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LA ECONOMÍA REAL o economía
productiva consiste en el estudio de la producción, la
distribución y
el consumo de bienes físicos
y servicios en una zona geográfica
determinada y los factores que les influyen. El término se suele usar en contraposición a la economía financiera, que estudia el intercambio de distintos bienes de
capital (acciones, obligaciones, bonos, créditos, etc.). La economía
financiera es mucho más volátil (está
sujeta a bajas y alzas mucho más fuertes e imprevistas) que la economía real, ya que es un reflejo de las expectativas y estas pueden cambiar mucho más deprisa
que los hechos. El problema viene cuando
una crisis de la
economía financiera se contagia a la
economía real, ocasionando despidos de trabajadores, dificultad para
encontrar empleo y cierre de empresas.
La economía financiera desempeña las
siguientes funciones:
Compatibiliza en el tiempo el ahorro, el consumo y la inversión de familias y empresas. Permite
que lo que ahorran unos lo inviertan otros. Por ejemplo: una familia ahorra dinero en el banco. El banco presta ese dinero a una empresa para que invierta. Si la familia guardara el dinero bajo el
colchón, la empresa no podría invertir.
Canaliza el ahorro hacia los proyectos de
inversión.
Selecciona a los receptores de fondos.
Promueve una remuneración del ahorro (de lo
contrario no se ahorraría).
Diversifica los riesgos, al tomar de muchos
depositantes y prestar a muchos inversores. Si alguno de estos últimos no
puede devolver el préstamo, se puede
seguir retribuyendo a los depositantes con lo que paguen los demás inversores.
Facilita liquidez.
Una amplia disposición de liquidez en la
economía
financiera no necesariamente se transmite a la economía real. No basta que el dinero esté
disponible. Tiene que
haber empresas dispuestas a pedirlo prestado e
invertir con él. Sin embargo, la falta de liquidez en
la economía financiera asfixia a la economía real.
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DIEZ ERRORES QUE IMPEDIRÍAN
FRENAR LA INFLACIÓN ACTUAL.
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Por Juan Torres López. |30/03/2022|
Economía.
Fuentes: Ganas
de escribir
Primero:
Dejar la
lucha contra la inflación a los bancos centrales argumentando que es un
fenómeno monetario que se
produce cuando aumenta excesivamente la cantidad
de dinero circulante, de modo que se podrá frenar controlando esta última.
Se sabe que
hay factores no monetarios que la desencadenan.
Segundo:
Creer que la
inflación se frena siempre subiendo tipos de interés porque así disminuye la
demanda de medios de pago y se
reduce, como consecuencia de ello, la de bienes
y servicios e inversión que genera el exceso de demanda que eleva los
precios.
Se sabe que
las subidas de tipos no repercuten siempre, o con la debida intensidad, en la
demanda de dinero, rompiéndose así esa secuencia ideal.
Tercero:
Dar el mismo
tratamiento monetario a procesos inflacionarios de diferente tipo. Unos,
producidos por exceso de demanda cuando la economía
se encuentra en su máximo nivel de
producción potencial, es decir, cuando se está dispuesto a gastar en bienes de los que no se dispone. Otros, de oferta, producidos cuando, por
cualquier razón, hay capacidad productiva suficiente pero los bienes no llegan
a los mercados o llegan encarecidos por circunstancias extraordinarias. Y
otros más, mezcla de ambos e incluso de algún otro factor adicional.
Esto último
es justamente lo que está ocurriendo en la actualidad, pues se sabe que los precios están subiendo no sólo por exceso de demanda derivada de
las inyecciones de liquidez durante la pandemia, sino también por alzas de costes en sectores muy específicos, por
bloqueos materiales de la oferta, por razones estructurales como la falta de
competencia y la concentración del poder, y por la invasión de Ucrania
Cuarto:
Aplicar
medidas que afectan a la demanda de todos los bienes y servicios cuando la
subida de precios proviene o
se da como efecto de lo que ocurre en
algún sector, mercado o producto determinado.
Quinto:
Hacer más
daño con el tratamiento que el producido por la enfermedad.
Es lo que ocurre cuando se ataca el síntoma (la fiebre o la subida de precios) sin acabar con sus causas: deprimir la demanda global de todos los bienes y servicios (subiendo los tipos de interés) cuando es solo algún problema específico el que está provocando las subidas de precios equivale a matar al enfermo para que le baje la fiebre.
Sexto:
Considerar
que los únicos costes de las empresas que hay que frenar para que no suban los
precios son los salariales.
Se sabe que
hay otros (energía, financieros, fiscales,
regulatorios…) tanto o más determinantes de la subida de precios.
Séptimo:
No actuar
sobre las condiciones estructurales de la economía.
Se sabe que
la falta de competencia y la regulación de los mercados en provecho de los
oligopolios (en el
sector financiero, de distribución comercial o eléctrico) están permitiendo que
muchas empresas aumenten los márgenes
y suban los precios
innecesariamente.
Octavo:
Creer que
una inflación como la actual, de las características señaladas, se puede frenar
con la sola intervención de una autoridad monetaria independiente.
La cooperación de los bancos centrales con los
gobiernos es imprescindible para
coordinar la política monetaria con la fiscal, de oferta, de competencia y de
rentas y evitar que se bloqueen unas a otras.
Noveno:
Creer que la
inflación ha estado contenida de los últimos años gracias a la política
monetaria de los bancos centrales y pensar que ahora volverán a ser quienes
únicamente puedan controlarla.
Los precios
se han mantenido bajos en los últimos años (como media y no todos) por efecto de la globalización, por la pérdida
de peso de los salarios en el conjunto de las rentas y por la atonía general
y debilidad de la economía real
provocada por las políticas neoliberales de privilegio del beneficio y las
finanzas.
Décimo:
Olvidarse de
todo lo anterior y creer que los bancos centrales pueden aplicar cirugía mayor
subiendo los tipos de interés lo
suficiente como para atajar las subidas de precios, tal y como pasó a finales de los años setenta del siglo pasado.
La
deuda de ahora no tiene comparación con la de entonces y una subida de tipos
de interés, no ya de la misma magnitud sino mínimamente considerable, provocaría una crisis de deuda privada y pública global y de
dimensiones colosales.
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