las propias jornaleras, y particularmente de dos mujeres, la marroquí Najat Bassit y la onubense Ana Pinto, que, ante el vacío que dejan los sindicatos tradicionales, tratan de dar visibilidad a los abusos y de informar a las temporeras de sus derechos.
Cuenta Ana Pinto que cuando comenzó a trabajar en los campos de Huelva, a fines de los años 90, “no
se trabajaba mal”. La paga siempre fue exigua, pero el ambiente era
ameno y el trabajo le gustaba.
Todo empezó a cambiar a mediados de
los años 2000:
“Comenzaron a llegar
personas de fuera, sobre todo de Europa del Este y
Marruecos; la mayoría, mujeres. Las
apartaban de nosotras, no nos juntaban. Y empezamos a ver que, para nosotras,
las autóctonas, cada vez había menos trabajo”.
Se fue instalando en Huelva un discurso del odio que, anudado bajo el argumento de que “los
migrantes nos quitan el trabajo”, azuzó el enfrentamiento
entre temporeras autóctonas y migrantes.
En
paralelo, se hicieron más frecuentes los
abusos de todo tipo:
“Del compañerismo hemos
pasado a la competición, en gran parte por las listas de productividad, que
hacen que quienes menos fruta recogen se expongan a que las castiguen; además,
no te dejan hablar con las compañeras, te gritan, te insultan”, narra Pinto. Entre las temporeras
migrantes, tanto las que llegan de Marruecos con contratos en origen –que las
obligan a abandonar el país cuando termina la temporada de la fresa– como
las que habitan asentamientos de
chabolas, la situación es aún peor; y, como llevan denunciando las jornaleras desde hace años, los abusos sexuales se han convertido en la norma antes
que la excepción.
En 2018, temporeras marroquíes se atrevieron a denunciar estos abusos. Fue entonces
cuando Pinto y Bassit, que por aquel
entonces trabajan juntas en la misma empresa
fresera, comenzaron a canalizar esas
denuncias. Así, se convirtieron en las caras
visibles de la asociación JHL, que este año
logró, vía crowdfunding, recursos económicos para seguir dando
forma a su lucha: de un lado, denunciar la situación y hacer incidencia
política para que las inspecciones de trabajo funcionen y pongan coto a la impunidad de los empresarios. De
otro lado, asesorar sobre sus derechos a las temporeras y canalizar las denuncias, en un contexto en el que,
como fue testigo la Brigada Feminista de
Observación, nadie se atreve dar un
paso adelante para denunciar al empresario: saben que se arriesgan no solo a perder el empleo, sino
a no encontrar ningún otro en los invernaderos onubenses.
Las Jornaleras de Huelva en
Lucha se han articulado, por medio
del Sindicato Obrero Andaluz (SOA), con otros sectores
olvidados por el sindicalismo
convencional, como los manteros y
las kellys. El SOA, por cierto, se define como “sindicato de clase, unitario, feminista y
asambleario”. Además, JHL teje redes con actores diversos, como movimientos agroecológicos y sectores
de la academia. No es casual. La
situación en los campos de Huelva,
analiza Pinto,
“está atravesada por muchas
problemáticas: el abuso laboral y sexual, el
discurso racista del odio y también el ecologismo, porque el monocultivo
de frutos rojos en mega invernaderos está secando nuestros recursos hídricos, y
eso ya está afectando los acuíferos de Doñana”.
Mujeres trabajadoras invisibilizadas hasta hoy, trabajo en el campo, trabajo en el hogar, cuidadoras, trabajadoras sexuales, todas conjuntamente, movilizadas y organizadas, dan "vida al nuevo sindicalismo".
***
Mujeres borradas
La lucha de JHL no solo reivindica
una revalorización del trabajo en el campo, también subraya que, para
mejorar las condiciones laborales de las
trabajadoras españolas, es preciso exigir el respeto de los derechos de las personas migrantes. Son así un
antídoto contra
el fascismo en tiempos de auge de la ultraderecha. Y señalan a
los feminismos y
a las izquierdas la necesidad de cuestionar las leyes de extranjería que
dejan a miles de personas en una situación de extrema vulnerabilidad que las expone a la sobreexplotación. “Las mujeres son las más explotadas y son
también quienes hacen los trabajos más esenciales”, concluye Pinto,
que insiste en una idea: son las
trabajadoras del campo, las migrantes, las trabajadoras sexuales las mujeres
que llevan mucho tiempo “borradas”.
Lo cierto es que la pandemia evidenció
que los trabajos esenciales, que son en buena parte los que sostienen la vida
de todas, son los más invisibilizados, los más precarios y también los más
feminizados. Así lo entiende Marta Malo, una
de las coordinadoras de La
Laboratoria:
“Estas luchas visibilizan la
feminización y la racialización de la pobreza. Como dice Pastora Filigrana,
existe una segmentación
de lo humano, una jerarquización que nos coloca a unas personas por debajo de otras. Y si bien esto tiene
raíces históricas, se reinscribe constantemente a través de mecanismos de racialización y feminización muy concretos, por
ejemplo, el régimen de fronteras es un mecanismo de racialización que genera pobreza,
así como la socialización femenina en tareas de
cuidado es un mecanismo que empobrece a las mujeres.
Estas luchas desafían esos mecanismos”.
Malo se refiere a las Jornaleras de
Huelva en Lucha, pero también a procesos organizativos como
los de las trabajadoras
sexuales, las riders y las trabajadoras del
hogar y de los cuidados; todos ellos pueden
entenderse bajo la noción de feminismo sindicalista, un término que
permite “poner en el centro del
feminismo la pelea por las condiciones materiales de la existencia”. Esos feminismos
“necesitan de herramientas
que forman parte del acervo de la lucha sindical, como la huelga, el piquete,
la caja de resistencia o la escuela sindical”, añade Malo; pero, al mismo tiempo, requieren de nuevas herramientas, porque desbordan el marco tradicional
del sindicalismo que daba protagonismo
a la figura del obrero, blanco y varón, asalariado en una fábrica. “La valorización del capital no tiene lugar únicamente en
la fábrica, sino en muchos más lugares; y esto siempre fue así, pero es que,
además, hoy el trabajo salarial ha perdido su
centralidad”, explica Malo.
“Sin nosotras no se
mueve el mundo”
El colectivo Territorio Doméstico, compuesto por mujeres, muchas de ellas migrantes, trabajadoras del hogar y de los cuidados, ha acuñado el concepto biosindicalismo:
Plataforma Feminista por la Tierra, ni la tierra ni las mujeres somos territorios de conquista.
***
“Una forma de lucha por el
derecho de todas las personas a tener vidas que merezcan la pena y, sobre todo,
la alegría de ser vividas”, escriben en el cuaderno Biosindicalismo desde
los territorios domésticos. Nuestros reclamos y nuestra manera de hacer.
“Las
luchas de Territorio Doméstico, de Jornaleras de
Huelva Lucha o de las putas organizadas son un faro, una inspiración,
nos dan fuerza a las demás, y también revelan de forma clara que el capitalismo
es colonial y patriarcal, que ese entramado es inseparable”,
razona Marta
Malo. Por eso, cuando las compañeras de Territorio Doméstico dicen “sin
nosotras no se mueve el mundo” están subrayando que son las mujeres
racializadas y migradas las que ocupan el lugar más oprimido y
vulnerable en las jerarquías que el orden dominante ha impuesto, las que
sostienen no solo la vida, sino también la valorización del capital Decía Angela Davis que
“cuando la mujer
negra se mueve, toda la estructura de la sociedad se mueve con ella”.
Cuando las kellys, las trabajadoras de cuidados o
las jornaleras se movilizan, tiemblan las bases
de la estructura económica y social. De ahí que un feminismo que pretenda ser emancipador y
transformador deba colocar en el centro esas luchas.
En otras palabras: para mejorar las condiciones de vida no basta con exigir mejores
condiciones laborales, sino que hay que colocar en el centro los cuidados, las dinámicas de endeudamiento, la lucha
por la tierra y por la vivienda
digna. Es lo que han entendido tan bien
las mujeres que lideran movimientos por la soberanía alimentaria a
lo largo y ancho de América Latina, como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT)
en Argentina, que defiende el modelo agroecológico frente al agronegocio como un modo de mejorar las condiciones de quienes trabajan en el campo, pero desde una óptica mucho más amplia.
“La agroecología debe ir unida a una
recuperación del rol de las mujeres como cuidadoras de la tierra, del planeta,
de la familia, al tiempo que los varones aprenden a compartir las tareas de
cuidados. Debemos entender que la violencia que le hacemos a la tierra con el
modelo agroindustrial es la misma que vivimos las mujeres en nuestro propio
cuerpo”, explica Rosalía
Pellegrini, secretaria
de Género de la UTT.
También en Argentina, el
movimiento Ni
Una Menos, masivo y radical,
ha colocado en el centro la discusión sobre el endeudamiento. Su lectura feminista de la deuda asocia la explotación laboral con los
dispositivos financieros que, a
través del endeudamiento, extraen
valor de forma diferencial de los cuerpos
feminizados, racializados y de clases populares, en un momento en el que endeudarse se vuelve obligatorio en
muchos contextos, y no para acceder a
bienes de consumo, sino simplemente para sobrevivir, y
en el que las personas más empobrecidas pagan las tasas de interés más altas.
Además, el endeudamiento contribuye
muchas veces a dificultar que muchas mujeres salgan de hogares donde son violentadas.
El Movimiento Feminista Mundial, un nuevo actor social, de primera nivel hoy en el mundo, que se moviliza por conseguir cambios sociales, culturales y políticos, realmente verdaderos.
***
Verónica Gago y Luci Cavallero, de
Ni Una Menos,
acaban de editar junto a Silvia Federici el libro ¿Quién le debe a
quién?, que recopila distintas experiencias de desobediencia financiera, entre ellas,
la de la Plataforma Afectadxs por la Hipoteca (PAH).
“La obligación de la deuda,
el mandato que hace que no nos quede otra opción que endeudarnos para vivir,
demuestra que la deuda funciona como herramienta
productiva. Nos pone a trabajar. Nos obliga a
trabajar más. Nos lleva a tener que vender nuestro tiempo y esfuerzo a futuro”,
subrayan las autoras. De poco sirve
mejorar los salarios si no se combaten formas de
extractivismo como las que tienen que ver con la
deuda y con la inaccesibilidad de la vivienda.
La desobediencia financiera, la
impugnación de la ley de extranjería y la centralidad de los trabajos de
cuidados y el sostenimiento de la vida convergen, en
el seno de las luchas feministas, en
una misma idea: no se puede cambiar la situación de las mujeres
sin cambiar el mundo. Desde ahí se
trama un sindicalismo
emergente que se radicaliza desde los principios del movimiento
feminista y que, situado en los territorios,
despliega nuevas formas de ver el mundo y de intervenir en él.
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